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jueves, marzo 26, 2009

Crisis del capitalismo

La evidencia empírica de estos últimos doscientos años de historia muestra, según Dani Rodrik, que “el capitalismo tiene una capacidad casi ilimitada de reinventarse”

Por Ricardo E. Gerardi

Mucho de lo que se viene escribiendo sobre la actual crisis del sistema capitalista se ha concentrado en tratar de precisar el diagnóstico –en especial sobre su grado de profundidad– y sobre las medidas a tomar para salir lo más rápidamente posible de ella. Si bien existe un número reducido de intelectuales que plantean un cuestionamiento a la “esencia” misma del sistema capitalista, la mayoría parece inclinarse acerca de cuáles serían las reglas de intervención adecuadas, los mecanismos de control, la relación mercado-instituciones-Estado y nación-globalización en el nuevo escenario.

Respecto de cuáles serían las razones por las cuales estaría predominando esta última postura, se debería a la evidencia empírica de estos últimos doscientos años de historia, en los que –según Dani Rodrik– “el capitalismo tiene una capacidad casi ilimitada de reinventarse. Su maleabilidad le permitió superar crisis periódicas durante siglos y sobrevivir a las impugnaciones, de Marx en adelante. La real cuestión no es si el capitalismo puede sobrevivir –puede–, sino si los líderes mundiales serán capaces de llevarlo hacia su próxima fase mientras se sale del actual aprieto. El capitalismo no tiene rival para desencadenar las energías económicas colectivas de las sociedades. Es por eso que todas las sociedades prósperas son capitalistas en el sentido amplio: están estructuradas en torno de la propiedad privada y dejan que el mercado juegue un rol importante asignando recursos y determinando compensaciones económicas”.

Partiendo de la base de que el capitalismo “puede” sobrevivir, la pregunta que se podría hacer es “qué costo implica” y si “debería” sobrevivir (saliendo de un planteo de “naturalización” del fenómeno o de “capitalismo como fin de la historia”). Se sabe que es un sistema “descentralizado” que “desencadena energías” creativas, pero que también –como diría J. Schumpeter– destruye. Y destruye no sólo iniciativas, sino personas y el medio ambiente.

En cuanto a las alternativas, ¿por qué han tenido dificultades en expandirse y ser hegemónicas experiencias de economía solidaria y variedades de socialismo? Las posibles explicaciones son varias y complejas. En primer lugar, el proceso de individuación que hemos transitado los seres humanos viene de larga data (desde el Neolítico), comenzando con el pasaje de convertirnos de nómades a sedentarios (marcando “el territorio” y emergiendo la propiedad). Paralelamente se va pasando gradualmente de pequeños grupos (y la aparición de la familia y de las pequeñas comunidades) a grandes grupos humanos. Este camino ha traído muchos beneficios, pero también grandes dificultades para vincularnos unos con otros. Las “soluciones” fueron principalmente la división del trabajo (por lo tanto delegar y complementarnos) y la “creación de la ley” o las instituciones (y la aparición del Estado).

En segundo lugar, existe un error en el enfoque marxista de la relación entre conciencia y existencia. El error consiste en partir de un abordaje “polar” donde necesariamente hay un elemento que “en última instancia” es el que prevalece o “determina” (las condiciones materiales o el tipo de trabajo) sobre otro (la conciencia). Se descarta la idea de complejidad y se reduce –en definitiva– a una sola explicación del fenómeno. En el caso que nos ocupa, Marx (aunque existen controversias sobre el alcance de lo que se va a mencionar) considera el movimiento social como un encadenamiento natural de fenómenos históricos, encadenamiento a leyes que no sólo son independientes de la voluntad, la conciencia y los designios del hombre, sino que, por el contrario, determinan su voluntad, conciencia y designios. Esto está vinculado con las nociones de estructura y superestructura planteadas en Contribución a la Crítica de la Economía Política, donde “el conjunto de las relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política, y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia”.

¿Qué pasaría si se sacara lo que determina como “última instancia” y se dijera que tiene que haber una coherencia entre la conciencia y la existencia, y se señalara que son “dos caras de la misma moneda”? ¿Qué pasaría si cambiáramos la palabra “determinación” por “condicionamiento”, dejándonos la esperanza de que tenemos algunos grados de libertad? Si se dieran respuestas positivas a lo anterior, también se deduciría que un trabajo (o praxis) de tipo solidario o socialista no garantiza –por sí solo– su viabilidad en el tiempo (en particular si se da por una vía coercitiva que lo “determina” o a través de una relación clientelar y por lo tanto “oportunista”). Esto se produciría si no se diera una conciencia generalizada –y en particular de los sujetos o actores principales– de “su” valor. Tampoco la situación contraria, es decir, que haya conciencia “abstracta” o de mero deseo, pero no haya práctica de esta conciencia (una posición meramente verborrágica, idealista o espiritualista sin una expresión o compromiso en un proceso y en un resultado concreto).

Esto nos introduce a un tercer elemento, que es el papel que juega “el deseo” en la conciencia y en la existencia humanas, como bien lo señala Christian Arnsperger en la Crítica de la Existencia Capitalista. La economía en el capitalismo como “sublimación” (que antes ocupaba la religión o la moral) y el deseo de completud a través de bienes materiales (que no tienen en cuenta el principio de “finitud” de la existencia humana, del “otro/s” y de las limitantes ambientales) le dan una enorme energía y dinamismo a este sistema, pero también las bases de la autodestrucción de la existencia humana (con un ser humano con un poder cada vez mayor) y la “falsa ilusión” de compensar la angustia existencial a través de bienes materiales.

Si bien existen otros componentes para el análisis, se podría decir que reformar al capitalismo no es la solución –aunque será mejor un capitalismo reformado a uno que no lo sea–, así como tampoco “el atajo de la revolución” –aunque son incomparablemente mejores las condiciones sociales de la mayoría de la población de Cuba hoy que en la variante de capitalismo liderada por Batista–. Entonces, ¿qué hacer?

¿Será posible encarar un proceso de profundo cambio cultural donde las reformas del capitalismo vayan más allá de introducir nuevas reglas y nuevas organizaciones y generen nuevas prácticas sociales de cuidado, de redistribución y justicia a gran escala y que posibiliten también la generación de nuevos vínculos a pequeña escala? ¿Será posible que las formas asociativas, solidarias y de responsabilidad social empresaria crezcan de abajo hacia arriba sin ser un mero maquillaje? ¿Será posible no ahogar experiencias como la cubana, que posibiliten un mayor protagonismo de las personas que componen las “llamadas masas” sin contar con líder y una organización política omnipresentes?

No parece fácil, en particular dado el grado promedio de conciencia actual de la humanidad, las escalas humanas, las concepciones y estructuras de poder existentes y una crisis que da lugar a una mayor conflictividad social, dolor por pobreza y desempleo, xenofobias y actitudes fascistoides. ¿Vale la pena luchar por ello? Creemos que sí, y que hay una importante tarea pedagógica y testimonial que realizar.

jueves, noviembre 20, 2008

¿Un mundo fuera de control?

DANIEL INNERARITY

La idea de un mundo interconectado, que nos ha servido como lugar común para designar la realidad de la globalización, implica, en principio, un mundo de responsabilidad limitada, cuando no difusa o abiertamente irresponsable, sobre el que no puede establecerse ningún control y del que nadie se hace cargo. La interconexión significa, por una parte, equilibrio y contención mutua, pero también alude al contagio, los efectos de cascada y la amplificación de los desastres, como es el caso de la reciente crisis financiera. El mundo interconectado es también ese "mundo desbocado" del que hablaba Giddens a la hora de calificar los aspectos menos gratos de la globalización.

No sabemos todavía detectar, gestionar y comunicar los riesgos globales

La globalización financiera es mucho más frágil que la comercial

En el caso concreto de la reciente crisis financiera la irresponsabilidad ha comenzado por la imprevisión. Han funcionado muy mal los sistemas de advertencia y prevención de riesgos. Las autoridades correspondientes han tenido una mala percepción de la gravedad de la crisis. Esta falta de anticipación revela no tanto un problema moral o político cuanto una grave deficiencia cognoscitiva, pues es difícil entender por qué no se sacan las conclusiones lógicas de una historia saturada de burbujas especulativas con consecuencias desastrosas. Tenemos muy reciente la crisis de la nueva economía y no hemos aprendido la lección: entonces se nos anunciaba una nueva era económica muy prometedora. Cuando domina la euforia financiera la hipótesis de una crisis parece lejana y por tanto incapaz de provocar las reacciones que aconsejaría la prudencia. La primera explicación antropológica de esta inadvertencia es que los profetas de las malas noticias no son nunca bienvenidos. Pero hay también una explicación ideológica y es que los defensores de la teoría de la eficiencia financiera llevan mucho tiempo diciendo que el mercado no se equivoca nunca y celebrando "la sabiduría de las masas" (Surowiecki). Y eso desincentiva la creación de instrumentos de regulación.

No sé si es una falta de memoria financiera, como ha dicho alguno, o una ceguera ante el desastre. En cualquier caso, está claro que prevenimos muy mal los desarrollos catastróficos y eso que no andamos faltos de cálculos matemáticos sofisticados. No disponíamos de una cartografía precisa de los riesgos que permitiera anticipar su encadenamiento irracional. Una parte de los riesgos había sido dispersada en el mercado, de manera que las instituciones financieras apenas podían medirlos y estimar su impacto futuro. Cuando el horizonte temporal se estrecha y sólo es tenido en cuenta el interés más inmediato es muy difícil evitar que las cosas evolucionen catastróficamente. Tanto desde el punto de vista informativo como de control, los mecanismos de autorregulación se han revelado como insuficien-tes. Lo que todo esto pone de manifiesto es que no sabemos todavía detectar, gestionar y comunicar los riesgos globales.

La crisis financiera es, en última instancia, una crisis de responsabilidad y el procedimiento que mejor lo ha representado ha sido la extensión de productos financieros como la titulización, que traducían la voluntad de desplazar los riesgos hacia el infinito, es decir, aceptar riesgos sin querer asumir las consecuencias. Se trataría de algo que podríamos denominar como "riesgos sin riesgos". La titulación ha actuado como un mecanismo global de irresponsabilización, que diseminaba y disimulaba a la vez los riesgos, haciendo opacos los mercados. Éste y otros productos financieros permitían evacuar o neutralizar los riesgos de las operaciones de préstamo transfiriendo la carga hacia los mercados de naturaleza especulativa. La opacidad de los mercados impedía el control y toleraba riesgos excesivos, títulos opacos cuyos riesgos nadie era capaz de evaluar. De este modo se ha constituido un mercado financiero global en el que los accionistas minoritarios de las empresas han presionado para obtener unas tasas de rentabilidad cada vez más elevadas. La irrealidad de los intercambios económicos ha revelado que la globalización financiera es mucho más frágil que la globalización comercial.

Todo ello no hubiera sucedido si, al mismo tiempo, no hubiera habido una dejación de responsabilidad por parte de los Estados, de los bancos centrales y las instituciones financieras mundiales. Los dirigentes económicos y financieros han cometido el error de confiar absolutamente en la capacidad autorreguladora de los mercados financieros y han aceptado esta irresponsabilidad de los mercados de crédito, sometidos al mismo modelo de comportamiento que el que funciona en las Bolsas. A esto se han añadido unas operaciones de rescate que serán inevitables pero que no van a servir para promover las conductas responsables. Se han beneficiado de esas medidas aquellos actores económicos que pueden asumir riesgos excesivos sin tener que sufrir las consecuencias en virtud de las catástrofes en serie que su quiebra podría producir en el resto de la economía.

La crisis nos exige construir una nueva responsabilidad financiera, algo que se llevará a cabo más a través del control y la supervisión que mediante la regulación normativa. Nuestros dirigentes deberían comprender que les corresponde poner a los grandes actores económicos y financieros cara a sus responsabilidades: responsabilidad de los prestamistas, limitando la titulización, es decir, la opacidad de los riesgos en el mercado de los productos derivados, de manera que las deudas no sean instrumentos de especulación; responsabilidad de los accionistas, reservando el derecho de voto a quienes se comprometen establemente con la empresa para permitirle llevar una verdadera estrategia; responsabilidad de los Estados que se deben entender sobre un sistema de paridades estables, impidiendo así las oscilaciones violentas de divisas, desconcertantes para los agentes económicos; responsabilidad de los bancos centrales, que deben aceptar someter su gestión a la aprobación de los Estados democráticos, con la preocupación de tomar en cuenta todos los grandes parámetros decisivos para la marcha de las economías: producción, empleo, precios, endeudamiento, saldo presupuestario y saldo exterior.

Pero conviene no perder de vista que estos compromisos han de conseguirse en medio de una red cada vez más densa de dependencias, donde las obligaciones pierden visibilidad y nitidez. Al mismo tiempo, un mundo de crecientes interdependencias aumenta también el número de consecuencias de las acciones que no resultan fáciles de imputar. Este conjunto de circunstancias y otras similares justifican la denominación de "irresponsabilidad organizada" (Ulrich Beck) a la hora de calificar a nuestras sociedades, aunque también cabe preguntarse si no se trata más bien de una falta de organización, de que no hemos sido capaces de organizar socialmente la responsabilidad a la vista de que algunas de esas dinámicas contradicen claramente muchos de nuestros derechos y nuestros deberes. La debilitación del sentido de responsabilidad no es una cuestión que pueda achacarse únicamente a los políticos o a la desafección ciudadana, sino que resulta más bien de esa mezcla de debilidad institucional y fatalismo que caracteriza a nuestros compromisos democráticos. Se pueden organizar muchas cosas para identificar la responsabilidad y transformar dinámicas ciegas en procesos gobernables.

Han cambiado las condiciones en las que se pensaba y ejercía la responsabilidad política. El problema estriba en cómo representar esa responsabilidad en un momento en el que ha perdido evidencia la relación entre mi comportamiento individual (como prestamista, consumidor, accionista, votante o cliente) y los resultados globales. La ilustración de esta nueva articulación entre lo propio y lo común sólo se conseguirá si desarrollamos un concepto de responsabilidad que haga justicia a la actual complejidad social y corresponda a nuestras expectativas razonables de conseguir un mundo que pueda ser gobernado, del que nos hagamos cargo.

Daniel Innerarity es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza y autor de El nuevo espacio público.

lunes, noviembre 17, 2008

Le krach du libéralisme

Manière de voir

Le casino et le cantonnier
Laurent Cordonnier

Quelles que soient les mesures prises pour tenter de « contenir » les méfaits de la finance, comment nos sociétés pourront-elles tourner la page d’un « modèle de développement » qui avait couplé aussi savamment la dynamique de l’économie réelle (la production, la répartition des revenus, et la dépense ou l’utilisation des revenus) aux turpitudes de la finance déchaînée ? En l’espace d’une trentaine d’années, nos économies tout entières se sont mises à ressembler à ces villes thermales où la survie du cantonnier dépend étroitement de la prospérité du casino local… laquelle dépend en retour, à travers ses machines à sous, du vague à l’âme du cantonnier (éternel grugé de l’histoire).

Ce couplage ne sautait pas aux yeux. La finance semblait mener sa propre vie. Le public a même dû se demander, pendant un moment, en quoi une « crise financière » pouvait l’atteindre. Jusqu’à un certain point, la sphère financière a pu assurer sa propre clôture autour des dynamiques spéculatives qu’elle entretenait elle-même, créant un monde enchanté où tout semblait avoir été conçu pour que « ça » monte indéfiniment. La hausse des prix de l’immobilier servait de garantie d’emprunt à des banques ravies de prêter à des ménages qui n’avaient pas de quoi se loger (après deux siècles de progrès économiques ininterrompus !). Ces prêts eux-mêmes alimentaient la demande de logements et validaient les paris à la hausse des vendeurs de crédits hypothécaires à des emprunteurs sans moyens. La hausse des prix immobiliers offrait en même temps de nouvelles lignes de crédit aux ménages (à mesure que la valeur de leur logement augmentait) et soutenait leur consommation… au moment où la croissance des salaires souffrait de la domination de l’actionnariat sur l’entreprise.

A la Bourse, la hausse des cours alimentée par les rendements financiers exorbitants imposés aux grandes firmes cotées favorisait l’achat à crédit des entreprises, ce qui contribuait en retour à alimenter la hausse. Ces mêmes rendements prodigieux permettaient de dégager des liquidités surabondantes relativement aux projets d’investissements productifs qu’ils étaient censés financer… mais ne finançaient plus. Le surplus allait aux dividendes et aux rachats d’action, lesquels entretenaient vaillamment la hausse des cours. De la naissance à la mort, la vie des acteurs économiques paraissait emportée dans le tourbillon de la spéculation. Les chérubins de la finance s’endettaient au berceau de 200 000 dollars pour payer leurs études, en espérant se « refaire » en l’espace de quelques mois dans la salle des marchés de Lehman Brothers. Et, lorsque le Titanic sombra, ils lui firent cortège jusqu’au tombeau, précipitant la déroute de leur entreprise centenaire en pratiquant la spéculation à la baisse sur ses actions (ventes à découvert).

Durant toute cette phase du capitalisme, qu’inaugura la réhabilitation des marchés financiers au tournant des années 1980, la finance n’a jamais mené « sa propre vie ». Non seulement elle ne pouvait se développer qu’à la faveur d’un prélèvement gigantesque sur le produit du travail salarié, mais encore elle fournissait à ce système défiant les lois de l’équilibre de quoi tituber sans choir...

En l’espace d’une vingtaine d’années, la libéralisation des marchés financiers, le développement des fonds d’épargne collective et les règles de la nouvelle « gouvernance » ont entériné la domination des actionnaires et soumis les entreprises à des exigences de rendements financiers inouïes. L’investissement s’en trouva déprimé, cantonné à ses franges les plus juteuses. Et, tandis que sévissait la police des salaires, les conditions se mettaient en place pour que le « frein » ainsi serré sur la formation de la demande ne se retourne pas contre le mécanicien. L’investissement des entreprises et la consommation des salariés constituent les deux principaux piliers de la dépense totale dans l’économie ; leur atonie aurait pu nuire aux objectifs des actionnaires, en faisant baisser les profits. Mais, par une ruse dont l’histoire a le secret, la baisse de l’investissement des entreprises et de la consommation issue des salaires a été progressivement relayée par la consommation des copieux dividendes versés aux actionnaires et par les dépenses des ménages financées par endettement. Les profits réalisés sous d’autres tropiques et rapatriés par les grandes entreprises américaines et européennes ajoutaient un joli bonus.

La dictature des actionnaires fut le pivot de l’ordre économique de ces deux dernières décennies. La partie de la finance qui s’écroule aujourd’hui permettait en partie au système de survivre. La question reste ouverte de savoir si la pièce du puzzle qui vient de « sauter » fera bouger la pièce d’à côté... On peut toujours s’efforcer de faire voler un avion avec un moteur en moins. Il volera encore moins bien. Mais le but est-il d’arriver à bon port ?

I. Les armes de la finance

« Le monde de la haute finance, a pu écrire John Kenneth Galbraith, se laisse seulement comprendre si l’on a conscience que le maximum d’admiration va à ceux-là mêmes qui fraient la voie aux plus grandes catastrophes. » Réfléchissant aux causes de la Grande Dépression, l’économiste américain portait un regard sévère sur la spéculationboursière et sur l’inflation des actifs financiers. Aux dépens de l’une et de l’autre, le système de régulation mis en place à Bretton Woods en 1944 privilégiait la stabilité.

A l’aube des années 1980 et pendant près d’un quart de siècle, ceux qui « frayèrent la voie » à la mondialisation financière firent l’objet d’un véritable culte. Promettant un « nouvel âge » du capitalisme, ils forgèrent des instruments capables de « libérer » les échanges et les flux de capitaux. Ainsi, du Chili aux Etats-Unis, en passant par la France et le Royaume-Uni, la dérégulation, les privatisations et l’extension de la spéculation ont créé un monde centré sur les intérêts des actionnaires.

Nul ne put s’opposer efficacement à ces mesures. Car leurs promoteurs avaient aussi remporté la bataille des idées en discréditant toute autre politique ; et présenté la leur comme « la seule possible » après la chute du mur de Berlin. « Ils » n’étaient pas seulement des banquiers, des patrons, des économistes et des journalistes, mais aussi des hauts fonctionnaires et des politiques.

Telle est la singularité du néolibéralisme : avant d’être érigé en dogme par les institutions financières internationales et commissionné par l’Union européenne, le dépouillement de l’Etat fut organisé par les Etats eux-mêmes.

II. Des crises à répétition

Marché de la dette, produits dérivés, victoire des jeunes loups de la finance sur l’establishment du « vieil argent » d’un côté ; mise au pas du salariat, triomphe politique et idéologique des promoteurs du libre-échange de l’autre : telles sont les réponses néolibérales à la déstabilisation du monde de Bretton Woods par le flottement des monnaies et les chocs énergétiques.

Leurs partisans ne leur trouvent que des avantages : les profits des entreprises augmentent, l’inflation baisse, la Bourse flambe, l’abondance de liquidités favorise l’innovation technologique. Mais les adversaires de ce nouvel ordre objectent que la finance de marché a enclenché un véritable moteur à explosion. Explosion sociale, avec le chômage de masse. Explosion économique, avec le découplage progressif de la production et de la spéculation.

L’un après l’autre, tous les éléments du système craquent : la Bourse débridée, avec le krach de 1987 ; la banque déréglementée, avec la faillite des caisses d’épargne américaines ; l’immobilier spéculatif, avec l’explosion de la bulle qui, en 1990, plonge le Japon dans une décennie de marasme ; l’interdépendance, enfin, avec la crise du bath thaïlandais de 1997 qui contamine toute l’Asie du Sud-Est, la Russie, puis l’Amérique latine.

On mesure le degré d’hégémonie d’un système à sa disposition à persévérer dans l’erreur. Plus l’histoire donna raison aux détracteurs du néolibéralisme, plus ses apôtres affirmèrent la nécessité d’en étendre l’emprise. D’Enron à la bulle Internet, le moteur à explosion n’en finit pas de hoqueter... Jusqu’où ?

III. La reprise en main de l’économie

Soudain, économie de production et économie de spéculation se sont reconnectées. Celle de la caissière de Wal-Mart, si mal payée qu’elle s’endette au-delà du raisonnable pour acquérir un petit logement. Et celle du banquier de Wall Street, si avide de profits qu’il distribue à tout vent des crédits dont il dissémine le risque aux quatre coins de la planète. Poussés l’un vers l’autre par l’éclatement de la bulle immobilière, les deux fils ont fini par se toucher.

Depuis août 2007, le court-circuit fait disjoncter successivement tous les secteurs de l’économie mondiale. Après l’immobilier, les banques, puis le crédit, puis la Bourse, puis les entreprises. En bout de chaîne, la caissière de Wal-Mart verra son emploi menacé ; ses impôts effaceront l’ardoise du banquier de Wall Street.

En 1997-1998, le boulet d’une crise planétaire n’avait fait qu’effleurer les pays capitalistes avancés. Cette fois, l’embolie frappe le coeur du système. Elle soulève un double paradoxe. Le premier tient à l’abrupte volte-face des dirigeants libéraux. Que MM. José Manuel Barroso, Nicolas Sarkozy et George W. Bush, tous trois impliqués à leur niveau dans le désengagement de l’Etat, se concertent pour entériner la nationalisation des banques et la perfusion de milliards de dollars et d’euros dans le circuit économique peut surprendre. Ce serait oublier que le néolibéralisme ne se réduit pas à un mode d’accumulation financiarisée, par opposition au vieux capitalisme industriel. C’est aussi un mode de gouvernement qui assigne à l’Etat un rôle à la fois décisif et autoréducteur : fixer un cadre juridique à l’expansion de la concurrence « libre et non faussée » ; localiser et détruire les obstacles à la croissance, fussent-ils situés au sein même de l’administration ; amortir les chocs sociaux engendrés par les deux premières tâches. Une présence renforcée de l’Etat ne contredit donc pas le projet néolibéral, du moins tant que subsiste le libre-échange.

Reste le second paradoxe : par quel miracle de l’inertie politique les architectes du désastre – libéraux de droite ou de gauche – demeurent-ils aux commandes alors que les voix alternatives qui proposent des solutions restent inaudibles ?

viernes, octubre 31, 2008

Internationalisation

Discours du ministre brésilien de l'Éducation aux États-unis. Pendant un débat dans une université aux États-unis, le ministre de l'Éducation Cristovam Buarque, fut interrogé sur ce qu'il pensait au sujet de l'internationalisation de l'Amazonie.

Le jeune étudiant américain commença sa question en affirmant qu'il espérait une réponse d'un humaniste et non d'un Brésilien.

Voici la réponse de M. Cristovam Buarque.

En effet, en tant que Brésilien, je m'élèverais tout simplement contre l'internationalisation de l'Amazonie. Quelle que soit l'insuffisance de l'attention de nos gouvernements pour ce patrimoine, il est nôtre. En tant qu'humaniste, conscient du risque de dégradation du milieu ambiant dont souffre l'Amazonie, je peux imaginer que l'Amazonie soit internationalisée, comme du reste tout ce qui a de l'importance pour toute l'humanité. Si, au nom d'une éthique humaniste, nous devions internationaliser l'Amazonie, alors nous devrions internationaliser les réserves de pétrole du monde entier. Le pétrole est aussi important pour le bien-être de l'humanité que l'Amazonie l'est pour notre avenir. Et malgré cela, les maîtres des réserves de pétrole se sentent le droit d'augmenter ou de diminuer l'extraction de pétrole, comme d'augmenter ou non son prix.

De la même manière, on devrait internationaliser le capital financier des pays riches. Si l'Amazonie est une réserve pour tous les hommes, elle ne peut être brûlée par la volonté de son propriétaire, ou d'un pays. Brûler l'Amazonie, c'est aussi grave que le chômage provoqué par les décisions arbitraires des spéculateurs de l'économie globale. Nous ne pouvons pas laisser les réserves financières brûler des pays entiers pour le bon plaisir de la spéculation.

Avant l'Amazonie, j'aimerais assister à l'internationalisation de tous les grands musées du monde. Le Louvre ne doit pas appartenir à la seule France. Chaque musée du monde est le gardien des plus belles oeuvres produites par le génie humain. On ne peut pas laisser ce patrimoine culturel, au même titre que le patrimoine naturel de l'Amazonie, être manipulé et détruit selon la fantaisie d'un seul propriétaire ou d'un seul pays. Il y a quelque temps, un millionnaire japonais a décidé d'enterrer avec lui le tableau d'un grand maître. Avant que cela n'arrive, il faudrait internationaliser ce tableau.

Pendant que cette rencontre se déroule, les Nations unies organisent le Forum du Millénaire, mais certains Présidents de pays ont eu des difficultés pour y assister, à cause de difficultés aux frontières des États-unis. Je crois donc qu'il faudrait que New York, lieu du siège des Nations unies, soit internationalisé.

Au moins Manhattan devrait appartenir à toute l'humanité. Comme du reste Paris, Venise, Rome, Londres, Rio de Janeiro, Brasília, Recife, chaque ville avec sa beauté particulière, et son histoire du monde devraient appartenir au monde entier.

Si les États-unis veulent internationaliser l'Amazonie, à cause du risque que fait courir le fait de la laisser entre les mains des Brésiliens, alors internationalisons aussi tout l'arsenal nucléaire des États-unis. Ne serait-ce que par ce qu'ils sont capables d'utiliser de telles armes, ce qui provoquerait une destruction mille fois plus vaste que les déplorables incendies des forêts Brésiliennes.

Au cours de leurs débats, les actuels candidats à la Présidence des États-unis ont soutenu l'idée d'une internationalisation des réserves florestales du monde en échange d'un effacement de la dette.

Commençons donc par utiliser cette dette pour s'assurer que tous les enfants du monde aient la possibilité de manger et d'aller à l'école. Internationalisons les enfants, en les traitant, où qu'ils naissent, comme un patrimoine qui mérite l'attention du monde entier. Davantage encore que l'Amazonie.

Quand les dirigeants du monde traiteront les enfants pauvres du monde comme un Patrimoine de l'Humanité, ils ne les laisseront pas travailler alors qu'ils devraient aller à l'école; ils ne les laisseront pas mourir alors qu'ils devraient vivre.

En tant qu'humaniste, j'accepte de défendre l'idée d'une internationalisation du monde. Mais tant que le monde me traitera comme un Brésilien, je lutterai pour que l'Amazonie soit à nous. Et seulement à nous!

miércoles, octubre 29, 2008

El socialismo del siglo XXI

M. Á. BASTENIER

A la espera de la refundación del capitalismo prometida por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, cabe hacer un primer balance político de la hecatombe, no ya de ganadores y perdedores, porque todos pierden, pero unos más y de forma distinta que otros.

El primer perdedor, catastrófico, es el presidente George W. Bush, que recoge ahora la siembra económica, no sólo propia, sino que se arrastra desde Reagan en los ochenta, presidente que siempre fue su icono particular. Y eso que las advertencias estaban ahí; un ciclón que devastó Nueva Orleans, desprotegida de un Estado que no había considerado necesario el mantenimiento de sus diques; o en Reino Unido, un sistema ferroviario privatizado que probablemente es el peor de Europa, como legado de la señora Thatcher, tory e inspiradora del neolaborista Tony Blair. El eterno debate entre la presunta eficacia, pero egoísta, de la iniciativa privada y la garantía de una cierta justicia, pero sin calidad asegurada, del servicio público se ha saldado hoy rotundamente a favor de la segunda. Y esa refundación, innecesaria porque siempre ha tenido santo patrón -J. M. Keynes-, en lo único en lo que puede consistir es en el regreso del Estado, no como paréntesis, sino como uno de los principales derechos humanos.

Perdedor también debería ser el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, que tiene la mala suerte de gobernar cuando se produce una gravísima quiebra de la prosperidad nacional. Carlos Solchaga dijo hace un tiempo que los españoles "habían sufrido un ataque de riqueza", y el despertar de lo que algunos podrán temer que sólo haya sido un sueño es tan duro que alguien tiene que pagarlo. Pero el líder del PSOE, incansable en la maniobra, si logra meterse en ese abarrotado G y pico de Washington, habrá ya iniciado el contraataque.

Perdedores muy matizados tendrían que ser los responsables chinos y rusos, Hu Jintao y ese Jano al que podríamos llamar Put-vedev, porque ambos poseen reservas billonarias para capear la crisis; y también en ese paquete, pero con menos defensa, estaría el Irán de Ahmadineyad, aquejado de inflación galopante y ruinosos subsidios al consumo. El caso de Hugo Chávez en Venezuela es contradictorio porque, al igual que Lula en Brasil, se beneficia del agujero pavoroso que se le ha abierto en América Latina a la credibilidad del neoliberalismo norteamericano, pero como señala The Economist, por cada 10 dólares que baja el crudo, Caracas deja de ingresar 5.000 millones al año, y por debajo de los 75 dólares el barril -ronda los 60- no alcanza para sostener el ritmo de importaciones, ni mucho menos financiar la protesta panamericana.

Las elecciones municipales y a gobernadores del próximo día 23 nos dirán cuánto ha afectado a la popularidad de Chávez la necesidad de apretarse el cinturón. Perdedores aparentemente claros son Álvaro Uribe en Colombia y Alan García en Perú. El primero porque como no gane el republicano McCain perderá en lo político lo que ya está perdiendo en lo económico: la inversión extranjera; y el segundo porque presentado su país como la anti-Venezuela, el paraíso de los capitales en busca de mercado, parece difícil que pueda sostener el 8% o 9% de crecimiento de los últimos años. Contrariamente a la sabiduría convencional que situaba a las economías emergentes medio resguardadas de una crisis sólo para mayores, América Latina sufrirá lo suyo, como ya simboliza Argentina, la economía tantas veces emergida y sumergida de nuevo, que tiene que nacionalizar el ahorro privado como si fueran los gananciales del matrimonio Fernández-Kirchner.

Para Sarko, como buen francés gran acuñador de palabras, la crisis no hará sino devolverle a su verdadera nacionalidad. El presunto liberal a la americana de su primer año de mandato ha dado paso a la social democracia corporativo-galicana de toda la vida. Y sobre el premier británico Gordon Brown, aunque le haya venido Dios a ver con una hecatombe que le ha permitido sacar pecho y pedir que abran paso a los profesionales, dentro de un año nadie se acordará de ésta su finest hour. El estado natural de las cosas seguramente es el sistema capitalista: la búsqueda del beneficio personal sin miramientos, mientras que el socialismo es una impostura del instinto, que en ocasiones se fabrica, avergonzado, el ser humano. Pero ese grado mínimo de socialismo que por sí solo encarna la existencia de un Estado democrático interventor es todo lo que separa a la sociedad de la selva. Ése es el socialismo del siglo XXI.

martes, septiembre 30, 2008

El comunismo capitalista

El rescate y las medidas de la Reserva Federal y del Departamento del Tesoro son salvatajes “socialistas” para los capitalistas de Wall Street

Por Fernando Hugo Azcurra *

Nouriel Roubini, economista, profesor de la Escuela de Negocios Stern de Nueva York, afirmó que lo desencadenado en estos últimos días constituye “el comienzo de la declinación del Imperio Americano”, y señala además que “el rescate financiero a Freddie y Fannie es socialismo para los ricos, quienes tienen contactos con Wall Street. Es la continuación de un sistema corrupto en el cual las ganancias se privatizan y las pérdidas se socializan”. Por esta crisis habrá pérdidas crediticias millonarias, cientos de bancos pequeños en Estados Unidos y Europa quebrarán, la Corporación Federal de Seguros de los Depósitos Bancarios (FDIC por su sigla en inglés) no podrá socorrer a todos los bancos porque no dispone de la magnitud descomunal de dinero necesaria para esta ocasión. Lo que señala Roubini, respecto de que el rescate y las medidas de la Reserva Federal y del Departamento del Tesoro son salvatajes “socialistas” para los capitalistas como clase, es, económica y sociológicamente, una apreciación certera. Pero no es nueva. Ya Karl Marx había mostrado y demostrado en El Capital esta conducta de los capitalistas, que se basa en una relación estructural de funcionamiento del modo de producción capitalista; Marx lo llamaba el “comunismo capitalista”, nacido del proceso objetivo mismo de producción y cambio capitalista.

Se puede entender, pues, que el comportamiento “socialista” de la burguesía financiera americana cuando acude por medio de “su” Estado a “salvar” a los banqueros privados y a sus negocios a costa de los dineros públicos (administrados privadamente por y para el capital) está dictado por relaciones sociales estructurales poderosas que le imponen la adopción de políticas para salvar el barco común de la clase capitalista financiera a costa de perjudicar a las clases populares y a la sociedad toda. Lo puntualizado anteriormente se vuelve importante en términos de análisis político. Se multiplican los artículos, opiniones, en los cuales se dejan ver exposiciones de estilo admonitorio, hasta de carácter moral: la situación de crisis se ha precipitado por los enormes “errores” de administración de los negocios inmobiliarios de los bancos, ayudados por las “imprevisiones” de las oficinas y/o organismos gubernamentales de supervisar tales operaciones. También se suele añadir la –ahora– “mala administración de la FED por Alan Greenspan”, que con su política de bajísimas tasas fomentó irresponsablemente no sólo el surgimiento sino la permanencia de la burbuja especulativa que se difundiría con insólita rapidez por el mundo de las finanzas. Se achaca, pues, a impericia, desaprensión y desmanejo de funcionarios, quienes tenían en sus manos los instrumentos necesarios y la autoridad correspondiente para evitar caer en tales desmadres.

Estas argumentaciones de censura yerran en lo fundamental: no advierten que rentistas, banqueros, financistas, empresarios, gerentes, directores, junto con el funcionariado del Estado, no son otra cosa que la personificación de las relaciones capitalistas de producción que constituye la estructura de funcionamiento en las cuales ellos se desenvuelven. El capital como unidad de todo el sistema es el sujeto que “dicta”, por las leyes que lo rigen, la finalidad (ganancias) y los medios (explotación del trabajo y especulación) de los individuos que lo representan, les dicta cómo deben “comportarse” para alcanzar la valorización de la inversión: encarnan como personas al capital que es su amo y deben hacer lo que éste “exige” y no lo que el funcionario o el empresario individual quiere o “cree” que debe hacerse. Actúan, pues, cómo autómatas cuando creen hacerlo con libertad y discernimiento propio; y el capital se desempeña como “cosa” que piensa y decide por sí, pero a través de ellos. La cosa se personifica y las personas se cosifican: es el mundo fantasmal pero existente de la enajenación de la sociedad capitalista. ¿No son racionales entonces? ¡He aquí lo notable! ¡Sí lo son! Y por serlo, y tal como lo son, se producen las crisis. ¿Contradicción en el argumento? No, contradicción de la realidad: la racionalidad del capital individual (obtener ganancias) llevado a su límite máximo a la explosión como irracionalidad (crisis) del capital total.

Pero tampoco son mejores aquellas posiciones que se asientan en una denuncia moral, manifestando que docenas de miles de millones son para salvar a los bancos y nada para salvar a las personas, expresiones que con una indignación honesta se denuesta la conducta de banqueros privados y funcionarios públicos, los primeros porque se mueven en espacios opacos, en los que pululan los engaños y la corrupción, pero que son muy rentables para ellos; y los segundos por ser corresponsables de la crisis al tener una actitud permisiva y hasta de complicidad con los bancos. Todo lo señalado es justo e irreprochable. Pero, ¿acaso está en el fundamento del sistema capitalista, sobre todo el financiero, ocuparse de los pobres, de los hambrientos? El dominio del capital no es para “solucionar” aquellos problemas sociales porque son el resultado del funcionamiento mismo del capital: las asimetrías sociales (desigualdades) son “su” producto, no son “errores”; no son “casualidades”; no se deben a “impericias”, ni a “insensibilidad”: son inevitables bajo este sistema. Claro que tener conciencia profunda de esto no significa “justificar” de ningún modo tales situaciones, ni aquellas conductas, pero a fuer de verdad hay que subrayar que el discurso cínico del capital lo acompaña desde su nacimiento.

* Docente e investigador UNLuján y UBA.

jueves, septiembre 25, 2008

La crisis también es global

Adolfo Sánchez Rebolledo

Apenas ayer, en una magnifica reseña de la Asamblea General de la ONU, el corresponsal de La Jornada, David Brooks, daba cuenta de las diversas reacciones ante la crisis que vive la economía mundial. El propio Ban Ki-moon, siempre cauteloso y superficial, advirtió que la debacle financiera pone en peligro las Metas del Milenio y pidió a los miembros del organismo un esfuerzo para evitarlo, pero sus palabras bordearon el catastrofismo: “Todos reconocemos los peligros de nuestra coyuntura. Enfrentamos una crisis financiera global. Una crisis de energía global. Una crisis de alimentos global. Las negociaciones de comercio se han colapsado, una vez más. Hemos visto nuevos estallidos de guerra y violencia, nueva retórica de confrontación. El cambio climático amenaza cada vez más nuestro planeta”. Difícilmente se puede imaginar un panorama más sombrío.

Los presidentes de Argentina, Brasil y Bolivia, tres de los países latinoamericanos comprometidos con una línea de cooperación regional, pusieron el acento en la inoperancia de un modelo económico y social que ya ha probado su incompetencia para atender las necesidades más urgentes de mil millones de pobres en el mundo “La economía es un empeño demasiado serio como para dejarlo en las manos de los especuladores. La ética también tiene que aplicarse a la economía”, citó Lula.

La presidenta argentina no pudo resistir el deseo de recordarle al mundo cuánto habrían fracasado los paradigmas impuestos durante años por los organismos financieros: “se nos dijo a los países de la región de América del Sur, durante la vigencia del Consenso de Washington, que el mercado todo lo solucionaba, que el Estado no era necesario, que el intervencionismo estatal era nostalgia de grupos que no habían comprendido cómo había evolucionado la economía. Sin embargo, se produce la intervención estatal más formidable de la que se tenga memoria precisamente desde el lugar donde nos habían dicho que el Estado no era necesario...” Sin embargo, en términos expresivos, fue el economista Joseph Stiglitz el que mejor logró sintetizar en una frase la situación: “La crisis de Wall Street es para el mercado lo que la caída del Muro de Berlín fue para el comunismo”.

Tal vez sea demasiado pronto para saber hacia dónde se encamina el mundo y cuáles serán los principios rectores que sustituyan a los de este capitalismo global sin reglas, pero es obvio que algunos dogmas se han hecho trizas. El primero, y retomo aquí la nota de Joaquín Stefanía sobre el libro de Tony Judt, La época del olvido (Babelia, 20/09/08), es el que sustenta el economicismo contemporáneo, la idea de que todo en la vida es “negocio”, “productividad”, “competencia”: “A partir de los años 80, los del triunfo de la revolución conservadora, describimos nuestros objetivos colectivos en términos exclusivamente económicos (prosperidad, crecimiento, PIB, eficacia, productividad, tipos de interés, bolsas de valores, etcétera), como si no fueran sólo herramientas para alcanzar colectivamente unos fines sociales y políticos, sino pautas suficientes y necesarias en sí mismas”.

Desaparecieron los grandes principios racionales que iluminaron el progreso de las sociedades humanas y en su lugar se puso la filosofía del cálculo económico, la mercadotecnia y la ideología de la autoayuda, todo ello bajo la sombra protectora de la religiosidad sectaria como fuente de sabiduría y moral. Hoy, después del desastre heredado al mundo por la gestión de George W. Bush, es evidente la urgencia, al menos para amplios sectores de la población mundial, de cambiar los medios, pero también los objetivos de la economía y la política, de devolverle a la democracia los contenidos que la versión formal predominante, mercadotécnica, diluyó hasta el grado de extinguirlos.

La apuesta por la acción reguladora del mercado ha demostrado ser más que ideología un delirio al servicio de intereses trasnacionales que, en definitiva, se escudan en la fuerza de unos cuantos estados dominantes. La necesidad de repensar el Estado, al que precipitadamente se dio por muerto en el orden global, es ineludible para saldar la creciente descomposición favorecida por el individualismo extremo. No sabemos cuántos sufrimientos más acarreará esta crisis, pero hay una lección que nuestros gobernantes han tardado un cuarto de siglo en reconocer:

La integración al mundo capitalista no equivale a la renuncia de los objetivos nacionales, a menos que se admita la subsidiariedad absoluta del país, su gente e instituciones. Estamos ante varias pruebas de fuego. La primera de ellas es la llamada reforma petrolera. Veremos aquí, sin medias tintas, si el gobierno y los poderes fácticos que lo acompañan entienden que el muro neoliberal está hecho pedazos. Privatizar, en estas circunstancias, es lo mismo que entregarse atado de pies y manos a los asaltantes que esperan el momento.

martes, septiembre 02, 2008

MASA Y PODER

Las ceremonias de apertura y cierre de las Olimpíadas fueron las niñas mimadas de la organización china. El mundo se babeó y repitió como bobo que estábamos frente a una ceremonia “como sólo los chinos podían hacer”. Pero hubo dos datos que nadie registró demasiado. El primero, que el director de ese espectáculo fue Zhang Yimou, el célebre director disidente de películas como Sorgo rojo, Esposas y concubinas y La casa de las dagas voladoras, durante años enfrentado al régimen comunista que censuró sus trabajos. El segundo dato: fueron los ingleses (organizadores de Londres 2012) y el mismo Yimou quienes lo pusieron en evidencia con sus declaraciones, la disciplina feroz y la explotación inhumana de los 15 mil chinos involucrados en esas coreografías, prueba del poderío y la preparación del anunciado nuevo imperio. Ahora, Occidente brama de espanto.

Por Hugo Salas

Las declaraciones de Zhang Yimou –director de las ceremonias de apertura y cierre de los recientes Juegos Olímpicos– a un periódico chino, traducidas y reproducidas luego por todo el orbe, causaron acrítico revuelo internacional. A grandes rasgos, el maestro de escena se limitó a señalar que resultaría imposible montar semejante demostración de regularidad y simetría física bajo las condiciones de producción que rigen en Occidente, donde los sindicatos e instituciones que nuclean a artistas y performers impiden las extenuantes jornadas de trabajo necesarias, e incluso se permitió deslizar la ironía de que sólo Corea del Norte hubiese podido hacerlo mejor. Es cierto que, en sus propias palabras, recordando su experiencia como régisseur para el Metropolitan Opera de Nueva York, sus opiniones sonaron un poco más controvertidas: “Allí sólo trabajan cuatro días y medio por semana, se toman dos recreos por día, no se puede trabajar después de hora y el respeto por los derechos humanos impide que padezcan la más mínima incomodidad física. Por si fuera poco, ni siquiera se los puede criticar”. A estas declaraciones, la prensa no tardó en sumar otros datos: que los más de 15 mil involucrados vivieron en barracas militares sin permiso de salida durante los meses de ensayo, que los casi 900 performers ocultos bajo las cajas que representaban los tipos móviles de la imprenta llevaban pañales para poder permanecer encerrados en ellas seis horas y que previsiblemente hubo numerosos desmayos e incluso heridos de consideración durante los ensayos.

Desde ya, tales condiciones de trabajo son indignantes y no deberían permitirse bajo ningún punto de vista en ningún lugar del planeta. Ahora bien, ¿de qué se indigna “Occidente”? ¿No era notorio y evidente, ya el 8 de agosto, que semejante despliegue no podía producirse sino bajo tales condiciones? ¿No se cansaron de festejar nuestros noticieros que se trataba de una ceremonia “como sólo los chinos podían hacerla”? En ese momento, que se recuerde, sólo hubo exclamaciones de júbilo y admiración, se les caía la baba (con la misma admiración con que, aún hoy, muchos argentinos recuerdan la presentación del infame Mundial ’78), y nadie salía a preguntarse por qué un director antes “contestatario” se hacía cargo de la puesta en escena. Ocurre que, al igual que con ciertos productos alimenticios, a la sociedad contemporánea le encanta consumir estos espectáculos, pero no quiere saber de qué están hechos.


Dejando de lado detalles “tontos” (como el uso de animación computada para “mejorar” las imágenes de los fuegos artificiales o el hecho de que la nena que cantaba en realidad hacía playback de otra, considerada no-bonita), que a decir verdad constituyen el pan cotidiano del mundo del espectáculo (¿o acaso un país europeo o Estados Unidos pondrían a una nena “fea”?), es probable que si Zhang Yimou se hubiera abstenido de hacer estas declaraciones, nadie hubiese traído a colación las condiciones en que se produjo el espectáculo. A fin de cuentas, los discursos románticos del talento y la vocación (seguidos del sacrificio) siempre están a mano para no hablar del arte como un producto del trabajo humano, realidad “olvidada” que sólo se vuelve evidente, tangible en estas monumentales manifestaciones faraónicas, por lo general asociadas al poder político. Pero, ¿cuántos de quienes hoy se indignan por estas condiciones manifiestan también su desaprobación por el férreo régimen disciplinario que se aplica incluso a niños y niñas muy pequeños en las escuelas de ballet de todo el mundo (un régimen que entre otras cosas incluye pesajes constantes, en sociedades donde los trastornos de la alimentación han alcanzado niveles epidémicos), y ello por no hablar del mundo “deportivo”, asolado por los rankings y la profesionalización? ¿Alguien se preguntó, alguna vez, en qué condiciones trabajan los obreros que participan de la erección de los rascacielos que dan reconocimiento y prestigio a varios arquitectos occidentales?

Por otra parte, ¿tanto difieren estas condiciones de trabajo de las que aquejan en nuestro país a las cajeras de supermercado, conminadas a no abandonar sus puestos ni aun en caso de indisposición? Y las 16 horas de trabajo, ¿a quién espantan? Tal vez a los europeos, que tienen jornadas laborales de 4 días, pero no a los niños textiles del Sudeste asiático, como así tampoco a los empleados de call centers de la India. Vale decir: frente a las ceremonias chinas, el mundo demócrata-corporativista se indigna de ver objetivizados sus propios modos de funcionamiento, esos que barre bajo la alfombra de los “países en vías de desarrollo” (no deja de ser una lamentable paradoja, desde luego, que no sea dentro del capitalismo sino en un Estado supuestamente comunista donde se consume un hecho de explotación tan palmario).

En realidad, para las airadas voces liberales, lo escandaloso no son esas condiciones laborales sino que salgan a la luz dentro del inmaculado terreno de lo “estético”, que se hable del costo humano del espectáculo, ese punto en que lo intangible artístico, lo sublime trascendental, se degrada al barro de la fuerza, el sudor, el trabajo. Lo que Occidente no le perdona a Zhang Yimou –más allá del tono desafortunado, si hay que creerles a los traductores ingleses–, lo que no puede perdonarle, es que destruya de un plumazo el inmaculado y etéreo espacio del ocio burgués, evidenciando la explotación necesaria para producir esas figuras tan valoradas del orden, la regularidad, la simetría y la uniformidad. De hecho, si alguna pregunta deja abierta este escandalete, es la misma que varios directores de teatro, desde lo performático, vienen planteándose en las últimas décadas: si puede pensarse, hoy, un modo distinto de realidad escénica que no parta de la explotación (y la autoexplotación) de un cuerpo para el disfrute de un tercero.

Por si esto fuera poco, cabe recordar que tanto la apertura como el cierre de los Juegos no son arte sino espectáculo puro y duro, show, y cualquiera sabe que en esta arena estética degradada las condiciones de trabajo se vuelven aún más caníbales (en tanto toda chorus line está integrada por artistas funcionales, reemplazables, descartables; valga a modo de ejemplo e ilustración la saga de lesiones de Patinando por un sueño). Si en el arte, aun el monumental, la afirmación de la singularidad y el culto del individualismo (sin dejar de ser problemáticos) constituyen cuanto menos una posibilidad de evidenciar los problemas de la explotación y la crueldad, el show, en su condición absolutamente acrítica, no puede sino dar “lo que el público quiere”, sin plantear jamás dudas por el costo de esa producción. Lo que han hecho, una vez más con su habitual conciencia de la historia, los chinos.

domingo, julio 13, 2008

Un mensaje lleva a otro

John Berger

La maravillosa poeta estadunidense Adrienne Rich apuntó, en una conferencia reciente, que: “Este año, un informe del Bureau of Justice Statistics (oficina de estadísticas judiciales) revela que uno de cada 136 residentes en Estados Unidos está tras las rejas –muchos en cárceles, sin que se les haya dictado condena.”

En la misma conferencia, citó al poeta griego Yannis Ritsos:

En el campo, la última
golondrina se dilata en partir, y
se mece en el aire como listón
negro en la manga del otoño.

No queda nadie más.

Sólo las casas quemadas
que arden quietas.

* * *

Descolgué el teléfono y supe de inmediato que eras tú que me llamabas desde tu departamento en la vía Paolo Sarpi. (Dos días después de que los resultados electorales anunciaran el retorno de Berlusconi.) La velocidad con que identificamos una voz familiar que llega de la nada es algo que conforta pero también tiene algo de misterioso. Porque las medidas, las unidades que utilizamos en calcular la clara distinción entre una voz y otra, no pueden formularse y son innombrables. No tienen código. En estos días hay más y más códigos.

Así que me pregunto si no habrá otras medidas, igualmente sin código y no obstante precisas, con las cuales calcular otros supuestos.

Por ejemplo, el monto de la libertad circunstancial que existe en una situación dada, su rango y sus límites estrictos. Los prisioneros se vuelven expertos en esto. Desarrollan una sensibilidad particular hacia la libertad, no en tanto principio sino en tanto sustancia áspera y granular. Casi de inmediato detectan los fragmentos de libertad cuando ocurren.

* * *

En un día ordinario, cuando nada sucede y las crisis que se anuncian hora tras hora son ya nuestras viejas conocidas –y mientras los políticos se presentan a sí mismos como única alternativa a la catástrofe–, las personas intercambian miradas al cruzarse unas con otras para cotejar si los demás entienden lo mismo cuando murmuran: así es la vida.

Es frecuente que otros contemplen lo mismo y en ese instante compartan un cierto tipo de cercanía ante algo que no han dicho ni discutido.

Busco palabras para describir el periodo de la historia en que vivimos. Decir que no tiene precedentes significa muy poco, porque ningún periodo tiene precedentes desde que se descubrió lo que llamamos historia.

No busco una definición compleja para el periodo que atravesamos –hay algunos pensadores, como Zygmunt Bauman, que han asumido esta esencial tarea. Sólo busco una figura que sirva como coordenada, como hito o mojonera. Las mojoneras no se explican plenamente por sí mismas, pero ofrecen un punto de referencia que se puede compartir. En eso son parecidas a las suposiciones tácitas contenidas en los proverbios populares. Sin referentes hay un gran riesgo de que los humanos demos vueltas y vueltas.

* * *

El referente que encontré es ése de la prisión. Nada menos. Por todo el planeta vivimos en una prisión.

La palabra nosotros, cuando se imprime o se pronuncia en las pantallas, se ha vuelto sospechosa. Todo el tiempo la usan los que, detentando el poder, con demagogia dicen hablar por aquellos a quienes les niegan ese poder. Hablemos de nosotros pronunciando ellos. Ellos viven en una prisión.

Qué clase de prisión, cómo se construyó, dónde está situada, ¿o acaso utilizo la palabra únicamente como figura del lenguaje?

No, no es metáfora, el encarcelamiento es real, pero para describirlo tiene uno que pensar históricamente.

Qué tipo de prisión

Michel Foucault ha mostrado gráficamente que la penitenciaría fue una invención de fines del siglo XVIII, principios del XIX, vinculada de cerca con la producción industrial y sus fábricas y su filosofía utilitaria. Antes hubo cárceles que eran extensiones de las jaulas y los calabozos. Lo que distingue a la penitenciaría es el número de presos que puede empacar, y el hecho de que todos ellos se encuentren bajo continua vigilancia –gracias al modelo del panóptico, según lo concibiera Jeremy Bentham, que introdujo el principio de la contabilidad a la ética.

La contabilidad exige que toda transacción se anote. Por eso las paredes circulares de las penitenciarías, las celdas dispuestas en círculos y la torre de vigilancia como tornillo en el centro. Bentham, quien fuera el tutor de John Stuart Mill a principios del siglo XIX, fue el filósofo utilitarista que más justificó el capitalismo industrial.

Hoy, en la era de la globalización, el mundo está dominado por el capital financiero, no el capital industrial, y los dogmas que definen la criminalidad y la lógica del encarcelamiento han cambiado radicalmente. Las penitenciarías existen aún y se construyen más y más. Pero los muros de la prisión sirven ahora para un propósito diferente. Lo que constituye una área carcelaria se ha transformado.

* * *

Hace veinticinco años, Nella Bielski y yo escribimos A Question of Geography, una obra acerca del gulag. En el acto dos un zek (un prisionero político) habla con un niño que acaba de llegar acerca de las opciones, de los límites a los que puede elegirse en un campo de trabajo.

Cuando te arrastras de regreso, después de un día de laborar en la taiga, cuando te hacen marchar de regreso, medio muerto de fatiga y de hambre, te dan una ración de sopa y pan. En cuanto a la sopa, no hay opción –tienes que comerla mientras todavía esté caliente, o por lo menos tibia. Y en cuanto a los 400 gramos de pan, tienes una opción. Por ejemplo, puedes cortarlo en tres pedazos: uno para comerlo junto con la sopa, otro para chuparlo antes de dormir en tu camastro y el tercero para guardarlo hasta la mañana siguiente a las diez, cuando trabajes en la taiga y el vacío de tu estómago se sienta como una piedra.

Te hacen vaciar una carretilla llena de rocas. En cuanto a empujar la carretilla hacia el tiradero no hay opción alguna. Ahora que está vacía hay una opción. Puedes llevar tu carretilla de regreso en la misma posición en que la trajiste o –si eres listo, y la sobrevivencia te aviva– puedes empujarla casi parada. Si eliges el segundo modo le das un descanso a los hombros.

Si eres un zek y te vuelven líder de un equipo, tienes la opción de jugar a ser un cabrón o no olvidar nunca que eres un zek.

El gulag ya no existe. Sin embargo, hay millones que trabajan en condiciones no muy diferentes. Lo que ha cambiado es la lógica policiaca aplicada a los obreros y a los criminales.

En los gulag, los prisioneros políticos, categorizados como criminales, fueron reducidos a trabajadores esclavos. Hoy, millones de obreros explotados brutalmente son reducidos al estatus de criminales.

La ecuación del gulag, que igualó criminal con trabajador esclavo, la redactó de nuevo el neoliberalismo igualando al trabajador con un criminal oculto. Todo el drama de la migración global está expresada en esta nueva fórmula: aquellos que trabajan son criminales en potencia. Cuando los acusan, son hallados culpables de intentar sobrevivir a toda costa.

Quince millones de mujeres y hombres mexicanos trabajan en Estados Unidos sin papeles y en consecuencia son ilegales. En la frontera entre México y aquel país se está construyendo un muro de concreto de mil 200 kilómetros y un muro “virtual” de mil 800 torres de vigilancia. Pero, por supuesto, se hallarán caminos –todos ellos peligrosos– para darles la vuelta.

Entre el capitalismo industrial –dependiente de la manufactura y las fábricas– y el capitalismo financiero –dependiente de la especulación de libre mercado y los mercachifles de mostrador– el área carcelaria cambió. (Hoy, las transacciones financieras especulativas suman diario un billón 300 mil millones de dólares; cincuenta veces la suma de los intercambios comerciales.)

La prisión es ahora tan grande como el planeta y sus zonas asignadas varían. A veces se les dice sitio de trabajo, o campo de refugiados, centro comercial, periferia, guetto, conjunto de oficinas, favela, suburbio… Lo esencial es que en estas zonas todos están igualmente encarcelados y, por ende, son los compañeros presos.

* * *

Es la primera semana de mayo y en las laderas de colinas y montañas, a lo largo de las avenidas que circundan las rejas, en el hemisferio norte, se renuevan las hojas de la mayoría de los árboles. No sólo son distintas todas sus variedades de verde, sino que la gente tiene la impresión de que cada una de las hojas es distinta, por lo que se confronta no con billones (la palabra la corrompieron los dólares) sino con una multitud infinita de hojas nuevas.

Para los prisioneros, los pequeños signos de la continuidad de la naturaleza han sido siempre, y siguen siendo, un acicate encubierto para la confianza.

* * *

Hoy, el propósito de casi todos los muros de la prisión (de concreto, electrónicos, de patrullaje o de interrogatorio) no es mantener a los prisioneros dentro para corregirlos, sino mantenerlos fuera y excluirlos.

Casi todos los excluidos son anónimos –por eso hay la obsesión de las fuerzas de seguridad con el asunto de la identidad. También son incontables. Por dos razones. Primero, porque su cantidad fluctúa: cada hambruna, desastre natural e intervención militar (hoy llamadas acciones policiacas) disminuye o incrementa la multitud de excluidos. Segundo, porque evaluar su número es confrontar la verdad de que ellos constituyen la mayoría de los que viven sobre la tierra, y para el poder asumir esto implica hundirse en el absurdo absoluto.

* * *

¿Han notado que cada vez es más difícil sacar las mercancías pequeñas de sus empaques? Algo semejante ocurre con las vidas de quienes tienen un empleo que les brinda ganancias. Quienes tienen empleo legal y no son pobres viven en un espacio muy reducido que les permite menos y menos opciones –excepto la opción binaria y continua entre obedecer y la desobediencia. Sus horas laborales, su lugar de residencia, sus habilidades pasadas, su experiencia, su salud, el futuro de sus niños –todo lo que queda fuera de su función como empleados– ha tenido que asumir un pequeño segundo lugar ante las imprevisibles y vastas exigencias de la ganancia en efectivo. Es más, la rigidez de esta regla de la casa se conoce como flexibilidad. En prisión las palabras se voltean de cabeza.

La alarmante presión de las condiciones del trabajo muy calificado obligaron recientemente a las cortes japonesas a reconocer y definir una nueva categoría propuesta por los médicos forenses: “muerte por trabajo excesivo”.

Ningún otro sistema es posible, le dicen a los empleados bien remunerados. No hay alternativa. Tomen el elevador. El elevador es tan diminuto como una celda.

* * *

Los pueblos no tienen sino el
grado de libertad que su audacia
le conquista al miedo.

Stendhal

Observo a una niña de cinco años mientras toma su clase de natación en la piscina municipal techada. Lleva un traje de baño azul oscuro. Puede nadar y sin embargo le falta la confianza para nadar sola sin ayuda alguna. La instructora la lleva al lado profundo de la alberca. La niña está por brincar al agua y mientras se aferra a la barra larga que le extiende su maestra. Es una manera de que le pierda el miedo al agua. Lo mismo hicieron ayer.

Hoy, ella quiere que la niña brinque sin tomarse de la barra. ¡Uno, dos, tres! La niña brinca, pero en el último momento se prende de la barra. No se profieren palabras. Una leve sonrisa cruza entre la mujer y la niña. La niña se apena, la mujer es paciente.

La niña sale de la piscina trepando por la escala y regresa al borde. Voy a brincar otra vez, dice. La mujer asiente. La niña inhala, expele el aire y brinca, con las manos a los lados, sin sostenerse de nada. Cuando sale a la superficie, la punta de la barra está ahí enfrente de su nariz. De dos brazadas llega a la escala sin tocar la barra. ¡Bravo!

En el momento en que la niña brincó sin prenderse de la barra, ninguna de las dos mujeres estaba en prisión.

* * *

Miremos la estructura del poder del mundo sin precedentes que nos circunda y cómo funciona su autoridad. Toda tiranía encuentra e improvisa su propia serie de controles. Es por eso que al principio uno no los identifica como los crueles controles que son.

Las fuerzas de mercado que dominan al mundo aseguran que son inevitablemente más fuertes que cualquier Estado-nación. Su afirmación la corroboran minuto a minuto eventos que van de la llamada no solicitada que intenta persuadir a quien contesta de comprar una nueva póliza de seguro médico o pensión, al más reciente ultimátum de la Organización Mundial de Comercio.

El resultado es que la mayoría de los gobiernos no gobierna más. Un gobierno ya no maniobra hacia su destino escogido. El término horizonte, con su promesa de un futuro esperado, se desvaneció como discurso político –en la derecha y en la izquierda. Lo que queda es debatir cómo medir los restos. Las encuestas de opinión remplazan el rumbo, remplazan el deseo.

La mayoría de los gobiernos pastorean en lugar de proponer un rumbo. (En la jerga carcelaria estadunidense, pastor es uno de las muchos apodos usados para los carceleros.)

En el siglo XVIII, al encarcelamiento de largo plazo se le definía, con gran aprobación, como “muerte civil”. Tres siglos más tarde, los gobiernos imponen, por ley, por fuerza y mediante el ajetreo de las amenazas económicas, regímenes masivos de “muerte civil”.

* * *

¿No era una forma de prisión vivir bajo cualquiera de las tiranías del pasado? Sí, pero no en el modo que describo. Lo que se vive hoy es nuevo por su relación con el espacio.

Es aquí donde el pensamiento de Zygmunt Bauman es iluminador. Él apunta que las fuerzas corporativas de mercado que ahora gobiernan el mundo son extraterritoriales, es decir, “sin restricciones territoriales, sin restricciones de localidad”. Son perpetuamente remotas, anónimas y nunca toman en cuenta las consecuencias físicas, territoriales, de sus acciones. Y cita a Hans Tietmeyer, presidente del Banco Federal de Alemania: “El reto de hoy es crear condiciones favorables para dar confianza a los inversionistas”. La prioridad suprema y única.

En seguimiento de esto, la tarea que le asignan a los obedientes gobiernos nacionales es controlar las poblaciones mundiales de productores, consumidores y pobres marginados.

El planeta es una prisión y los gobiernos obedientes, sean de derecha o de izquierda, son los pastores, los guardias.

* * *

El sistema-prisión opera gracias al ciberespacio. Éste ofrece al mercado una velocidad de intercambio que lo vuelve casi instantáneo, y que se usa, día y noche, para comerciar por todo el mundo. A partir de esta velocidad la tiranía del mercado obtiene su licencia extraterritorial. Tal velocidad, sin embargo, tiene un efecto patológico sobre sus usuarios: los anestesia. Pase lo que pase, el Negocio como de Costumbre.

No hay lugar para el dolor en tal velocidad: quizá existan anuncios de la existencia de un dolor, pero no alcanzan para hacer sentir su sufrimiento. En consecuencia, la condición humana se desvanece, es excluida de la operación del sistema. Los operadores, los estafadores, están solos porque son ruines en extremo.

Antes, los tiranos eran inmisericordes e inaccesibles pero eran vecinos, gente sujeta al dolor. Éste ya no es el caso, lo que a largo plazo será el error fatal del sistema.

* * *

Las altas puertas se vuelven
a cerrar
Estamos dentro del patio
carcelario
en una nueva temporada

Tomas Transtömer

Ellos son (nosotros somos) compañeros presos. Reconocer eso, en cualquier tono de voz que se declare, contiene una negativa. En ningún lugar como en la prisión se calcula y se espera tanto el futuro, como algo tan rotundamente opuesto al presente. Los encarcelados nunca aceptan el presente como algo definitivo.

Entre tanto, cómo vivir este presente. Qué conclusiones sacar. Qué decisiones tomar. Cómo actuar. Tengo algunas sugerencias, ahora que la mojonera quedó establecida.

De este lado de los muros las experiencias son escuchadas, no hay experiencias que se consideren obsoletas. Aquí se respeta la supervivencia y es un lugar común que con frecuencia la supervivencia dependa de la solidaridad entre los compañeros presos. Las autoridades saben esto –por eso recurren al confinamiento en solitario, sea por medio del aislamiento físico o mediante su manipulador lavado de cerebro, con los cuales los individuos quedan aislados de la historia, con sus legados, de la tierra, y por encima de todo, de un futuro en común.

Ignoren el parloteo de los carceleros. Hay por supuesto carceleros malos y menos malos. En ciertas condiciones es útil distinguir la diferencia. Pero lo que dicen –aun los menos malvados– es pura mierda. Sus himnos, sus consignas, sus fórmulas para encantar, como la seguridad, la democracia, la identidad, la civilización, la flexibilidad, la productividad, los derechos humanos, la integración, el terrorismo, la libertad, se repiten y se repiten con el fin de confundir, dividir, distraer y sedar a los compañeros presos. En este lado de los muros, las palabras que profieren los carceleros carecen de sentido y ya no son útiles para pensar. Cortan la nada. Hay que rechazarlas aun cuando se piensa en silencio.

En contraste, los prisioneros tienen su propio vocabulario con el que piensan. Muchas palabras se mantienen en secreto y muchas son locales, con incontables variaciones. Frases y palabras diminutas que contienen un mundo: “te muestro mi modo”, “algunas veces me pregunto”, “pajarillo”, “algo pasa en el ala B”, “encuerado”, “toma este arete pequeño”, “murió por nosotros”, “anda, llégale, dale nomás”, etcétera.

* * *

Entre los compañeros presos hay conflictos, algunas veces violentos. Todos los prisioneros están privados, aunque hay diversos grados de privación y las diferencias de grado provocan envidias. De este lado de los muros la vida vale muy poco. Que la tiranía global no tenga rostro alienta cacerías para hallar chivos expiatorios, para hallar enemigos definibles en lo instantáneo entre los otros prisioneros. Las asfixiantes celdas se tornan entonces una casa de locos. Los pobres atacan a los pobres, los invadidos saquean a los invadidos. No hay que idealizar a los compañeros presos.

Al no idealizar, tomen nota de lo que guardan en común –su sufrimiento, su entereza, su astucia– que son más significativas, más reveladoras, que aquello que los separa. Y de esto, nacen nuevas formas de solidaridad. Las nuevas solidaridades comienzan con el reconocimiento mutuo de las diferencias y la multiplicidad. Ésa es la vida. Una solidaridad, no de masas, sino de interconectividad, mucho más apropiada para las condiciones de la vida en prisión.

* * *

Las autoridades sistematizan lo más posible sus acciones con tal de mantener mal informados a los compañeros presos de lo que ocurre en otras partes de la prisión mundial. En el sentido agresivo del término estas autoridades no indoctrinan. El indoctrinamiento está reservado para entrenar a la pequeña élite de mercaderes y de expertos gerenciales de mercado. Para la enorme población de presos, no es el propósito activarlos, sino mantenerlos en incertidumbre pasiva, recordarles sin cesar que no hay nada en la vida sino riesgos, y que la tierra es un lugar inseguro.

Esto se logra con una información cuidadosamente seleccionada, con desinformación, con comentarios, rumores y ficciones. Al funcionar, esta operación propone y mantiene una alucinante paradoja porque engaña a la población de la cárcel haciéndola creer que la prioridad de cada uno es hacer arreglos para conseguir su propia protección personal y adquirir de algún modo, aun estando en la cárcel, su propia exención particular del destino común.

La imagen de la humanidad, según la transmite esta visión del mundo, es nuevamente algo sin precedentes. La humanidad es presentada como cobarde. Sólo los ganadores son valientes. Además, no hay dones, sólo hay premios.

Los prisioneros siempre han encontrado formas de comunicarse unos con otros. En la prisión global de hoy el ciberespacio puede ser usado en contra de los intereses de quienes primero lo instalaron. Así, los prisioneros se informan entre ellos acerca de lo que el mundo hace día tras día, y persiguen las historias suprimidas del pasado con tal de erguirse hombro con hombro con los muertos.

Al hacerlo así, redescubren pequeños dones, ejemplos de valentía, una rosa en una cocina donde no hay suficiente qué comer, penas indelebles, lo infatigable de las madres, la risa, la ayuda mutua, el silencio, la resistencia que se agranda siempre, el sacrificio voluntario, más risa.

Los mensajes son breves pero se esparcen en la soledad de sus (nuestras) noches.

* * *

La última sugerencia no es táctica sino estratégica.

El hecho de que los tiranos del mundo sean extraterritoriales explica la extensión de su poder de vigilancia, pero anuncia también una debilidad próxima. Operan en el ciberespacio y se alojan en condominios resguardados. No tienen conocimiento alguno de la tierra que los circunda. Aun más, desprecian ese conocimiento por considerarlo superficial, sin profundidad. Únicamente cuentan los recursos extraídos. No pueden escuchar a la tierra. En el terreno son ciegos. En lo local, están perdidos.

Para los compañeros presos lo contrario es cierto. Las celdas tienen muros que tocándose cruzan todo el mundo. Los actos efectivos de resistencia sostenida están incrustados en lo local, cerca y lejos. La resistencia más remota es escuchar a la tierra.

Poco a poco, la libertad no se encuentra fuera, sino en las profundidades de la prisión.

* * *

No sólo reconocí tu voz que me hablaba desde tu departamento en la vía Paolo Sarpi. Pude también adivinar, gracias a tu voz, lo que estabas sintiendo. Sentí la exasperación o, más bien, la exasperada entereza que se mezclaba –y eso es tan típico de ti– con los rápidos pasos encaminados a la esperanza siguiente.

Traducción: Ramón Vera

martes, mayo 06, 2008

Globalizacion y guerra

Susan George
Traducido por Eva Calleja y revisado por Felisa Sastre

La globalización, liderada por las grandes corporaciones e impulsada por los recursos financieros ha conseguido, con éxito, transferir la riqueza del trabajo al capital. Ello ha ocasionado desigualdad y exclusión a gran escala, que, combinadas con la presión que sufren los recursos de agua y medioambientales, posiblemente avivará nuevos conflictos.

Para empezar quiero agradecer a IPPNW (siglas en inglés de Médicos Internacionales para la Prevención de una Guerra Nuclear) su invitación para hablar en su XVIII Congreso Mundial. Es un gran honor y les estoy muy agradecida ya que soy una admiradora de su trabajo desde hace muchos años. Especialmente, me gustaría dar las gracias a los doctores Arun Mitra y Christoph Kraemer que han sufrido bastantes dificultades por mi culpa.

El tema sobre el que me habéis pedido que hable, "Globalización y Guerra", es bastante amplio y será mejor que comencemos definiendo los términos para que todos hablemos de lo mismo. "Globalización" es una palabra de la que se abusa bastante, al igual que "desarrollo", y no significan mucho a no ser que vayan acompañadas de un par de adjetivos y de alguna explicación. Mis adjetivos y explicaciones serían los siguientes: "neoliberal", "liderada por las corporaciones", "impulsada por los recursos financieros", o cualquier otra cosa que evoque la fase actual en la que se encuentra el mundo del capitalismo -la clase de capitalismo que otros han denominado como, turbo- o super- o hiper-capitalismo.

La globalización está "liderada por las corporaciones", es el sistema que permite a las empresas transnacionales y financieras invertir lo que ellas quieran donde ellas quieran; producir lo que quieran; comprar y vender lo que quieran, en cualquier lugar y con las mínimas restricciones posibles de las leyes laborales, convenciones sociales y regulaciones medioambientales. Esta definición no es mía, es la de un eminente hombre de negocios europeo. La globalización también está impulsada por los recursos financieros: solamente tenemos que fijarnos en el gran lío en el que se encuentran los mercados financieros actuales y veremos cuanta libertad han tenido para operar.

Los funcionarios gubernamentales que supuestamente deberían regular estos mercados ya no tienen ni idea de lo que está sucediendo. Recordemos también el eslogan que Klaus Schwab plasmó este año en los fastos de Davos: " El poder de la innovación colectiva". Bueno, las entidades financieras desde luego que han estado innovando como locas y ahora, después de haber recogido enormes beneficios, quieren que quienes pagamos los impuestos les saquemos del apuro, como siempre. El Congreso de los EE.UU. está ahora mismo trabajando con sus representantes para elaborar leyes que se ocupen precisamente de esto . Las corporaciones y los bancos demandan la liberalización hasta que se encuentran en apuros, en cuyo caso, por supuesto, la intervención del Estado está justificada.

Como esta charla trata de la globalización y la guerra, aquí tenemos la primera oportunidad de vincular a ambas. En un libro que acaba de publicarse, The Three Trillion Dollar War, el economista, ganador del Premio Nóbel, Joseph Stiglitz y su coautora Linda Bilmes, explican cómo el gasto estadounidense en la guerra de Irak animó a Alan Greenspan y a la Reserva Federal a inundar la economía americana con créditos baratos, creando la burbuja inmobiliaria, el boom del consumo y el mayor déficit presupuestario de la historia. Tenemos la oportunidad de ver como la guerra de Irak indirectamente ha llevado a cientos de miles de familias estadounidenses a perder sus hogares.

A su manera y para aquellos que se encuentran al frente del sistema, la globalización liderada por las corporaciones e impulsada por los recursos financieros ha sido todo un éxito. Han conseguido exactamente lo que pretendían. El objetivo final del capitalismo es conseguir el mayor beneficio posible y aumentar el denominado "capital del accionista", así que, el resultado, cuando tiene éxito es la transferencia sistemática de riqueza del trabajo al capital. En la actualidad vivimos en lo que John Maynard Keynes llamaba una "economía de rentas": en la que se hace dinero mientras se duerme por el simple hecho de ser propietario de capital. Si lo medimos con su propio rasero, el sistema marcha muy bien. Los beneficios de las corporaciones transnacionales han alcanzado niveles record y los accionistas han estado demandando, y recibiendo, rendimientos del 10, 15 y hasta del 20% al año, como, por ejemplo, han estado entregando los bancos británicos, al menos hasta este año. Los paraísos fiscales y las empresas offshore [empresas radicadas en el exterior que no pagan impuestos, N. Del T.] cuidan de la riqueza de las empresas y de los particulares ricos, tal y como demuestran los actuales escándalos en Alemania y en otros países europeos.

El número de millonarios y billonarios, a los que ahora se han sumado cuatro en India, ha ido aumentando progresivamente y en la actualidad hay aproximadamente nueve millones y medio de personas, o lo que es lo mismo uno de cada 700 habitantes del mundo, considerados por la agencia de correduría Merrill Lynch, Individuos con Alto Patrimonio Neto, y entre todos poseen, en fondos líquidos, unos 37 billones de dólares, un 37 seguido de 12 ceros. Esto es aproximadamente tres veces el PIB de los EE.UU. o de Europa y más de doce veces superior al PIB de la India. De manera que la globalización ha sido extremadamente generosa con aquellos que se encuentran en la cima de nuestras sociedades. También existen pruebas estadísticas de que la parte de valor añadido acumulada en el capital está aumentando mientras que la parte del trabajo baja -en Europa, el capital social ha aumentado en un 40% comparado con el 25% de hace treinta años.

Los beneficios de la globalización para la gente normal han sido mucho más problemáticos, particularmente en los países con un capitalismo más arraigado que conozco. Las empresas ven dos grandes obstáculos para conseguir mayores beneficios que son los costes laborales y los impuestos y en consecuencia, se han concentrado en reducir ambos. Los despidos masivos son muy comunes. Los trabajadores compiten entre ellos en todo el mundo. En la misma Europa, las diferencias en los salarios están ya en una escala de uno a diez; en el mundo en su totalidad es al menos de uno a treinta. Esto significa una caída en picado para los trabajadores mientras los salarios, beneficios y las condiciones de trabajo bajan. Dicha competencia afecta ahora no solo a la producción industrial sino a cualquier trabajo que pueda hacerse desde un ordenador. Yo les advertiría incluso a los indios, algunos de los cuales se han beneficiado hasta ahora de estas tendencias, de que siempre hay alguien dispuesto a trabajar por menos que tú-como los malayos e incluso los indonesios han descubierto.

Los números también muestran grandes y crecientes desigualdades entre la gente, dentro de un mismo país y entre países. Cuanto más neoliberal, liberalizador y de libre mercado es un país, más grandes son las desigualdades. Nadie discute estas crecientes disparidades: aquellos que defienden la globalización neoliberal sostienen que eleva las perspectivas para todos -una proposición bastante discutible cuando en el mundo hay mil millones de personas que viven con un dólar al día y la mitad del mundo con menos de dos dólares.

Además, todos sabemos que las empresas trasnacionales, las corporaciones financieras y los individuos ricos contribuyen proporcionalmente cada vez menos con sus impuestos al presupuesto nacional. Esto significa que la gente normal, los consumidores y las empresas locales pagan más de lo que deberían. Los gobiernos encuentran cada vez más dificultades para proveer de servicios a su población porque sus ingresos están bajo una presión continua. En el plano internacional los tratados se diseñan también para ser extremadamente convenientes para las empresas. Por ejemplo, en el caso de los acuerdos auspiciados por la Organización Mundial del Comercio, las miles de páginas que contienen las normas se redactan con cuidado para proteger los intereses financieros y empresariales pero nunca mencionan el trabajo, el medioambiente o los derechos humanos. El nuevo Tratado de Lisboa para Europa, en proceso de ratificación en los parlamentos, tiene 410 artículos en los que la palabra "mercado" se utiliza 63 veces y "competencia" 25 veces, pero "progreso social" solamente se menciona tres veces, "empleo total" una y "desempleo" ninguna.

Los Marxistas colocan en el centro de su discurso la explotación en el trabajo. Esa podía ser la situación en el siglo diecinueve, pero en la actualidad yo diría que ahora están desorientados. Hoy en día es casi un privilegio que te exploten. El problema real es que la globalización se lleva lo mejor y deja el resto. Por supuesto que explota, pero por encima de todo, excluye. Debemos enfrentarnos a los hechos por mucho que lo lamentemos Hay enormes regiones que tienen poco o ningún interés para los promotores de la globalización . La globalización actual no está interesada ni en los cientos de miles de personas que no producen dentro del sistema de mercado o que consumen tan poco que apenas cuentan. Sobre todo, deberíamos dejar de pedir al "mercado" que solucione nuestros problemas sociales. Los mercados pueden y facilitan servicios muy valiosos en algunas áreas pero los servicios sociales no se encuentran entre ellos.

Una persona bastante famosa escribió lo siguiente: "-Todo para nosotros y nada para los demás- parece haber sido la infame máxima de los amos de la humanidad en cualquier época de la historia". Esta no es una observación de Maquiavelo o de Karl Marx sino de Adam Smith. Creo que debemos creer en las palabras de este teórico del capitalismo cuando nos explica cómo es previsible que se comporten los amos capitalistas de la humanidad, es decir hoy en día la clase de gente que se reúne en Davos. Puede que sean individuos amables y generosos, pero como clase social, siempre cumplirán la ley de Smith. El debate real sobre la globalización no es entonces sobre si el fenómeno es "bueno" o "malo" porque la globalización es un hecho y no una opción. El debate real, en mi opinión, debería preocuparse sobre lo que hay en el mercado y lo que no hay, qué es comercializable y qué no lo es. ¿Debería estar el agua sujeta a las leyes del mercado? ¿la salud? ¿la educación? ¿los servicios públicos? ¿los alimentos básicos? ¿la energía?

Antes de intentar abordar estas cuestiones, por favor, déjenme hacer hincapié en que el sistema que he estado describiendo, a pesar de los grandes beneficios que ha proporcionado a algunos, está en crisis. Recibió un gran empujón al final de la Guerra Fría, cuando se abrieron todos los rincones del planeta a las fuerzas del capital internacional, pero ahora en encuentra en un verdadero aprieto. Las instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional que solían allanar el camino hacia las grandes privatizaciones y orientaban hacia el mercado universal tienen muchísimo menos peso ahora que el que tenían hace una década. El Fondo está despidiendo a personal. La Organización Mundial del Comercio lleva estancada casi tres años. Ya he mencionado los problemas del sistema financiero y su incipiente recesión, que se extenderá desde su epicentro en los Estados Unidos al resto del mundo. El precio del petróleo, de los minerales y de los alimentos básicos han alcanzado su cota más alta de todos los tiempos y por eso la inflación también es un riesgo.

¿Qué relación tienen todos estos aspectos del sistema económico mundial actual con la guerra y la violencia? De nuevo, por favor, déjenme definir términos: mi definición de un conflicto grave será el que utilizan varias instituciones de investigación para la paz: el que causa mil o más victimas mortales debido a un conflicto armado. No solo estamos hablando de estados atacantes sino también de guerras civiles, ataques terroristas y demás. También quiero exponer, quizá de manera poco convencional, que hay otros nuevos determinantes de violencia que son cada vez más comunes, como es el stress medioambiental que ya está contribuyendo a un aumento del desorden y del número de muertes.

IPPNW se fundó hace un cuarto de siglo en el marco de la Guerra Fría y la carrera de armas nucleares de las superpotencias. Así que puede que a algunos de vosotros os parezca una herejía decir que aquellos tiempos, aunque bastante terroríficos a su manera, también aportaron una cierta estabilidad. Para las superpotencias cualquier lugar en la Tierra podía considerarse importante porque cualquier lugar podía convertirse en una base, o un peón estratégico para la otra parte. En la actualidad la situación ha cambiado radicalmente. Hay muchísimos lugares sobre los que no merece la pena preocuparse; están llenos de perdedores, de excluidos, cientos de millones de personas considerados como basura, desechables y prescindibles. También hay unos cuantos Estados perdedores. Nosotros, al otro lado de la valla los llamamos Estados fracasados o canallas.

Déjenme comenzar con los perdedores individuales y su relación con el conflicto. Dichas personas y grupos son mucho más conscientes de la situación en la que se encuentran que antes. Muchos estudios han demostrado que el sentido de injusticia está menos relacionado con el nivel adquisitivo absoluto y la situación social que con la comparación con los otros. Las desigualdades son cada vez más visibles en todos los sitios. Muchos ciudadanos europeos están siendo testigos de los escándalos de los paraísos fiscales; muchos ciudadanos estadounidenses están siendo arrojados de sus hogares que ya no pueden pagar y pueden ver que hay grandes ganadores y grandes perdedores. Incluso en las sociedades más pobres, casi todo el mundo tiene al menos algún acceso a la televisión; la mitad de la raza humana vive ahora en ciudades, muchos de ellos en barrios de chabolas. El resentimiento está creciendo. La gente no se pregunta qué pueden haber hecho mal, sino "¿quién nos ha hecho esto?". Como normalmente no tienen acceso a la gente que ven por la televisión, se toman la revancha con sus vecinos que pertenecen a grupos étnicos distintos, tal y como hemos visto hace poco en Kenia. No se necesitan armas nucleares, los machetes y los enfrentamientos son suficientes para asesinar a miles, o a cientos de miles. Todos estos conflictos tienen unas raíces económicas.

El libre mercado, como base de la globalización neoliberal, también tiene su precio. Una de sus consecuencias, la inmigración ilegal, tiene como resultado asimismo un incalculable número de muertes. El NAFTA, acuerdo de libre mercado entre EE.UU., Canadá y Méjico ha causado la ruina de cientos de miles de pequeños granjeros pobres mejicanos incapaces de competir contra el maíz barato que fluye al país desde EE.UU. Muchos de ellos están intentando entrar en los Estados Unidos, al igual que los africanos que corren enormes riesgos para alcanzar Europa o los bengalíes para entrar en la India; lo que da lugar a más inestabilidad y amplia el ámbito para los conflictos. A menudo son políticas europeas y estadounidenses las que cierran todas las posibles salidas económicas a la gente, exceptuando la inmigración. Aún así, la respuesta es siempre utilizar el ejército, la policía y otras medidas de seguridad, nunca la negociación o un cambio en las políticas.

Como si esto no fuese suficiente, el planeta, el medioambiente también está en crisis. Ya somos conscientes de que el cambio climático está generando enormes flujos de refugiados. Mientras su número sigue creciendo ¿qué harán nuestros gobiernos? ¿cerrarles la puerta? ¿bombardearles? ¿decirles que se suiciden?, no trato de ser sarcástica, solamente intento ser realista porque veo que no se han hecho los planes necesarios ante esta crisis que sabemos nos amenaza y las migraciones masivas que forman parte de ella.

La relación entre conflicto y crisis de agua está más clara que el agua misma. La presión sobre el agua y su escasez están aumentando debido a la mortífera combinación entre el crecimiento de la población, aumento del calentamiento global causado por el hombre, por el control y el uso corporativo del agua, la contaminación, etc. En este contexto, la lucha por el control de los recursos medioambientales es extremadamente grave.

En 1991, el entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Boutros Boutros Ghali, avisó que las próximas guerras no serían por el control del petróleo sino por el control del agua. En 2008, el actual Secretario General, Ban Ki-moon, primero avisó públicamente en Davos y luego en la Asamblea General de la ONU que las guerras por el agua ya existían. Hizo especial hincapié en la crisis en Kenia, el Chad y especialmente en Darfur, a la que algunos han comenzado a denominar como "la primera guerra del cambio climático" . El Comité del Premio Nóbel de la Paz dio un paso espectacular al reconocer la relación entre daños ecológicos y guerra y el riesgo de guerras medioambientales al conceder el premio de 2007 a Al Gore y al Panel Inter-Gubernamental sobre el Cambio Climático.

Mack Levy, un investigador de la Universidad de Columbia, está trabajando para establecer científicamente la relación entre el agua y los conflictos. Trabaja con el Grupo de Crisis Internacional y esta cotejando bases de datos de guerras civiles y de disponibilidad de agua, mostrando que "cuando el volumen de lluvias baja de la media normal, el riesgo de que un conflicto de baja intensidad se convierta en una guerra civil casi se duplica en un año ". Entre otros casos, cita zonas de Nepal donde hubo violentos enfrentamientos durante la insurgencia Maoísta después de graves sequías; sin embargo no se produjeron enfrentamientos en otras partes de Nepal donde no hubo sequía. Los estudios de Levy también indican que las sequías causan escasez de alimentos y alientan la ira contra el gobierno. En dichos casos, grupos armados "semi retirados" a menudo vuelven a resurgir y reinician de nuevo la lucha.

El Grupo de Crisis Internacional ha situado 70 conflictos armados en su "lista de observación" y Levy está en proceso de recopilación de datos sobre el volumen de lluvias para todos ellos para ver si existen pruebas que puedan ayudar a predecir el aumento de conflictos. Su enfoque ayudará, sin lugar a dudas, a localizar lugares donde haya más posibilidades de guerra y, aunque queda mucho para completar el trabajo, los datos apoyan el descubrimiento de que para las guerras civiles, "las sequías graves y prolongadas son el indicador más sólido de un conflicto de alta intensidad". "Me sorprendió lo marcada que es esa correlación" añade Levy.

Los estrategas militares también están sumamente interesados en la probabilidad de las guerras por el agua. Un catedrático de Estrategia Militar Política del US Army War College ha publicado un largo y erudito artículo titulado "La Importancia Estratégica del Agua" en el que indica que de los 20 sistemas fluviales más grandes del mundo, 150 están compartidos por dos naciones y el 50 restante están compartidos por entre tres y diez naciones [1].

Como todos sabemos, Oriente Medio es especialmente delicado y tres ríos, el Nilo, el Tigris - Eufrates y el Jordán están en el centro de los conflictos actuales y futuros. El ex presidente de Turquía, Sr. Demirel ha dicho:"Nosotros no le pedimos a Siria ni a Irak que compartan su petróleo. ¿Por qué iban a pedirnos ellos que compartamos nuestro agua? Podemos hacer lo que queramos." El río Jordán es una pieza clave del dilema Israel-Jordania-Siria-Líbano-Palestina. Gracias al territorio que conquistó en la guerra de 1967, Israel tiene el control del agua restringiendo a los palestinos su acceso a ella. Como dijo un observador militar, "los estrategas israelíes siempre consideran el control de los recursos de agua como un factor crítico, lo que hace necesario, al menos desde su punto de vista, la apropiación de al menos parte de los territorios árabes ocupados." En cuanto al Nilo, nueve estados comparten sus aguas y Egipto es el último río abajo. Egipto ha dejado bastante claro que está dispuesto a entrar en guerra contra cualquiera de los ocho países situados río arriba para conservar su acceso al Nilo, del que depende para abastecerse en un 97% de sus necesidades de agua.

Como esta audiencia sabrá mejor que nadie, el Indo es un elemento del conflicto entre India y Pakistán, y el Ganges juega el mismo papel en las relaciones entre India y Bangla Desh. La combinación entre escasez de agua y armas nucleares no ayuda a tranquilizar las mentes de los estrategas militares en esas regiones o en cualquier lugar del mundo. Me gustaría añadir aquí que uno de los mejores argumentos contra los reactores nucleares, además de sus peligros inherentes y el problema aún sin solucionar de los residuos radioactivos, es la enorme cantidad de agua que necesitan para ser funcionales. Los reactores nucleares son los principales consumidores industriales de agua y en un país con problemas de abastecimiento como es la India, es muy posible que las autoridades se enfrenten a la terrible elección de desviar miles de metros cúbicos de agua de las comunidades locales o cerrar los reactores. Después del proceso de refrigeración, el agua se devuelve al medio ambiente pero a una temperatura mucho más alta, lo que puede dañar terriblemente los ecosistemas locales.

Incluso si reconocemos, y lo deberíamos hacer, que los sucesos complejos como los conflictos nunca pueden tener una sola causa, no hay ninguna duda de que el agua será un factor agravante, ya que está íntimamente conectada con otras necesidades nacionales vitales como son los alimentos. Varios factores achacables a la globalización han originado que los precios del grano suban peligrosamente, dejando a los países pobres expuestos a la escasez e introduciendo otro común denominador de conflictos.

Se podría entrar en más detalle sobre estas crisis, pero es importante señalar que mundialmente, estas diferentes crisis sistemáticas - de la economía, de las enormes desigualdades, del medioambiente, de la inmigración, de escasez de recursos, de los denominados "Estados fracasados", etc... - todos ellas aumentan el peligro de una respuesta militar. En el mundo pobre, los pobres lucharán principalmente contra los pobres ya que el sistema de exclusión y los desastres medioambientales crean cada vez más luchas por la simple supervivencia. Los más pobres viven en las zonas más amenazadas; las elites se las arreglan cada vez mejor para crear sus propios enclaves y fortalezas, pero estas no les protegerán siempre. Para evitar su caída, emplearán cada vez más el control militar contra las poblaciones consideradas peligrosas, superfluas o irrelevantes.

Tampoco se pueden encontrar motivos para el optimismo a nivel mundial. Los Estados Unidos, al perder su influencia en otras áreas y con su economía debilitada, dependerán cada vez más de su incuestionable dominio militar, volviéndose incluso más peligroso de lo que es ahora. El aumento actual de la red de bases militares estadounidenses en el extranjero es un factor clave de esta estrategia. Los acuerdos multilaterales estarán cada vez más desmembrados ya que incluso los socios de la OTAN, por ejemplo, se niegan a participar en las denominadas "coaliciones de buena voluntad". Ya mismo, estas coaliciones están siendo reemplazadas por las "coaliciones de los coaccionados" o simplemente por mercenarios, como se hace en Irak. Las próximas elecciones en EE.UU. son críticas: recuerden que John McCain es nieto e hijo de comandantes militares y él mismo es un marine. Ante una crisis, es difícil que su primer instinto sea utilizar la diplomacia y las negociaciones.

Ya es hora de concluir y de preguntarse si y cómo podemos salir de la crisis en la que nos encontramos. Nos enfrentamos a la cuestión moral más antigua del mundo ya sea para entidades religiosas o políticas seculares, para movimientos sociales y organizaciones sociales cívicas. ¿Cuál es la deuda de los ricos con los pobres, de los afortunados con los menos afortunados, de los que tienen una educación con los que no la tienen, de los sanos con los enfermos? ¿Estas obligaciones, si existen, son aplicables solamente en nuestras propias sociedades, en nuestros propios países o son para todos en todas las partes del mundo? La clase de globalización que elijamos -y os aseguro que existe una elección y no un destino que tengamos que aceptar - determinará si hay guerra o paz. En mi opinión, no puede haber paz sin justicia.

La otra gran cuestión está relacionada con las leyes y regulaciones que deberíamos exigir, por nuestro propio interés, para mantener al mercado bajo control y para proteger al planeta de su destrucción. ¿Cómo podemos asegurarnos de que dichas leyes se ponen en práctica, especialmente en el plano internacional donde no existe la maquinaria democrática? Si no contamos con leyes ejecutables y normas vinculantes, la máxima infame de "todo para nosotros y nada para los demás" seguirá predominando, tanto a nivel nacional como internacional. En particular, necesitamos normas que obliguen a las sociedades a compartir, y si creemos a Adam Smith, esto no sucederá de manera espontánea. Lo que significa que necesitamos impuestos, incluso impuestos internacionales, para promover el bienestar individual, la cohesión social, y -el tema que nos ha traído a todos a este Congreso del IPPNW- la paz.

Para terminar, déjenme agradecer de nuevo a IPPNW que me hayan invitado a hablar aquí, no sólo porque sea un honor personal sino porque también considero esta invitación como un signo de reconocimiento por parte de su organización de que el movimiento para la paz y el movimiento que ha venido a llamarse "antiglobalización" o de "justicia global" han unido sus fuerzas. Veo su gesto al invitar a alguien que ha participado en el movimiento para la justicia global desde sus comienzos, como visionario. Hasta ahora, por ambas partes, no hemos sabido crear los vínculos necesarios entre los movimientos para la paz y para la justicia global, ni en la teoría ni en la práctica.

El día 15 de febrero de 2003 fue un magnifico día que hizo historia, cuando por todo el mundo millones de personas salieron a protestar contra la invasión de Irak, pero no supimos mantenernos unidos y luchar juntos durante más tiempo. El gran impulso de ese día se perdió de alguna manera. Cuando nos acercamos al quinto aniversario de esa guerra terrible, cuyas desastrosas consecuencias resonarán por todo el mundo durante muchos años, reconozcamos concretamente que nuestros movimientos tendrán éxito si permanecen juntos, o fracasarán si se separan. El fracaso es inconcebible, nos jugamos demasiado. Debemos elegir el éxito, nos debemos elegir el uno al otro.

Gracias.

Nota
1) Algunos sistemas fluviales importantes se comparten por muchas naciones: el Nilo [9]; el Congo [9]; el Zambeze [8]; el Amazonas [7]; el Mekong [6]; el Tigris-Eufrates [3]. [regresar]

Presentado ante el congreso internacional de Médicos Internacionales para la Prevención de una Guerra Nuclear (IPPNW), Nueva Delhi