“México es paradisíaco e indudablemente infernal”, le escribe Malcolm Lowry a Jonathan Cape. A un amigo le confiesa: “México es el sitio más apartado de Dios en el que uno pueda encontrarse si se padece alguna forma de congoja; es una especie de Moloch que se alimenta de almas sufrientes”. JV.
lunes, abril 11, 2011
Balance de la jornada
jueves, marzo 10, 2011
Primer duelo oficial de Palestina en casa
viernes, febrero 25, 2011
viernes, julio 09, 2010
Perder es cuestión de método
El verso de Bocanegra es uno de los más enigmáticos de la poesía cívica. El centro suele ser uno. ¿No suena a indecisión que un territorio tenga muchos centros? Los paleógrafos explican que Bocanegra entregó la letra del himno en manuscrito y la palabra “antros” se confundió con “centros”. La intención del poeta era lógica: la tierra retiembla en sus cavidades.
Hoy en día los antros aluden a otro problema. Clientes asiduos del Bar-Bar, el 13 de junio los miembros del Tri departieron con gran jolgorio en una cantina de Sudáfrica, según revelan las fotos subidas a Twitter por una de sus acompañantes, Bárbara Coppel. ¿Es lógico que atletas de alto rendimiento se entretengan como spring-breakers en Mazatlán? Sin entrar en detalles (el concurso de camiseta mojada, la ración de chelas, la desvelada épica), resulta evidente que los uniformes con escudo de la selección que los juerguistas llevan puestos no representan para ellos investidura alguna.
Total, que el Himno tenía razón: los centros y los antros de la tierra están que truenan con el tricolor.
Antes del Mundial, cuando la sensatez era más fuerte que la ilusión, los expertos pronosticaban que la selección no llegaría al quinto partido. El nivel del futbol mexicano es mediano.¿Qué sucede cuando se lucha para seguir en el mismo sitio? Sobreviene la frustración. ¿Qué sucede cuando eso ocurre entre agoreros de alto rating, profetas de la buena ventura y publicistas que anuncian que todo será distinto y vale la pena creer en los redentores de pantalón corto? La irritación se incorpora a la identidad nacional.
“Tres veces te engañé”, canta Paquita la del Barrio. Lo mismo podría decirse de México ante Argentina. El primer gol fue una injusticia, el segundo un regalo y el tercero un prodigio. Tres maneras de perder.
Todo venía de un desastre previo. Contra Uruguay, México ya se había librado de la inesperada costumbre de triunfar. Una victoria ante los charrúas nos hubiera llevado a jugar contra Corea del Sur y luego contra Ghana. Ganar no parecía descabellado: bajo la conducción de Hugo Sánchez México venció 3-1 a Uruguay en la pasada Copa América. Tampoco hubiera sido un desafío paranormal superar a Corea y Ghana, quedando entre los cuatro primeros. El juego contra Forlán y los suyos equivalía a tres posibles victorias, dosis desmesurada en un país que no encuentra el Dramamine emocional para el mareo de “dar el salto”.
Una imagen resume la derrota: el máximo responsable del turismo mexicano repartiendo insultos y manotazos al terminar el partido México-Argentina. Miguel Gómez Mont, director del Fonatur, hermano del secretario de Gobernación y amigo cercano del presidente Felipe Calderón, representó a México con el proselitismo de los golpes. Fue cesado, decisión loable pero insuficiente. ¿Cómo es posible que estuviera ahí, es decir, en el Mundial de Sudáfrica, en ese puesto público, en complicidad con los dos funcionarios más encumbrados del país? El desfiguro revela los límites de la impunidad en la era de YouTube. Si el agresor no hubiera sido captado en video, seguiría en su cargo. El futbol mexicano es un negocio que depende de la oscuridad en las decisiones y la falta de rendición de pruebas. Un espectáculo donde la parte visible es pobre (perdimos otra vez) y la parte oculta formidable (los dueños ganaron más que nunca).
Instrucciones para fracasar
A veces se requiere de mucho esfuerzo para estropear las cosas. El título de una novela de Santiago Gamboa parece el lema de nuestra selección: Perder es cuestión de método.
No es raro que, para debutar en un equipo, los jóvenes aspirantes le den dinero a los entrenadores. Ya en el vestidor, son recibidos por “colegas” que amenazan con fracturarlos si destacan demasiado. Hacen falta trabajadores sociales y psicólogos que ayuden a la integración de las distintas generaciones de futbolistas. Tal y como están las cosas, el “grupo” es una variante del patio de la escuela donde mandan los gallos peleoneros.
Una vez que el jugador comienza a ser valorado, descubre que sus posibilidades de ganar dinero no derivan de obtener títulos, sino de ser traspasado satisfactoriamente a otro club. En México, la compraventa de piernas produce más dinero que los campeonatos. Los fichajes generan comisiones para el promotor, el directivo, el entrenador y el propio futbolista. En esta bolsa de valores, un jugador “exitoso” se retira después de haber pasado por ocho o 10 equipos. Eso significa que ha vivido en otras tantas ciudades sufriendo desajustes y problemas de adaptación. La falta de regularidad del futbol mexicano se debe en gran medida a que los protagonistas son mercancías migratorias: destacar o fallar son, por igual, pretextos para el traspaso. Cuando el presidente Zedillo sugirió que no vendieran a Alex Aguinaga, convirtió en asunto de Estado un temor de los necaxistas: las buenas campañas del ecuatoriano lo hacían candidato al traspaso.
Sin asociación gremial que los proteja, los futbolistas carecen de derechos laborales. Es cierto que en el país de Elba Esther Gordillo el sindicalismo no siempre es una meta encomiable; sin embargo, también es cierto que los futbolistas carecen de condiciones laborales equivalentes a las de sus pares en Colombia o Chile, donde los derechos se regulan al margen de los directivos.
Basta ver la camiseta de una escuadra mexicana para saber que anunciarse ahí es más fácil que anunciarse en un periódico. Infamados por ocho o nueve logotipos, los uniformes denuncian los verdaderos colores que se defienden en el juego.
Llegamos al punto decisivo del repaso: la televisión. Televisa y Tv Azteca han destruido al futbol mexicano. En el mundo entero, el deporte es una oportunidad para vender zapatos y llenar la programación televisiva. La peculiaridad mexicana es la absoluta subordinación de los clubes a los designios de las televisoras. Para empezar, está el tema de los torneos cortos. Seleccionadores como César Luis Menotti, Manuel Lapuente, Hugo Sánchez y Javier Aguirre han coincidido en que se trabajaría mucho mejor si se regresara a las temporadas largas, que permiten experimentar con la cantera y trazar estilos de juego que se pueden definir sobre la marcha. Pero Televisa y Tv Azteca juzgan que el aficionado padece déficit de atención y sólo se interesa por los partidos a muerte de la liguilla. Cada año, el rating aumenta y la calidad zozobra.
La liguilla surgió en la temporada 1970-71 como un recurso para aportarle dramaturgia al campeonato. Eso era malo, pero no fatal. El asunto se agravó en 1996, cuando el torneo se acortó para celebrar dos campeonatos al año y, por lo tanto, dos rentables liguillas. Con esto, los triunfos se devaluaron. De los campeones pasamos a los microcampeones. En esas jornadas de la prisa, los técnicos se volvieron medrosos y resultadistas, pues tenían pocos partidos para demostrar su astucia. Además, el bazar de piernas se intensificó y las transferencias de fin de temporada se hicieron dos veces al año. Así se perfeccionó la inconsistencia del futbol mexicano. De 1996 a la fecha se han celebrado casi 30 torneos y sólo los Pumas de Hugo Sánchez han sido campeones dos veces seguidas. El campeón es un rey breve que se hunde en la siguiente temporada.
Como los cánticos de algunas “hinchadas”, los torneos cortos se copiaron de Argentina. Esto sirvió de excusa para argumentar que se pueden tener torneos de precipitación y, al mismo tiempo, buenos jugadores. Pero la comparación no se sostiene. El futbolista argentino tiene una cultura de emigración, no sólo por antecedentes familiares sino porque sabe que destacar significa irse: el futuro está en las ligas de España, Italia o Inglaterra. Jugar torneos cortos es una preparación útil para los grandes nómadas del futbol, no para los mexicanos. En este país de telenovela, donde un romance dura 100 episodios, el futbolista es condenado a vivir efímeras pasiones.
Televisa y Tv Azteca han decretado que el público carece de paciencia para seguir a su equipo al modo de los forofos del Real Madrid o los tifosos del Juventus. En consecuencia, fomentan la liguilla y suben el precio de sus anuncios.
Pero el daño no se detiene ahí. Que una cadena de televisión sea propietaria de un equipo crea conflictos de interés; que sea, como Televisa, propietaria de tres, enturbia más las cosas. Por disposiciones de la FIFA dos clubes no deben tener el mismo dueño. ¿Por qué no actúa el organismo internacional en el caso mexicano? Digamos que la FIFA es sibilina y algo acomodaticia (sólo así ha logrado tener más agremiados que la ONU). Su jurisprudencia es feudal: el rey del castillo sólo entra en acción si suficientes príncipes se quejan. En otras palabras, para que la FIFA intervenga en México debe recibir un reclamo de la mayoría de directivos de la Federación Mexicana de Futbol. ¿Es posible que eso suceda? Claro que no: los equipos no van a rebelarse contra el mago que los lleva a la pantalla.
Una vez que arruina el futbol como deporte, la televisión lo infla como mercancía. La campaña Iniciativa México demuestra que ciertos sabios no han vivido en vano. El patrioterismo surge cuando se acaban los argumentos racionales. Dos ilustrados del siglo XVIII entendieron el problema. En Inglaterra, el doctor Samuel Johnson dijo: “El patriotismo es el refugio de los canallas”. Por su parte, el físico y escritor alemán Georg Christoph Lichtenberg escribió. “Quisiera saber en nombre de quién se hacen las cosas que ocurren ‘en nombre de la patria’”. En la pantalla chica la patria sirve para vender un sándwich o pretender que los problemas se resuelven mostrando orgullo.
Siguiendo a Felipe Calderón, que culpa a los mensajeros de las malas noticias y propone “hablar bien” para vivir la ilusión de que ya todo se resolvió, Javier Aguirre contribuyó a inflar las expectativas. El sólido sentido común con que ha actuado en otras ocasiones, se transformó en bipolaridad: primero dijo “México está jodido” –derecho al juicio que muchos defendimos–; luego celebró la grandeza propagandística de la patria en un spot ante el Ángel de la Independencia. Es difícil que esta ambivalencia sea para “todo público”; o queda bien con unos o con otros.
Pero la falta de congruencia no afecta a las televisoras. Por una sencilla razón: las ventas continúan. En un artículo escrito para Enfoque, suplemento de Reforma, José Ramón Fernández informó que Tv Azteca y Televisa gastaron unos 100 millones de dólares en derechos televisivos. Al margen del destino de la selección, ganarán el doble.
Las canchas que se riegan en nuestro territorio están determinadas por un principio básico: jugar medianamente da mucho dinero. ¿Para qué complicar las cosas buscando calidad?
En tiempos recientes varios gobernadores han contribuido a enturbiar las aguas. No es raro que el balompié se convierta en promesa de campaña ni que se desvíen fondos del gasto público para comprar una franquicia. Si el Necaxa fue a dar a Aguascalientes, no sería raro que, si directivos mexicanos compraran el Boca Juniors, acabara jugando en la Patagonia, si el gobierno local les brindara garantías.
El desprecio a las pasiones de la gente y las tradiciones que se forjan poco a poco, soportando la lluvia y las tardes sin goles en los estadios, también se extiende al extranjero. Los aficionados más nobles y ultrajados del futbol mexicano son los paisanos que llenan los graderíos en Estados Unidos para ver los peores encuentros amistosos de la selección nacional. Su anhelo del “volver al país” es tan grande que pagan lo que sea por ver las formaciones experimentales de un equipo que sólo va ahí a cobrar dinero. En su proyecto for export, el Tri es un guacamole de tercera que se consume gracias al generoso apetito de quienes no tuvieron más remedio que arriesgar la vida para irse al otro lado.
Del Rebaño Sagrado
al chivo expiatorio
Después del futbol, el segundo deporte favorito del aficionado es el linchamiento. Hugo Sánchez salió de la selección como si hubiera ofendido a la madre naturaleza. De nada le sirvió haber sido el mejor futbolista mexicano de todos los tiempos. Es cierto que él mismo encendió la hoguera de las expectativas prometiendo logros que sólo hubieran podido llegar con el trabajo conjunto de Pelé y Simón Bolívar. De cualquier forma, el tercer lugar que obtuvo en la Copa América, siendo sólo superado por Brasil y Argentina, fue meritorio, sobre todo al tomar en cuenta que Sudáfrica 2010 confirmó la fuerza de los equipos sudamericanos. Es cierto que Hugo fracasó en la eliminatoria para los Juegos Olímpicos, pero con la selección mayor obtuvo resultados aceptables. En estas mismas páginas escribimos hace años que su sucesor no tendría mejor futuro. La razón es sencilla: no hay modo de arreglar desde el banquillo un país donde la impunidad reina en los vestidores, las televisoras, los directivos, las giras, las relaciones con los gobiernos locales y los funcionarios que van a dar bofetadas al Mundial.
Javier Aguirre es el entrenador mexicano con mayor experiencia en torneos internacionales. De salvador de la patria ha pasado a villano. Esta transfiguración carnavalesca es de sobra conocida. Vale la pena, por tanto, ensayar el exorcismo de la sensatez. El trabajo del técnico debe ser medido en las dos fases que enfrentó: la eliminatoria y el Mundial.
El Vasco no deseaba volver a la olla de grillos del futbol mexicano, pero la caída de Sven-Goran Eriksson lo sorprendió cuando no tenía equipo. Sudáfrica se presentó para él como la oportunidad de mantenerse activo en lo que se enrolaba con otro club de importancia (posiblemente en Inglaterra). Es una fortuna que haya sido así. Era el único bombero que podía salvar la situación. Aguirre enderezó una eliminatoria casi perdida.
Para lograrlo tuvo que contar con la asesoría de Mario Carrillo, que conoce mejor que él el futbol mexicano reciente. Nunca sabremos qué tanto influyó en las decisiones. Con los desaciertos de Sudáfrica surgió la hipótesis de dos visiones difíciles de conciliar. Lo cierto es que el cuerpo técnico careció del trabajo de años necesario para mejorar a una selección (el caso de Marcelo Bielsa al frente de Chile es el mejor ejemplo).
En cuatro años la selección tuvo cuatro técnicos. El dato es un certificado de inestabilidad. Además, el material humano no era entusiasmante. Los equipos mexicanos no destacaron particularmente en la Copa Libertadores y el único futbolista digno de la denominación de crack, Cuauhtémoc Blanco, había cumplido 37 años y no podía subir escaleras sin resoplar un poco.
Aguirre no podía inventar una realidad ajena a la suya. Ninguno de sus jugadores venía de ganar un torneo importante a nivel internacional. Por otra parte, los “europeos” pasaban por horas bajas. La mayoría había tenido una actuación intermitente en sus equipos (los casos de Vela, Moreno y Franco). Otros, como Márquez y Osorio, estaban en la banca. En lo que toca a Giovani, llevaba muy poco tiempo en el Galatasaray de Turquía y El Chicharito salió de Chivas rumbo a Inglaterra sin que su futuro se haya concretado. Sólo dos tuvieron buenas actuaciones en las pasadas temporadas: Andrés Guardado (después de superar una lesión difícil) y Carlos Salcido. Era lógico que la falta de ritmo se notara en el Mundial. Aguirre no podía prescindir de ellos porque se trata de los jugadores de peso, pero tampoco podía aguardar fuegos de artificio.
En la entrevista que concedió a Expansión, poco antes del Mundial, El Vasco dijo que había aceptado hacer anuncios que no le interesaban a condición de que los federativos no intervinieran en sus decisiones. ¿En verdad lo dejaron trabajar?
Sorprende la cantidad de jugadores que probó Aguirre en la fase preparatoria tanto como la ausencia de un cuadro básico. ¿Con la llamada a casi todo el Rebaño quería evitar ser el único chivo expiatorio? El reparto era demasiado amplio para una película que no pretendía representar la batalla de Puebla sino disponer de 23 jugadores para enfrentar a Francia.
Cuando Aguirre dejó al Tri por primera vez, después del Mundial de 2002, habló de la intromisión de los directivos. Lo mismo hizo Eriksson cuando se hizo cargo de Costa de Marfil y recordó su fallida etapa mexicana. Es difícil saber si la salida de Jonathan era más cómoda para Aguirre porque el Bar-ça no presiona a la selección como presionan los clubes mexicanos, deseosos de que sus jugadores suban de precio en el Mundial. Lo cierto es que no hubo mucha claridad en la toma de decisiones. En los días anteriores al último partido, Jorge Vergara, dueño de Chivas y directivo a cargo de selecciones en la FMF, dijo a los medios que El Bofo debía jugar. La sorprendente aparición de Adolfo Bautista en el cuadro titular contra Argentina, ¿fue una concesión a uno de los más importantes directivos del futbol nacional? Lo único reportable es que Vergara perjudicó a Aguirre al proponer al Bofo.
La rumorología ha alcanzado niveles conspiratorios. El promotor del Guille Franco también lo es de Javier Aguirre. ¿Explica esto la insistencia del entrenador en alinear a un eje de ataque infructuoso? No necesariamente. Un escritor puede elogiar desinteresadamente a un autor con el que comparte agencia literaria. Sin embargo, ante la falta de claridad del futbol mexicano, cualquier coincidencia se vuelve fatalidad.
La selección nacional es un problema colectivo. Los responsables de que no avance son muchos. Mi momento favorito del Mundial 2010 fue el siguiente. Carlos Salcido –brillante entre la medianía– lanzó un tiro que pasó a un lado del poste. En las gradas, un mexicano de gran sombrero lo atrapó con enorme habilidad. ¿Quién era ese paisano desconocido? ¿Qué sacrificios hizo para ver a los suyos en Sudáfrica? Imposible decirlo. Sólo sabemos que merece un mejor equipo. Si el futbol fuera más importante, tal vez desataría un movimiento social para mejorarlo. Hasta ahora no hemos tenido revueltas populares para garantizar el nivel del entretenimiento, pero nunca se sabe.
Por otra parte, el asesinato del doctor Rodolfo Torre Cantú, candidato del PRI al gobierno de Tamaulipas, ubicó la importancia del futbol en su justa dimensión. Un país atravesado por la metralla no se mejora con goles. Osorio regaló un balón, error pequeño en comparación con el presidente que nos regaló una guerra.
miércoles, junio 30, 2010
Mediocre imaginación
Argentina: futbol y medios
domingo, octubre 11, 2009
Cosas del Futbol
La declarada guerra futbolera esgrimida tan de malas maneras por Javier Aguirre no alcanzó a ser guerrilla. Si lamentables –y peligrosas– fueron las declaraciones bélicas del técnico mexicano, no menos preocupante fue la ausencia de futbol de sus soldados, aturdidos por la orfandad de liderazgo dentro de la cancha. Tal vez faltó que el Vasco saliera a jugar, o a romper alguna pierna. Dio la impresión de que los jugadores quedaron estupefactos desde el momento en que Aguirre pronunció tan desafortunadas declaraciones.
Por suerte, y hay que destacarlo, el público fue ecuánime y no aprovechó que ayer, precisamente, el Azteca se presentó nuevamente sin alambradas. Cien mil personas le dijeron al Vasco que el futbol no es una guerra.
Ya está el Tri reservando hoteles en Sudáfrica. La afición y los jugadores lo merecen. Unos y otros pusieron de su parte para lograr el objetivo. En este volcán de malas noticias llamado México hay que celebrar las buenas noticias, y ésta es una de ellas.
Otra cosa es que quienes se llevarán la gran tajada son los dueños del duopolio televisivo. Por cierto, dentro de la vulgaridad que uniforma a los comentaristas de una y otra cadena –compiten en despropósitos– merece mención aparte Roberto Gómez Junco, excelente en su etapa de futbolista y sensacional como analista. Escucharlo es un deleite.
Lo que debe preocupar a Aguirre y a su cuerpo técnico es que no hay un patrón de juego que defina a la selección. O dicho de otro modo, el Tri no sabe a qué juega. Hay buenos jugadores, buenos, no de excelencia, pero sigue dando la impresión de que no están todos los que son. Claro, es fácil decirlo, y también ponerse en la piel del Vasco desde la comodidad de la cantina.
Hace no tantos años a los equipos de la zona el Tri los zurraba a goles. Ese tiempo ya se acabó. Ellos crecieron y México se estancó. Asusta pensar qué puede pasar dentro de cuatro años, cuando de nuevo se juegue la calificación para el Mundial de turno. Urge una estrategia nacional que contemple, con las ayudas necesarias, el cuidado de la cantera desde la categoría infantil.
En caso contrario, si la política futbolera sigue siendo como es, inmediatista y resultadista, al Tri le irá como en feria. Mimbres hay, pero hace falta tiempo y paciencia para encontrarlos y para pulirlos.
jueves, septiembre 17, 2009
Quand religion rime avec ballon rond
En Italie, l'entraîneur de l'Inter de Milan, José Morinho, réputé pour son caractère querelleur, a failli tomber dans le piège du racisme antimusulman. Il avait sorti le milieu de terrain Sulley Muntari au cours d'un match, estimant que sa mauvaise prestation était due au jeûne. Les réactions sur les forums Internet ne se sont pas fait attendre. Elles illustrent l'hypersensibilité des communautés musulmanes d'Europe. En Egypte, où le foot et la foi s'entremêlent comme nulle part ailleurs et où le pieux Mohamed Abou Tarika est tellement populaire que la presse en parle comme d'un véritable phénomène populaire, les gros titres sur le sujet sont devenus un moyen commode de soulever les foules. Le président de la Fédération égyptienne, Samir Zaher, a récemment déclaré qu'il fallait manger avant le match décisif contre le Rwanda [remporté 1 à 0 par l'Egypte], s'appuyant sur une fatwa d'Al-Azhar autorisant toute personne en déplacement ou contrainte à un travail fatiguant à interrompre le jeûne. Cette déclaration de l'homme fort du foot égyptien a écorné l'image de la sélection nationale, souvent présentée comme une équipe de "prosternés".
Plus généralement, les commentaires postés sur les forums arabes consacrés au football révèlent un désir obsessionnel de classer les joueurs selon des critères religieux. Alors que le football est le sport par excellence dont la philosophie repose sur des phénomènes postreligieux, tels que l'Etat-nation moderne et les drapeaux et slogans partisans, la séparation entre le supporteur et le sectaire religieux est de plus en plus incertaine. Ainsi, la rencontre entre Manchester United et Barcelone lors de la finale de la Ligue des champions en mai 2009 a donné lieu à des commentaires d'internautes qui ne comparaient pas les deux équipes, mais les attitudes musulmanes de tel ou tel joueur. Certains deviennent supporters d'une équipe pour la simple raison que l'un de ses membres porte un nom à consonance vaguement musulmane.
Le cas de l'Egyptien Mohamed Zidan, qui joue au Borussia Dortmund, a récemment fourni une autre illustration de cette confusion. Il a déclenché l'ire des internautes en déclarant, dans le tabloïd allemand Bild, qu'il était heureux de pouvoir à nouveau se concentrer entièrement sur le sport puisqu'il avait réussi à se rabibocher avec sa copine danoise Stina, précisant qu'il allait vivre avec elle. Outré, un internaute musulman s'est adressé à lui en ces termes : "Honte à toi ! Tu es musulman et arabe. Regarde Frédéric Kanouté, Seydou Keita, Sulley Muntari, Mahamadou Diarra... Ils sont Africains, mais ils sont musulmans. Ils font quoi pendant le ramadan ? Je vais juste te rappeler que Kanouté donne une grosse partie de son salaire pour la construction de mosquées en Espagne. Et toi ? Tu t'installes avec une femme en dehors du mariage !" Un autre internaute a écrit, sous le pseudonyme Death lover : "Mon frère, ton nom est Mohamed. Et pourtant, tu vis avec une Danoise, mais on n'a rien dit. C'est une mécréante, soit. Elle ne voile pas ses cheveux, mais on a fermé les yeux là-dessus. Mais qu'est-ce que ça veut dire de prendre un appartement pour s'installer avec elle ? Tu mérites la colère de Dieu et des hommes."
www.courrierinternational.com
jueves, agosto 13, 2009
Cosas del Futbol
Todo, inclusive que el cabeza dura de Javier Aguirre –vasco al fin– se empecine en colocar a Guillermo Franco desde el inicio. Se trata de un buen jugador, pero no tiene equipo, mucho menos ritmo de competición. Otra cabezonería es poner a jugar a Nery Castillo, que se anula solito.
Y lo peor fue la miopía del llamado ¿cuerpo técnico?, al ser incapaz de balancear la carga de juego por ambos lados de la cancha. En 80 por ciento del partido los mexicanos se empeñaron en la izquierda, pero el primer gol llegó desde el centro y el segundo se debió a una de las contadas incursiones de Efraín Juárez por la banda derecha.
Pese a la ausencia total de buen balompié, y gracias al calor, a la afición y a la siempre bienvenida buena suerte, la selección dio un pasito hacia el Mundial de Sudáfrica. Las televisoras deben estar de plácemes, cual debe, y los enemigos del futbol seguramente le darán la vuelta con sus siempre tristes y patéticas lecturas ideológicas.
Total: el país está igual de jodido pero tantito más contento. Al fin que la inmensa mayoría goza y sufre –hay quienes dicen que es lo mismo– viendo a22 hombres matándose por una pelota. Dirán algunos que el asunto es demencial, pero habrá que convenir entonces en que la demencia deja mucho dinero.
Banderas e ideologías aparte –unas y otras vienen a ser como el chicle porque son objeto de vulgar manoseo–, es evidente que el futbol mexicano está afectado por el síndrome del pantalón largo. Se trata de una enfermedad descubierta por la ciencia no hace muchos decenios y que consiste en que los partidos, que formalmente se juegan en la cancha, son también víctima de un virus virulento que, adosado a los pantalones de dueños y directivos de la bolita mágica, termina por edulcorar la pureza del juego inventado por los ingleses.
Así puede explicarse, por ejemplo, cómo los árbitros cometen, casi siempre en el momento oportuno, errores
que, por regla general, benefician al negocio, casi nunca al deporte.
Pero es lo que hay.
lunes, mayo 25, 2009
Peter Pan en el olimpo del fútbol
JOHN CARLIN Humilde, tímido, menudo. Leo Messi reserva toda su expresividad para el campo. Y ésa puede ser la clave que le aúpe a lo más alto. Es el nuevo genio del fútbol mundial. El ‘crack’ de un equipo, el Barça, que este miércoles, ante el Manchester United, puede redondear una temporada histórica. Leo Messi nació en Rosario, Argentina, hace casi 22 años, era muy chiquito de pequeño, pero marcaba 100 goles por temporada, hoy es el jugador determinante del Barça y de su selección, marca goles que pasarán a la historia, juega con la pelota pegada a los pies... No, eso ya lo sabemos todos (al que no lo sepa se le podría preguntar, como dijo el locutor de radio cuando Diego Maradona marcó el mejor gol de la historia contra Inglaterra en el Mundial de 1986: "¿De qué planeta viniste?"). Empecemos otra vez. He entrevistado a Messi en dos ocasiones, la última para EL PAÍS hace un mes, y si se me ofreciera una tercera posibilidad de hacerlo, respondería cortésmente que no; no, gracias. Algún intercambio después de un partido, tal vez, pero tiene poco sentido para un periodista sentarse a hablar con él y exigirle perlas de autorreflexión. O tan poco sentido, digamos, como haberle pedido a Luciano Pavarotti que nos mostrase lo que era capaz de hacer vistiendo pantalón corto en el Camp Nou. Entre amigos quizá se lo pasaba bien Pavarotti con un balón; del mismo modo que, con sus íntimos, puede que Messi se suelte en conversación (aunque tampoco tanto, porque la palabra tímido es la que repiten con más frecuencia todos los que le conocen cuando hablan de él). Pero juzgar a Pavarotti en base a su actuación en un campo de fútbol, o a Messi en función de cómo habla en público, es tan absurdo como injusto. Como lo es sacar la conclusión, no infrecuente, de que Messi no es una persona inteligente. Messi es mucho más que una persona inteligente. Es un genio que reserva toda su expresividad para el campo de fútbol. Y para ser genio se requiere, en el ámbito que sea (ópera, violín, ballet, natación, tenis, libros), una capacidad cerebral singular. Con la diferencia de que tiene más mérito ser el mejor jugador de fútbol del planeta que ser el mejor en cualquier otra cosa. Por la sencilla razón de que hay más competencia. Habrá decenas de miles de personas que desean ser grandes cantantes de ópera o tocar magistralmente el violín o ser primeras bailarinas o bailarines; habrá cientos de miles que aspiran a jugar al tenis como Rafa Nadal o nadar como Michael Phelps o escribir como García Márquez. Pero cientos de millones de soñadores, de niños, e incluso adultos, que aspiran a ser el más grande, sólo hay en una disciplina, el fútbol. La vida profesional de un futbolista es trágicamente corta. Pero cuánta gente habrá que lo cambiaría todo por ser no sólo el que muchos consideran el futbolista más talentoso y eficaz de la tierra, sino el que medio mundo pagaría (y paga) por ver jugar. Porque el placer de presenciar las maravillas que Messi es capaz de hacer con un balón -esos toquecitos eléctricos que le da con la punta del pie, esos movimientos como de ardilla, que se frena en seco, y sale disparado, y se vuelve a frenar- es algo único, sólo suyo, que, para gran parte de la humanidad, no tiene precio. Lo dicen los aficionados de a pie en todo el mundo. Y lo dicen los profesionales del deporte. Acabo de estar un par de semanas en Suráfrica, sede del Mundial de 2010, hablando con la gente de fútbol, y cada vez que les pedía su opinión de Messi, no importaba que fuesen políticos o barrenderos o jugadores, los ojos se les ponían como platos. Cuando le pregunté a un delantero del equipo profesional Amazulu qué pensaba de Messi, se infló los cachetes y soltó un largo "¡uuuuffff!". Los compañeros de equipo de Messi en el Barcelona, el mejor Barcelona de todos los tiempos, según Juande Ramos, entrenador del Real Madrid, responden de manera similar. Samuel Eto'o dice que ver a Messi en el campo es como ver "dibujos animados". Thierry Henry confiesa que con Messi en el campo corre el peligro de convertirse en un mero espectador: "Lo que él hace es increíble y debo tener cuidado de no quedarme mirando sus movimientos". Gabriel Milito, que también juega con Messi en la selección argentina, dijo hace un par de años en una entrevista con EL PAÍS: "A cada partido te preguntas: '¿Cómo lo ha hecho?' Llegas al partido pensando: '¿Qué hará Messi?'. Le conocí en Argentina. En el primer entrenamiento con la selección supe que era diferente a todos. He jugado con enormes futbolistas, pero ninguno como Leo". En cuanto a opiniones fuera de su entorno profesional, destaca una de Fabio Capello, seleccionador inglés y ex entrenador del Real Madrid. Comparándolo en abril con Cristiano Ronaldo, del Manchester United, con el que se retará en un duelo en la final de la Liga de Campeones este miércoles, Capello afirmó en abril que aunque el portugués del Manchester United jugaba a "un altísimo nivel", el "genial" era Messi. Otros madridistas tampoco se cortan. Arjen Robben, el extremo holandés con el que algunos fanáticos del Bernabéu le llegaron a comparar, ha dicho de Messi: "Para mí es de otro planeta. Es el mejor, diferente al resto". Alfredo di Stéfano, otro genio argentino, declaró a finales del año pasado que Messi era "el número uno porque juega y hace jugar; crea y finaliza". "Ojalá", agregó, "lo tuviera el Madrid". Lo mismo piensa, no lo duden, Florentino Pérez, que por una vez parece estar condenado a seguir soñando. Una de las cosas que quedaron claras en la entrevista que le hice para este periódico el mes pasado fue que no había tenido ningún contacto con Pérez y que no pensaba jamás traicionar al Barcelona como lo hizo en su día Luis Figo. "No me iría de acá, de Barcelona, ni a Madrid ni a ningún otro lado," declaró. En el campo, Messi es un derroche de talento, energía y claridad. Pero cara a cara con un periodista, todas sus respuestas son cortas e imprecisas. No se extiende nunca. Es famosísimo y admirado por mucha más gente de la que él se puede imaginar, pero emite una extraña inocencia, como si no acabara de entender por qué alguien querría entrevistarle. Humilde y respetuoso siempre, responde lo mínimo necesario para no ser descortés. Poco más. ¿Qué le parece aquello que ha dicho Di Stéfano de usted, que es grande porque crea y finaliza? "Sí, todo es lindo, ¿no?," contesta, sin sonreír. "Sobre todo cuando viene de gente tan ilustre". ¿Ha tenido compañeros en el Barcelona que le han ayudado a mejorar como jugador? "No, la verdad es que no. Mi juego siempre es el mismo". ¿Hay algún jugador que admira fuera del Barcelona o de la selección argentina? "No. Qué se yo... La verdad es que no". ¿Algún otro deporte que le podría interesar? "Me gusta mirar tenis, basket..., pero tampoco lo sigo tanto...". ¿Y cuando no juega al fútbol, qué le gusta hacer? "Y... Estar con la familia". Si Messi consideró que las preguntas fueron banales (muy posible) o repetitivas (también, posible), no lo delató. Ni altivo ni desdeñoso, como lo pueden ser otros famosos del fútbol, lo que llamó la atención fue su sencillez, la ausencia de pretensión de ningún tipo. No luce tatuajes visibles, ni pendientes, ni ropa de moda (vestía vaquero y camiseta blanca), ni nada que haría que en la calle se le mirara dos veces. No podría ser más diferente a David Beckham, o incluso a su único rival para el título de mejor del mundo, Cristiano Ronaldo, que juega al fútbol como si las luces del escenario brillasen únicamente para él. Después de marcar un golazo de casi 40 metros, el mes pasado, contra el Oporto en cuartos de final de la Liga de Campeones, Ronaldo declaró: "Es el mejor gol de mi vida. Fue un disparo fantástico y me muero de ganas de verlo otra vez en DVD". Messi no ve sus goles después de un partido. Ése fue el dato más revelador que salió de nuestra entrevista. ¿Ve mucho fútbol en televisión?, le pregunté. "No. No miro fútbol," contestó. ¿Ni sus propios goles? "No. No. Tampoco". ¿Ni partidos de equipos a los que se va a enfrentar, como los ingleses en la Champions? "Me gusta, obviamente, entrenar, jugar..., pero mirarlo, la verdad que no. No soy de mirar". He aquí una pista para descifrar el particular genio de Leo Messi. No mira; actúa. Cuando no participa en el juego, cuando observa, vive callado en la sombra. Cuando tiene un balón a sus pies, canta, brilla como el sol. No hay más que leer la biografía escrita por el periodista italiano Luca Caioli, Messi: el niño que no podía crecer, o ver el documental que hizo Informe Robinson, en Canal Plus, sobre su infancia en Rosario, ciudad industrial a 300 kilómetros de Buenos Aires, y su llegada al Barcelona, club en el que aterrizó con 13 años, para constatar que, lazos familiares aparte, Messi vive y siempre ha vivido única y exclusivamente para jugar al fútbol. Lo familiares, los amigos, las profesoras, los entrenadores que tenía cuando era pequeño, todos ofrecen variaciones sobre el mismo tema: "Cuando jugaba al fútbol, ya fuera en un campo o en la calle, se transformaba"; "era impresionante porque lo hablábamos y decíamos: 'Mirá al Leo, siempre con una pelota en la mano"; "era un nene tranquilo, era tímido, como se ve ahora... con la pelota se transformaba, era otra persona, era asombroso ver el cambio que producía"; "él brillaba, brillaba cuando jugaban en los recreos". Y hoy sigue jugando como si fuera un niño, como si no fuera consciente de los millones que siguen por televisión cada paso que da en el campo. Como si el largo recorrido, los sacrificios que ha hecho y la valentía que ha demostrado para llegar a donde ha llegado, a la cima de una gigantesca montaña llena de alpinistas que ha dejado por el camino, no hubieran dejado huella. A diferencia de su abuela, que sí la dejó. Messi se pasó la mayor parte de sus primeros cuatro años de vida dando puntapiés a un balón hasta que un día la abuela, como recordó en nuestra entrevista (siempre recuerda a su abuela, muy futbolera ella, fan de Maradona), lo introdujo en el deporte de su vida al insistir en que lo dejaran jugar en un equipo infantil de Rosario cuyos jugadores tenían dos años más que él. Él siempre fue muy pequeño para su edad, algo que se hacía aún más evidente en aquella primera liguilla en la que jugó, pero se convirtió instantáneamente en el crack de su equipo, llamado Grandoli. Las patadas eran la única forma de pararle ("pero sin maldad, eran chicos", me dijo en la entrevista con un exceso de generosidad), pero él nunca se arrugaba. Como hoy en el Barcelona, cuanto más le pegaban, más lo volvía a intentar. De Grandoli se fue al gran equipo profesional rosarino, Newell's Old Boys, y fue allí donde durante cinco años marcó una media de 100 goles por temporada. Y eso que seguía siendo muy pequeñito. Un médico le diagnosticó un problema de insuficiencia hormonal que le impedía crecer con la naturalidad debida. Le recetó una inyección diaria en la pierna, pero el tratamiento era muy caro. Ni la asistencia social ni su club podían abordar el coste indefinidamente, lo que persuadió a su padre, Jorge, a volar con él a Barcelona en septiembre de 2000 a ver si el club catalán le contrataba y le pagaba las inyecciones. Tenía 13 años cuando se puso a prueba en el Barça. Carles Rexach, el ex jugador y entrenador del primer equipo, fue el encargado de decidir su destino. Tardó siete minutos en hacerlo, mientras daba la vuelta a un campo de césped artificial en el que estaba jugando el pequeño Leo. Era el martes 3 de octubre de 2000, a las cinco de la tarde, en un partido en el que, por enésima vez, Messi se enfrentaba a jugadores más grandes que él. "¿Quién es ése?", preguntó Rexach, al llegar al final de su recorrido. "Messi", le dijeron. "Collons, l'hem de fitxar ara mateix", respondió Rexach, según él mismo ha recordado. Alguna persona del entorno le comentó que quizá era demasiado pequeño, como de futbolín, a lo que Rexach (que aquel día ganó la lotería para el club que le paga el sueldo) contestó: "Pues tráeme a todos los jugadores de futbolín porque los quiero en mi equipo". Jorge Messi trabajaba de jefe de sección en una siderúrgica en Rosario, pero entonces se trasladó a Barcelona a ligar su futuro y el del resto de la familia -eran tres hermanos- al porvenir de su hijo menor, el más silencioso, el más brillante. Su madre, Celia, se quedó en Rosario. Leo tuvo que ir a un colegio nuevo en una ciudad extraña donde muchas veces la gente hablaba un idioma que él desconocía. Pasados unos meses, los padres le dieron la opción de volver a casa, donde podrían reunificar la familia dividida, pero él, con sus 13 años, no lo dudó: se quedaría y triunfaría en Barcelona. Quizá parte de esa fuerza y confianza que demostró es atribuible, precisamente, a su familia, que todo el mundo que ha tratado con ella, sean periodistas o gente del Barça, define como sana, unida y cariñosa, con los pies firmemente en la tierra. Una de las personas que más trato cercano ha tenido con Messi, tanto en lo futbolístico como en lo personal, es Juanjo Brau, fisioterapeuta y recuperador empleado por el Barcelona. Brau, que le conoce desde que llegó a España, es el puente entre el Barça y la familia Messi. A petición expresa de Messi y su familia, acompaña al jugador a donde vaya, cuando se tuvo que recuperar de una lesión durante un mes la temporada pasada en Rosario, e incluso ahora, cuando viaja a Argentina o a Bolivia con su selección. A lo largo de una entrevista de una hora reflexiona sobre Messi como el propio Messi lo haría si tuviera el don, o el interés. Brau tiene el personaje absolutamente interiorizado y le tiene tanto afecto como si fuera un primo favorito. Como todos los que le conocen, Brau constata que Messi es introvertido, pero que se hace querer. "Sólo por lo chiquito, cuando llegó, le cogías cariño. Se daba a la gente, siempre con una sonrisa tímida en la boca. Y a la vez es muy cercano al pueblo, al contrario que una estrella de cine. Lo sigue siendo hoy. Es el icono del fútbol mundial ahora, así lo veo. Leo Messi es la imagen del fútbol, su esencia. Hace cosas inalcanzables para otros futbolistas, pero permanece humilde, familiar. La fama no le ha cambiado en nada como persona. Su centro es su familia, que siempre está con él, entre Rosario y Barcelona. Es tan cariñoso como siempre, con los mismos amigos de antes. Él no olvida a la gente que estuvo con él, y no le gustan los privilegios. Prefiere andar con la gente en la calle que rodeado de seguridad. Y no esquiva. Siempre se para para la foto, el autógrafo". Brau dice que él ha sido muy bien recibido no sólo por la familia Messi, donde ya parece ser casi uno más, sino incluso por el entorno de la selección argentina, por el propio Maradona, el actual seleccionador. Como si supieran que su presencia le da serenidad. "Le miro a los ojos por la mañana y sé cómo está. No tiene que hablar," dice Brau, que revela lo que puede ser la clave de ganar la confianza de Messi cuando dice: "Le sé respetar su espacio y su silencio". Dentro de su espacio y su silencio ya ha hecho historia. Impresionó a sus compañeros en los equipos inferiores, entre ellos al centrocampista Cesc Fábregas, hoy del Arsenal, y, como repiten un testigo tras otro, ganaba partidos solo. "Era, con diferencia, el mejor," dice Brau. "Hacía lo mismo con el balón que ahora, aunque el balón le quedaba enorme. Había una gran desproporción. Pero pensaba y ejecutaba con una velocidad tal, que aunque el rival supiera lo que le iba a hacer, no le podía parar". Por eso siempre lo ponían de titular cuando había que jugar un partido decisivo, aunque tuviera que jugar dos partidos en dos días. "Ya con 15 años había mucho peso sobre él. Lo sabía. Sabía que era líder, y maduró así, porque, siendo el Barça, tenía que ganar. Tuvo mucha presión de joven. De ahí sale su carácter competitivo". Y el desparpajo necesario para debutar en el primer equipo contra el Oporto a los 16 años. Luego ganó el Mundial sub 20 con Argentina, siendo elegido el mejor jugador del torneo. Y con 17 años se consagró, o, como él me dijo en un atípico flash de orgullo, "se me conoció", en un amistoso de pretemporada en 2005 en el Camp Nou contra la Juventus, cuyo entrenador entonces, Fabio Capello, respondió a su estelar actuación preguntando: "¿Quién es ese diavolo?". El diavolo, según lo ve Brau, es un talento innato. "No se puede entender. El balón es la continuidad de su cuerpo. Fue Carlos Bilardo [seleccionador argentino en tiempos de Maradona] el que dijo que si le hiciéramos una radiografía veríamos un objeto redondo, un balón, pegado al pie". Lo cierto es que sin el balón Messi se siente menos, como si le cortaran el acceso a un órgano vital. "Si a Leo le quieres hacer feliz", explica Brau, "dale un balón. Cuando hago trabajo de readaptación, traigo un balón, porque sin el balón no es completo. El balón es su mejor amigo en el fútbol. Él es feliz cuando juega. Si no juega una noche, todo el día está nervioso. No es un buen día para él, sea por lesión, o por tarjetas, o por decisión del técnico. Para ser feliz tiene que hacer esto. Su vida se reduce a esto. Dentro de la grandeza es muy simple". Messi y el balón son como el pez y el agua. El grado de interdependencia entre una cosa y la otra se demostró en una anécdota contada por otra persona del entorno del Barça. Durante una gira por Asia en 2005, Messi, recién llegado al primer equipo, tuvo que pasarse todo un partido en el banquillo. Enfrente había un pequeño muro, al nivel de sus rodillas. Se pasó el partido entero chutando un balón de manera hipnótica contra el murito, un toque tras otro, sin parar. "Estaba como fuera de sí", recuerda la persona que lo presenció, "como si el balón fuera una especie de droga". O un objeto de amor. Cuando le pregunté en una entrevista que le hice en 2007 si, como decían los brasileños, acariciaba al balón como si fuera una mujer, se sonrojó. Pero no lo negó. Aquel año, tras ganar la Liga española y la de Campeones en 2006 (aunque no jugó los últimos partidos por lesión), el mundo futbolero se enamoró definitivamente de él. Tres goles que marcó aquel año en el espacio de tres meses hicieron saltar al diavolo a las alturas del Olimpo. El primero, memorable tanto por las circunstancias del partido como por la ejecución, fue en marzo de 2007, en el superclásico de la Liga española, Barcelona contra Real Madrid. Era el último minuto del partido. El Barça, que jugaba con diez hombres tras una expulsión, perdía 2 a 3. Messi recibió el balón en el semicírculo al borde del área. No había posibilidad de nada. Toda la defensa (y todo el ataque) del Madrid estaba atrás; su único objetivo, evitar el gol del empate. Messi giró a la izquierda, hizo un regate relámpago que dejó a dos jugadores madridistas tumbados, y entró en el área. Todavía tenía a Sergio Ramos, el mejor defensa del Madrid, e Iker Casillas, el mejor portero del mundo, por delante. Superó a Ramos y colocó la pelota en la esquina de la portería, pegada al poste, dejando a Casillas sin posibilidad de alcanzarla. Todo ocurrió en un parpadeo: el gol del empate, el tercer gol de Messi en un 3-3 que aquella noche definió al argentino para los cientos de millones que siguieron el partido en televisión como uno de los grandes. La segunda obra de arte, el mes siguiente, fue su célebre gol contra el Getafe en la Copa española; el que imitó, casi paso por paso, al que muchos consideran el gol más grande de todos los tiempos, el extraplanetario de Maradona contra Inglaterra en el Mundial de México de 1986. Recibió el balón en la banda izquierda sobre la línea central y se regateó a toda la defensa rival. La diferencia con el gol de Maradona fue que además se regateó al portero. Otro gol que dio la vuelta al planeta. Veinte veces. El tercero, de menos repercusión, pero igual de extraordinario, fue el que marcó en junio de 2007 contra México para la selección argentina en la Copa América. Sólo necesitó dos toques. El primero, un control a la carrera en el pico izquierdo del área mexicana; el segundo, todavía a la carrera, una vaselina sublime. Todo el estadio se esperaba o un tiro raso o un pase al centro del área, donde había un delantero listo para disparar. Messi, en cambio, dio un toquecito con la punta de la bota izquierda que alzó la pelota en un arco perfecto, imparable, geométricamente impecable, rozando el larguero. Lo dijo el comentarista inglés de Sky Television: "That is perfection!" (¡Ésa es la perfección!). Lo fue. La conexión entre el cerebro de Messi y el pie en el instante en el que las piernas alcanzaban su máxima velocidad fueron un himno a la maravillosa complejidad de la biología humana. Pasa el tiempo y marca, sucesivamente, más goles y da más asistencias de gol. Esta temporada ha rozado los 40 goles, ocho de ellos en la Liga de Campeones, competición en la que ha sido el principal anotador. Dentro de España, y en Argentina, nadie duda de que es el mejor del mundo. Fuera, hay los que creen que tiene un rival, Cristiano Ronaldo. Pero más y más la pregunta que se hace es si el Messias acabará superando a jugadores como Zidane, Ronaldo (el brasileño) o Ronaldinho (cuando todavía era un profesional de verdad) y se colocará en el podio de los eternos, con Maradona y Pelé. Maradona mismo ha demostrado cierta ambigüedad al respecto, acusándole el año pasado de ser un chupón. Últimamente se ha corregido, como reconociendo que su éxito como seleccionador dependerá de Messi como jugador. Declaró hace poco: "Ojalá Messi me supere". Más revelador fue lo que dijo en el vestuario, según alguien que estuvo ahí, tras finalizar un partido contra Francia en París, en febrero, en el que Messi marcó el golazo de la victoria. Maradona giró hacia un amigo y le dijo, entre resignado y admirado: "A ver si es verdad que será mejor que yo...". Jorge Valdano, que ganó la Copa del Mundo con Maradona, por cuyas dotes futbolísticas siempre ha expresado veneración, no dice que será mejor que su ídolo, pero sí cree que puede llegar a la misma altura. "En Argentina, cuando eras un jugador rápido, decían que tenías un cohete en el culo; Messi lo tiene en la mente también", dice. "Tiene velocidad mental, física y técnica: tres argumentos demoledores en el campo". Tres defensas es lo que suelen poner los entrenadores rivales para frenarle. Uno sólo no tiene nada que hacer. "Hace el regate al mismo pie del adversario", dice Valdano, "pero siempre tiene el pie más rápido, y la mente también. Y lo hace mirando al horizonte, no mirando la pelota y al rival. Mientras regatea sabe exactamente dónde está la portería, los adversarios, los compañeros". A la pregunta de si se podía hablar de Messi en los mismos términos que Maradona o Pelé, Valdano dudó un segundo, respiró hondo, y dijo: "Por mí, sí. Éste es un proyecto de esa magnitud. Messi es más maduro que Maradona a los 21 años, la edad en la que Maradona jugó en el Mundial de España y fracasó. Luego Maradona construyó una historia en los siguientes diez años. Y no nos olvidemos que Maradona nunca jugó en un equipo tan grande como ese Barça. En ese sentido es más como Pelé, que jugó en aquel equipo de Brasil de 1970". Valdano no es la única figura del fútbol que compara a Messi con Maradona. También lo hace Capello, cuya primera impresión del joven argentino ha evolucionado in crescendo durante los últimos cuatro años al punto de que en marzo de este año declaró: "Cada era tiene su superestrella, como Pelé o Maradona, y Messi puede ser la superestrella de la siguiente década". Los compañeros de equipo de Messi tampoco se cortan. El camerunés Samuel Eto'o dice que "hace cosas que nadie ha hecho nunca... es el nuevo Maradona. Es un jugador que nos hace soñar". Thierry Henry, delantero del Barça y de la selección francesa, soltó en una rueda de prensa reciente que a la única persona que había visto hacer cosas como Messi era Maradona. Entonces el francés pausó, como sintiendo que entraba en territorio profano. Ponderó sus palabras y, respirando hondo como Valdano, continuó: "Mira, no... no quiero presionar a Leo, pero, bueno, hay que decirlo, se parece mucho a Maradona". Henry dudó, temió presionarle, porque quizá intuye que el éxito de Messi depende de retener esa inocencia en su forma de ser, esa especie de autismo que le protege contra la fama y hace que juegue con una facilidad y una soltura que no se ve en los rostros tensos de los demás jugadores. Muchos lo han dicho: Messi juega como si todavía estuviera en el patio del colegio. O quizá sea que juega como un jugador de los años cincuenta, antes de que la televisión transmitiera cada detalle de cada partido a cada rincón del mundo. Lo dijo Gianluca Zambrotta, su ex compañero en el Barcelona: "Para él no hay ninguna diferencia entre el Camp Nou y el campo de tierra de su pueblo". Y lo repitió su ex entrenador Frank Rijkaard: "No importa que juegue delante de 10 espectadores o de 100.000, Leo siempre es el mismo". Como demostró cuando lo entrevisté, no acaba de pillar quién es, no acaba de digerir la hazaña monumental de lograr ser el mejor de los cientos de millones que juegan al fútbol en todo el mundo. Michael Robinson, comentarista deportivo de Canal + y ex jugador con Osasuna y el Liverpool, dice en respuesta a la pregunta del millón (si llegará a ser tan grande como Maradona) que Messi puede ser tan grande como él quiera. "Pero todo depende de que mantenga esa frescura, esa inconsciencia de quién es, de quién ha llegado a ser. Lo que le hace grande es esa sencillez y humildad que tiene. Sólo quiere jugar al fútbol. No es egoísta, sino más bien todo lo contrario. A veces te encuentras queriendo que no suelte el balón, que lo intente solo. No es el show Leo Messi. Él juega un fútbol honesto, auténtico. Juega para el equipo". Robinson lo compara con Cristiano Ronaldo, jugador que dice que padece "un conflicto de intereses". "Cristiano es brillante, sin duda, pero la diferencia reside en que es una estrella y actúa siempre como si lo supiera. Juega para el equipo, pero también para sí mismo. Messi no tiene esa astucia. No juguetea con su fama y su poder. No flirtea con otros clubes, como Cristiano. Messi dice que se queda en el Barça porque ahí está feliz, y punto". Lo cual no le ayudará mucho, quizá, a la hora de renegociar su contrato. Pero tampoco esas consideraciones son prioritarias para Messi. Como explica Juanjo Brau, "es un chico sencillo, familiar, al que le incomodaría tener un Ferrari. Usa un Audi que le da el club, y en Argentina, un Jeep. No es ostentoso, no se vanagloria". Cristiano Ronaldo tiene un Ferrari (o tenía, hasta hace poco, uno rojo que chocó) y es ostentoso. Cuando marca un gol se para en el campo, posa para las fotos, como una estrella de rock. Es demagogo: besa el escudo, cosa que no se le pasaría por la cabeza a Messi, y le encanta exhibir su musculoso torso desnudo al finalizar un partido. Ésa es la otra gran diferencia con el rival que tendrá Messi esta semana, con el que todos lo van a comparar, en la final de la Champions entre el Barcelona y el Manchester United: Cristiano Ronaldo es, por naturaleza, un atleta alto, fuerte y guapo. Messi no tiene la fuerza para pegar a la pelota como Cristiano; por eso la coloca. No es alto, pese a los años de inyecciones hormonales, y cuando anda por la calle lo hace cabizbajo, como si quisiera pasar inadvertido. Cristiano sale del campo cuando gana, y especialmente cuando sabe que ha jugado bien, con la cabeza en alza, como un emperador que acaba de conquistar nuevas tierras. Pero el valiente de verdad es Messi. Porque tuvo que luchar mucho más para llegar donde llegó, tuvo que combatir las deficiencias de su anatomía para poder exprimir todo su talento, pero también porque, a diferencia de Cristiano, cuando las cosas no van bien no se esconde en el campo. "No es sólo porque cuantas más patadas le dan, más se motiva", dice Robinson. Habla de una valentía mucho más admirable, y más sutil. "Siempre pide la pelota. Aunque esté rodeado por tres defensas, aunque el riesgo de fallar es grande, no tiene miedo. No teme hacer el ridículo. Yo sé cómo es eso. Yo fui futbolista. Veo a Messi y veo que juega sin miedo, y sin ego. Juega para el equipo y siempre está ahí. Eso, frente a 90.000 personas, y con cientos de millones escrutando todo lo que haces, juzgándote, poniéndote a prueba permanentemente, siguiéndote por televisión en todo el mundo, ¡Eso es agallas! ¡Eso es cojones!". Pero como en toda valentía, por ejemplo en la guerra, depende de un cierto grado de inconsciencia, de no haber profundizado en el peligro que se corre. Por eso dice Robinson que si va a llegar a ser tan grande como Pelé o Maradona, tendrá que permanecer dentro de su burbuja, cobijado por su familia, congelado en la niñez, como Peter Pan, sin asimilar del todo el cinismo del mundo adulto que le rodea, su obsesión por la fama y el dinero. Como reza Robinson: "Espero que nadie le despierte y se lo explique". Y, lo que es lo mismo, que siga dando malas entrevistas. Que siga tímido sin un balón a la vista y elocuente como nadie con él a los pies, dentro del campo, el lugar, como acierta Valdano, "donde se siente más feliz, donde es el rey del mundo". ENTREVISTA: Faltan dos días para la final de la Liga de Campeones ANDRÉS INIESTA Centrocampista del Barcelona "Quiero más, siempre quiero más" LUIS MARTÍN "Hablamos cuando pase Valencia y se decida la Liga", citó Andrés Iniesta (Fuentealbilla, Albacete; 1984) camino de Londres. Luego, marcó el gol que clasificó al Barça para la final de la Champions y días después se le rompió el séptum de tanto usarlo. En el club azulgrana los lesionados no hablan. Pero Iniesta no deja colgado a nadie. Acaba de celebrar en el Camp Nou los dos trofeos ya ganados y tiene diez minutos. Pregunta. ¿Qué tal la lesión? Respuesta. Trabajando. Me di cuenta de que me rompí lo justo, de que, si trabajaba mucho, llegaría a la final. En eso estoy. P. El estadio ha coreado su nombre. ¿En qué pensaba? R. En mi madre. Seguro que se ha puesto a llorar. Siempre llora. En el fondo... En la vida hay trofeos y títulos, pero demostraciones de cariño como ésa valen por cien copas. Este año, el día del Sevilla... ¡Uff! Cuando me cambiaron, la ovación fue espectacular, como el día después del Chelsea: ¡no había empezado el partido! P. El Barça está en la final de Roma por un gol suyo y en la de París fue suplente. ¿Le debe el fútbol esta final? R. Me la debo a mí mismo y a la gente que me quiere. El día del Chelsea fue uno de los momentos más importantes de mi vida. No es que sea más feliz, que sonría más que antes, pero me ha marcado la vida: fue algo increíble. A veces juegas al fútbol y haces feliz a mucha gente. Eso es bonito. P. Para bonito, el juego del Barça. Habrá disfrutado... R. Sí, salta a la vista que disfrutamos jugando y la gente se lo ha vuelto a pasar bien, vuelve a estar orgullosa de ser del Barça. Venimos de dos años muy duros. P. Después del doblete, da la sensación de que, si se pierde en Roma, no pasa nada R. Sí que pasa. Hemos hecho un trabajo muy bueno y nos quedan 90 putos minutos. Podemos hacer historia, ganar al campeón viniendo de la fase previa... Sí pasa, sí... P. Después de la Eurocopa, Liga, Copa, Roma... ¿Lo esperaba? R. Tenía muchísima confianza. No sabía si ganaríamos, pero sabía que pelearíamos por todo. Estaba convencido. Sabía que el trabajo y las cosas se iban a hacer bien. Ha acompañado todo y estamos en una situación inmejorable, nunca vista. P. ¿Con qué se queda? R. Difícil escoger... Con los momentos de equipo, la cena del otro día, el ambiente entre la gente... No hace falta ser superamigos para respetarse. Era algo que necesitábamos porque el fútbol te lleva a situaciones de las que debes aprender para no repetirlas. P. ¿Se acuerda del día que conoció a Pep Guardiola? R. Claro. Tenía 14 años. Me felicitó y me animó a seguir para llegar al primer equipo. ¡Quién me iba a decir que coincidiría con él de entrenador! Tener a Pep es un regalo que me ha dado la vida. Le tuve de referente y ahora de entrenador, ¡ya me dirá! P. ¿Qué les ha dado? R. Todo. No olvidemos de donde veníamos. Si no es el único responsable, es casi el mayor responsable de todo este cambio. P. ¿En qué ha cambiado su juego desde la Eurocopa? R. Cada año vas cogiendo más experiencia. Me he notado con muchísima confianza. Luis [Aragonés] me dio una confianza tremenda. Me quité un peso de encima. Supe que podía hacer cosas importantes. P. ¿Es más valiente? ¿Por eso chutó en Londres? R. Tengo más confianza, me atrevo a más cosas. He seguido la línea ascendente que me exijo cada año. No me refiero a títulos. Ha habido años en que la temporada ha sido buena, he jugado mucho... Lo que me gusta es llegar al final de la temporada y decirme: "He mejorado". Eso es lo importante. Al menos, para mí. Porque quiero más, siempre quiero más. P. ¿Por qué no es mediático? R. Lo deciden los medios. Me da igual. En el campo tengo el respeto de muchísima gente, me lo he ganado. Si no alcanza para ser mediático, me importa un bledo. P. ¿Y el United? R. Es el actual campeón, uno de los mejores, pero no me asusta. Le tengo el mismo respeto que ellos a nosotros. Son 90 putos minutos y podemos ganar lo que nunca ha ganado nadie. Eso solo me genera ilusión. Hemos de estar preparados para sufrir. Es una ocasión para la historia. Firmo ganar por penaltis. P. ¿Intuye un partido abierto o como si fuera contra el Chelsea? R. Las finales no suelen ser tácticas. Podemos pensar en mil cosas y en el minuto dos se puede romper todo. El United puede jugar como el Chelsea. Estaría cómodo. En ese caso, hay que llegar más rápido para tener opciones con mayor claridad. Lo que más valoro es cómo trabajan Rooney, Tévez, Scholes... ¡Rooney jugó de lateral izquierdo contra nosotros! Para ganar una final al Manchester no puedes cometer ningún error. Tiene tanta pegada que... P. "Miro a Messi y pienso que no nos puede pasar nada malo", dice un compañero suyo. R. Verle a tu lado da cierta tranquilidad. Sabes que la va a liar en cualquier momento. Es el mejor. Es lo que tiene. |
miércoles, mayo 06, 2009
Para manipular a la Perra Brava
El futbol, como espectáculo para las masas, sólo aparece cuando una población ha sido ejercitada, reglamentada y deprimida a tal punto que necesita, para que no decaiga por completo su desfalleciente sentido de la vida, cuando menos una participación POR DELEGACIÓN en las “hazañas” en las que se requiere fuerza, habilidad y destreza…
Del clásico pasecito a la red, mis valedores. En el futbol cimarrón acaban de ocurrir acontecimientos que cimbraron a las masas con vocación de Perra Brava y que las traen a estas horas como agua en batea Y cómo pudiera ser de otro modo, si no acaban de asimilar triunfos ajenos, derrotas que padecen como propias y cambios estrepitosos en la dirección del equipo “nacional”.
Ahí, avieso y manipulador, el contubernio del Sistema de poder y el duopolio de la televisión se encarga de crear oportunas cortinas de humo para que las masas mal se percaten de la carestía de la canasta básica y la soporten sin protestar. Para los gigantescos corporativos las gigantescas líneas de crédito del Monetario Internacional. Para los que han de pagar tales préstamos el clásico pasecito a la red, sin más. Pero no jugarlo, que tal acción lúdica iba a representar un acto voluntario y desenajenante. No, mirarlo sentados a dos nalgas en el estadio o el televisor. Futbol, sí, y mucho, y a todas horas, con todo y los respectivos análisis de los merolicronistas. Sí, pero sólo verlo jugar.
Alguno pudiera hacerle notar a la Perra Brava la perversidad del Poder: los destinatarios del préstamo grande del FMI juegan ellos mismos: golf tenis, cricket, polo, natación; pero esos que van a pagar el préstamo ven jugar, pasivos y dependientes, el clásico pasecito a la red, que mediante sumas miÍonarias en nuestra moneda nacional (dólares) practican los alquilones del espectáculo. Pero las masas populares se niegan a pensar, a crecer, a madurar, que entonces asumirían en lugar de seguir delegando.
La inmensa mayoría del pueblo rara vez toca un balón. En el estadio se convierte en espectador pasivo que participa ‘por delegación’ de los triunfos de su equipo predilecto, a cuyos partidos asiste a distancia, desde una tribuna, enajenándose en el jugador profesional, que adquiere de ese modo categoría de ídolo. Pero ay de su ídolo, si es vencido en la cancha…
A su hora Elvira García, periodista-”Abandonados, desatendidos por el gobierno, los pobres han caído en manos de la televisión”. Y Leo Zuckerman “La TV ha convertido el futbol en una gran telenovela. Cada equipo es una telenovela. Es una historia interminable sin final feliz o triste. Hay momentos de alegría eufórica y de angustia depresiva. La historia de siempre continúa.”
Pero claro, para lograr tan sañuda manipulación de las masas, el duopolio ha integrado todo un equipo de merolicronistas histriones, maestros de la prosopopeya, la vociferación y el aullido estridente cuando cantan el ¡goool! Y los ditirambos para la enajenación: “gol versallesco”, “de caravana y alfombra roja”, “sublime”, “héroes”, “la gloria”, “la excelsitud”…”
“Tienden los comentaristas a acentuar el carácter estético del juego; se habla del estilo de los jugadores del mismo modo que se puede hablar de una obra pictórica. Pero no debemos extrañamos: se trata de crear una pseudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Se simula un serio estudio de algo de lo que no hay nada que aprender, enseñar o comentar más allá de algunas elementales reglas de juego”. (¿Lo entenderá, querrá entenderlo la Perra Brava?)
Recuerdo, a propósito, la iracundia de cierto comentarista que ya a los cincuenta o más años de su edad, hizo del comentario futbolístico su razón de vida (Lóbrego.) Al finalizar algún encuentro de futbol se esponjó, vitriólico, arrojando bocanadas de bilis negra sobre la página de Ovaciones:
“Repetimos, para definir lo que fue el juego, en un editorial de cuatro palabras: el América, cobarde; los pumas, impotentes. ¡Que no blasfeme el director técnico contra el arbitraje! ¡Un cobarde como él no tiene derecho a exigir premios del silbato! ¡Que nadie se enoje tampoco de que la gente esté trinando contra el sistema definitorio del campeonato, y las sospechas comerciales se agudicen…¡por culpa de los cobardes y los impotentes..!”
El Gráfico: “Esto ya no sirve”, exclamó F.T.H., de 28 años de edad, y se suicidó arrojándose al paso de pesado autobús. Los familiares del hoy occiso, que lo acompañaban en el momento fatal, declaran: “F. no resistió el dos a uno que los Pumas le metieron al América…”
jueves, abril 02, 2009
A dos nalgas…
Señor Oscar Arias, presidente de la república hermana de Costa Rica:
Joven fui yo también, y atolondrado; un inmaduro que, salvo ese estado de gracia que es el amar a una Berta que por aquel entonces era mi única, ninguna acción realizaba al imperativo de la trascendencia. Y es que por aquel entonces aún no conocía el valor de mi tiempo de vida, y lo malgastaba a lo miserable; un poquillo de tabaco, otro poco de licor, y que la desvelada, y la criarla insulsa con otros de mi carnada tan vacíos de vida interior como yo mismo. Y no más. Mucho tiempo después cortaría de cuajo con la botella (mínima afición), con el cigarrito (vicio perruno) y con la existencia del mediocre. No más.
Pero lo más reprobable, señor presidente de Costa Rica:
Yo tenía un vicio secreto de esos que el cínico vuelve público, y lo exhibe y hasta alardea de él. Vergüenza me da confesarlo, pero las circunstancias me obligan a revelarle la clase de adicción que empobrecía mi existencia y solicitarle que no me juzgue con demasiado rigor. Yo, señor presidente, era un aficionado del futbol. Aficionado, sí, pero lástima no a jugarlo en algún equipo llanero, práctica placentera que nos libera endorfinas tanto como elimina toxinas, no. Yo era uno de esos aficionados pasivos y dependientes que delegan en alquilones del futbol, y sus triunfos hacía míos, y sus derrotas las lloraba como propias. Todo un mediocre, señor presidente…
En mi vicio, por suerte, no llegué a ser un fanático de la catadura de esa Perra Brava que cimbra a gritos la “bombonera” de Toluca (usted ha de dispensar la originalidad del mote importado de origen, “bombonera”) mientras se intoxica con cerveza y otras drogas hasta terminar echando fuera chamarra y camisa y ándele, a enseñar a lo impúdico unas lonjas y unos vientres fofos por sedentarios ¡a los 35,40 años de su edad! Mi fanatismo no llegaba a tal grado de ridiculez, pero no voy a descargarme de culpa fui aficionado pasivo y enajenado al clásico pasecito a la red, qué vergüenza.
Vaya. Logré confesarle mi antiguo vicio; ya me siento mejor. Pero tengo un paliativo que saca la cara por mí: yo era joven, sin mística, ideales y un definido proyecto de vida. Por otra parte yo no cargaba en mis lomos la responsabilidad de toda una nación, -ante quien exhibirme de mal ejemplo. ¿Pero usted, señor Oscar Arias? ¿Usted, todo un presidente de Costa Rica, malgastando su tiempo de vida y de gobernante para mostrarse como uno más de la Perra Brava en una clara invitación a la enajenación colectiva? ¿Usted, delegando e invitando a delegar en las ancas de once alquilones del futbol, y alegrándose de sus triunfos, enorgulleciéndose de sus logros y doliéndose de sus derrotas? ¿Usted también, uno más de la Perra Brava, diciendo “ganamos”, “nos derrotaron”, “logramos anotar el gol”, mientras permanece aplastado a dos nalgas en algún palco del estadio futbolero? ¿Delegando usted?
¿Qué ejemplo es ese para sus gobernados, señor presidente? (Asumir siempre, delegar nunca, dígale a sus compatriotas, es la única vía para el cambio, que será obra de todos, aun en contra del gobierno.) O qué, ¿no es un estadista? ¿No tiene una muy alta responsabilidad ante sus gobernados? ¿Allá en Costa Rica no existen problemas de su incumbencia que deba solucionar..?
Por otra parte, ¿cómo llegó usted a la presidencia, si se puede saber? ¿Es un presidente legítimo o un impostor? Buen síntoma si se atreve a asistir a los estadios sin que lo aturdan la rechifla y los gritos vituperosos de los asistentes. Loable si en los estadios no es necesario desplegar miles de sardos que lo resguarden de la iracundia popular. Ya que un presidente legítimo no necesita de semejante blindaje, ¿lo necesita usted? ¿De necesitarlo no le daría pena y bochorno el no poder dar un paso fuera del recinto presidencial si no es arropado en la protección de un escandaloso aparato de seguridad? A mí me daría vergüenza gobernar con el odio, la burla y el desprecio de los gobernados, y no me atrevería a caer en la frivolidad de mostrarme como aficionado al futbol y a la temeridad de presentarme ante quienes así me detestan. Pero claro, yo no soy presidente de ningún país. Quizá es por eso que no lo soy. En fin.
Usted, todo un señor presidente, asistió al estadio, y tal vez hizo suya la derrota ajena ¿Si se quitase el vicio onanista de gozar y sufrir con hazañas ajenas? ¿Si al menos no exhibiese su vicio en público?
viernes, marzo 27, 2009
Quema mucho el sol
lunes, marzo 16, 2009
Autobuses, primas y sobornos
El Mundial de 1974, en Alemania, fue el único en el que participó Cruyff. Eso debería bastar para hacerlo memorable. Se vieron además algunos momentos de gran fútbol, protagonizados por Holanda y Polonia, y se asistió al declive del Brasil post-Pelé. Lo más extraordinario, sin embargo, fue lo que ocurrió al margen del balón.
La angustia de los jugadores zaireños, por ejemplo. Zaire (hoy Congo) fue, en 1974, la primera selección subsahariana que alcanzaba la fase final del máximo torneo futbolístico. Los leopardos emprendieron viaje hacia Alemania con una advertencia de su presidente, el delirante dictador Mobutu Sese Seko: "Si pierden, no vuelvan". Lo recordaron, sin duda, cuando Yugoslavia les dejó 9-0. Ya consumada su eliminación, intentaron poner en práctica un plan desesperado: subieron al autocar que les prestaba la organización e intentaron huir hacia cualquier sitio, menos su propio país. Según algunas versiones, el plan consistía en volver a Zaire por carretera y aplacar la ira de Mobutu regalándole el vehículo. La cosa no funcionó. La policía alemana les detuvo en la frontera y les obligó a devolver el autocar. Volvieron a Kinshasa y, como temían, sufrieron represalias y alguna paliza policial.
Lo de Polonia, mucho menos trágico, también resultó curioso. Los polacos desarrollaron un fútbol rápido y vistoso y tal vez, si hubieran disputado la semifinal contra Alemania sobre un césped normal y no sobre el inundado estadio de Francfort, habrían hecho historia. Aquel día aún no se sabía que Gadocha, el extremo izquierdo, era un hombre rico. Un intermediario le había entregado un soborno que debía repartir entre los principales jugadores de la selección para que se dejaran ganar. Gadocha no dijo nada, se guardó el dinero y después del Mundial fichó por un equipo francés. Sus compañeros no le olvidan.
Y ocurrió lo de Yugoslavia. Desde un punto de vista futbolístico fue lo más terrible porque las inquinas nacionalistas impidieron que un equipo formidable explotara al máximo su talento. Disponían de un centrocampista sensacional, el esloveno Brane Oblak, y de un genial extremo zurdo, el serbio Dragan Djazic. Las cosas se desarrollaron bien durante la primera fase porque los futbolistas se comprometieron a mantenerse unidos en la lucha por un objetivo común: la prima que les había prometido el mariscal Tito.
El plan se torció tras la brillante clasificación para la segunda fase. Un grupo de jugadores, entre ellos Djazic, reclamó que se les anticipara una parte de la prima. Querían aprovechar su estancia en Alemania para ir de compras. El presidente de Yugoslavia hizo entonces una cosa bastante idiota: viajó a Alemania, se reunió con los futbolistas, les lanzó una arenga sobre la gloria y el triunfo y les pagó todo el dinero prometido. Ese mismo día comenzó el desastre. Ya nadie se preocupó de otra cosa que de gastar, preferiblemente en compañía de señoritas. También quedó olvidado el pacto de unidad. Serbios y croatas dejaron de hablarse. Oblak, esloveno, lo resumió años más tarde con una frase: "El dinero fue nuestra ruina".
lunes, febrero 02, 2009
¿Dónde quedó la generación de oro?
msantos@jornada.com.mx
En la crónica de una derrota anunciada, México camina pesaroso entre las interrogantes del seleccionador nacional hacia la cita frente a su verdugo, Estados Unidos, el verdadero gigante de la Concacaf que arrasó en la ronda eliminatoria anterior con 15 puntos, de la cual el Tri salió avante a duras penas con 10 unidades, misma cosecha de Jamaica, y sólo avanzó al hexagonal gracias a su mejor cuota de goleo.
¿Dónde quedó la generación de oro, ganadora del Mundial Sub-17?; ¿dónde el juego con estilo inglés y mentalidad alemana que íbamos a exhibir con Eriksson en el timón?; ¿en qué ruta se perdió la boyante legión europea?... Resignado, el público contempla los bandazos de quienes conducen sobre las rodillas el balompié nacional y la exótica alquimia de Sven-Goran.
No es pesimismo, sino la cruel realidad después de ver la pobreza del equipo nacional en el amistoso frente al cuadro D de Suecia, al que con facilidad venció la escuadra suplente de Bob Bradley. Las alarmas tras la clasificación vergonzosa se encendieron a finales de noviembre; no obstante, diciembre y enero fueron meses desperdiciados.
En la nómina contra Estados Unidos resalta el regreso de Guillermo Franco, antes malquerido por el plantel. A los suspendidos Gerardo Torrado, Fernando Arce y Carlos Vela se suma la lista creciente de lesionados, pues al tapatío Jonny Magallón y Andrés Guardado se agregaron las dudas sobre Pável Pardo, y ya para qué mencionar a los jugadores que están fuera de ritmo por escasa actividad.
De todos lados empezaron a surgir propuestas chuscas, disparatadas y con el clásico humor ácido: implementar a Chivas como selección con algunas incrustaciones, ¡pero con todo y Efraín Flores!; que si sería mejor enviar al campeón Toluca, claro, sin los extranjeros de otras selecciones... o que Javier Vasco Aguirre vuelva al timón en plan de bombero, tal vez regresar a Chucho Ramírez con sus películas motivacionales.
Eriksson resultó de lento aprendizaje, pero los que nunca aprenderán son nuestros flamantes directivos, quienes han incumplido la labor de detectar y desarrollar talentos. Chivas, de los pocos que producen, saca al mercado futbolistas del tipo físico que tanto criticó Américo Gallego, baja estatura y complexión frágil. Otros clubes, como Cruz Azul, tienen apenas el proyecto de ir a buscar un mejor prototipo al norte del país.
En el umbral del adiós están Jared Borgetti y Cuauhtémoc Blanco sin que se vislumbre en lontananza a relevos de un talento similar. Pero eso sí, México quiere organizar la Copa del Mundo en 2018 o 2022, que hace pensar desde aquello de “pan y circo al pueblo...”, hasta en las palabras de Francisco Ibarra, directivo de Indios, quien asegura que cuando hay futbol en Ciudad Juárez baja al mínimo la violencia.