“México es paradisíaco e indudablemente infernal”, le escribe Malcolm Lowry a Jonathan Cape. A un amigo le confiesa: “México es el sitio más apartado de Dios en el que uno pueda encontrarse si se padece alguna forma de congoja; es una especie de Moloch que se alimenta de almas sufrientes”. JV.
sábado, agosto 28, 2010
Celebrando la dependencia: el maíz a las trasnacionales
jueves, abril 23, 2009
El orden criminal del mundo
Parte 2
Parte 3
Parte 4
viernes, enero 23, 2009
Plan pro crisis para el campo
Víctor M. Quintana S.
Rabón en sus alcances y en la proporción con su ampuloso título, el plan anticrisis de Calderón no ha podido ni podrá detener las airadas movilizaciones de muy diversos actores sociales. Comenzaron los pescadores, siguieron los transportistas, vinieron luego los productores agropecuarios de Chihuahua con paros, bloqueos, estrangulamientos carreteros, plantones con maquinaria agrícola en las principales ciudades norteñas.
En el caso del campo, ¿qué puede hacer un plan coyuntural, fragmentario, parcial, ante la estrategia de largo plazo que los regímenes neoliberales del PRI y del PAN han puesto en marcha desde hace 26 años para sepultar la agricultura y con ella la soberanía alimentaria de la nación? ¿Qué pueden hacer unas cuantas acciones tímidas cuando las políticas públicas de cinco lustros se generaron precisamente para hundir al sector agropecuario en beneficio de las trasnacionales agroalimentarias?
El mal llamado Acuerdo nacional a favor de la economía familiar y el empleo calderoniano, que prácticamente ignora al campo, no contempla ninguna acción que revierta la tendencia o al menos disminuya la inercia que ha generado más pobreza, más migración en el medio rural y más dependencia alimentaria para nuestro país.
Los ejemplos nuevos se nos dan cada día: en 2008 se incrementaron todas nuestras importaciones agroalimentarias hasta alcanzar la cifra récord de casi 20 mil millones de dólares. Y sin embargo, las importaciones no sirvieron para abatir el precio de la comida de la gente. Las compras en el exterior de semillas oleaginosas se dispararon más de 50 por ciento el año pasado, pero el aceite comestible no sólo no redujo, sino aumentó su precio en 57 por ciento en los anaqueles de los supermercados. También se dieron los aumentos de los precios de la leche y la carne, a pesar de que se pensó que importarlas beneficiaría al consumidor final. Total, importamos más y más caro y terminamos perjudicando tanto a los productores nacionales como a los consumidores finales El juego perder-perder.
Y como van las cosas, en 2009 seguramente vamos a vivir por primera vez el absurdo que por cada dólar que recibamos de remesas devolvamos otro dólar al extranjero para comprar alimentos que aquí podemos producir.
Por esto se han rebelado de nuevo los productores agropecuarios chihuahuenses. Se han unido prácticamente todas las organizaciones rurales del estado: El Barzón, el Frente Democrático Campesino, Agrodinámica Nacional, Comité Pro Mejoramiento del Agro, la CNC, los módulos de los distritos de riego, los algodoneros, los ganaderos, los nogaleros. Y a ellos se han sumado los transportistas, todos ellos bajo el grito: vámonos a la bola para salvar al campo.
Comenzaron su movimiento el jueves 15 con bloqueos y plantones de maquinaria agrícola y tractocamiones en seis puntos carreteros del sur, centro, norte y noroeste del estado. Lo han proseguido y piensan terminar una primera etapa de lucha con una gran movilización hacia los puentes internacionales el próximo día 30. Ahora no se quieren ir a la ciudad de México, ya no quieren repetir la mala experiencia que la provincia lleva la carga de la movilización, pero luego se impone la Ley de Hierro de la Centrocracia y los líderes que están en el Distrito Federal son quienes negocian y acaparan logros. Ahora se llama desde acá a un movimiento nacional y que venga el gobierno federal a negociar a la periferia.
El pliego de agricultores y transportistas consta de 15 puntos que giran en torno a cuatro ejes: baja de precio de energéticos, sobre todo del diesel y la electricidad; créditos oportunos, suficientes y baratos al campo: soberanía alimentaria basada en la producción de alimentos básicos por los pequeños y medianos agricultores y regularización a bajo costo de los vehículos de procedencia extranjera. No es posible que, ante la carestía de camionetas y tractocamiones nacionales, instrumentos de trabajo necesarios, el gobierno federal –a contrapelo incluso del TLCAN– establezca tarifas de regularización más altas que el costo mismo del vehículo.
Mientras pescadores, transportistas y agricultores chihuahuenses prosiguen firmes sus movimientos, los productores de leche se aprestan a marchar por el mismo camino, lo mismo que los maiceros de Sinaloa, defraudados por la Sagarpa.
¿Qué será muy difícil que Calderón y los suyos entiendan que lo que todas estas revueltas demandan no es que se les incluya en el plan anticrisis, sino que se le dé por fin vuelta al modelo económico que es un perpetuo plan pro crisis?
sábado, diciembre 20, 2008
Los que se quieren comer al mundo
Silvia Ribeiro / II y última
Según las cifras de ventas reportadas en 2008, las 10 empresas trasnacionales más grandes del planeta en cada rubro, controlan 67 por ciento del mercado de semillas comerciales bajo propiedad intelectual; 89 por ciento del mercado mundial de agroquímicos; 26 por ciento de la ventas directas al consumidor a nivel global; 55 por ciento del mercado farmacéutico, 63 por ciento de la farmacéutica veterinaria y 66 por ciento de la industria biotecnológica. En muchos casos, se repiten las mismas empresas en los diferentes sectores, o tienen acuerdos mutuos que les permiten control en su rubro y en las cadenas de rubros asociados. Sigue siendo el supermercado WalMart, la empresa más grande del mundo, siendo la número 26 entre las 100 economías más grandes del planeta, mucho mayor que el Producto Interno Bruto (PIB) de países enteros como Dinamarca, Portugal, Venezuela o Singapur.
También la disparidad de ingresos individuales en el mundo creció. La riqueza acumulada de los 1125 individuos más ricos del mundo (4.4 billones de dólares) es casi equivalente al PIB de Japón, segunda potencia económica mundial después de Estados Unidos. Esta cifra es mayor que los ingresos sumados de la mitad de la población adulta del planeta. 50 administradores de fondos financieros (hedge funds y equity funds), los grandes especuladores que provocaron la “crisis”, ganaron durante el 2007 un promedio de 588 millones de dólares, unas 19 mil veces más que el trabajador estadunidense promedio y unas 50 mil veces más que un trabajador latinoamericano medio. El director ejecutivo de la financiera Lehman Brothers, ahora en bancarrota, se embolsó 17 mil dólares por hora durante todo 2007 (datos de Institute for Policy Studies).
Resumiendo, una absurda minoría de empresas y unos cuantos multimillonarios que poseen sus acciones, controlan enormes porcentajes de las industrias y los mercados básicos para la sobrevivencia, como alimentación y salud.
Esto les permite una pesada injerencia sobre las políticas nacionales e internacionales, moldeando a su conveniencia las regulaciones y los modelos de producción y consumo que se aplican en los países, que a su vez son causantes de las mayores catástrofes alimentarias, ambientales y de salud.
Uno de los ejemplos más trágicos de esta injerencia es la privatización y conversión del sistema agroalimentario, hasta hace pocas décadas descentralizado y basado mayoritariamente en semillas de libre acceso, agua, tierra, sol y trabajo humano, para convertirlo en una máquina industrial petrolizada, que exige grandes inversiones, maquinarias caras, devastadoras cantidades de agroquímicos (mejor llamados agrotóxicos) y semillas patentadas controladas por unas pocas empresas. Aunque se produjeron mayores cantidades de algunos granos, no solucionó el hambre en el mundo tal como prometían, sino que aumentó. El saldo de erosión de suelos y biodiversidad agrícola y pecuaria, junto a la contaminación químico-tóxica de aguas, no tiene precedente en la historia de la humanidad. Todo acompañado, por si fuera poco, por una creciente crisis de salud humana y animal (que también es negocio para las mismas empresas).
El paradigma más significativo de esta “involución verde”, son los transgénicos, semillas patentadas adictas a los químicos de las empresas, promovidas como panacea para resolver los actuales problemas de hambre que el propio modelo creó. Otro ingrediente del mismo modelo, es el altísimo requerimiento de fertilizantes, que por su nombre parecería menos dañino que el resto de los agrotóxicos. Pero el uso de fertilizantes industriales, en lugar del equilibrio de nutrientes naturales de los modelos anteriores de agricultura, también provoca adicción y dependencia y está en manos de un cerrado oligopolio trasnacional. Tal como el petróleo, se basa en el uso de productos finitos y no renovables: según datos de PotashCorp, la primera empresa global de fertilizantes, las reservas de fósforo, ingrediente fundamental de los fertilizantes, disminuyen a ritmo acelerado. Globalmente, el consumo industrial de fertilizantes aumentó 31 por ciento entre 1996 y 2008, debido al incremento de la ganadería industrial y la producción de agrocombustibles. Y con las crisis, el precio se disparó más de 650 por ciento entre enero de 2007 y agosto del 2008. No es extraño que Mosaic, la tercera empresa de fertilizantes a nivel global (55 por ciento propiedad de Cargill) aumentara sus ganancias más de 1000 por ciento en ese periodo.
Urge el cuestionamiento profundo del modelo de agroalimentación industrial y corporativo, incluyendo la crítica radical a los que en nombre de las crisis alimentarias y climáticas quieren imponernos más del mismo modelo con transgénicos y agrocombustibles. Las soluciones reales ya existen y son diametralmente opuestas: soberanía alimentaria, como propone La Vía Campesina, a partir de economías agrícolas descentralizadas, diversas, libres de patentes, basadas en el conocimiento y las culturas campesinas, que son quienes por más de diez mil años han probado su capacidad de alimentar a la humanidad.
sábado, diciembre 06, 2008
Los que se quieren comer el mundo
Silvia Ribeiro * /I
Inmersos en una enorme crisis del capitalismo, madre de muchas crisis convergentes, se rescata con dinero público a las más grandes empresas privadas del planeta, mientras siguen aumentando los pobres y hambrientos y el caos climático. Según el economista Andrés Barreda, estamos en una crisis de brutal sobreacumulación capitalista: gigantesco vómito de quienes creyeron que se podían tragar el mundo, pero no pudieron digerirlo.
Largamente acuñadas, las crisis actuales tienen un contexto de concentración creciente del poder corporativo, apropiación de recursos naturales y desregulación o leyes en favor de empresas y especuladores financieros, que ha aumentado sin pausa en las últimas décadas. En 2003, el valor global de fusiones y adquisiciones fue un millón 300 mil millones de dólares (1.3 billones). En 2007 llegó a 4 mil 48 billones. En la industria alimentaria, el valor de las fusiones y compras entre empresas se duplicó de 2005 a 2007, llegando a 200 mil millones de dólares. La debacle financiera terminó con algunas de ellas, favoreciendo oligopolios aún más cerrados.
¿Qué significa esto para la gente común? El informe del Grupo ETC De quién es la naturalezawww.etcgroup.org) ofrece un análisis en el contexto histórico de la concentración corporativa de sectores clave en las últimas tres décadas. Desde entonces, el Grupo ETC ha seguido las maniobras de mercado de las autodenominadas “industrias de la vida”, (biotecnología en agricultura, alimentación y farmacéutica). En el nuevo informe, se agregan las empresas detrás de la convergencia de biotecnología con nanotecnología y biología sintética, que promueven nuevas generaciones de agrocombustibles y más allá: intentan generar una economía pospetrolera basada en el uso de carbohidratos y vida artificial. (
El sector agroalimentario sigue siendo uno de los ejemplos más devastadores, por ser un rubro esencial: nadie puede vivir sin comer. Es, además, el mayor “mercado” del mundo. Por ambas razones, las trasnacionales se lanzaron agresivamente a controlarlo. En las últimas 3-4 décadas, pasó de estar altamente descentralizado, fundamentalmente en manos de pequeños agricultores y mercados locales y nacionales, a ser uno de los sectores industriales globales con mayor concentración corporativa. Para ello fue necesario un cambio radical en las formas de producción y comercio de alimentos. Gracias a los tratados de “libre” comercio, la agricultura y los alimentos se transformaron de más en más en mercancías de exportación en un mercado global controlado por una veintena de trasnacionales.
Según un informe de la FAO sobre mercados de productos básicos, a principios de la década de 1960, los países del sur global tenían un excedente comercial agrícola cercano a 7 mil millones de dólares anuales. Para fines de los 80 el excedente había desaparecido. Hoy todos los países de sur son importadores netos de alimentos.
En la década de 1960, casi la totalidad de las semillas estaban en manos de agricultores o instituciones públicas. Hoy, 82 por ciento del mercado comercial de semillas está bajo propiedad intelectual y 10 empresas controlan 67 por ciento de ese rubro. Estas grandes semilleras (Monsanto, Syngenta, DuPont, Bayer, etcétera) son además propiedad de fabricantes de agrotóxicos, rubro en el cual las 10 mayores empresas controlan 89 por ciento del mercado global. Que a su vez están representadas entre las 10 más grandes en farmacéutica veterinaria, que controlan 63 por ciento del rubro.
Los 10 mayores procesadores de alimentos (Nestlé, PepsiCo, Kraft Foods, CocaCola, Unilever, Tyson Foods, Cargill, Mars, ADM, Danone) controlan 26 por ciento del mercado, y 100 cadenas de ventas directas al consumidor controlan 40 por ciento del mercado global. Parece “poco” en comparación, pero son volúmenes de venta inmensamente mayores. En 2002, las ventas globales de semillas y agroquímicos fueron de 29 mil millones de dólares; las de procesadores de alimentos, 259 mil millones, y las de cadenas de ventas al consumidor, 501 mil millones. En 2007, esos tres sectores aumentaron respectivamente a 49 mil millones; 339 mil millones y 720 mil millones de dólares. De las semillas al supermercado, las trasnacionales dictan o pretenden dictar qué plantar, cómo comerlo y dónde comprarlo. Frente a las crisis nos recetan más de lo mismo: más industrialización, más químicos, más transgénicos y otras tecnologías de alto riesgo, y más libre comercio. No es extraño, ya que todas están entre los que más han lucrado con el aumento de precios y hambrunas: obtuvieron ganancias que van hasta 108 por ciento más que en años anteriores. Pero pese a que pretenden controlar todo, mil 200 millones de campesinos siguen teniendo sus propias semillas, y aunque Wal Mart sea la empresa más grande del mundo, 85 por ciento de la producción global de alimentos se consume cerca de donde se siembra –la mayoría en el mercado informal.
*investigadora del Grupo ETC
domingo, noviembre 30, 2008
El costo de la dependencia alimentaria
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), durante los primeros nueve meses del presente año el país erogó 15 mil 782 millones de dólares por concepto de importaciones de productos alimentarios, un monto que supera en 3 mil 443 millones de dólares lo gastado en el mismo periodo de 2007. En tanto, el organismo reportó que los ingresos al país por exportaciones de alimentos entre enero y septiembre ascienden a 12 mil 87 millones de dólares, lo que redunda en un déficit de 3 mil 694 millones de dólares en la balanza comercial en ese campo.
Las cifras mencionadas constituyen un indicador contundente del fracaso de las políticas agrícolas de corte neoliberal aún vigentes en nuestro país. Tales directrices han significado el abandono de los entornos rurales y el consecuente empeoramiento de las condiciones de vida de los campesinos; el desmantelamiento de los apoyos estatales a la pequeña producción y al consumo interno de alimentos; la concentración del presupuesto destinado al agro en un puñado de grandes exportadores, y la puesta en marcha de procesos de apertura comercial indiscriminada y de eliminación arancelaria para los productos del exterior en esos rubros, en particular a partir de la entrada en vigor, en enero de este año, del capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Estas políticas han significado una pérdida sostenida de autosuficiencia alimentaria del país, y lo han hecho cada vez más dependiente de los productos foráneos y de los vaivenes de los precios internacionales, una dinámica que, como puede verse con los datos del Inegi, resulta por demás onerosa para la economía nacional.
Es significativo el hecho de que el grupo de alimentos más costosos para el país sea precisamente el de los cereales. Durante las primeras tres cuartas partes de 2008, el costo de la importación de granos como el maíz, el trigo y el arroz creció 58 por ciento en relación con el año anterior, mientras que sus precios internacionales –que habían mantenido una tendencia al alza en el primer semestre– disminuyeron en el tercer trimestre del año, según un informe del Banco de México. Esto último refleja un incremento exasperante en el volumen de las importaciones de productos que bien pudieran ser sembrados y cosechados en suelo mexicano y que en cambio son comprados en el exterior, con lo que se priva de oportunidades de empleo a millones de campesinos.
Desde otro ángulo, es de tenerse en cuenta el déficit que acusó la balanza alimentaria entre enero y septiembre: tal dato tiene como telón de fondo un saldo negativo en la balanza comercial –que fue de 11 mil millones de dólares en los primeros 10 meses del año, según el propio Inegi– y que podría prefigurar nuevos escenarios de escasez y encarecimiento de divisas, al conjugarse con la disminución en otras fuentes de ingresos de dólares, como el petróleo, las remesas, la inversión extranjera o el turismo. En ese sentido, la dependencia alimentaria constituye un factor de fragilidad adicional para nuestro país, por cuanto demanda la erogación de fuertes cantidades de dinero en un momento particularmente complicado en términos económicos.
La circunstancia presente demanda que las autoridades se fijen como uno de sus objetivos centrales la recuperación de la capacidad productiva del agro mexicano, la implementación de políticas que detonen el desarrollo rural y asistan a los pequeños productores, en el entendido de que son ellos quienes podrían resolver el déficit alimentario que enfrenta el país y frenar, en esa medida, la dependencia que se tiene en relación con los productos foráneos. En suma, es urgente un compromiso efectivo del gobierno federal con el principio de la soberanía alimentaria: el derecho de los pueblos a controlar y definir su política agrícola y a producir sus propios alimentos.
lunes, noviembre 17, 2008
Transgénicos, presentes en maíz de Oaxaca, confirman científicos
La contaminación del centro de origen de maíz de Oaxaca con granos transgénicos fue confirmada, a siete años del primer caso, por un grupo de científicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y otras instituciones.
Eso es muy grave, ya que, al demostrarse la capacidad de dispersión de ese producto biotecnológico en los cultivos de los campesinos, existe el riesgo de que el maíz biorreactor, dañino para la salud, se propague en el alimento básico de la población mexicana, advirtieron.
El artículo “Presencia de transgenes en maíz mexicano: evidencia molecular y consideraciones metodológicas por la detección de organismos genéticamente modificados” se divulgará en el próximo número de la revista científica inglesa Molecular Ecology.
Fue elaborado por un equipo encabezado por Elena Álvarez Buylla, del Instituto de Ecología de la UNAM, con colectas de maíz de la sierra Norte de Oaxaca correspondientes a 2001 y 2004.
El artículo corrobora, contra las afirmaciones de otros estudios –del gobierno y de empresas de biotecnología–, la presencia de transgenes en las variedades nativas de maíz.
En entrevista, Álvarez Buylla explicó que la principal conclusión de la investigación es que se confirma la rápida dispersión –y a largas distancias– de los transgenes, de un sembradío donde hay transgénicos a otros donde no existen.
Todo esto ocurre en un momento en que existe el riesgo de que el maíz biorreactor –desarrollo biotecnológico que permite la producción de vacunas, plásticos y medicamentos– escape de los sitios donde se experimenta y contamine la cadena alimenticia.
Un transgénico es una modificación artificial del material genético de un ser vivo que permite combinar fragmentos de genes de especies que naturalmente no se entrecruzan, como el caso del maíz BT, que tiene el promotor de un virus y el gen de un insecticida.
Siete años perdidos
La científica detalló que es tal la capacidad de dispersión, que las variedades transgénicas han logrado penetrar en variedades nativas de maíz y en regiones tan remotas como la sierra Norte de Oaxaca.
Ignacio Chapela, de la Universidad de Berkeley, detectó en 2001 en la misma zona la contaminación, que ahora se corrobora.
La experta indicó que es preocupante que el primer caso confirmado de contaminación se dio en 2001, cinco años después de que se inició el cultivo comercial en Estados Unidos, y desde entonces se han perdido siete años, en los cuales las autoridades responsables pudieron haber aplicado medidas más estrictas de bioseguridad y protección del centro de origen de maíz.
Advirtió: “hay intereses muy fuertes que empujan a que el maíz se vuelva un biorreactor, y esto no es compatible con el maíz como alimento; se requiere una actitud más precautoria del gobierno y de las autoridades de bioseguridad. Que se instauren políticas públicas que garanticen el cuidado de este bien común”.
En el estudio, precisó, no fue posible determinar el desarrollo transgénico que había en los cultivos, debido a que son secretos industriales, por lo cual se desconoce de qué tipo de productos se trata: “deberían ser públicos, para hacer más expeditos los estudios”.
Otra conclusión del artículo, explicó, es que existen limitaciones de los monitoreos, los cuales “se ha insistido en que deben ser eficaces y adecuados a las condiciones del maíz nativo mexicano, para saber como están sus poblaciones y hacer la detección con métodos moleculares adecuados”.
Detalló que se compararon tres métodos distintos y se demostró que los tres combinados son más eficaces para un resultado preciso, y “que no se diga que no hay transgenes, cuando sí hay”.
En México, añadió, no se han implantado medidas eficaces de bioseguridad ni métodos de biomonitoreo adecuados o suficientes. Un ejemplo es la presencia ilegal de variedades de maíz transgénico en Chihuahua, adonde no se sabe cómo llegaron esos productos a los cultivos ni de qué variedades se trata.
Agregó que es importante contar con laboratorios públicos “libres de conflictos de interés, con capacidad técnica para efectuar un monitoreo a nivel nacional. Métodos usados en los laboratorios comerciales certificados pueden proporcionar información poco precisa, al incurrir en falsos negativos; es decir, pueden no detectar transgenes en las variedades nativas de maíz, aún cuando están presentes.
“Por ello es urgente que los métodos moleculares se adapten para el caso de variedades nativas de maíz, muchas de las cuales son únicas en el mundo.”
El gobierno debe “privilegiar en el régimen especial de maíz –que aún no se publica– la protección y bioseguridad, no la promoción de la biotecnología, sobre todo cuando para México puede haber riesgos. Se debe hacer más estricta la moratoria, como hace Japón con el arroz, o Estados Unidos y Europa con el trigo, del cual no hay desarrollos comerciales de transgénicos”.
sábado, septiembre 13, 2008
Las crisis de los alimentos, del petróleo y de las finanzas
En un hecho sin precedentes en la historia moderna, simultáneamente en todas las regiones del mundo, ricas y pobres, sus poblaciones resienten los efectos combinados de varias crisis: una financiera-económica, otra alimentaria, una más energética, y los resultados de la depredación ecológica. Las protestas en unos 20 países, lo mismo en Europa, Estados Unidos, México o Filipinas, son síntoma de que las consecuencias devastadoras del capitalismo salvaje y su modelo neoliberal abren paso a una crisis social de alcances incalculables, incluida la disputa por los recursos naturales como el petróleo y el agua.
Los actores principales de la catástrofe económica son los centros financieros internacionales y las empresas trasnacionales que controlan los mercados, de cuyas decisiones pende la vida de millones de personas, de pueblos enteros, que son arrojados al hambre y a la pobreza.
La crisis financiera, advierte el Fondo Monetario Internacional, amenaza con extenderse con una combinación letal de recesión económica más inflación. A su paso dejará una estela de quiebras, desempleo y destrucción de economías locales. Mientras, los especuladores del mercado mundial de alimentos y combustibles, provocan un incremento exagerado de precios.
Sin embargo, el alza de precios de los alimentos no es causada por la escasez. De hecho, en la Cumbre de Roma, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) anunció una cosecha récord de cereales para este año. Eso no modificará los precios; los dos gigantes que controlan el mercado, Cargill y Archer Daniels Midland, no renunciarán a sus enormes ganancias.
El encarecimiento de los alimentos (desde 2007 los precios han subido 90 por ciento a escala global) es causada por el incremento de las gasolinas, por la creciente demanda con el uso de alimentos para generar agrocombustibles (una cuarta parte de la tierra cultivable de Europa y Estados Unidos estará destinada a ello) y por la especulación de intermediarios internacionales. Aunque, según la FAO , las hambrunas que vienen “serán resultado de la oferta y la demanda y del cambio global, que se encuentran fuera del ámbito gubernamental”.
El incremento del petróleo impacta la industria, la agricultura y los servicios, provocando un efecto dominó en la economía y el bienestar de la gente, una espiral inflacionaria y carestía.
Sin embargo, los altos precios del petróleo, que amenazan con llegar a los 200 dólares por barril a fin de año, no tienen que ver con los costos de producción (15 dólares por barril en promedio), ni con su disponibilidad en el mercado. Se deben a la especulación de bancos y grupos financieros en los índices, mercados a futuro y de materias primas, quienes están invirtiendo en petróleo para recuperar sus capitales perdidos por la crisis hipotecaria y financiera.
Los especuladores en el mercado del petróleo son Goldman Sachs; Morgan Stanley; British Petroleum (BP); Société Genérale de Francia; Bank of America, el mayor banco de Estados Unidos, y Mercuria de Suiza. Detrás de ellos están las grandes petroleras.
Así la depresión económica genera más riqueza y poder de unas cuantas empresas globales. En México se pulverizaron los ingresos de la mayoría. En unos meses los salarios perdieron más de 40 por ciento de su poder de compra. En cambio, los precios de los productos básicos y los servicios aumentaron más de 70 por ciento. El incremento de la cartera vencida es muestra de ello (hay 110 mil juicios de desalojo por créditos hipotecarios). El desempleo es galopante. Hay más de 60 millones de pobres y 20 millones de mexicanos padecen hambre y desnutrición.
Hoy importamos 40 por ciento de nuestros alimentos. Y a pesar de la cosecha récord de maíz este año (25 millones de toneladas), seguimos trayendo granos del exterior. Maseca y Cargill monopolizan el mercado de maíz y diez empresas acaparan la producción del campo y reciben más de 80 por ciento de los subsidios y apoyos del gobierno federal a los productores.
Las crisis alimentaria, financiera y energética no están separadas; son parte de un proceso de reestructuración económica y social. El encarecimiento de los alimentos, combustibles, créditos y servicios es instrumento de una guerra económica a escala global.
“Quien controle el petróleo controlará naciones enteras, quien controle los alimentos controlará pueblos enteros”. De esa dimensión es el tiempo que vivimos y el reto de la humanidad para construir alternativas.
martes, agosto 05, 2008
AFRIQUE FRANCOPHONE - A quoi sert l'indépendance quand on a faim ?
La célébration des quarante-huit ans d'indépendance des pays d'Afrique francophone coïncide en effet avec une période difficile de vie chère, dont l'une des manifestations est la flambée des prix des produits alimentaires. Ce phénomène mondial a cependant connu des pics en Afrique de l'Ouest, en raison d'une fragilité plus grande des économies et d'un système de production agricole inadapté. Dans la sous-région, certains pays détiennent des records en matière de production agricole, mais ils ont subi de plein fouet la hausse mondiale. Car ces denrées, destinées uniquement à l'exportation, ne se mangent pas. Le café, le cacao, l'hévéa et le coton, tous des cultures de rente, sont produits à grande échelle, et se vendent bien pour certains. Mais ils n'ont pu permettre d'amortir le choc de la crise alimentaire.
Et voilà posée, dans toute sa cruauté, la question de la souveraineté alimentaire. Quelle fierté les Etats africains ont-ils à célébrer quarante-huit ans d'indépendance quand ils ne sont pas en mesure de nourrir leurs populations ? Car la première des libertés à conquérir, c'est celle de l'autosuffisance alimentaire. Ce qui est loin d'être le cas dans l'espace ouest-africain. Il a fallu, du reste, que survienne la grave crise de cette année, avec ses conséquences néfastes sur la stabilité sociale de bien des pays, pour que les dirigeants sortent de leur torpeur. On a ainsi vu, au début de cette campagne agricole, une mobilisation jamais égalée autour de la question agricole. Que va donner ce branle-bas de combat bien tardif ? Sans doute ne faut-il pas s'attendre à un miracle. Ce n'est pas en une saison qu'on rattrapera les errements des années passées. Il faudra recadrer les politiques agricoles, en rationalisant les stratégies et les moyens, au service des produits vivriers. Mais il aura fallu, comme c'est souvent le cas, un choc extérieur pour réveiller les dirigeants.
A deux ans du cinquantenaire des indépendances, la plus grande bataille qui vaille, celle de la sécurité alimentaire, commence à peine. Pourtant, dès les années 1960, certains esprits visionnaires comme [l'agronome et écologiste français] René Dumont avaient tiré la sonnette d'alarme. Dans l'euphorie de la souveraineté, on le considérait peut-être comme un trouble-fête. Force est de reconnaître que ces indépendances chèrement acquises ont été mal gérées. Et il ne serait pas étonnant que l'on voie un jour des nostalgiques de la période coloniale réclamer que les pays africains reviennent dans le giron de l'ex-puissance.
Mahorou Kanazoe
Le Pays
www.courrierinternational.com
Chivo-comentario: Est-ce que c'est possible ça ? L'Afrique francophone etait mieux à la période coloniale ? , je ne croix pas. Ce qui est vrai, c'est qu' aujourd'hui, les problèmes de l'Afrique francophone sont le résultat de cette période là...
lunes, julio 21, 2008
El capitalismo del desastre: el Estado de la extorsión
Una vez que el petróleo rebasó el precio de 140 dólares por barril, hasta los conductores más derechistas tuvieron que mostrar sus credenciales populistas, dedicándole una parte de sus programas a atacar al Gran Petróleo. Algunos han llegado al extremo de invitarme para una amistosa charla acerca de un nuevo e insidioso fenómeno: “el capitalismo del desastre”. El conductor radiofónico “conservador independiente” Jerry Doyle y yo entablábamos una amable conversación acerca de las sórdidas aseguradoras y los ineptos políticos cuando Doyle anunció: “Creo que tengo un método rápido para bajar los precios (...) Hemos invertido 650 mil millones de dólares para liberar a una nación de 25 millones de personas. ¿No deberíamos simplemente demandar que nos den petróleo? Lo hemos invertido liberando un país. Yo reduciría los precios de la gasolina en 10 días”. Había un par de problemas en el plan de Doyle. El primero era que estaba describiendo el mayor atraco en la historia del mundo. El segundo, que llegaba demasiado tarde: “Nosotros” ya estamos atracando el petróleo iraquí, o al menos estamos a punto de hacerlo. Ya pasaron 10 meses desde la publicación de mi libro The shock doctrine: the rise of disaster capitalism (La doctrina del shock: el ascenso del capitalismo del desastre), en el cual argumento que hoy el método preferido para remodelar el mundo, bajo los intereses de las empresas multinacionales, es sistemáticamente explotar el estado de miedo y desorientación que acompaña los momentos de gran shock y crisis. El globo terráqueo es sacudido por múltiples shocks, parece ser un buen momento para ver cómo y dónde es aplicada la estrategia. Y los capitalistas del desastre han estado ocupados: desde los bomberos privados ya en escena en los incendios de California, a los acaparamientos de tierras en la Burma azotada por un ciclón, a la iniciativa de vivienda que busca colarse en el Congreso. Ésta desplaza el peso de las hipotecas a los contribuyentes y asegura que los bancos que otorgaron malos préstamos obtengan algún rembolso. En los pasillos del Congreso se le conoce como el Plan Credit Suisse, en honor a uno de los bancos que generosamente lo propuso. El desastre en Irak: nosotros lo rompimos, nosotros lo acabamos de comprar Pero estos casos de capitalismo del desastre son para aficionados, comparado con lo que está en curso en el ministerio petrolero iraquí. Comenzó con los contratos de servicio que no pasan por licitación, anunciados en favor de ExxonMobil, Chevron, Shell, BP y Total (aún no se firman pero ya están encaminados). No es inusual pagarle a las mutinacionales por su conocimiento técnico. Lo que es extraño es que tales contratos casi siempre se destinan a empresas de servicios de la industria petrolera, no a las grandes petroleras, cuyo trabajo es la exploración, la producción y ser dueñas de la riqueza de hidrocarburos. Greg Muttitt, experto en petróleo, radicado en Londres, señala que los contratos tienen sentido sólo en el contexto de informes de que las grandes petroleras han insistido en tener el derecho de participar en los primeros contratos repartidos para manejar y producir en los yacimientos petrolíferos de Irak. En otras palabras, otras empresas estarán en libertad de participar en los contratos futuros, pero estas compañías ganarán. Una semana después de que los contratos de servicios que no pasan por licitación fueron anunciados, el mundo tuvo su primer vistazo del verdadero premio. Irak abre oficialmente seis de sus principales yacimientos petroleros –que representan cerca de la mitad de sus reservas conocidas– a inversionistas extranjeros. Según el ministro petrolero iraquí, los contratos de largo plazo se firmarán en el lapso de un año. Si bien aparentemente está bajo el control de la Compañía Petrolera Nacional Iraquí (INOC, por sus siglas en inglés), las empresas extranjeras obtendrán 75 por ciento del valor de los contratos y dejarán 25 por ciento a sus socios iraquíes. Esa proporción es insólita en los estados petroleros árabes y persas, donde obtener un control mayoritario nacional sobre el petróleo fue la distintiva victoria de las luchas anticoloniales. Así que, ¿cómo es posible que en Irak, que ya ha sufrido tanto, se realicen pésimos acuerdos como éstos? Irónicamente, el sufrimiento de Irak –su crisis sin fin– es el fundamento lógico de un arreglo que amenaza con drenar al erario de su principal fuente de recursos. La lógica es ésta: la industria petrolera iraquí requiere del conocimiento técnico extranjero porque los años de duras sanciones lo privaron de nueva tecnología, y la invasión y la prolongada violencia la desgastó aún más. Irak necesita, urgentemente, comenzar a producir más petróleo. ¿Por qué? De nuevo, por la guerra. El país está destrozado y los miles de millones de dólares entregados a las firmas occidentales en la forma de contratos sin licitación no han servido para reconstruir el país. Y ahí es donde entran los nuevos contratos sin licitación: obtendrán más dinero, pero Irak se ha vuelto un lugar tan traicionero que los grandes petroleros deben ser persuadidos para que se arriesguen a invertir. Así que la invasión de Irak hábilmente crea la justificación para su subsecuente saqueo. Varios de los arquitectos de la guerra de Irak ya no se toman la molestia de negar que el petróleo fue una motivación básica. Recientemente, en el programa To the point, de National Public Radio, Fadhil Chalabi, uno de los principales consejeros iraquíes de la administración de George W. Bush antes de la invasión, describió la guerra como “una movida estratégica de Estados Unidos y Gran Bretaña para tener presencia militar en el golfo y así asegurar el futuro suministro (petrolero)”. Las Convenciones de Ginebra establecen que es ilegal invadir países para hacerse de sus recursos naturales. Eso significa que la enorme tarea de reconstrucción de la infraestructura en Irak es responsabilidad financiera de sus invasores. El shock del precio del petróleo: dennos el Ártico o nunca volverán a conducir La administración de Bush emplea una crisis relacionada –el incremento en el precio del combustible– para revivir su sueño de perforar el Refugio Nacional Ártico de la Vida Silvestre (ANWR, por sus siglas en inglés). Y de perforación en el mar. Y en el esquisto del Green River Basin. “El Congreso debe enfrentar una dura realidad”, dijo Bush el 18 de junio. “A menos de que los miembros estén dispuestos a aceptar los dolorosos niveles actuales de los precios de la gasolina –o hasta más altos– nuestra nación debe producir más petróleo.” Éste es el presidente en su papel de Extorsionista en Jefe: denme el ANWR o todos tendrán que pasar sus vacaciones de verano en el patio trasero. Perforar en el ANWR tendría poco impacto en los actuales suministros petroleros mundiales. El argumento de que de todos modos podría bajar los precios del petróleo está basado no en cálculos económicos sino en psicoanálisis del mercado: perforar “enviaría el mensaje” a los negociantes petroleros de que hay más petróleo en camino, lo cual provocaría que comenzaran a bajar el precio. Nunca funcionará. Si hay algo que se pueda predecir del reciente comportamiento del mercado petrolero es que el precio va a seguir subiendo sin importar cuántos nuevos suministros sean anunciados. Tomen como ejemplo el actual masivo boom petrolero en las conocidas arenas bituminosas de Alberta. Las arenas bituminosas tienen las mismas características que los sitios de perforación propuestos por Bush: están cerca y son absolutamente seguras, ya que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte contiene una provisión que prohíbe a Canadá cortar el suministro a Estados Unidos. El petróleo de esta fuente, en gran medida no explotada, ha fluido en el mercado a tal grado que Canadá ya es el mayor surtidor de petróleo de Estados Unidos. Entre 2005 y 2007, Canadá incrementó sus exportaciones a Estados Unidos en casi 100 millones de barriles. Sin embargo, los precios del petróleo no han dejado de subir. Lo que motiva la promoción del ANWR no son hechos, sino pura estrategia de la doctrina del shock: la crisis del petróleo ha creado las condiciones para hacer posible vender una política antes invendible (pero que rinde enormes ganancias). Shock de los precios de los alimentos: modificación genética o hambruna La crisis mundial de los alimentos está estrechamente ligada al precio del petróleo. No sólo porque los altos precios de la gasolina suben los costos de los alimentos, sino porque el boom en agrocombustibles difumina la frontera entre alimentos y combustible, empuja a los productores de alimentos de sus tierras y alienta una galopante especulación. Varios países latinoamericanos promueven que se revise la política de promoción de los agrocombustibles y que la alimentación sea reconocida como un derecho humano. El subsecretario de Estado estadunidense, John Negroponte, piensa diferente. En el mismo discurso en el cual elogiaba el compromiso de Estados Unidos de entregar asistencia alimentaria de emergencia, hizo un llamado a los países a que redujeran sus “restricciones a las exportaciones y sus elevados aranceles” y a eliminar “las barreras al uso de innovadoras tecnologías de producción vegetal y animal, incluyendo la biotecnología”. El mensaje era claro: más vale que los países empobrecidos abran sus mercados agrícolas a los productos estadunidenses y a las semillas genéticamente modificadas, o correrán el riesgo de que les suspendan la ayuda. Los cultivos genéticamente modificados surgen como la cura para la crisis alimentaria, al menos según el Banco Mundial, el presidente de la Comisión Europea y el primer ministro británico Gordon Brown. Y, claro, las agroempresas. “Hoy, no puedes alimentar al mundo sin organismos genéticamente modificados”, dijo recientemente Peter Brabeck, presidente de Nestlé, al Financial Times. El problema es que no hay evidencia de que los OGM incrementen las cosechas de los cultivos, y muchas veces las reducen. Pero aunque resolviera la crisis global alimentaria, ¿realmente querríamos que estuviera en manos de los Nestlé y los Monsanto? En meses recientes, Monsanto, Syngenta y BASF han comprado frenéticamente patentes de las llamadas semillas “listas para cualquier clima” (climate ready): plantas que pueden crecer en suelos que sufren sequías o salinización provocada por inundaciones. Plantas hechas para sobrevivir en un futuro de caos climático. Ya conocemos hasta dónde es capaz de llegar Monsanto con tal de proteger su propiedad intelectual. Hemos visto medicamentos contra el sida, patentados, que fracasan en atender a millones de personas en el África subsahariana. ¿Por qué habría de ser diferente con los cultivos “listos para cualquier clima”? Mientras, la administración de Bush anunció una moratoria de hasta dos años a nuevos proyectos de energía solar en suelo federal, debido, supuestamente, a preocupaciones ambientales. Ésta es la frontera final para el capitalismo del desastre. Nuestros líderes no invierten en tecnología que prevenga un futuro de caos climático; en vez, eligen trabajar con aquellos que traman innovadores ardides para obtener ganancias del caos. Privatizar el petróleo iraquí, asegurar el dominio global de los cultivos genéticamente modificados, quitar la última barrera comercial y abrir el último refugio silvestre... Hace no tanto, estas metas se perseguían mediante amables acuerdos comerciales, bajo el benigno seudónimo de “globalización”. Ahora, se obliga a esa desacreditada agenda a cabalgar en el lomo de la crisis serial, y se anuncia como la medicina salvavidas para un mundo que sufre dolor. |
martes, julio 15, 2008
Malas noticias en la agricultura mexicana
Luis Hernández Navarro
Hay malas noticias para el campo mexicano. El Congreso de Estados Unidos recientemente aprobó la Ley de Agricultura, Nutrición y Bioenergía de 2008, conocida como Farm Bill. El 15 de mayo pasado los legisladores de ese país autorizaron un presupuesto de casi 300 mil millones de dólares para programas agrícolas y de ayuda alimentaria hasta el año 2012. Destinarán, en promedio, alrededor de 60 mil millones de dólares anuales a estas actividades.
La desigualdad de los recursos destinados al agro en ambos países es abismal. Y ello es malo para México porque sus relaciones comerciales agrícolas no son de cooperación y complementación comercial, sino de competencia.
Los apoyos que reciben los grandes agricultores y compañías agroindustriales en ese país les permitirán seguir conquistando el mercado mexicano, que antes era abastecido por los productores nacionales, y evitar que los mexicanos sean competitivos en territorio del Tío Sam.
El Presupuesto de Egresos de la Federación para el ejercicio fiscal 2008 acordado en México es de alrededor de 250 mil millones de dólares. Esto significa que el gasto rural y de apoyo a la nutrición de nuestro vecino del norte será equivalente a poco menos de una cuarta parte de todo el dinero destinado al funcionamiento del Estado mexicano.
A pesar del enorme déficit fiscal que sacude la administración pública estadunidense, y de vivir una época de gran prosperidad gracias a los altos precios de los productos agrícolas, la nueva ley agrícola fue apoyada tanto por el candidato demócrata Barak Obama como por el republicano John McCain.
La Farm Bill 2008 destinará alrededor de 43 mil millones a subsidios agrícolas para el cultivo de arroz, algodón, caña de azúcar, maíz, soya, trigo, entre otros. Según Chuck Connor, secretario de Agricultura de Estados Unidos, las subvenciones aprobadas en esta legislación “incrementan las distorsiones al comercio en 17 de los 25 productos que abastecemos”.
La ley mantiene los altos subsidios a la fabricación de etanol a partir del maíz, desviando la cuarta parte de su cosecha a este propósito. Entre las consecuencias inmediatas de esta medida está incrementar el precio del grano y el de la carne de pollo y res. Además, presiona a reconvertir los terrenos sembrados con pastos nativos en maizales, lo cual destruirá importantes hábitats que son el hogar de numerosas formas de vida silvestre en peligro de extinción.
La ley agrícola incrementa los precios de apoyo a la caña de azúcar y garantiza que 85 por ciento del mercado doméstico sea abastecido por la producción local. El gobierno desembolsará para ello 130 millones de dólares al año y los consumidores deberán pagar alrededor de 2 mil millones de dólares anuales más por el azúcar que consuman. Simultáneamente se limitan las posibilidades de que otras naciones sembradoras de caña exporten el dulce a Estados Unidos.
La norma no sólo incrementa los subsidios que ya recibían productos, sino que otorga subvenciones a otros nuevos. Los productores de espárragos, por ejemplo, recibirán 15 millones de dólares. Los criadores de caballos de carrera de Kentucky tendrán exenciones fiscales por 93 millones de dólares.
La nueva legislación aprobó también 23 mil millones de dólares por concepto de ayudas para asegurar las cosechas. Mientras la inmensa mayoría de los productores mexicanos –y del resto del mundo– deben afrontar solos la incertidumbre del mal tiempo o de las plagas o, si tienen suficiente capital, contratan con su dinero seguros para resguardarse de posibles desgracias, los agricultores estadunidenses recibirán de su gobierno los recursos para hacerlo.
En un momento de hambrunas, la Farm Bill 2008 no ayudará a combatir el hambre en el mundo. Menos de uno por ciento del presupuesto se destinará a proporcionar ayuda alimentaria a otras naciones. Además, la mayoría de la que se otorgue deberá ser adquirida de productores estadunidenses y trasladada en transportes que pertenezcan a compañías de Estados Unidos, lo cual permitirá librarse de superávits y erosionar los mercados y la capacidad de producción locales. Los recursos acordados para compras en efectivo por este rubro fuera de este país son de apenas 15 millones de dólares.
Contra lo que pudiera suponerse, los subsidios agrícolas no están dirigidos exclusivamente hacia los agricultores familiares. Pueden recibir pagos directos aquellas personas que hayan obtenido ingresos agrícolas hasta de 750 mil dólares anuales, o hasta de millón y medio de dólares, en caso de que se trate de un matrimonio de granjeros. Presentadores de televisión como David Letterman y herederos como David Rockefeller, que tienen granjas, recibirán estos recursos.
La Ley de Agricultura, Nutrición y Bioenergía de 2008 será una catástrofe para el campo mexicano. Sin políticas de protección comercial para defender a los productores nacionales, la competencia por los mercados agrícolas será mayor y más desigual.
La única veladora que los funcionarios agropecuarios y comerciales mexicanos prendieron fue para que se alcanzara un acuerdo internacional agrícola que baje los subsidios en el marco de la ronda de Doha. Pero esa veladora se apagó. No habrá acuerdo. Ahora no tienen dispuesto plan alternativo alguno.
¿Qué ha hecho la Secretaría de Agricultura para enfrentar lo que la revista The Economist llamó “la cosecha de la desgracia”?
Alberto Cárdenas, el encargado del despacho, declaró tímidamente, a comienzos de este año, junto a su colega canadiense, que la nueva ley tendría consecuencias negativas para el comercio regional. Pero fuera de eso no se conoce crítica o protesta alguna, mucho menos medidas para blindar a los productores nacionales.
¿Qué ha hecho el Congreso de la Unión? Que se sepa, nada.
Vivimos una grave crisis alimentaria mundial. La nueva Farm Bill agravará sus efectos en México. ¿Se darán cuenta de ello nuestros políticos?
viernes, julio 11, 2008
Bienvenidos al Antropoceno
"…la presente competición implacable entre mercados energéticos y mercados alimentarios, amplificada por la especulación internacional en mercancías y tierras agrícolas, no es sino una modesta muestra del caos que, a no tardar, prosperaría exponencialmente si llegaran a converger el agotamiento de los recursos, una desatentada desigualdad y el cambio climático. El peligro real es que la solidaridad humana misma, como si de un saledizo de hielo del occidente antártico se tratara, se quiebre súbitamente y salte hecha añicos, fracturada en mil pedazos."
1. Adiós al Holoceno
Aunque ningún periódico norteamericano o europeo haya publicado todavía su obituario científico, lo cierto es que nuestro mundo, el viejo mundo en el que hemos habitado los últimos 12.000 años, se acabó.
El pasado febrero, mientras las grúas subían la cubierta del piso 141 de la Torre Burj de Dubai (que pronto alcanzará una altura el doble que la del Empire State Building), la Comisión de Estratigrafía de la Sociedad Geológica de Londres registraba la última y más alta capa histórica de la columna geológica.
La Sociedad Geológica londinense es la más veterana asociación de científicos de la Tierra –se fundó en 1807— y su Comisión actúa como un colegio de cardenales en el registro de la escala temporal geológica. Los estratígrafos rebanan la historia de la tierra tal como está conservada en estratos sedimentarios, jerarquizándola en eones, eras, períodos y épocas marcados por "picos áureos" de extinciones masivas, procesos súbitos de especiación y bruscas alteraciones de la química atmosférica.
En geología, lo mismo que en la biología o en la historia, la periodización es un arte complejo y controvertido, y fue el feudo de la batalla más amarga librada en la ciencia británica del siglo XIX, la llamada "Gran Disputa del Devónico" entre interpretaciones encontradas de los guijarros grises galeses y la vieja arenisca colorada inglesa. Más recientemente, los geólogos han disputado enconadamente sobre el modo de perfilar las oscilaciones de los períodos glaciales en los últimos 2,8 millones de años. Algunos nunca han aceptado que el último intervalo templado interglacial –el Holoceno— pudiera distinguirse como una "época" genuina sólo porque coincide con la historia de la civilización.
De aquí que los estratígrafos contemporáneos hayan fijado unos criterios extraordinariamente rigurosos a la hora de beatificar cualesquiera divisiones geológicas nuevas. Aunque la idea del "Antropoceno" –una época de la Tierra definida por la aparición de la sociedad urbana industrial como fuerza geológica— ha sido debatida durante mucho tiempo, los estratígrafos se han negado a reconocer el carácter concluyente de las pruebas aportadas.
Ello es que, al menos en lo que a la London Society hace, esa posición acaba de ser revisada.
A la cuestión "¿Estamos viviendo ahora en el Antropoceno?", los 21 miembros de la Comisión contestan unánimemente: "Sí". Aportan pruebas muy robustas de que la época del Holoceno –el trecho interglacial de clima inusualmente estable que ha permitido la rápida evolución de la agricultura y la civilización urbana— terminó, y de que la Tierra ha entrado en "un intervalo estratigráfico sin precedentes parecidos en los últimos millones de años". Además del impacto de los gases de efecto invernadero, los estratígrafos mencionan la transformación antropogénica del paisaje –que "ahora rebasa en un orden de magnitud a la producción natural [anual] de sedimentos"—, la ominosa acidificación de los océanos y la inexorable destrucción de biota.
Esta nueva era, explican, viene definida tanto por la tendencia al calentamiento (cuyo análogo más próximo podría ser la catástrofe conocida como el Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno, hace 56 millones de años) como por la radical inestabilidad esperada en las condiciones medioambientales futuras. Con prosa sombría, alertan de que "la combinación de extinciones, migraciones globales de especies y una substitución masiva de la vegetación natural por monocultivos agrícolas están produciendo una señal bioestratigráfica distintivamente contemporánea. Esos efectos son permanentes, porque la evolución futura se dará a partir de las reservas sobrevivientes (frecuentemente redistribuidas antropogénicamente)". La misma evolución, dicho en otras o palabras, ha sido forzada a discurrir por una nueva trayectoria.
2. ¿Descarbonización espontánea?
La coronación del Antropoceno a que ha procedido la Comisión coincide con una creciente controversia científica a propósito del IV Informe de Asesoramiento publicado el pasado año por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). Se encargó al IPCC sentar las bases científicas de los esfuerzos internacionales por mitigar el calentamiento global, pero algunos de los más destacados investigadores en el área han terminado por poner en cuestión los puntos de referencia de partida como desatentadamente optimistas, llegando a tacharlos incluso de escenarios fantaseados por un pensamiento desiderativo.
Los escenarios y puntos de referencia habituales se adoptaron por el IPCC en 2000, a fin de construir modelos sobre las emisiones globales futuras y se basaban en distintas "líneas narrativas" sobre el crecimiento de la población y el desarrollo tecnológico y económico. Algunos de los escenarios más importantes tomados por el Panel como punto de partida son bien conocidos por los decisores políticos y por los activistas contra el efecto invernadero, pero muy pocos , fuera de la comunidad científica, han leído realmente o comprendido la letra pequeña, particularmente la confianza del IPCC en que una mayor eficiencia energética vendrá, como un producto lateral "automático", del desarrollo económico futuro. En realidad, todos los escenarios, incluidas sus variantes más habituales y descontadas, asumen que al menos un 60% de la reducción futura de carbono se dará de modo completamente independiente de las medidas adoptadas para mitigar el efecto invernadero.
El Panel, en efecto, se ha jugado el rancho –en realidad, el Planeta— apostando por un progreso dirigido por el mercado hacia una economía mundial pos-carbono, una transición que, por implicación, requiere la creación de riqueza partiendo de unos precios energéticos más elevados que nos hagan desembocar espontáneamente en nuevas tecnologías y en una energía renovable. (La Agencia Internacional de Energía estimó recientemente que costaría 45 billones de dólares reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero en 2050.) Los acuerdos por el estilo del de Kyoto y los mercados de carbono están pensados –casi como un análogo de las "inversiones de relanzamiento" keynesianas— para salvar el hiato entre la descarbonización espontánea de la economía y los objetivos de emisiones requeridos para cada escenario. Y mira qué casualidad, eso reduce los costes de mitigar el calentamiento global exactamente al nivel que se considera, al menos teóricamente, políticamente posible, según se explica en el número de 2006 de la británica Stern Review on the Economics of Climate Change y en otros informes de este tipo.
Sin embargo, los críticos sostienen que eso no es sino un acto de fe que subestima radicalmente los costos económicos, los obstáculos tecnológicos y los cambios sociales necesarios para dominar el crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Las emisiones europeas de carbono, por ejemplo, siguen creciendo todavía (espectacularmente, en algunos sectores), a pesar de la muy elogiada adopción, por parte de la UE, de un sistema de cupos de emisión de carbono en 2005. Análogamente, pocos indicios han podido verse en los últimos años de progreso automático en materia de eficiencia energética, lo que es el sine qua non de los escenarios contemplados por el IPCC. Aunque The Economist, cómo no, difiere, lo cierto es que el grueso de los investigadores cree que, desde 2000, la intensidad energética no ha dejado de crecer; es decir, que las emisiones globales de dióxido de carbono han mantenido el ritmo, si no lo han rebasado marginalmente, del uso de la energía.
La producción de carbón, señaladamente, está experimentando un espectacular renacimiento: hasta en eso se ve la sombra espectral del siglo XIX cerniéndose sobre el siglo XXI. Centenares de miles de mineros trabajan ahora, en condiciones que horrorizarían a Charles Dickens, en la extracción del sucio mineral que permite a China abrir dos centrales térmicas de carbón por semana. Y las predicciones actuales apuntan a que el consumo total de combustibles fósiles crecerá al menos un 55% en la próxima generación, con unas exportaciones de petróleo que doblarán su volumen actual.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Económico, que ha elaborado un estudio propio sobre los objetivos energéticos sostenibles, advierte de que se necesitará "una disminución en 2050 del 50% de los niveles de emisión de gases de efecto invernadero a escala global que se daban en 1990", si se quiere mantener a la humanidad fuera de la zona roja del calentamiento desbocado (más de dos grados centígrados en este siglo, según la definición habitual). Sin embargo, la Agencia Internacional de Energía predice que, con toda probabilidad, esas emisiones subirán en ese período cerca de un 100%: gases de invernadero bastantes para empujarnos varios puntos críticos más allá de esa zona.
Aun si los acrecidos precios de la energía están llevando a la extinción a los vehículos 4x4 y atrayendo más capital riesgo hacia las energías renovables, también están abriendo la caja de Pandora de la más cruda producción de crudo en las arenas betuminosas del Canadá y en los yacimientos de petróleo pesado de Venezuela. Como advirtió un científico británico, lo último que deberíamos desear (bajo la espuria consigna de la "independencia energética) son nuevas fronteras de avanzada en la "capacidad humana para acelerar el calentamiento global" y el retraso de la urgente transición hacia "ciclos energéticos no carbónicos, o, si carbónicos, cerrados".
3. El boom del fin del mundo
¿Qué confianza hay que otorgar a la capacidad de los mercados para reasignar las inversiones de la energía vieja a la nueva, o, pongamos por caso, del gasto armamentístico a la agricultura sostenible? Estamos sometidos a una incesante propaganda (sobre todo por parte de la televisión pública), conforme a la cual megaempresas como Chevron, Pfizer Inc y Archer Daniels Midland están trabajando sin desmayo para salvar el planeta reinvirtiendo sus beneficios en líneas de investigación y de exploración que resultarán en combustibles bajos en carbono, nuevas vacunas y cosechas más resistentes a las sequías.
Según tan elocuente como espantosamente sugiere la experiencia del actual boom del etanol extraído del grano –que ha desviado 100 millones de toneladas de grano del consumo humano para derivarlas sobre todo a los motores de los automóviles norteamericanos—, el "biocombustible" bien podría ser una eufemismo de subsidios a los ricos y hambre para los pobres. Análogamente, el "carbón limpio", a pesar de su enfática aceptación por parte del senador Barack Obama (un campeón, también, del etanol), no es, hasta el presente, sino un fraude monumental: una campaña de publicidad y cabildeo, por valor de 40 millones de dólares, a favor de una hipotética tecnología que BusinessWeek ha reputado estar "a décadas de distancia de cualquier viabilidad comercial".
Además, hay inquietantes indicios de que las compañías y las plantas energéticas se están desdiciendo de sus compromisos públicos en favor del desarrollo de tecnologías apresadoras de carbono y de tecnologías para energías alternativas. El proyecto de la administración Bush "para la galería", FutureGen, ha sido abandonado este año luego de que la industria del carbón se negara a pagar la parte que le correspondía en la "sociedad emprendedora" público-privada; análogamente, el grueso de las iniciativas del sector privado estadounidense para capturar carbono han sido canceladas hace poco. Entretanto, en el Reino Unido, Shell acaba de desligarse del mayor proyecto mundial de energía eólica, el London Array. A pesar de sus heroicas campañas publicitarias, las corporaciones energéticas, como las farmacéuticas, prefieren la sobresquilmación del pasto común, dejando que los impuestos, no los beneficios, sufraguen toda investigación urgente emprendida ahora con mucho retraso.
Por otro lado, el botín arrancado a los elevados precios energéticos sigue fluyendo hacia los bienes raíces, hacia los rascacielos y hacia los activos financieros. Estemos o no ahora realmente en el Pico de Hubbert –el momento en que ha de alcanzarse la cumbre de extracción de petróleo—, termine o no estallando finalmente la burbuja de los precios del petróleo, a lo que probablemente estamos asistiendo es a la mayor transferencia de riqueza de la historia moderna.
Un eminente oráculo de Wall Street, el McKinsey Global Institute, predice que, si los precios del crudo se mantienen por encima de los 100 dólares por barril –acaban de rebasar los 140—, sólo los seis países del Consejo de Cooperación del Golfo "llegarán a acumular de aquí a 2020 una suma rayana en los 9 billones de dólares". Como en la década de los 70, la Arabia Saudita y sus vecinos del Golfo Pérsico, cuyo PIB conjunto prácticamente se ha doblado en tres años, nadan en liquidez: 2,4 billones de dólares en bancos y fondos de inversión, según una estimación reciente de The Economist. Con independencia de las tendencias de los precios, la Agencia Internacional de Energía predice que "cada vez más petróleo procederá de cada vez menos países, sobre todo de los miembros de la OPEC radicados en Oriente Medio".
Dubai, que saca pocos ingresos del petróleo, se ha convertido en el hub financiero de la zona para este inmenso charco de riqueza, y abriga la ambición de llegar a competir con Wall Street y la City de Londres. Durante el primer shock petrolífero de los 70, el grueso del excedente de la OPEC se recicló con compras militares en los EEUU y Europa, o se estacionó en bancos extranjeros para llegar a convertirse en los préstamos subprime de la época, que terminaron con la devastación de América Latina. Tras los ataques del 11 de Septiembre, los Estados del Golfo se hicieron harto más cautos a la hora de confiar su riqueza a países gobernados, como los EEUU, por fanáticos religiosos. Ahora se sirven de "fondos soberanos" para conseguir una propiedad más activa en las instituciones financieras extranjeras, mientras que invierten fabulosas sumas procedentes de las rentas petrolíferas para transformar los desiertos de Arabia en ciudades hiperbólicas, paraísos de la compra de objetos de lujo e islas privadas para estrellas británicas del rock y gánsteres rusos.
Hace dos años, cuando los precios del petróleo eran menos de la mitad que los actuales, The Financial Times estimó que las edificaciones nuevas previstas en la Arabia Saudita y en los Emiratos rebasaban ya el billón de dólares. Hoy, puede que esté ya más cerca del billón y medio, una cifran notablemente superior a la del valor total del comercio mundial de productos agrícolas. La mayoría de las ciudades-estado del Golfo están construyendo alucinantes skylines. La incuestionable estrella en eso es Dubai; en poco más de una década ha levantado 500 rascacielos, y ahora mismo, tiene ocupada a una cuarta parte de todas las grúas de altura del mundo.
Este requintado boom del Golfo, que para la celebridad arquitectónica Rem Koolhaas esta "reconfigurando el mundo", ha llevado a los propiciadores del desarrollo de Dubai a proclamar el advenimiento de un "estilo de vida supremo", representado por hoteles de 7 estrellas, islas privadas y yates de clase J. No resulta, pues, sorprendente que los Emiratos Árabes Unidos y sus vecinos registren la mayor huella ecológica per capita del planeta. Al propio tiempo, los legítimos propietarios de la riqueza petrolífera árabe, las masas hacinadas en los airados suburbios de Bagdad, El Cairo, Amman y Jartum, apenas sacan de ello sino un degoteo de puestos de trabajo en los campos petrolíferos y de madrassas subvencionadas por los sauditas. Mientras los viajeros disfrutan de sus habitaciones de 5.000 dólares por noche en Burj Al-Arab, el celebrado hotel veliforme de Dubai, la clase obrera cairota causa alborotos en las calles, sublevada por el inasequible precio del pan.
4. ¿Pueden los mercados emancipar a los pobres?
Los optimistas sobre las emisiones, ni que decir tiene, sonreirán de oreja a oreja y traerán a colación el milagro del comercio de las emisiones de carbono. Lo que pasan por alto es la muy real posibilidad de que pueda, en efecto, aparecer un mercado de compraventa de títulos de emisiones, como se predice, pero que ese mercado no produzca sino una ínfima mejora en el balance contable global del carbono, mientras no se disponga de un mecanismo que obligue a reducciones netas en el uso de los combustibles fósiles.
En discusiones populares sobre los sistemas de comercio de derechos de emisión suelen confundirse chimeneas con árboles. Por ejemplo, el rico enclave petrolífero de Abu Dhabi (como Dubai, un socio de la Unión de Emiratos Árabes) se jacta de haber plantado más de 130 millones de árboles, cumpliendo todos y cada uno de ellos con su tarea de absorber dióxido de carbono arrebatado a la atmósfera. Sin embargo, ese bosque artificial en el desierto consume gigantescas cantidades de agua de irrigación producida, o reciclada, por carísimas plantas desalinizadoras. Bien pueden los árboles consentir que Sheik Califa bin Zayed se adorne con una vitola de respetabilidad en las reuniones internacionales, que el hecho puro y duro es que esos árboles no constituyen sino una ínsula intensiva en energía, como el grueso del llamado capitalismo verde.
Y llegados aquí, no es ocioso preguntarse: ¿qué, si la compraventa de créditos de carbono y cupos de contaminación fracasa en punto a rebajar el termostato? ¿Qué, exactamente qué, motivaría entonces a los gobiernos y a las industrias globales a juntar fuerzas en una cruzada para reducir las emisiones mediante la regulación y la fiscalidad?
La diplomacia à la Kyoto parte del supuesto de que la totalidad de los grandes actores, una vez aceptadas las conclusiones científicas del informe del IPCC, reconocerán como interés común supremo el de llegar a controlar el catastrófico curso del efecto invernadero. Pero el calentamiento global no es la Guerra de los mundos, en la que los invasores marcianos se dedican a aniquilar a la humanidad toda, sin distinciones. No: el cambio climático comenzará produciendo impactos espectacularmente desiguales en distintas regiones y clases sociales. Reforzará, no mitigará, la desigualdad geopolítica y el conflicto.
Como destacaba el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en su informe del año pasado, el calentamiento global representa sobre todo una amenaza para los pobres y para los por nacer, "los dos grupos humanos con poca o ninguna voz". La acción global coordinada en su favor, así pues, presupone, o bien la toma revolucionaria del poder por su parte (un escenario no contemplado por el IPCC), o bien la transmutación del interés egoísta de los países y las clases sociales ricos en una "solidaridad" ilustrada que no tiene precedentes en la historia. Desde la perspectiva de un actor racional, el último resultado sólo cobraría realismo si pudiera demostrarse que los grupos privilegiados no tienen opción preferencial alguna de "salida", si la opinión pública internacionalista condicionara efectivamente las tomas de decisión políticas en los países claves y si la mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero pudiera lograrse sin sacrificar drásticamente los desapoderados niveles de vida del hemisferio norte. Ninguna de esas condiciones parece muy probable.
¿Y qué pasaría, si el creciente malestar ambiental y social, en vez de galvanizar heroicos esfuerzos en pos de la innovación y la cooperación internacional, simplemente empujara a las elites a intentos aún más frenéticos para, atrincheradas, desligar su suerte de la del resto de la humanidad? La mitigación global, en ese inexplorado pero nada improbable escenario, sería tácitamente abandonada (hasta cierto punto, ya lo ha sido) a favor de una acelerada inversión en la adaptación selectiva de los pasajeros de primera clase del planeta Tierra. De lo que aquí se trataría es de crear oasis verdes –debidamente vallados— de prosperidad incrustados en planeta devastado.
Huelga decirlo: habrá tratados, créditos de carbono, alivio puntual para las hambrunas, acrobacia humanitaria y, acaso, la conversión plena de algunas ciudades y de algunos pequeños países europeos a la energía alternativa. Pero el giro hacia estilos de vida fundados en emisiones cero o muy bajas, resultaría inconcebiblemente caro. (En Gran Bretaña, construir ahora una eco-casa de "nivel 6" –cero carbono— cuesta unos 200.000 dólares más que una casa corriente en la misma zona.) Y resultará aún más inconcebible tal vez después de 2030, cuando los impactos convergentes del cambio climático, el pico del petróleo, el pico del agua y 1.500 millones más de seres humanos en el planeta empiecen posiblemente a estrangular el crecimiento.
5. La deuda ecológica del Norte
La verdadera cuestión es esta: ¿llegarán los países ricos a movilizar la voluntad política y los recursos económicos que se precisan para conseguir los objetivos del IPCC o, lo que viene a ser lo mismo, para ayudar a los países pobres a adaptarse a la cuota inevitable, ya "comprometida", de un calentamiento que se está ahora abriendo paso hacia nosotros a través de la ralentización de la circulación oceánica?
Más plásticamente dicho: ¿soltarán los electorados de las naciones ricas su actual fanatismo intolerante y se desharán de los valladares fronterizos para admitir refugiados procedentes de los seguros epicentros de sequía y desertificación en que se convertirán el Magreb, México, Etiopía y Pakistán? Y los norteamericanos, el pueblo más paupérrimo si se conceptúa por su contribución per capita a la ayuda exterior, ¿se mostrarán dispuestos a aumentarse a sí mismos los impuestos, a fin de ayudar a realojar a los millones de seres humanos que presumiblemente se quedarán sin hogar, barridos por las inundaciones que sufrirán regiones megadélticas densamente pobladas, como Bangladesh?
Los optimistas orientados al mercado, una vez más, apelarán a programas de compra de y compensación por emisiones de carbono como el Clean Development Mechanism (mecanismo de desarrollo limpio), el cual, sostienen, permitirá que fluya al tercer mundo capital verde. Pero el grueso del tercer mundo probablemente prefiera que el primer mundo reconozca el desastre ambiental que ha creado y que asuma sus responsabilidades. Con razón rechazan la idea de que la carga principal del ajuste a la época del Antropoceno tenga que caer sobre quienes menos han contribuido a las emisiones de carbono y menos beneficios han recibido de 200 años de industrialización.
En un sobrio estudio que acaba de publicarse en los Proceedings of the [U.S.] National Academy of Science, un equipo de investigación ha tratado de calcular los costes medioambientales de la globalización económica desde 1961, manifestados en la deforestación, el cambio climático, la sobrepesca, la destrucción de la capa de ozono, la erradicación de los manglares y la expansión de la agricultura. Luego de proceder a unos ajustes para incorporar las cargas relativas de los costes, lo que descubren es que los países más ricos, con sus actividades, habrían generado el 42% de la degradación medioambiental del planeta, habiéndose hecho cargo de no más del 3% de los costos resultantes.
Los radicales del Sur apuntarán también, y con razón, a otra deuda. Durante 30 años, las ciudades en el mundo en vías de desarrollo han crecido a velocidad de vértigo sin ninguna inversión pública proporcional en servicios de infraestructura, vivienda o salud pública. En buena parte, eso ha sido el resultado de deudas contraídas por dictadores, de pagos forzados por el FMI y de sectores públicos desjarretados por los acuerdos de "ajuste estructural" impuestos por el Banco Mundial.
Ese déficit planetario de oportunidades y de justicia social queda reflejado en el hecho de que más de 1.000 millones de personas, de acuerdo con NNUU-Habitat, vivan actualmente en villas miseria; una cifra que, según se estima, se doblará en 2030. Un número igual, si no mayor, sobrevive más mal que bien en el sector informal (un eufemismo del primer mundo para referirse al desempleo masivo).Y un puro impulso demográfico traerá consigo un incremento de la población urbana mundial cifrado en 3.000 millones de personas en los próximos 40 años (el 90%, en ciudades pobres): nadie, absolutamente nadie, tiene la menor idea del modo en que un planeta de ciudades miseria, con crisis energéticas y alimenticias in crescendo, podrá subvenir a la supervivencia biológica de esa gente, y no digamos a sus inevitables aspiraciones a una felicidad y una dignidad básicas.
Si lo que llevo dicho parece indebidamente apocalíptico, téngase en cuenta que la mayoría de los modelos climáticos proyectan impactos que, estupefacientemente, vienen a reforzar la presente geografía de la desigualdad. Uno de los analistas pioneros de la economía del calentamiento global, el investigador del Petersen Institute William R. Cline, publicó recientemente un estudio país a país de los efectos probables del cambio climático sobre la agricultura en las décadas finales del presente siglo. Aun en las estimaciones más optimistas, los sistemas agrícolas de Pakistán (predicción: un 20% de decremento del actual nivel de producción agropecuaria) y del noroeste de la India (un 30% de decremento) quedarán probablemente devastados, junto con el grueso de los del Oriente Próximo, el Magreb, el cinturón del Sáhel, el África austral, el Caribe y México. Veintinueve países en vías de desarrollo perderán un 20% o más del volumen de su actual producción agropecuaria por causa del calentamiento global, mientras que la agricultura en el ya rico Norte recibirá probablemente un estímulo de una media del 8%.
A la luz de esos estudios, la presente competición implacable entre mercados energéticos y mercados alimentarios, amplificada por la especulación internacional en mercancías y tierras agrícolas, no es sino una modesta muestra del caos que, a no tardar, prosperaría exponencialmente si llegaran a converger el agotamiento de los recursos, una desatentada desigualdad y el cambio climático. El peligro real es que la solidaridad humana misma, como si de un saledizo de hielo del occidente antártico se tratara, se quiebre súbitamente y salte hecha añicos, fracturada en mil pedazos.
Mike Davis es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Traducidos recientemente al castellano: su libro sobre la amenaza de la gripe aviar (El monstruo llama a nuestra puerta, trad. María Julia Bertomeu, Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2006), su libro sobre las Ciudades muertas (trad. Dina Khorasane, Marta Malo de Molina, Tatiana de la O y Mónica Cifuentes Zaro, Editorial Traficantes de sueños, Madrid, 2007) y su libro Los holocaustos de la era victoriana tardía (Universidad de Valencia, Valencia, 2007). Sus libros más recientes son: In Praise of Barbarians: Essays against Empire (Haymarket Books, 2008) and Buda's Wagon: A Brief History of the Car Bomb (Verso, 2007; traducción castellana en prensa en la editorial El Viejo Topo). Actualmente, está escribiendo un libro sobre ciudades, pobreza y cambio global.
Traducción para www.sinpermiso.info: Marta Domènech y Mínima Estrella
sábado, julio 05, 2008
Agrocombustibles: secretos y trampas del Banco Mundial
Un informe interno confidencial del Banco Mundial (BM) de abril de 2008 demuestra que la producción de combustibles agroindustriales, particularmente los derivados del maíz, son la causa principal de los aumentos de los precios de los alimentos, reveló ayer el diario británico The Guardian. (Aditya Chakrabortty, The Guardian 4/7/ 2008).
No se trata de una pequeña contribución a la crisis alimentaria: según el informe coordinado por Don Mitchell, reconocido economista del Banco, la producción de agrocombustibles es responsable hasta en 75 por ciento del aumento de los precios alimentarios, y no de 3 por ciento, como afirma el gobierno estadunidense. Fuentes del BM declararon a The Guardian, que el informe fue suprimido para “no avergonzar al presidente Bush”. Otro 15 por ciento del aumento se debería a la suba de los precios del petróleo y agroquímicos.
El informe afirma que hay tres factores primarios, que en efecto dominó son responsables del aumento de los precios de los alimentos. Primero, que los granos para producción de combustibles fueron desviados de la producción alimentaria. Una tercera parte de la producción de maíz en Estados Unidos se usa para etanol en lugar de alimentos. Europa está utilizando la mitad de los aceites vegetales que produce o importa, para producir biodiesel. Segundo, el estímulo a los agricultores para que dediquen más tierra a los agrocombustibles, a costa de la tierra dedicada a producir alimentos. Tercero, la promoción de los agrocombustibles abrió un excelente terreno para la fuerte inversión de los fondos financieros especulativos, causando más aumento de precios.
Los fondos especulativos (hedge funds) salieron del sector inmobiliario en crisis y entraron agresivamente a la compra de stocks presentes y futuros de granos, empujando el alza de los precios, como parte de las apuestas financieras. Actualmente, más de 60 por ciento de las reservas y producción futura de maíz, trigo y soya han sido compradas por este tipo de fondos.
El informe confirma también que el aumento de poder adquisitivo en países como China e India “no llevó a aumentos en la demanda de granos a nivel global”, tal como explicó claramente Alejandro Nadal (Adiós al factor China, La Jornada, 11/6/2008). Este es uno de los argumentos favoritos de Estados Unidos y Brasil, para justificar la crisis alimentaria y exculparse por la agresiva promoción de agrocombustibles. Mitchell concluye, sin embargo, que el impacto del etanol brasilero no tuvo la misma carga en la debacle internacional de precios. Claro que para el Banco Mundial , el hecho de que el etanol brasilero sea subsidiado con trabajo semiesclavo y devastación de ecosistemas únicos, no es un costo.
Según datos del Financial Times (30/10/07), el subsidio anual de los países de la OCDE a los combustibles agroindustriales es de 15 mil millones dólares anuales. David King, anteriormente jefe de asesores científicos del gobierno británico, declaró a The Guardian “(con los biocombustibles) estamos subsidiando el aumento del precio de los alimentos mientras que no hacemos nada para enfrentar realmente al cambio climático”
No es la primera vez que el Banco Mundial critica los agrocombustibles, pero este informe es mucho más detallado y preciso que los anteriores. Sin embargo, la propuesta “alternativa” del Banco, igual que la de las empresas de agronegocios, es que se aumente la ayuda alimentaria (así se subsidia a las mismas empresas de agronegocios que ganan tanto con alimentos caros como con agrocombustibles, y además venden los granos como “ayuda” alimentaria), mientras se refuerza el apoyo a las próximas generaciones de agrocombustibles, que conllevan cultivos y árboles transgénicos o cosas peores, como vida sintética artificial –con lo cual igual compiten por tierras y agua.
En este escenario, es absurdo y criminal que el gobierno mexicano siga insistiendo en la producción de agrocombustibles, que solamente beneficiarán (en grande, eso sí) a las grandes transnacionales de los agronegocios que dominan el comercio de granos en México y en el mundo, como Cargill y ADM, y a las que controlan la semillas de maíz u otros cultivos dedicados a ese fin, como Monsanto, Syngenta y Dupont, los barones de los transgénicos.
Cualquier inversión en agrocombustibles, del tipo que sean, espoleará la escasez y carestía de los alimentos. Si además, se autorizara el maíz transgénico, como pretende el gobierno para complacer a las transnacionales, se aumentará la dependencia de las empresas extranjeras, al tiempo que la contaminación transgénica dañará los cultivos convencionales y tradicionales, patrimonio histórico de México, que en manos de sus campesinos, son la verdadera solución para la producción de alimentos y la soberanía alimentaria.