“México es paradisíaco e indudablemente infernal”, le escribe Malcolm Lowry a Jonathan Cape. A un amigo le confiesa: “México es el sitio más apartado de Dios en el que uno pueda encontrarse si se padece alguna forma de congoja; es una especie de Moloch que se alimenta de almas sufrientes”. JV.
lunes, enero 23, 2012
El derecho de ser indígena
jueves, agosto 13, 2009
Acteal, los cuentos de los asesinos y la verdad oculta
Era la madrugada del 23 de diciembre de 1997. Quizá las cinco y media o seis de la mañana. Estaba oscuro. Una columna de vehículos civiles y de la policía, camionetas, carros y ambulancias, descendían de los Altos procedentes de Acteal. Los seguía en su carro el corresponsal de La Jornada Juan Balboa. Nos contó que allí iban los cuerpos, rumbo a Tuxtla Gutiérrez, y que él iba a seguir el convoy. Lo había topado más arriba. Los muertos, que todavía no acabábamos de contar, resultarían ser 45, observados sólo por los que los llevaban, y luego por los forenses.
Enviados por el gobernador Julio César Ruiz Ferro, los funcionarios responsables del operativo de limpieza (Jorge Enríque Hernández Aguilar, David Gómez Hernández, Uriel Jarquín Gálvez y sus agentes del Ministerio Público) habían hecho algo insólito: desmontar la escena del crimen. Ahí escuché por primera vez la consigna que traían: "Antes de que lleguen los reporteros".
"No vayan de noche"
Nadie de prensa había subido todavía a Chenalhó por recomendación de uno de los sobrevivientes la noche anterior en el hospital regional de San Cristóbal de las Casas: "No vayan de noche. Siguen disparándoles a los carros desde Acteal Alto". Le creímos.
Mientras las evidencias materiales de la masacre descendían al valle de Tuxtla para perderse en la bruma burocrática durante todo un día (clave), proseguimos hacia el lugar de los hechos el corresponsal de la agencia Reuters Jesús Ramírez Cuevas, el antropólogo Arturo Lomelí y quien esto escribe. En las últimas semanas habíamos recorrido ese camino incontables veces.
Tras dejar atrás Chenalhó y Yabteclum sin un alma, llegamos a un conmocionado pueblo de Polhó, ya entonces inmenso campamento de refugiados zapatistas. Los sobrevivientes de la matanza estaban concentrados en la sede autónoma. Niños, ancianos, adultos. Creo recordar que todos lloraban. Muchos nos rodearon, soltando en tzotzil sus distintas historias y lamentos, y alguien nos traducía en lo posible. Muchos estaban bañados en sangre, no la suya, sino la de los muertos y heridos. Un niño como de 10 años, ileso, llevaba la blusa ensangrentada por sus padres muertos encima de él, de manera que le salvaron la vida.
De allí seguimos a Acteal, pocos kilómetros adelante. Nos guiaban un joven zapatista y un miembro de Las Abejas, quien tenía además la encomienda de encontrar a una niña y una anciana que faltaban (aparecerían vivas entre los refugiados poco después). Ya conocían la lista de sobrevivientes, la de los heridos, y por evidencia o deducción bastante precisa, la de los muertos. El gobierno tuvo que reconocer ese mismo día que habían fallecido 45 indígenas, con edad y sexo. Para el gobierno carecían de nombre. Los devolvió numerados.
En el primer paraje de Acteal, sobre una loma, el campamento de desplazados zapatistas estaba desierto. Todos estaban en Polhó. Poco más adelante encontramos a dos policías con uniforme y sin insignias. Después supimos quiénes eran. Uno, el comandante Roberto García Rivas, con cara de circunstancia, tratando de verse solícito y tranquilo, nos respondió que sí oyó los disparos el día anterior, pero le parecieron normales, "aquí así se matan", y que no recibió la orden de intervenir. Restaba importancia al hecho, como si le sorprendiera la cantidad de cadáveres sacados del terraplén del campamento. Ignoro si el comandante bajó en algún momento al lugar de los hechos.
A nuestras espaldas, hacia arriba, en Acteal Alto, asomaban hombres tratando de no dejarse ver. "Son ellos", dijeron nuestros guías. Nadie dudaba que estaban armados.
Descendimos la barranca, mal llamada Campamento Los Naranjos, nombre que no tendría por qué significar nada. Ni siquiera existir. La vegetación circundante la recuerdo ajada, pisoteada, rota. Las pobrísimas casuchas y lonas de los refugiados estaban destruidas. Al fondo de una pequeña cueva aún había prendas ensangrentadas; el hombre de Las Abejas reconoció de quiénes eran. La maleza que descendía con la barranca hasta el río abajo mostraba con sangre el trayecto de huída, o caída, de los sobrevivientes, que luego subieron a Polhó a guarecerse con los zapatistas.
La escena del crimen
En ese momento ya era imposible reconstruir la escena del crimen; lo que podía aún hacerse (ignoro si ocurrió, pero lo dudo) era rehacer la "modificación" realizada por órdenes de los enviados del gobierno. La escena de ese delito sí estaba intacta.
Allí escuchamos los primeros relatos in situ, sobre todo en boca del hombre de Las Abejas. Aquí estaba tal o cual persona, aquí quedó otra, por allá bajaron los atacantes, los agredidos reaccionaron de tal o cual modo, y cómo unos permanecieron en la ermita (es un decir: todo era rudimentario) donde los alcanzó la muerte.
El joven zapatista refirió que había intentado bajar en dos ocasiones la tarde anterior, acompañado de tres mujeres, y la policía se los impidió. Les dijeron: "no, todavía están disparando, qué tal si le dan una bala en la cabeza"; pero por fin ya no les impidieron el paso y vieron a los heridos. “Luego bajé solito y rescaté un herido, no sé si era niño o niña, ahí en el arroyito, que traían unos compañeros (abejas), entonces los traje a la escuela y pregunté a esos compañeros si había más heridos y muertos, y ellos dijeron que había muchos más (…) y se lo dije al capitán” (de la policía); éste se encontraba en la escuela, de la cual no se movió en ningún momento. Arribaron más policías y la Cruz Roja, y dijeron a los indígenas que los muertos "eran de los suyos", invitándolos a recogerlos. (Tomado de un apunte de ese día.)
lunes, abril 06, 2009
Atenco: venganza de Estado
Felipe Álvarez Hernández, Héctor Galindo Gochicoa, Ignacio del Valle Medina. Tres nombres que, contra todo cálculo del poder, en vez de sepultarse bajo el olvido, cada día que pasa crecen y se graban más hondo en la conciencia colectiva, resistente pese a todo a la impúdica manipulación noticiera-telenovelera de gobiernos como el del estado de México. La brutalidad jurídica con que han sido tratados estos tres hombres no desmerece ante la brutalidad policiaca con la que fueron detenidos, ni la brutalidad mediática de las televisoras y la prensa desde antes de su aprehensión.
Hoy, cuando pasan tantas cosas feas y vergonzosas, ciuando hay grandes zonas del país en proceso agudo de descomposición social y la dictadura del consumo impone carretadas de "famosos" a modo de identidad colectiva con cero calorías, los tres presos a perpetuidad de Atenco son famosos en nuestros corazones, y mientras más permanezcan en prisión, más lo serán: su mera existencia desenmascara una miseria de México que en el extranjero llama poderosamente la atención.
En mayo de 2006, la sociedad permitió que los vejara el Estado, convertido en vengador vulgar y cínico, omiso de los mínimos derechos humanos. Las pambas, patizas, madrizas colectivas que practicaron las policías federal y mexiquense en las personas de los más de 200 detenidos pusieron en alto la "hombría" y eficacia de nuestras fuerzas del orden, que se comportaron como pandillas sin control y con permiso, como hordas montoneras protegidas, si no por la ley, por quienes la administran. Y así consumaron delitos tipificables en la legislación nacional e internacional, pero típicamente impunes.
Asesinaron niños, violaron (famosamente) mujeres y hombres, "desgüevaron" a líderes esposados y ya con el rostro reventado a puñetazos y toletazos, amenazaron de muerte a decenas de personas, realizaron actos de exhibicionismo patológico con las armas que el gobierno les dio y emplearon su miembro "viril" como otro instrumento de tortura. Al cabo, y qué.
El gobernador priísta Enrique Peña Nieto y sus jerarcas policiales y judiciales dieron una lección a los revoltosos (al gobierno federal panista, ya con sus pininos a cuestas contra los altermundistas en Guadalajara): "Así se hacen las cosas, y salen bien". Y las encuestas (oh-sí-populares) siguen premiando al gobernador de marras. Tal vez eso sea lo más alarmante del caso Atenco.
Castigando a escala estratosférica a los líderes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, a su abogado Héctor Galindo como "autor intelectual" y a los 13 últimos chivos expiatorios que tienen en común ser originarios del lugar de los hechos, el Estado usa las policías, los tribunales y las cárceles como instrumentos de venganza y escarmiento contra ciudadanos que se atrevieron a desafiarlo, no con intenciones criminales, sino por defender sus fertilísimas tierras de ser cubiertas bajo la plancha kilométrica de un aeropuerto que pudo ser el más grande de América Latina. Y eso calienta: pregúntenles si no a los Fox, los Bribiesca, los Montiel, los Peña Nieto y sus socios.
Los tres de Atenco coinciden en el horrendo penal del Altiplano con Jacobo Silva Nogales, a quien las autoridades no pudieron colgarle 67 ni más de 100 años de condena, pero sí le han hecho un infierno (calculadamente) su estadía en las instalaciones federales de alta seguridad, donde lleva más de una década. Ya debía estar libre, pero la justicia mexicana se las arregla para prolongar su cautiverio y el de Gloria Arenas Agis, en Chiconautla, confirmando su vengativa parcialidad. La tortura intracarcelaria contra Silva Nogales ha sido salvaje: 23 horas al día sin salir ni moverse; aislamiento absoluto; humillación continua de carceleros y autoridades; la prohibición formal (oficio mediante) de que pinte (que es su actividad más saludable), lea, duerma o coma dignamente.
Los "delitos" que purgan los dirigentes de Atenco (como esa aberración jurídica, aprobada por el Congreso, del "secuestro equiparado") ni siquiera hay evidencia de que los hayan cometido Felipe Álvarez, Ignacio del Valle ni Héctor Galindo. Pero, como bien enseñan los sherifes allá del norte con el caso del líder lakota Leonard Peltier, "alguien tiene que pagar". La justicia mexicana se exhibe así como revanchista, y solapa un rosario de ilegalidades y crímenes que forman parte del modus operandi del Estado.
Mientras estos prisioneros políticos sigan tras las rejas, torturados y condenados con saña (esa medida de la "justicia" neoliberal), y los traten peor que a los narcos y secuestradores con quienes se les "equipara", los mexicanos seguiremos muy avergonzados de los actuales gobernantes, los futuros candidatos y los tribunales de justicia.
miércoles, marzo 18, 2009
La justicia, especie en extinción
No podemos decir que México haya sido alguna vez Jauja para la aplicación de la justicia, y menos si se trata de los de abajo. Pero nunca había estado tan en riesgo la poca justicia que tenemos que en la actual debacle, no de un gobierno panista en particular sino del Estado neoliberal establecido por el pri en los años ochenta.
El deterioro tiene que ver con la crisis financiera mundial, pero sólo secundariamente. El sistema político mexicano se puso solito la soga al cuello tiempo atrás, e insiste en ahorcarse con el frenesí del jugador que, contra toda evidencia, cree seguir ganando.
Ya vimos que en la frontera norte la vida no vale nada, pero en las comunidades indígenas de Guerrero, Oaxaca, Veracruz o Chiapas vale mucho todavía, aunque el sistema de justicia y los medios de incomunicación se resistan a darse por enterados y crean que la vida de los indios no alcanza el precio de una gallina.
Aquí donde la vida del maíz es la de todos, pueden los paramilitares asolar la Mixteca entera (que abarca tres estados) o el trópico húmedo de Chilón y Ocosingo. Las corruptas policías locales están fuera de control en todas las entidades federativas, pero las beneficia la misma impunidad que recorre al sistema entero.
La militarización, menos publicitada que en Ciudad Juárez o Culiacán, es de hecho mayor, aplastante, en los territorios indígenas del centro y el sur; se despliega en un escenario que sí es de verdadera guerra, no como la otra, la de “Calderón vs. el Crimen Organizado”, que es teatro, y malo, aunque sus muertos, el miedo y la descomposición social que refuerza sean reales, no obstante la trivialización de su exceso: la inflación de los números devalúa la moneda y los muertos, y pavimenta el camino a los fascismos.
Las montañas de Chiapas, buena parte de Guerrero y Oaxaca, y la Huasteca entera, están ocupadas por el ejército federal. En cualquier momento se “desaparece” a dirigentes indígenas y campesinos, o son “detenidos” por agentes uniformados, y sus restos aparecen mutilados en algún tiradero de basura. Lauro Juárez (chatino de Oaxaca), y más recientemente Raúl Lucas Lucía y Manuel Ponce Rosas (mixtecos de Guerrero) son muestras elocuentes de esa legalidad corrompida. No forman parte de la treintena diaria de la “Colombia” calderoniana; son desgracias colectivas, afrentas, amenazas renovadas. Policías, paramilitares y tropas regulares saben garantizada su impunidad, y esa es la peor parte del mensaje a los pueblos.
En tanto, los jueces de la Tremenda Corte de Justicia de la Nación garantizan que así seguirá ocurriendo. Lo confirman las dóciles absoluciones a gobernadores como Enrique Peña Nieto por la multipremiada infamia en Atenco, o Ulises Ruiz Ortiz, quien ha convertido “su” Oaxaca en el lugar de las “desapariciones” que nadie le puede cobrar. Ni siquiera el ejército federal, ya no digamos el aparato de justicia.
Los jueces supremos devengan los salarios más elevados entre los “servidores del pueblo”, para envidia de los consejeros del IFE, esos otros próceres de la nueva democracia que ante los emolumentos de los magistrados concluyen que ellos también los valen. Y mientras la población es arrojada al desempleo, con sensibilidad caballeresca se incrementan el sueldo para diferenciarse de aquéllos a quienes nominalmente “sirven”.
Sin temor al ridículo ni al elusivo juicio de la historia, los jueces mexicanos sentencian a los luchadores sociales que los policías no logran matar, como Ignacio del Valle de Atenco, Jacinta Francisco Marcial, otomí de Querétaro, o los cinco defensores de los derechos humanos del pueblo me’phaa en la Montaña guerrerense. Es el mismo sistema judicial que sentencia a los nahuas desalojados de Ixhuatlán de Madero, Veracruz, en lugar de pedirles perdón y dejarlos ocupar las tierras a las que tienen derecho.
Cargos inventados, tortura, linchamiento mediático. Y luego silencio. Estas circunstancias permiten que en Chiapas la policía de Juan Sabines Guerrero masacre sin razón a tojolabales que ocuparon la zona arqueológica de Chinkultic el año pasado, y que los autores intelectuales sean premiados con candidaturas federales. Tampoco se castigó a ningún mando cuando la tira asesinó en febrero pasado a migrantes de Ecuador y Centroamérica en San Cristóbal de las Casas, por aquello de que el pollero no pagó la mordida del derecho de paso.
Mientras, la panoplia del frágil Estado calderoniano desfila con garbo por las calles de Reynosa, Matamoros, Monterrey, Tijuana y Chihuahua. Las tropas van matando y muriendo en un confuso y permanente duelo contra los villanos. Contamos hoy con un catálogo de decapitaciones, eviseramientos y mutilaciones que hacen palidecer los periodos más rojos de nuestra sangrienta historia. Los medios masivos nos entrenan como a especialistas con sus informes forenses, y los jóvenes fronterizos aprenden que el delito a escala de delirio es el camino de la hombría probada, la superación personal y la buena vida.
La guerra endogámica del sistema contra el narco sirve de cortina de humo para ocultar la criminalización de las resistencia populares, los hechos cuantitativamente verificables como el aplastante sitio militar a las comunidades zapatistas de Chiapas, la guerra diaria en las sierras de Guerrero y el papel de ejército de ocupación que juegan en las Huastecas las Fuerzas Armadas; sólo entre enero y marzo de este año, al menos veinte comunidades indígenas de Hidalgo y Veracruz han sufrido incursiones, patrullajes y sobrevuelos militares, implantando el miedo y garantizando que permanezca en la conciencia colectiva.
Todo, mientras la justicia duerme en otra parte y cobra salarios mensuales de más de medio millón de pesos, como el dios del dinero manda.
lunes, marzo 09, 2009
La invención de las naciones
La historia procura basarse en hechos, pero los hechos suelen ser productos de la invención humana que se materializan. La historia tiende a cargarse de ingredientes teológicos o nacionales, y recurre necesariamente a mitificaciones, simbolizaciones, idealizaciones que no se fundamentan en hechos anteriores, pero bien que generan los posteriores. Así, la historia no sólo es lo que sucedió antes, sino lo que habrá de suceder.
En el mundo moderno, lleno de naciones creadas a la mala sobre los escombros de otros pueblos (toda América, México, incluido), pocas resultan más notables y vertiginosas que la creación de Israel. Pero ya nuestro escudo nacional representa un plagio a los mitos de los mexicas masacrados. Estados Unidos, la primera nación secular y a-histórica en términos de territorio, permitió una revoltura étnica, religiosa y cultural que no ha cesado, y la constituye hoy como la más influyente del mundo. En tanto, los pueblos indígenas del continente, civilizaciones enteras, vendrían a ser los palestinos de los siglos XVI a XX.
En términos históricos, pocas creaciones resultan más fascinantes que lo que hoy llamamos Israel y forma parte de la Organización de Naciones Unidas. Nació apenas en 1948, invocando derechos sobre territorios que, según reconocían sus propios fundadores sionistas, el "pueblo judío" los perdió casi 20 siglos atrás. Un buen rato para estar "ausentes" de un sitio. Los israelíes modernos tuvieron la fuerza para resucitar el hebreo –lengua "muerta", como el latín, petrificada en lo sagrado– y volverla nacional. Por primera vez en más de un milenio, existe hoy literatura hebrea.
Con todas las diferencias del caso, una determinación equivalente ha mostrado la actual epopeya del euskera, que si bien no murió nunca, experimenta una notable resurrección voluntaria entre quienes se reclaman vascos para desasosiego del españolismo posfranquista, nunca curado de vocaciones imperiales.
Sin evidencias históricas ni arqueológicas en dos milenios, y sin comprobable uniformidad étnica, el sionismo concibió la nación de Israel a partir del siglo XIX en el cruce de dos influencias: el romanticismo, que entonces inventaba la nación alemana (y que con el tiempo sería la más letal de la historia), y el antisemitismo, que perseguía fanáticamente a los judíos en Europa desde tiempos de los Reyes Católicos, justo antes de "descubrir América"; la persecusión y el exilio dieron identidad, religiosa al menos, a estos judíos.
La Historia del antisemitismo, de León Poliakov comienza allí, y no antes. No podría. Remontarse a las Cruzadas (otro episodio delirante de la historia europea) ya no serviría de nada. Había judíos entonces, pero un "pueblo". Pastoreaban, igual que hacían hasta hace poco sus despreciados vecinos palestinos: la patria estaba en sus cabras.
Nos hemos acostumbrado a la idea de que el judaísmo no es una religión proselitista; casi nadie se "convierte", se nace o no judío. Ésa también es una invención. Antes del sionismo la gente se hacía judía como se hace católica, presbiteriana, islámica, budista, dianética.
En cierto modo, el pueblo judío lo "inventó" Isabel la Católica al expulsar de lo que sería España a los sefarditas (inicialmente bereberes del norte de África). También por entonces comenzaron las migraciones askenazi a Europa central, procedentes de lo que sería Rusia, de aldeas convertidas a la Biblia en la Edad Media. Las persecusiones antisemitas en Europa se emprendieron contra estas dos ramas distantes de un mismo culto, ajenas entre sí. Serían los "semitas" de los pogromos y el holocausto que desataron los nazis. No son cínicos los judíos que admiten deber a Hitler su identidad como tales.
Se repite, a veces con dolo, que los semitas en sentido estricto resultarían los pueblos del Oriente Medio, mayormente árabes. Allí sobrevivió marginalmente la religión judía, con los edificios de Herodes (su último arquitecto) bajo tierra. Los semitas no eran sólo judíos. Por eso, quien desee perderse en devanamientos "étnicos" (tan resbalosos siempre), acaba por concluir que los descendientes de los creadores de El Libro serían los actuales palestinos que tanto estorban a Israel para expandirse.
Habrá que considerar una obra que ha causado conmoción y registra altas ventas en Israel: Cómo y cuándo fue inventado el pueblo judío, del historiador israelí Shlomo Sand (Resling, 2008).
lunes, febrero 09, 2009
Calderón y Marín en el país de las maravillas
El 14 de febrero se cumplen tres años de que se reveló la historia infame del “góber precioso” que conmovió a la opinión pública y al sistema político. Ese día, La Jornada publicó un reportaje de Blanche Petrich que exhibía al gobernador de Puebla, Mario Marín, como cómplice (al menos) de la red de pederastas incrustados en el poder que vejó, encarceló y pudo matar a Lydia Cacho por documentar los delitos de esa gente.
En febrero de 2006 el país estaba inundado de campañas electorales. A cambio del voto, los candidatos decían a los ciudadanos lo que quisieran escuchar, en un juego de prometer y mentir. Como las grabaciones que inculpaban a Marín se divulgaron masivamente por radio y televisión, en las altas esferas se rasgaron tantas vestiduras que los almacenes exclusivos de ropa experimentaron un repunte de ventas fuera de temporada.
Antes de tres días, el entonces candidato panista Felipe Calderón Hinojosa ya había adoptado una postura oportuna, firme e histriónicamente ética: él, en persona, fue a demandar ante el Congreso poblano que se juzgara al mandatario priísta. Adherentes de la otra campaña en Puebla resucitan ahora, como escueta ayuda de memoria, un cable de la agencia gubernamental Notimex del día 17, donde se informa que el candidato de Acción Nacional a la Presidencia de la República presentó una solicitud de juicio político contra el gobernador Marín.
“Ante la ausencia de personal de la Oficialía de Partes, el abanderado panista entregó el documento a la presidenta de la Mesa Directiva del Congreso estatal, María de los Ángeles Gómez, en el que exige que se enjuicie a Marín en torno a las conversaciones sostenidas con (el empresario maquilero) Kamel Nacif contra la periodista Lydia Cacho.”
Notimex registra la presencia de 100 reporteros, camarógrafos y fotógrafos, “lo que originó incluso el cierre de calles y bloqueo del tráfico vehicular”. Fue tal el tumulto que, “aunque Calderón mostró la disposición para hacer declaraciones, fue imposible por la cantidad de reporteros”. El aspirante presidencial “salió en medio de una oleada de periodistas” y “abordó la camioneta que lo transporta, custodiado por elementos del Estado Mayor Presidencial” (que ya como aspirante lo cuidaba).
Todo mundo lo vio y escuchó. El mismo día, Calderón Hinojosa inauguró su casa de campaña en Cholula. Abundaba el cable: “Un cúmulo de simpatizantes gritaba en torno a los hechos presuntamente protagonizados por el gobernador Marín, ‘¡que se vaya, que se vaya!’ No se hicieron esperar las manifestaciones en apoyo a la postura que el aspirante presidencial panista tomó en este caso, al que calificó como ‘terrible violación, atropello a los poblanos y a todo México’”.
El candidato advirtió: “Si permitimos que ese atropello se consume y quede impune, también ocurrirá en otras partes”, porque Marín, explicaba Calderón, “violentó la justicia con base en la petición expresa de un empresario”.
El candidato andaba inspirado. Aclaró que no se trataba sólo de defender a la periodista, “sino también de la violación” a menores de edad: “Queremos que se juzgue el atropello de los derechos humanos de todos los mexicanos representados en la persona de Lydia Cacho”. Además, “puntualizó que ésa fue la razón central que lo llevó a presentar la demanda de juicio político”, concluía la información.
En este país en poder de la impunidad, quienes mayores cuotas de ella han alcanzado dentro de la ley son ciertos gobernadores priístas que cometen delitos de manera sostenida y sin escatimar la violencia ilegal donde no funcionan el chayote, la manipulación económica de la población, las amenazas y el mareo con estrellas y propaganda impúdica desde los monopolios televisivos.
El rating de estos intocables lo encabezan el poblano Marín, el oaxaqueño Ulises Ruiz y el mexiquense Enrique Peña Nieto. Con los dos últimos Calderón ha colaborado en sus acciones represivas y su manera de hacer negocios, como candidato, como presidente “electo” y luego en funciones. Justo es reconocer que de éstos nunca se quejó, como sí lo hizo del primero.
Pero el pragmatismo todo lo nivela. Ya en Los Pinos, no le ha hecho el feo al otrora juzgable señor Marín. Juntos inauguran obras, anuncian cosas, presencian espectáculos típicos, firman documentos. Se sonríen. El gobierno paga boletines para que todos veamos que no pasa nada. Nada.
Y por aquello de arráncame el recuerdo: por poco y compite este año en los Óscares, en nombre de México, la película más costosa del sexenio, y dicen que de la historia, feminista además, patrocinada por ese gobierno de Puebla. Y todos contentos.
lunes, febrero 02, 2009
Su Excelencia atiende en Davos
Hermann Bellinghausen
Tal vez nos estamos acostumbrando demasiado a asumir que los políticos mienten, que los gobernantes y ex gobernantes de hasta arriba se salen siempre con la suya y la impunidad les queda rendidamente garantizada bajo cualquier circunstancia.
Pero algunos exageran. Ya ven la aparición de Ernesto Zedillo Ponce de León en Davos, Suiza, como anfitrión del presidente Felipe Calderón Hinojosa (quien por cierto fue allá para reducir gozozamente nuestro país a “otro ladrillo en la pared”, en ese tipo de deslices que se les ocurren a los que son asesorados por publicistas y no por gente seria, antes de salir de gira o tomar decisiones políticas). Y se hablaron en inglés, para mayor elocuencia de su condición verdadera.
Zedillo entronizado es un misterio. ¿Cómo le hace? Ese hombre debe vidas. Bajo su gobierno se practicó, como en ningún otro, y más de una vez, el genocidio de Estado. Pero en lugar de comparecer ante las cortes internacionales, despacha en las juntas directivas de los bancos internacionales y las trasnacionales más grandes. Comparte paneles con un peculiar club de CEOs y ex presidentes latinoamericanos que van predicando aquel neoliberalismo que aplicaron en sus países con el daño hoy evidente, como el boliviano Sánchez de Losada (otro que debe vidas) o el chileno Lagos. Son los testigos protegidos del gran capital, y radican en el extranjero.
Si al menos se ahorraran el cinismo. Zedillo en Davos de plano no se midió al alardear que su salvamento de los bancos extranjeros en México, llamado Fobaproa, salió más caro que el realizado recientemente por el gobierno de Estados Unidos para rescatar su sistema financiero. La hazaña lo hace salvador de los mismos bancos que ahora saquean las reservas de dólares del Banco de México para resucitar a sus matrices en Inglaterra y España. Con presidentes así, para qué temer a “un extraño enemigo”.
Zedillo nos está diciendo: “yo lo hice peor, y mírenme”. Por un curioso error fonético del inglés, fue a parar a los claustros de Yale (la prestigiosa universidad), y no jail (cárcel). Se la pasa “de a jefe”, y la justicia quedó perdida en la traducción. El presidente que no traía cash. El que fue electo para el cargo en 1994 pagado por el salario del miedo. El que con el patrimonio actual y futuro de los mexicanos rescató a la banca extranjera en una operación fraudulenta y antinacional.
La movida fue gorda. Cabe recordar que la denuncia con pruebas del Fobaproa en la década pasada cimentó un liderazgo opositor nacional para Andrés Manuel López Obrador, antes de sus candidaturas, su gobierno de la esperanza, sus pragmatismos y su presidencia legítima.
No obstante, Zedillo se fugó exitosamente para adelante. Amarró colchones con el capital global y se cubrió la espalda con los gobiernos nacionales del PAN que lo sucedieron. Como le acaba de refrendar en Suiza el presidente Calderón con su lenguaje corporal y su torpe inglés, el doctor Zedillo está blindado.
Ningún otro ex presidente de México le saca hoy más raja a su ex cargo. Ni siquiera el poderoso y temido Carlos Salinas de Gortari, villano reconocido, vituperado, y eso sí, respondón. Luis Echeverría Álvarez morirá en el ostracismo, salvado por la campana de un juicio que la Historia ya le hizo, y lo condenó. De Miguel de la Madrid ni quien se acuerde. Vicente Fox a nadie le cae ya en gracia. Y menos tras tanta Marta, tantos hijastros bribones y tanta metida de pata.
No olvidar que Zedillo resultó candidato y presidente a raíz de un baño de sangre en las filas de su propio partido, el PRI, con los asesinatos del candidato presidencial y el dirigente nacional. De aquella macbethiada tricolor quedan sólo rescoldos. Los asesinos fueron “solitarios” o pagados por el tendero de la esquina, y sobre el muerto las coronas.
¿Cómo le hace para seguir flotando el ex presidente que se bautizó con una catástrofe financiera y una traición: el “error de diciembre” en 1994, y la invasión militar a los pueblos indígenas zapatistas dos meses después, que garantizaría la duración de la guerra por todos los medios en vez de la negociación comprometida? Todavía en 1996 se aventó el puntadón de no reconocer la firma de su gobierno estampada en los Acuerdos de San Andrés. Es que, ¿saben?, el secretario de Gobernación estaba bien gis en ese momento. Sorry. (Pero bien que le sirvió de fusible tras la masacre de Acteal).
Con tal expediente en su favor, Zedillo pertenece al selecto grupo de potentados globales que, en medio del actual colapso financiero y laboral del que son corresponsables, siguen sacando una buena rebanada, no pierden su empleo ni sus prestaciones y nos lo presumen en la cara.
miércoles, enero 28, 2009
Bajo un dulce cielo de rabia azul metálica
No sé cuántos de los presentes sepan quién fue Luis Cardoza y Aragón, o hayan tenido el privilegio de leerlo. Dicho lo más brevemente posible, es el poeta más grande de Guatemala, y uno de los poetas mayores del siglo XX en nuestra lengua.
Guatemalteco y mexicano a la vez, y ambos intensamente. Una combinación peculiar y menos común de lo que pudiera pensarse. Guatemala, país doliente, luchador, maya y a mucha honra, queda bastante cerca de aquí, pocos kilómetros al sureste de las montañas de Chiapas. Parece lejos, pero es aquí mismo.
Nacido en Antigua, al pie del Volcán de Agua, vivió la mayor parte de su larga vida en nuestro país. Primero como periodista y editor cultural comprometido con el cardenismo de los años treinta, junto al joven Fernando Benítez en el entonces joven y progresista diario El Nacional. Cuando en Guatemala ocurrió una revolución en 1948, cruzó la frontera hacia su tierra (eso lo relata en Guatemala: las líneas de su mano, uno de sus libros cardinales), y durante los únicos ocho años de democracia popular que ha tenido esa nación, la representó en la Unión Soviética, Noruega y Suecia.
En 1954, el gobierno de Estados Unidos (directamente la CIA) “montó” un golpe militar para defender a la transnacional United Fruit Company de la reforma agraria emprendida por la llamada Revolución de Octubre, y Cardoza se exiló en México, donde moriría cuatro décadas después sin haber regresado nunca más a Guatemala.
Desde aquí, fue líder moral de la disidencia guatemalteca, que bajo la dictadura derivó en una guerra revolucionaria de treinta años, sangrienta, dolorosa, llena de errores y heroísmo, y también de sueños que hoy, tras la paz insatisfactoria y las traiciones, siguen vivos.
Aunque siempre les resultó incómodos a los comunistas (hasta quisieron liquidarlo por “trotskista”, según recuerda su amigo Pablo González Casanova), Octavio Paz, quien lo envidiaba a su pesar y profundamente, lo acusaba de “estalinista”. Bueno, fue embajador de un gobierno democrático ante el de Stalin, pero nunca trabajó para los marchantes de Televisa a cambio de “reconocimiento”.
Como Pablo Neruda o Miguel Hernández, es uno de los nuestros. Y al menos no le escribió odas al dictador y “padrecito”. En ocasiones quizás Cardoza se equivocó, quién que es no se equivoca, pero murió en la raya, íntegro a los noventa años y siendo, él mismo, un revolucionario. No fue ajeno, ciertamente, a las otras revoluciones centroamericanas en El Salvador y sobre todo Nicaragua. Nunca fue ajeno a nada que fuera importante para los pueblos de nuestros países.
Momento, dirán ustedes. ¿A qué viene todo eso de un poeta barroco, surrealista y ya muerto, en un festival de digna rabia en el siglo XXI? La verdad, no sé. Tal vez porque se describía a sí mismo “a la deriva en un país verde de pequeños hombres de lava oscura, más oscura contra aquel verde de variadas voces, sol rechinante y espeso y dulce cielo de rabia azul metálica”.
Tal vez porque esa tierra verde es la misma que ésta de Chiapas, donde los hombres de maíz y el color de la tierra son hermanos de los mayas color de lava y rodeados de volcanes. “Un pueblo pedernal y una tierra demasiado tristes, demasiado transidos de congoja y de color, sobre los cuales se unta la serpiente emplumada” (Dibujos de ciego, 1969).
O tal vez porque Cardoza es de esos intelectuales que ya no hay. Con genio solar y cosmopolita, fue el máximo crítico de pintura en nuestra lengua (lo que hoy es John Berger en la suya), para otro motivo de envidia de Octavio Paz.
Hizo periodismo cultural toda su vida. Reunió en la sala de su casa en Coyoacán a los líderes de los grupos revolucionarios guatemaltecos que habían perdido la brújula. Fue el primero en dar asilo a una muchacha perseguida llamada Rigoberta Menchú. (De lo que ella haya hecho como figura mundial no podemos culpar a don Luis.) Medio en broma, llegó a ser considerado el “presidente honorario” de la Guatemala rebelde. Él que nunca quiso poder.
No lo tuvo. Ni lo necesitó.
En ese ejercicio inútil del “si hubiera”, muchos nos hemos preguntado qué hubieran dicho Julio Cortázar o Luis Cardoza de los zapatistas de Chiapas. Digo, además de sorprenderse de su inesperada existencia.
Cardoza y Aragón era profundamente mexicano. Más que muchos que nacieron aquí. Maestro e investigador en la unam, convivió con los intelectuales comprometidos de su tiempo y siempre supo ver y animar el arte revolucionario mexicano. Un maestro del ver (otra vez, como John Berger). Educado en su amistad con Pablo Picasso, Federico García Lorca y Antonin Artaud, entendió la revolución cubana sin que eso le impidiera jamás dialogar a fondo con la poesía de José Lezama Lima, el barroco latinoamericano mayor. Fue amigo de los “incorrectísimos”Contemporéaneos, como Villaurrutia.
Otra vez, ¿a qué viene todo esto?
Veamos el panorama actual de la intelectualidad y los artistas en México, extensible a casi cualquier parte del mundo capitalista y “socialista” (el neoliberalismo con fallido rostro humano de los Miterrand y Zapatero, tan funcional al capital imperialista y tan decepcionante siempre). Apagaditos y bien becados por herencia salinista, los intelectuales y artistas mexicanos guardan silencio en un país que hierve y grita por transformaciones, se autohomenajean millonariamente, se reparten elogios y coleccionan premios.
Algunos, más “políticos” y “mediáticos”, bien pagados, sirven de “valientes” espadachines del poder, y sobre todo de la ideología capitalista. Endosan la represión, apóstoles que son de la “seguridad” y el miedo.
Odian y temen al pobrerío: estudiantes de las escuelas públicas, maestros ídem, campesinos tan “impresentables” como los “macheteros” de Atenco, indígenas de donde sea. En sintonía con los noticieros televisivos, pueden dedicar con aplicado esfuerzo sus revistas y simposios a insultar a Hugo Chávez, Fidel Castro y hasta Andrés Manuel López Obrador, sin recordar siquiera que hay gente mucho peor como Bush, Cheney, Uribe o Calderón, o los padrinos y madrinas priístas y panistas que hacen todo por pudrir nuestro país. No los desvelan el capitalismo voraz que aniquila el planeta, ni las guerras infames como las de Medio Oriente: Palestina, Irak, Afganistán.
Se dirá, y con razón: tenemos otros intelectuales, otros artistas, que no se venden al dinero, la “fama” y el roce con el poder. Algunos de ellos están hoy aquí. Pero son pocos, con todo respeto y lamentablemente. Necesitamos más.
Y como el rock también es cultura, hay roqueros chidos, del lado del pueblo y todo eso. Pero el roquito actual en México es en su mayoría un desperdicio, un vacío que vende bien, una güeva.
La onda es quedar bien. Rifar para los galardones, los homenajes nacionales, la venta millonaria de canciones sin originalidad, vil bubble-gum. Hacer arte plástico para epatar al burgués y abrirse paso a la colección Jumex o las arcas de Carlos Slim. Tener ojos para sí mismos, no para lo que sucede a su alrededor. A fin de cuentas, no tienen nada qué decir.
Pero en tiempos de cambio y definiciones inevitables es particularmente grave y hasta criminal que se pongan al servicio, o al menos a la sombra, de ese poder.
Las décadas de la revolución zapatista son también las del despertar impredicho del México profundo. Esa intelectualidad “dominante” no se ha enterado de que los pueblos indígenas conquistaron ya muchas cosas, entre otras el derecho a ser poetas, pintores, académicos, comandantes de la liberación nacional, ingenieros, médicos, abogados, historiadores, camarógrafos de cine, reporteros radiales.
Los hombres de lava, del color de la tierra, han vuelto a ser sabios y libres. Allí hay algo que apenas comienza. Y no sólo en México y Guatemala. También Bolivia, Ecuador, Chile, Perú, Colombia.
Julio Cortázar, Luis Cardoza y Aragón o Guillermo Bonfil estarían aplaudiendo. Hablándonos. En el mundo tenemos por fortuna a los Eduardo Galeano, Juan Gelman, José Saramago, Arundathi Roy, Nadine Gordimer, Howard Zinn. Pero requerimos de más. Y sobre todo, deben dejar de importarnos e importunarnos los intelectuales y artistas “dominantes”, inútiles globos inflados que acaparan los medios y las ediciones. Éstos, en su arrogante suficiencia, nos regalan consejos de “cómo debería ser la izquierda”, y nos recitan paternalista e hipócritamente recetas para ser “modernos”, “civilizados” y “democráticos”. Qué saben ellos de democracia.
Tienen un retrato hablado de la izquierda “deseable”, que será dócil al capitalismo, “realista” y gourmet. Su retrato no incluye al pueblo (esa “abstracción”), ni a los indios, ni a los jóvenes con el talón en el asfalto, ni a los campesinos que han decidido salvar las semillas y recuperar los ríos y la tierra, ni a las madres dignas de presos y desaparecidos.
En hora de inminentes cambios, no necesariamente buenos, y no pocas intifadas, la cultura viva está en otra parte. Allí donde se está creando una vida nueva, bajo el americano y dulce cielo de rabia azul metálica.
lunes, septiembre 22, 2008
Un aventurero del gusto
Va por el mundo enamorando la comida y enamorándose de ella. Detective de los ingredientes, con avisado paladar casi melómano, a Carlos Mísperos, tan mexicano, se le aplican las expresiones francófonas del caso, aunque su modestia se niegue a aceptarlas: bon vivant, gourmet, chef y, avant la lettre, maestro en el joie de vivre.
Dirán ustedes que exagero. Pero es que no lo conocen. Aunque nació en Oaxaca, lo conocí en cualquier otra parte, en el transcurso de una de sus expediciones gastro-arquelógicas. Me percaté de que, una vez que vence la timidez y se embarca en la conversación, su cálida inteligencia no pasa desapercibida.
Entre más lo conozco, menos sé si posee una personalidad compleja o personalidades múltiples.
Es fascinante cómo un solo individuo puede ser tantos, y más cuando todos nos simpatizan. No doctor Jeykill y míster Hyde, ni bipolaridad clínica, ni cuadrofenia a la Who, pero sí un pequeño conglomerado de yos al que resulta imposible hablar de usted, aunque él mismo sea respetuoso y ceremonial. Como Pessoa, viene siendo el punto de reunión de una humanidad sólo suya.
“Cocinero autodidacta”, se define a sí mismo. Practica la gastro-arqueología y así ha explorado todo México, pero también algo de América Latina y la Europa mediterránea.
Resulta natural que entre sus diversos oficios ejerza la crítica culinaria. Que lo haga en un periódico de provincias, en una ciudad menos cosmopolita que él, es una más de sus contradicciones.
Y es que no he mencionado su otro talento: sabe escribir. Él lo niega, se considera aprendiz, y como tantos de nosotros, dilapida sus palabras en chambas por el pan de cada día. Amante calificado de la literatura, adereza ocasionalmente las reseñas de su paladar con citas de Cervantes, Fray Bernardino de Sahagún o Evelyn Waugh, pero ayuno de pedantería, nunca se las da de erudito. Eso no le impide ser exigente, implacable y sincero.
Su presencia en restaurantes, ferias gastronómicas y taquerías familiares es sistemáticamente clandestina. Los restauranteros nunca saben que en una de las mesas, un día cualquiera, acecha Carlos con su pluma, su cuaderno de apuntes y su paladar inquisitivo. Asegura no tener más de cuatro lectores. A saber, además de mí: su novia, su editor y una admiradora de 13 años. Supongo que tiene muchos más, pero no le importa, y hace bien.
Recuerdo cuánto se sintió aludido por la película Ratatouille, identificándose más con la rata proletaria que se vuelve artista de la cocina que con el crítico que pone a temblar a chefs y meseros. Pues repito, se las ingenia para pasar desapercibido. Ese “método”, dice, le da entera libertad. Y la libertad es una virtud profundamente suya.
Barrigoncito y sonriente, abriga ideas progresistas en un ámbito donde éstas escasean. Pero tampoco se confunde: el placer de comer y los rituales de la gesta culinaria no necesitan ideologías.
Como buena parte de los mexicanos, todavía Carlos considera que el origen de la comida y de todo amor a ella reside en el maíz. Allí nace y hasta ahí llega la magia terrenal de los sagrados alimentos.
Oaxaqueño como el que más, conoce unas 200 clases de mole, y si existiera un doctorado en chiles y salsas, él lo tendría.
Del chipotle, una de sus debilidades favoritas, ha escrito: “Tan sólo como salsa, es ya un engalanado traje de emperador azteca sobre cualquier desarropado platillo. Nada menos puede resultar nuestra más vigorosa y compleja aportación al universo del condimento. La sofisticada pimienta de nuestra tierra”. Ante unos chiles en nogada exclama: “¿Qué clase de pirámide bajo el agua es ésta? Luminoso y explosivo destello de genialidad coreográfica que hace danzar con tanta gracia a tan distintos elementos”. Y del modesto pico de gallo sostiene que “servido en molcajete nos reconforta el alma”.
Aunque no lo arredran los últimos gritos de la nouvelle couisine autóctona ni las exquisiteces de los grandes establecimientos, es bien populachero. Fondas, mercados y merenderos son lo más entrañable de su ruta culinaria. Hasta los tacos de esquina si le entra una corazonada o se muere de hambre.
Así, su amor a las gorditas lo lleva a sentenciar: “Son un mundo, ya está claro. El nuestro. El de todos los días. Así sea nomás porque nos gustan rellenas”.
lunes, septiembre 15, 2008
La invención del miedo
Resulta inquietante que Afganistán aparezca una y otra vez en los escenarios calculados para la conflagración “definitiva” entre el bien y el mal. En la ficción pura, con relativa frecuencia (por ejemplo, Iron Man). En la realidad (o ficción impura) creada por el poder de Washington, aparece permanentemente desde los años 80. Es el escenario del miedo.
Pero el logro del siglo lo constituye el éxito de los dueños del poder nuclear, los neoconservadores (neo-con) que se apoderaron de Washington al traer el miedo a casa (la de sus votantes, reclutas y consumidores de sus mentiras). Tomaron el gobierno para calentar el dedo sobre el botón rojo.
Desde la pasada guerra fría de Ronald Reagan vienen inventando cuentos (“fantasías” la mismísima CIA dixit una y otra vez, y mira quién habla), y tal vez ya se los creyeron. La banda que rodea a George W. Bush no es de iluminados, pero se comporta como si lo fueran. El documental El poder de las pesadillas. El ascenso de la política del miedo, de Adam Curtis (BBC, 2004) describe de manera muy didáctica tal “asalto” al poder estadunidense.
Se identifica usualmente a sus miembros como discípulos del extravagante filósofo ultra conservador Leo Strauss, y se les llama “neo straussianos”, al atribuirles una consistencia filosófica que no tienen ni pretenden tener. Los Rumsfeld, Wolfowitz, Chenney, Pearle, Ashcroft, Ridge o Irving Kristol son ambiciosos, cínicos e impunes. Con engaños destruyen naciones enteras. Y son eficaces en su renovación de generacional (Karl Rove, William Kristol, Sarah Palin).
Su secreto capital no es la industria bélica en sí, ni el suministro energético, ni el mercado global bajo sus patrones de consumo. La industria básica es el miedo, que los transforma en “valientes” defensores de su país. “Déjate cuidar, yo te quito a los terroristas (antes comunistas) del camino”.
Con la franquicia “Al Qaeda” construyeron una fantasía sensacional. De un grupo casi inexistente montaron al Gran Satán, con “células durmientes” hasta en Disneylandia y cómplices en “50 o 60 países”. Inflaron a Osama Bin Laden. Y mordió el anzuelo. Sabían con quién trataban; él y sus jihadistas o freeedom fighters despegaron de la mano de ellos, los estadunidenses que antes los contrataron para fastidiar soviéticos. En Afganistán, dónde más.
Con el tiempo, e indigestos del Corán, los jihadistas se fueron clavando en depurar la “inmoralidad” del mundo. Y concluyeron, en espejo, que el Gran Satán es Estados Unidos (y su impacto en los propios países islámicos, “podridos” por la influencia occidental). Una vez conseguido el odio jurado de los jihadistas, el poder de Washington procedió a instaurar una guerra sin fin contra quién sabe quién, allá lejos, en los desiertos de Irak y las montañas de Afganistán, desde que el 11 de septiembre de 2001 se sacó la lotería.
Impermeables a todo, y alcanzados como todos nosotros por evidencias terrestres irrefutables, como el calentamiento global (esa cadena de colapsos ambientales que ellos interpretan como “la mano de Dios”), los neo-con tienen una corta visión del futuro. Mientras haya profit de por medio, vale la pena llevar la mierda hasta la virginidad de Alaska. La gente que les cree supone que estos neo-con les cuidan el futuro, aunque bombardeen inaccesibles montañas en Tora Bora (hasta el nombre es peliculesco). También bailes pueblerinos en Afganistán, Pakistán o Irak, pero eso no lo televisan. Y esporádicos los enfrentamientos directos con la resistencia iraquí o talibán.
Con calculada eficacia, los neo-con se aseguraron de armar adecuadamente al Satán en turbante. Para que tuviera parque. Si no, ¿cómo escalar la fabricación de armas, la militarización extensiva, la bonanza de Lockhead Martin?
Pero los pueblos que habitan los desiertos del “mal” no cuentan ni a la hora de levantar sus cuerpos. Nadie les pide su opinión. Tanto Washington como los jihadistas los reducen a “daño colateral” o población a ganar (mentes y corazones). Aunque al menos el imperio parece poco interesado en ganar afganos; en Vietnam y Guatemala lucía más entusiasta.
De momento el blanco está en Teherán, y el Cáucaso revienta. Pero en la temible ficción de Washington, Afganistán es la última reserva del miedo.
lunes, septiembre 08, 2008
Apocalipsis a cada rato
“También el futuro tiene sus ruinas”.
Rodolfo Walsh: Un kilo de oro
Como si cualquier cosa, el fin del mundo está de moda. Lleva rato. Como si la fase aguda del “mal del milenio” (desatado alrededor del año 2000) se hubiera vuelto crónica y permanente, aún si existe una cierta ligereza en el pavor reiterado por las redituables fantasías cinematográficas y su pálido reflejo en las noticias diarias, que de suyo son graves y, para millares de personas, terminales.
Sin embargo, de modo inédito en la historia de la conciencia humana, ya no sólo la gente peligra. Hoy nos preocupan los pingüinos, los arroyos, las abejas, el maíz, las partículas del aire. Más allá de si el fin del mundo está en boga, es evidente que el mundo se acaba constantemente en los glaciares árticos, Darfur, Osetia, Bagdad, el Amazonas, las playas de Baja California y en determinadas neuronas de los jóvenes actuales que transfieren su memoria (“pesada” en gigas) a volátiles recipientes externos.
Si elaboráramos una lista, de seguro nos sorprendería la cantidad de personas, instituciones y empresas que hacen del fin del mundo un jugoso y paradójico modus vivendi. El fin del mundo vende. ¿Y quienes son los ganones? Bueno, algunos señores. Basta traer a mientes el rostro del señor Dick Chenney, su mirada astuta, la forma siniestra de su mandíbula inferior y cómo aprieta los dientes, como sonriendo. Rey del miedo, es el agente exterminador de varios mundos en nombre de la supremacía angloamericana y el petróleo; en todo caso, es uno de los más identificables.
Con fines opuestos, también la buena fe, la premonición profiláctica y la imaginación exorcizante recurren al fin del mundo como tema e instrumento. Del resto se encargan los huracanes, las sequías, los deshielos, las limpiezas étnicas, las pestes y las compañías mineras, petroleras, carreteras, inmobiliarias, hoteleras, militares.
Hay gobiernos que juegan con el fin del mundo (de los otros) y alardean alegremente con que pueden. Unos, por encargo directo de algún dios. Otros, en obediencia a las supremas leyes del mercado.
Puede decirse que el fin del mundo ha ocurrido siempre. Tampoco hay que alarmarse, nos sugiere Lewis Lapham con su entretenida pero desigual antología The End Of The World (Thomas Dunne-St. Martin Press, 1999), donde recoge textos que datan de hace tres milenios, pasajes de Gilgamesh, la guerra de Troya, la destrucción de Pompeya, la conquista española de América, el terremoto de San Francisco y la bomba de Hiroshima. Y llega a la venturosa (y desventurada) caída del muro de Berlín.
Debemos admitir que no toda la carga del asunto es negativa. Actualmente se multiplica la convicción de que nuestro mundo apesta, hay que hacer uno nuevo: otro mundo es posible, uno donde quepan muchos mundos. Detener el fin del mundo acabando con el mundo tal como está, pues la verdadera amenaza está en el rumbo que han tomado por nosotros los dueños de la humanidad; ilegítimos si se quiere, pero ineluidibles.
Para las religiones mayoritarias, sin excepción, el fin del mundo es su mero mole. Y no dejan de fundarse nuevas religiones apocalípticas. Como no pagan impuestos. Pero los dioses no cambian desde hace siglos. Son los mismos. Lucen agotados y vacíos, pero se les mete sangre y gasolina para mantenerlos funcionando. Si la gente agarrara la onda y dejara de distraerse con esas creencias edificantes, al menos en este punto, la religión dejaría de pujar oportunistamente por la resignación ante el “fin del mundo” para amarrar sus intenciones salvíficas.
Como también descubrieron en décadas recientes los halcones neoconservadores de Washington y los capitanes de industria, el poder lo tienen quienes sean dueños del fin del mundo. Por tanto, no queda de otra sino quitárselos para poder decir, como la trompeta de Miles Davis, I love tomorrow.
lunes, agosto 25, 2008
La suave interrupción
La hora es imprecisa y el lugar también. Pasa de medianoche, eso sí, y el restorancito permanece abierto. A través de los ventanales se distinguen luces, clientes, una mesera y un encargado de barra. La calle, una pequeña avenida del Centro, enmarca en su penumbra la vitrina del establecimiento como a una joya en el corazón de la noche.
En la esquina donde los vidrios hacen ángulo de 90 grados, Clara ocupa una mesa amplia. Hace frío y la calefacción está descompuesta, así que no se quitó el abrigo negro, sólo la bufanda. Una taza de café, un pay de limón a medias. Su bolsa hecha bolas a un lado. Un cuaderno y dos libros apilados. Uno tercero abierto bajo sus ojos, absorta en él. Colillas en el cenicero y un cigarro encendido que toma sin mirar, se lo lleva a la boca, inhala y exhala rápidamente. A falta de calefacción le permiten fumar. A estas horas no llegará ningún inspector del departamento de Sanidad.
Seria. Qué seria puede ser. Un gesto obstinado, casi duro. Entra al restorán una mujer furtiva, camina directamente a la mesa de Clara, que la ve venir con el rabo del ojo sin darse por enterada. La mujer, tan joven como Clara, aunque con huellas más profundas en el rostro, toma asiento y dice:
–¿Te importa si me siento un momento?
–Sí –responde Clara, con una sonrisa de lado, irritada ante lo obvio de la intromisión.
–¿Estás estudiando? –añade la mujer.
–No. Sí.
–¿Te molesta si pido un café? Nada más uno, y me voy, no te importuno más. ¿Por qué no estás en tu casa?
Clara no tiene tiempo de responder. La mujer llama a la mesera, que acude, inexpresiva, impaciente, mascando chicle, mira a Clara en busca de aprobación, y escucha a la mujer ordenar un café. Y un pan de pulque.
Clara sonríe abiertamente, con ironía. Adivina que la orden corre por su cuenta. La mujer se arranca inopinadamente con una historia de hombres violentos, ella de pendeja siguiendo a uno. Dos niños. Aquí están, afuerita, dormidos. Son tranquilos. Cenaron un poco. Cuando menos.
Clara está en uno de los raros ratos de reposo en la semana. Trabaja la mayor parte del día y su casa está toda tirada, nunca tiene tiempo. Y ahora hay gente. Quería estar sola. La mujer le cae simpática, por descarada. Devora el pan de pulque. ¿Ejerció la prostitución o la ejerce? No es fea, pero el maquillaje no le ayuda. Clara, con su cara limpia siempre, tiene algo de niña. De buena gana hace a un lado su lectura y escucha:
–Qué tranquila te ves, mi amor. Haces bien en prepararte, no cometas pendejadas como yo. Sigue así, te lo recomiendo.
Clara decide no hacer preguntas. Se la pasa haciéndolas, para eso le pagan. La mujer se queja de “la gente metiche” que le quiere quitar a sus hijos para meterlos en una casa-hogar. Asegura que ella puede con ellos, que van a salir mejores de lo que salió ella. “Digo yo, de algo ha de servir tanta experiencia”, bromea. Apura su café.
–Sigue así, te lo recomiendo. Y gracias por el refrigerio, cuídate. Eres un ángel, mi vida.
La mujer se incorpora, extiende la mano a Clara, que sonríe al fin esa que es la sonrisa más bonita del mundo y se la obsequia a la atribulada mujer, que de pronto le parece más bien una gitana, sobre todo cuando se ofrece para leerle la mano. No acepta, pero se muestra a su vez agradecida. La mujer, que no tiene pelos en la lengua y habla en voz alta todo el tiempo le dice:
–Qué bonito te ríes. Seguro ya te lo han advertido. Dichoso el hombre que te quiera.
Clara no responde. Se sonroja levemente. Renueva su sonrisa y el establecimiento, alumbrado de por sí, recibe más luz. Todos lo notan, menos ella que regresa a su libro en otro mundo de este mismo. Últimamente piensa en su difunto abuelo. Lo quiso mucho. Un hombre dispuesto a ayudar a la gente. Se dedicaba a resolver trámites, conseguir becas y seguro social para los vecinos, gestiones con la policía, cosas así. Hacía el paro. Clara quiere ser como él. De hecho lo es, pero ella cree que no lo suficiente.
Ya afuera, la mujer golpea el vidrio y le muestra a sus hijos dormidos, que carga con naturalidad. Besa el vidrio. Clara extiende la mano y toca el lugar de esos labios. “Al fin un ser vivo en esta ciudad”, piensa.
miércoles, agosto 20, 2008
¿Bajo el imperio de la nota roja?
La saturación del número anestesia la sensibilidad social, sean montos monetarios, secuestros, ejecuciones, migrantes vivos o muertos en el desierto o por crímenes de odio en Estados Unidos. Sumas, restas, doctas opiniones de intelectuales fantoches de la radio masiva y las televisoras para explicar la galopante inflación de cadáveres.
Resulta sospechosa la ineptitud del gobierno calderonista para detener la inundación del narco y sus derivaciones, que alcanzan a la política, la religión, la banca, los medios, y no sólo a cuerpos policiacos y Fuerzas Armadas. Ello, no obstante que el Estado “declaró la guerra al crimen organizado” y sus publicistas y funcionarios sacan cuentas alegres para convencernos de que “van ganando”.
Ese cochinero (ése sí es cochinero) sirve de cortina de humo para otra guerra, encubierta y mejor controlada, contra los pueblos indios de la República. Nunca se insistirá suficiente en señalar que avanza, de la mano con el Banco Mundial y/o el Fondo Monetario Internacional, y el Pentágono. Los primeros promueven ayuda y asesoría “racional” para “combatir” (o funcionalizar) la pobreza. El segundo impulsa, con las policías de Bush, el Plan Mérida (o México), mientras afila las uñas.
Si alguien “colombianiza” el país es el gobierno. En particular el Ejecutivo, pero también los otros dos poderes. En medio de decapitados, encostalados, encajuelados, acribillados por el parabrisas y con el cinturón de seguridad todavía puesto, se implanta otra violencia de la que poco se informa mientras se manipulan expedientes, exhumaciones y autopsias. Las nahuas de Veracruz, la criminalidad desbocada de Ulises Ruiz y sus secuaces en Oaxaca, el tozudo cinismo de Zeferino Torreblanca para justificar la represión política y social en Guerrero.
Muertes aparte, están las desapariciones en Oaxaca de Daniela Ortiz Ramírez, Virginia Ortiz Ramírez, Lauro Juárez, Sergio Bautista Miguel y Alberto Santiago Velásquez, además de los eperristas Edmundo Reyes Amaya y Gabriel Alberto Cruz Sánchez, que se esfumaron por un arte de magia con fecha de caducidad.
Y por supuesto, la guerra militar y económica contra las comunidades zapatistas de Chiapas. Pero detengámonos en los crímenes políticos más recientes, minimizados o ignorados por los medios de comunicación.
La Unión de Pueblos y Comunidades Indígenas de Yautepec, Oaxaca, Tequio Jurídico y Transparencia para El Desarrollo Local informaron que el 5 de agosto, efectivos del Ejército federal asesinaron a dos campesinos de la comunidad zapoteca Santiago Lachivía, municipio San Carlos Yautepec: “Siendo las doce del día, aproximadamente 120 ciudadanos de Santiago Lachivía limpiaban su milpa en diversos puntos de la parcela comunal en el paraje Tanilovia cuando fueron rodeados y sorprendidos por elementos del Ejercito, quienes dispararon al aire diciendo: ‘alto no se muevan, somos del Ejercito mexicano’.
Los campesinos que trabajaban lejos del lugar se alarmaron y corrieron para protegerse.
Los militares, al percatarse, dispararon hacia ellos, hiriendo de muerte al agente municipal Cecilio Vásquez Miguel y al comunero Venancio Olivera Ávila.
Lesionaron de gravedad a Aurelio Ortega Pacheco.
“Los comuneros que se quedaron en el lugar reconocieron que efectivamente eran elementos del Ejército uniformados de ‘pinto’; uno llevaba pistola en la cintura, un arma corta en la mano y una etiqueta roja en el hombro. Los demás portaban armas marcadas con número de color blanco. Evaristo Belleza Ávila, presidente del Comisariado de Bienes Comunales afirmó que les revisaron morrales, redes y pertenencias buscando armas de fuego, sin conseguir nada, y que al cerciorarse los militares de la muerte de los indígenas, abandonaron el lugar con rumbo a Miahuatlán de Porfirio Díaz.
“A raíz de los hechos de sangre cometido por elementos del Ejército se incrementó la presencia militar en la región, estableciéndose un retén militar en el paraje El Borracho, territorio comunal de Santiago Lachivía muy cerca de la población, ocasionando un clima de tensión, actos de intimidación y hostigamiento”. Otro retén militar se ubicó a un kilómetro y medio, sobre la carretera a San Baltazar Chivaguela.
Apenas tres días antes, las autoridades agrarias, comunales y tradicionales nahuas de Santa María Ostula, municipio de Aquila, Michoacán, denunciaron de manera conjunta: “El 26 de julio fue asesinado el profesor Diego Ramírez Domínguez, comunero y coordinador de la comisión especial que la asamblea general de comuneros nombró en abril para la defensa y recuperación de la totalidad de las tierras que nuestra comunidad tiene en litigio desde hace 40 años con acaudalados rancheros mestizos de La Placita. Como una señal ominosa, su cuerpo apareció en la playa Las Peñas, parte de las más de mil hectáreas que nuestra comunidad reclama”.
Las comunidades nahuas Santa María de Ostula, San Pedro El Coire y Pómaro, “con un territorio continuo superior a las 200 mil hectáreas, son propietarias y poseedoras ancestrales de la mayor parte de las tierras que en Michoacán lindan con el océano Pacífico, y sus montes, enclavados en la Sierra del Sur hasta Guerrero y Oaxaca, contienen reservas de minerales codiciados por empresas nacionales y extranjeras”.
Ostula ha resistido exitosamente la imposición de proyectos gubernamentales como el Procecom, la certificación de plantas y saberes tradicionales, y la incorporación de sus aguas y zonas costeras al régimen federal de concesiones. Ha frenado a la transnacional Hylsa/Ternium, establecida en la comunidad de Aquila, y a otras mineras. La comunidad participa en la Otra Campaña y pertenece al Congreso Nacional Indígena. El Tribunal Unitario Agrario en Colima y el Tribunal Superior Agrario sentenciaron a favor de los rancheros de La Placita, desconociendo “los derechos históricos y legalmente confirmados” de la comunidad.
A estos asesinatos se suma el sospechoso accidente carretero del antropólogo Miguel Ángel Gutiérrez Ávila, investigador de la Universidad Autónoma de Guerrero, quien durante 20 años trabajó para los pueblos amuzgos. Colaboraba con el ejido de Xochistlahuaca, fue impulsor de W’aa Libro (biblioteca comunitaria) y colaborador de Radio Ñomndaa, La Palabra del Agua.
El colectivo en Rebeldía Suljaa’ reporta: “Miguel visitó Suljaa’ y Cozoyoapan del 23 a 25 de julio, en donde estuvo filmando la Danza del Tigre y documentó la última agresión contra Radio Ñomndaa. Al término de su trabajo, salió rumbo a Chilpancingo y el 26 supimos de su fallecimiento”. Su cuerpo yacía a un lado del vehículo.
La cuenta ¿ha de seguir?
sábado, abril 26, 2008
Los nuevos Santa Anna vs. los mexicanos verdaderos
Que de uno u otro modo la soberanía de México domine en los noticieros, las primeras planas y sobre todo en la conciencia colectiva es mala señal, pero también es buena. La mala noticia es que la soberanía se encuentra en serio peligro, que el país cayó en manos del cojo Antonio López de Santa Anna, el inolvidable “Quinceuñas” en su reencarnación panista (con muchos genes del pri). Su fórmula es simple, y si suena caricaturesca, lo es: la riqueza de nuestro territorio que no se explote hasta exprimirla, se traspasa a quien la pague en mejor divisa.
La buena noticia es que todavía existe el pueblo mexicano. Invisibilizado, ridiculizado, criminalizado, satanizado por las Aduanas de la Verdad en la propaganda oficial y la información electrónica masiva, conserva el hábito incurable de vivir aquí, en su tierra. De quererla, cuidarla, continuarla.
Y vaya que el poder hace esfuerzos para que los mexicanos se marchen. El mensaje oficial, explícito a partir del foxismo pero activo desde la firma del Tratado de Libre Comercio, es: emigren, vuélvanse tenderos (meseros, recamareros, maquileros), no siembren ya maíz (como propuso el presidente Felipe Calderón en Zinacantán a principios de mes), nosotros se los traemos (no dijo de dónde). El sistema los expulsa, a Estados Unidos de preferencia, y les aplaude cuando se van.
Será que México es un mosaico y hay gente para todo, el hecho es que millones de mexicanos, la vasta mayoría, prefiere cantar la Canción Mixteca en vez de vivirla. Y acá siguen.
Para los modernos Santa Anna, los mexicanos son el único verdadero problema. No lo son las leyes ni el recurso de la violencia institucional, que puede adquirir la forma de un ejército de ocupación en casi todo el territorio nacional, una inundación de policías a domicilio, una horda de motoconformadoras y perforadoras, o todo junto. Tampoco son problema los amarres internacionales, claramente definidos en la edad post-diplomática del Estado mexicano.
Nuestros Santa Anna superan al modelo decimonónico, ya ni siquiera hacen como que pelean para negociar con Bush o espejearse con el paramilitar Uribe. Se refocilan en el verde olivo y el brillo de las armas para “meter goles” a sus oponentes. No suelen admitirlo, pero a ellos les meten más aún. Combaten dos cosas harto distintas: por un lado al crimen organizado, y por el otro al pueblo en todas sus manifestaciones de inconformidad vital.
El crimen organizado es gemelo del poder político, que lo “combate” jugando ping pong. Entre sí se entienden en el lenguaje universal de la corrupción y el negocio sin escrúpulos. En el actual desorden nacional, los gobernadores andan sueltos. Cuántos de ellos han sido descubiertos como rateros, pederastas, represores, asesinos, manipuladores de la justicia, y como sea representan a las instituciones en Oaxaca, Puebla, Jalisco, Guerrero, Estado de México. La educación, otro ejemplo, depende de una Condesa Drácula con presencia en tres o cuatro partidos políticos de esos que hay, dueña de un sindicato inmenso y una influencia desorbitada.
El pueblo, en cambio, ¿qué hacer con él? Rejego, querendón, solidario, y con un “ya basta” que le rebota en el pecho desde hace años. A los Santa Anna les gustan los eufemismos, y para sus verdaderas guerras usa otros nombres. Ocurre en Chiapas.
Y también, escandalosamente, en Guerrero, donde la militarización de estos días, con el pretexto de combatir el narcotráfico no ha disuelto ni un solo grupo criminal ni afectado realmente sus intereses, pero bien que intenta desaparecer las estructuras auténticas, como la Policía Comunitaria (CRAC) de la Montaña, a cuyos comandantes y consejeros quiere encarcelar. Persigue a los pueblos mepha’, nahua, mixteco, amuzgo. Sus dirigentes son asesinados. Las comunidades constantemente ocupadas y cateadas por tropas y policías.
El pueblo mexicano, tan ancho y variado, ejemplar en cualquier parte cuando de defender lo nuestro se trata, tiene entre sus privilegios el contar con los pueblos indígenas, los últimos y más pequeños, los que más padecen y menos se rinden en ambos lados de la frontera. Son guardianes de la tierra, las aguas, las semillas, las culturas auténticas y la dignidad.
martes, noviembre 20, 2007
Magdalena García Durán: la justicia secuestrada por las mafias
El gobernador mexiquense Enrique Peña Nieto, temprano aspirante a la presidencia de la República, enseñó de qué está hecho. No sus millonarias campañas de autopromoción, ni su nexo con peligrosas mafias en la política y la economía. Su mejor retrato es la “decisión de Estado” de escarmentar a doña Magdalena, y enviar un amenazador mensaje al pueblo mazahua: “fuera de mi control, nadie se mueve”. Claro, por encima de aquella acción particular, el mandatario priísta quiso castigar al pueblo de San Salvador Atenco y a quienes se atrevieron a apoyarlo en mayo de 2006.
En confabulación con los gobiernos federales de Vicente Fox y Felipe Calderón, el gobernador de marras y el sistema judicial del Estado de México en su conjunto hicieron golpear y amenazar de muerte a Magdalena; tras vejarla, la procesaron con un desaseado uso de la ley y el orden para “castigarla” sin existir delito alguno, y por sus pistolas le robaron 18 meses de su libertad. De poco sirvió que el mundo entero los viera y supiera. A estos políticos del poder ni esos ojos, ni los mexicanos en particular, les importamos.
Los policías que la patearon y humillaron sin motivo siguen impunes. Como los fiscales y jueces que primero ofendieron la verdad, y luego los amparos y demostraciones de inocencia que se levantaron en defensa de la comerciante originaria de Patria Nueva. En términos judiciales, Magdalena debió salir en noviembre del año pasado. Pero la consigna era castigarla. Así de proporcionalmente absurdos son los procesos que siguen más de cien personas, y las penas de cárcel a los dirigentes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, literalmente secuestrados en un penal para criminales de altísima peligrosidad (y para algunos otros reos políticos similarmente despreciables para los mandones).
Las penas de más de 60 años contra Ignacio del Valle y sus compañeros resultarían risibles de no ser trágicas. Y el fiscal mexiquense todavía quiere más. Cuando vemos las penas impuestas a asesinos seriales, secuestradores, capos del narco y defraudadores de la Nación, con frecuencia no llegan ni a la mitad. En México, son reos de cadena perpetua los luchadores sociales que no se dejan aplastar. Los medios impresos y electrónicos no pestañean para difamar a estos ciudadanos ejemplares y generosos con selectividad cómplice. Y de clase.
Indios, campesinos, estudiantes, guerrilleros con causa. Todos gente pobre, de abajo, que defienden su terruño y así defienden nuestra Nación. Ellos son el “enemigo” que justifica la excepción: represiones brutales, persecución en su vida privada, encarcelamientos sin fundamento, desaparición. Lo estamos viendo hoy mismo en Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Yucatán, Michoacán, San Luis Potosí, Tabasco, Sonora. La neo “celebración” de la masacre de Acteal por parte de la intectualidad burguesa (disculpe el lector lo arcaico del término, pero no hay otro) respira el mismo aire de aplastamiento y arrogancia.
Plumas hay que se burlan con regocijo escatológico de “la viejita de Zongolica” o los “tzotziles alborotados y primitivos” de Chenalhó. Son incapaces de sentir esas muertes; no las conocen, ni comprenden, ni respetan. Al contrario: las desprecian. Y llegan más lejos. Con tal de quitar la responsabilidad de las instituciones en sus muertes y las condiciones que condujeron a ellas, culpan a los pueblos de donde son estas personas, y a las propias víctimas. Ellos, y nadie más, labraron su desgracia, nos quieren decir.
Los sectores encumbrados de la intelectualidad mexicana actúan como partícipes de una guerra de baja intensidad que no quieren ver. Pertenecen a las mismas mafias del poder. De su teta se atascan, en sus aventuras se embarcan. El pueblo mexicano no merece esas élites, como no merece a los gobernantes y los criminales que tienen al país agarrado por la garganta. Tienen miedo. Lo seguirán teniendo.