Mostrando las entradas con la etiqueta libros. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta libros. Mostrar todas las entradas

jueves, junio 09, 2011

Con un libro La Jornada rinde homenaje al Instituto Politécnico Nacional

La Jornada

Con motivo de un aniversario más del Instituto Politécnico Nacional (IPN), La Jornada Ediciones acaba de publicar el libro El IPN, 75 años con México, como un homenaje de esta casa editorial a una de las instituciones educativas más importantes para el desarrollo científico y tecnológico del país.

Apoyado en un proyecto educativo que enarbolara los principios de la Revolución Mexicana, desde su creación en 1936 por el presidente y general Lázaro Cárdenas del Río, el Politécnico definió su orientación en favor de la educación de los sectores menos favorecidos, y ha propiciado la movilidad social en el país con más de 800 mil egresados de excelencia en toda su historia.

El libro El IPN, 75 años con México, fue coordinado por Rosa Elvira Vargas, con la participación de Arturo Jiménez, Laura Poy y Mariana Norandi, todos reporteros de La Jornada.

El objetivo fue ofrecer al lector una visión amplia, aunque no exhaustiva, de las aportaciones del Politécnico en los campos de la educación, la investigación, el desarrollo tecnológico, la cultura y el deporte.

La indagación, que se realizó por medio de entrevistas a docentes, investigadores, estudiantes, funcionarios y especialistas en temas educativos, así como en archivos institucionales y la consulta de bibliografía, buscó reconstruir la historia del IPN desde su fundación hasta nuestros días, e incluso más atrás en el tiempo, pues los orígenes de la enseñanza técnica en el país se remontan al México antiguo.

Se trata de un amplio reportaje dividido en tres capítulos: Proyecto de nación, política educativa; IPN: ciencia y técnica, y Cuerpo, espíritu y memoria.

Aparecen además tres artículos realizados ex profeso: El IPN, la técnica al servicio del hombre, de Hugo Gutiérrez Vega, poeta y director de La Jornada Semanal; el Testimonio de un politécnico, de Rafael Ortega Ramírez; y el ensayo Educación técnica para construir una sociedad mejor, de Max Calvillo, jefe del Departamento de Investigación Histórica del Decanato del IPN.

México ha dado dos grandes estadistas, autores de un claro y coherente proyecto de nación: Benito Juárez en el siglo XIX y Lázaro Cárdenas del Río en el siglo XX, comienza Gutiérrez Vega en su texto introductorio, en el cual concluye: A 75 años de su nacimiento, el IPN entrega a su fundador y al pueblo de México cuentas excelentes. Sigue trabajando en favor de nuestra independencia tecnológica y, de esta manera, se convierte en punta de lanza de la defensa de nuestra soberanía. Mantiene su carácter público, laico y gratuito, lo que significa que sigue luchando por la justicia social.

Entre otros planteamientos, Calvillo apunta: Las universidades e instituciones públicas de educación superior deben participar en la definición de políticas de investigación; la coordinación entre desarrollo científico y tecnológico; las estrategias para el desarrollo socioeconómico, y la investigación, principalmente en el área tecnológica, la que genera innovación, tareas en las cuales el IPN ha jugado un papel de primer orden.

En fin, en las 293 páginas el lector encontrará información, imágenes y reflexiones que reflejan la enorme pluralidad de una institución que nació al servicio de la nación y que hoy, a 75 años de esa épica, mantiene con orgullo su lema: La técnica al servicio de la patria.

jueves, mayo 26, 2011

Riesgo de otro presidente “espurio”

John M. Ackerman

MÉXICO, D.F., 25 de mayo.- Ya es un secreto a voces que la mejor forma de ganar una elección en México no es a través del cabal cumplimiento del espíritu y la letra de las disposiciones legales, sino con trampas, engaños y triquiñuelas. La reciente inacción del IFE en el caso de las groseras violaciones a la norma por el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) en las campañas federales de 2009 proporciona una clara lección de que romper la ley no cuesta nada. Asimismo, la vergonzosa decisión del TEPJF de exculpar a Enrique Peña Nieto de cualquier responsabilidad en la ilegal difusión nacional de su quinto informe de gobierno demuestra que los dados también están cargados en el seno de la máxima instancia de justicia electoral del país.

Al parecer, el PRI ha decidido apostarle a un perverso juego de debilitar las instituciones electorales a como dé lugar. Con sus decisiones y posicionamientos, los consejeros electorales Marco Antonio Baños y Francisco Guerrero ratifican cada día su lealtad al PRI. La magistrada presidenta del TEPJF, María del Carmen Alanís, también parece haber abandonado el partido de su amiga Margarita Zavala para engrosar las filas del viejo partido de Estado. Todo parece indicar que Alanís alberga la esperanza de que el arribo de Peña Nieto a Los Pinos le aseguraría su ansiado lugar en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

La falta de acuerdo con respecto a los tres nuevos consejeros del IFE se debe precisamente a que el PRI prefiere un IFE debilitado y rebasado a uno que tenga posibilidad de acciones autónomas. El cálculo es sencillo. Hoy, el PRI solamente necesita convencer a un solo consejero más de que vote junto con Baños y Guerrero para frenar cualquier decisión adversa, tal y como ocurrió en el caso del PVEM. Si el PRI coloca a dos de los tres nuevos consejeros mantendría su posición de fuerza en el Consejo General ya que quedaría a un voto de la mayoría. Sin embargo, si coloca solamente a un consejero su fuerza retrocedería de manera significativa ya que únicamente contaría con tres de los nueve integrantes de la herradura de Viaducto Tlalpan.

El PRI entonces ha aplicado una estrategia de “todo o nada” con el fin de no ver reducida su influencia en el seno de la autoridad electoral. También supone que al final de cuentas le conviene la sobrecarga de trabajo que hoy afecta gravemente el funcionamiento del IFE. Consejeros cansados y confundidos son actores más dóciles y fácilmente manipulables por las alianzas perversas entre Peña Nieto, las televisoras y otros “factores reales” de poder.

Pero el PRI está jugando con fuego. Por ejemplo, si el proceso electoral federal iniciara en la primera semana de octubre de 2011 sin todos los integrantes del Consejo General, nos encontraríamos en un estado de flagrante ilegalidad. Si las ausencias continúan durante un tiempo más, estaremos frente a una situación ideal para la posible nulidad de la elección de 2012. Si el TEPJF decide avalar la elección aún bajo estas circunstancias, podríamos encontrarnos una vez más con un presidente marcado durante todo su sexenio con el mote de “espurio”.

Estas circunstancias nos hacen ver que “el fantasma de 2006” de ninguna manera “está erradicado”, como ha afirmado el consejero presidente Leonardo Valdés. La abierta partidización de las autoridades electorales, su falta de acción enérgica para imponer el estado de derecho y las enormes sobrecargas de trabajo se articulan de forma peligrosa para generar un potencial conflicto enorme en 2012.

El Congreso de la Unión todavía tiene una última oportunidad para desarticular esta explosiva situación antes de que sea demasiado tarde. Urge que la Cámara de Diputados nombre lo más pronto posible a los consejeros faltantes. Asimismo, aún más importante que aprobar la cuestionable “reforma política” sería actuar para llenar las lagunas y corregir los problemas ya identificados con la histórica reforma electoral de 2007-2008.

Un excelente punto de partida para una reforma correctiva sería el dictamen de reforma al Cofipe que se aprobó el pasado 29 de abril en el Senado de la República. Incluye sanciones explícitas para la “adquisición, a título gratuito u oneroso”, más allá de la “compra”, de tiempo en radio y televisión con el propósito de difundir propaganda electoral. Así, sería más difícil para las autoridades evitar sancionar a los responsables en casos de evidentes fraudes a la ley, como la famosa entrevista a Demetrio Sodi en medio de un partido de futbol durante 2009. Otra innovación estratégica de la reforma es que dota al IFE de facultades de sanción directa para los funcionarios públicos cuando éstos intervengan ilegalmente en los procesos electorales en violación al artículo 134 constitucional. La actual falta de poder sancionador en la materia ha sido uno de los principales obstáculos que ha enfrentado el IFE para asegurar la equidad de los procesos electorales.

Sobre estos temas se recomienda consultar un nuevo libro, coordinado por un servidor, que aborda de manera exhaustiva todos los temas pendientes: Elecciones 2012: en busca de equidad y legalidad (IIJ-UNAM/Senado, 2011). Allí se puede leer sobre los retos que existen en una diversidad de asuntos, desde la regulación de los medios de comunicación hasta las reformas necesarias al Código Penal y el fomento de la transparencia interna de los partidos políticos.

Si los diputados, consejeros electorales y magistrados del TEPJF no modifican su comportamiento pronto, 2012 fácilmente podría llegar a ser un proceso electoral aún más conflictivo que el de 2006. Queda una última oportunidad para enderezar el camino antes de que sea demasiado tarde. l


www.johnackerman.blogspot.com

Twitter: @JohnMAckerman

jueves, febrero 24, 2011

La relación juvenil entre Arreola y Rulfo

Raquel Tibol

MÉXICO, D.F., 23 de febrero (Proceso).- La semana pasada nuestra colaboradora Raquel Tibol dedicó un artículo a la relación entre los escritores jaliscienses Juan José Arreola y Antonio Alatorre, para resaltar la generosidad del primero, no siempre reconocida; sin que constituya una segunda parte, esta entrega se refiere a otra entrañable relación amistosa de Arreola, ahora con Juan Rulfo.

“Rulfo me retuvo con su prosa hasta beberme todo su breve libro de bárbaros cuentos. La música ríspida, penetrante, cortante, profunda, de la prosa de Juan Rulfo me capturó al extremo de contagiarme de un ritmo que descubro alarmante.”

Salvador Novo (30 de enero de 1960)

Gracias a la publicación por Orso Arreola de las memorias dictadas por su padre en los años finales de su vida (Editorial Diana, 1998), se pueden apreciar, debido a la sinceridad del relato, situaciones que hoy todavía importan a la cultura literaria de México. A mediados de los cuarenta del siglo XX llegaban a Guadalajara, de otras poblaciones de Jalisco, escritores que comenzaban a desarrollar sus vocaciones. Constituidos en capilla se reunían primero en la farmacia Rex y después en el café Nápoles. Juan José Arreola ejercía cierto liderazgo debido a ciertas experiencias extramuros: se había desempeñado como locutor y actor en la Ciudad de México.

El presidente Lázaro Cárdenas había fundado el Departamento Autónomo de Prensa y Publicidad, en cuya emisora el locutor estrella era Adolfo López Mateos. Otro locutor era Salvador Carrasco, creador del personaje El Monje Loco, quien convenció a Arreola, debido a su buena voz, que se ubicara en estaciones más profesionales. Primero entró a la XEJP y luego a la W. En 1940 el locutor más famoso de México era Marco Antonio Albuquerque y su programa más gustado La hora del tango, al que Juan Rulfo se aficionó al punto de sumarse a un grupo de fanáticos tangueros que hicieron un viaje a Buenos Aires para gozar de las raíces.

En 1943, establecido en Guadalajara, Rulfo comenzó a frecuentar a veces a los literatos de la farmacia Rex y del café Nápoles, aunque no se integró completamente. A Arreola le gustaba averiguar dónde habían nacido sus compañeros de tertulia. Fue así que se enteró de que Rulfo había nacido en Apulco y que fue registrado en Sayula. Un fiel asistente, Ricardo Serrano, le aconsejó a Rulfo que buscara a Arreola en el periódico El Occidental y le llevara algunos de sus cuentos, a ver si se los publicaba en la revista Pan. El resultado fue el inicio de una larga amistad.

En 1944 Arreola se casa con Sara Sánchez Torres, originaria de Tamazula. Cuando su hija Claudia cumplió cinco meses Juan Rulfo la fotografió. Tanto le gustaron las fotos a Arreola que inmediatamente se las envió a su papá.

En 1945 Louis Jouvet, la gran personalidad del teatro francés, le envió a Arreola una carta, fechada el 3 de mayo, en la que le ofrecía su ayuda si se decidía a cumplir con su anhelo de viajar a Francia a estudiar teatro. Durante su ausencia fue Juan Rulfo quien lo sustituyó en las tareas de la revista Pan, en cuyo número 6 se había publicado su cuento Macario. La invitación se debía a que tanto Antonio Alatorre como Arreola eran decididos admiradores de Rulfo. Lo que por entonces más leía Juan Rulfo era un autor francés que había influido en él hasta el centro de su alma: Jean Giono. Desde el primer día Juan les dijo: “Esta es mi meta”. Luego identificó el relato de Giono Ese bello seno redondo es la colina con la colina redonda en el valle profundo de Zapotlán que da a lo que se llama el Bajo. Juan había nacido exactamente en las estribaciones del nevado de Colima, no teniendo más frontera que el cerro de la Media Luna que aparece en su obra. Pero en ese momento leía a Jean Giono el provenzal, el francés de origen mediterráneo, italiano, marsellés. Giono fue el escritor que más le importó a Juan antes de leer a William Faulkner. Otro autor francés donde está la fuente más segura de su inspiración es Marcel Aymé, especialmente su libro La yegua verde.

Cuando Arreola regresó de Europa, los problemas económicos lo impulsaron a él, a Rulfo y Alatorre a instalarse en la Ciudad de México. Para entonces la admiración de sus dos colegas era un hecho. El cuento que Rulfo le había entregado a Arreola en El Occidental fue Nos han dado la tierra. Pero entonces Arreola ya conocía La vida no es muy seria en sus cosas, que Efrén Hernández le había publicado en la revista América.

Rulfo trabajó un tiempo en la Secretaría de Gobernación, luego solicitó su cambio a Guadalajara, donde se desempeñó como jefe de migración. Su oficina estaba en la Suprema Corte de Justicia de Jalisco. Fue ahí donde escribió Nos han dado la tierra, cuando a miles de campesinos les repartieron tierras baldías donde –como dijo Arreola—“sólo podían escarbar un agujero para mal morir. Ahí quedó plasmado el tamaño del despojo a que fueron sometidos los indígenas de México”.

Cuando Alatorre leyó el cuento le dijo a Arreola que no creía que ese personaje tan curioso que había conocido unos meses antes fuera capaz de escribirlo. El comentario de Arreola no podía sino ser tajante: “Creo que a muchos de los intelectuales que servían al gobierno les gustaba exaltar la obra de Juan para llevar agua al sediento molino de la revolución, al que Juan criticó desde adentro en forma magistral”.

Por no oficiar en los altares de la cultura revolucionaria, a Juan Rulfo y a Arreola les negaron la entrada a El Colegio Nacional. “Los intelectuales pensionados por el Estado no soportaron nuestras actitudes críticas”.

Con precisión Arreola relató para sus memorias: “Nuestra amistad con Juan Rulfo fue muy intensa en los meses previos a mi viaje a París. El frecuentaba mi casa y pronto hizo amistad con mi esposa Sara, a la que años después le contó que en una cantina de Tamazula salvó la vida gracias a que les dijo a los fulanos que él era amigo de Juan Sánchez Torres, hermano de Sara. Fue el único amigo real que tuvo mi mujer en toda su vida. Nuestra amistad creció en las calles de Guadalajara, visitábamos las librerías de viejo y de nuevo, asistíamos con frecuencia al cine y alguna vez me invitó a su casa a escuchar música clásica; tenía una preciosa tornamesa RCA Víctor en su mueble de madera, y muchos discos de pasta, gruesos y relucientes. En ese tiempo Juan leía novelas de escritores norteamericanos, como John Dos Passos y William Faulkner, en particular su novela Mientras agonizo. Dejé de ver a Juan en 1945. Me lo volví a encontrar en 1947, cuando me llevó a mi casa de San Borja, en México, su cuento Anacleto Morones. En esa ocasión le dije: “Ya la hiciste”. Fue hasta que publiqué Varia invención y luego Confabulario, en el FCE, que nos volvimos a ver y a tratar, siendo ya director del FCE Arnaldo Orfila Reynal y subdirector Joaquín Díez-Canedo, a quien le conté acerca de los cuentos de Juan. Joaquín-Díez-Canedo y Alí Chumacero sabían que yo promoví la publicación de El llano en llamas y de Pedro Páramo.

“Muchos años después, en 1988, en París, en el Centro Pompidou, durante una mesa redonda sobre literatura mexicana, Juan se exaltó cuando uno de los presentadores se refirió a mí como el promotor de varias generaciones de escritores jóvenes; en esa ocasión Juan dijo ante el público: ‘¡Cómo que jóvenes, este hombre no nomás nos enseñó a escribir, primero nos enseñó a leer’. Efectivamente a Juan le recomendé algunas lecturas que fueron capitales para su desarrollo posterior en las letras y en la investigación literaria.

“A Rulfo hay que ubicarlo en el territorio superior del realismo mágico, más cerca de la poesía que de la realidad. Antonio Alatorre ha dicho que Pedro Páramo le parecía un hermoso poema. En una ocasión añadió: ‘Me parece glorioso, una maravilla’. Una vez tuve la idea que esa novela se imprimiera como una colección de poemas, con tipografía como versos sueltos. Ahí la discontinuidad del texto sería todavía mayor. Sería como relámpagos intuitivos. La idea es loca, pero siento a Pedro Páramo más como poema que como novela.

“A mediados de los cincuenta el Indio Fernández invitó a Juan Rulfo y le propuso que escribiera un guión a partir de una idea que tenía él para hacer una película con Rossana Podestá, que en un principio se iba a llamar Río arriba y finalmente se llamó La paloma herida. Juan le dijo al Indio que con mucho gusto participaba, pero que le sugería que yo también interviniera en el proyecto, lo que el Indio aceptó. A las dos semanas de trabajar en casa del Indio les presenté mi renuncia. Las razones fueron dos: mi desacuerdo con las ideas del Indio para esa película, y el hecho de que nos presionaba para beber las copas de tequila. Creo que Juan inicio en casa del Indio su carrera de bebedor profesional.

“La última vez que platiqué a fondo con Juan Rulfo fue dentro de un avión que volaba sobre la cordillera andina a 20 mil pies de altura. Regresábamos a México desde Buenos Aires, donde los dos asistimos a la Feria del libro. Hablamos durante diez horas. Juan me reveló en las alturas muchos aspectos de su alma que yo desconocía. Ya en tierra, un automóvil nos condujo hasta la casa de Juan. Cosa rara, subí por el elevador para acompañarlo hasta el interior de su casa. En ese amanecer saludé a su esposa Clara que lo estaba esperando. Me despedí de él y ya no lo volví a ver.”

Quizás aquellas revelaciones de su alma de Rulfo colmaron la confianza de una larga relación y despertaron el pudor del que debía guardar los secretos de los que era depositario.

Cuando Rulfo regresó a Guadalajara, vivía en un solar a las orillas de la ciudad. Al fondo del solar –recordaba Arreola– tenía una especie de nicho enorme, más grande que un nicho sepulcral. “No quiero pensar que ahora está en un nicho porque no me hago a la idea de eso. Yo sigo hablando con Juan como si estuviera vivo”. Ese diálogo inmaterial no debe ubicarse en el pasado. Amistades como ésa, con su profundo respeto mutuo, deben vivir en un prolongado presente.

viernes, abril 09, 2010

México, país de migración


Olga Pellicer

MÉXICO, D.F., 8 de abril.- La editorial Siglo XXI, atenta a mantener a sus lectores informados de grandes temas nacionales, acaba de publicar el libro México, país de migración, una buena compilación de artículos coordinada por Luis Herrera Lasso.

No hay duda sobre la pertinencia de estudiar a México como país de migración. Nuestra situación geográfica nos convierte en un caso único de corrientes migratorias diversas. México, país emisor de trabajadores que van a Estados Unidos; país receptor de trabajadores centroamericanos que llegan por la frontera sur; país de tránsito para cientos de miles de guatemaltecos, hondureños, salvadoreños que, al igual que sus similares mexicanos, quieren alcanzar el “sueño americano”.

Nuestra condición de país de migraciones diversas es un hecho excepcional cuyas consecuencias no se reflejan, sin embargo, en la actividad académica, la política gubernamental o el sentir de la sociedad. Ha corrido mucha tinta sobre los estudios respecto a la migración mexicana a Estados Unidos, pero poca sobre quienes vienen a las fincas cafetaleras o a los servicios en el sur de México, o sobre quienes toman el llamado “tren de la muerte” para llegar a la frontera con EU. Los reportajes televisivos y el cine han contribuido a familiarizarnos con ese fenómeno, amargo y acompañado de enormes tragedias humanas. Allí está la película reciente Sin nombre, que documenta estupendamente la violencia de las pandillas, la corrupción de las autoridades y, en general, el drama que acompaña a los centroamericanos que se encuentran de tránsito a través de la República Mexicana.

El libro mencionado no escapa a la parcialidad. Son allí más numerosos los artículos destinados a analizar, desde diversas perspectivas, la situación actual y las proyecciones de la migración hacia el norte. Es comprensible, porque hay mucha tela de donde cortar: se trata de 11.2 millones de migrantes mexicanos en Estados Unidos, 22 millones si tomamos en cuenta a sus descendientes. En otras palabras, un 10% de la población mexicana vive en Estados Unidos, un 60% de las familias mexicanas tienen alguna relación cercana con esos migrantes, y un alto número de los hogares mexicanos sobreviven gracias a las remesas que llegan del otro lado.

En el libro encontramos análisis muy interesantes sobre el futuro que se vislumbra para ese movimiento migratorio. Contrariamente a lo que algunos piensan, no será un fenómeno permanente. Cierto que la demanda de trabajadores indocumentados que buscan irse a Estados Unidos, dentro de la amplia gama de ocupaciones a que se dedican, se mantendrá constante durante un tiempo indeterminado. Sin embargo, la oferta laboral mexicana tenderá a decrecer, hasta casi desaparecer, hacia 2050, si la economía del país alcanza un promedio aproximado de crecimiento del 3% anual y las tendencias demográficas se mantienen.

El tema de México como país de ingreso y tránsito de migrantes desde la frontera sur no está ausente en el libro. El artículo que se le dedica aborda, entre otros puntos, la manera en que ese movimiento migratorio está vinculado al tema de la seguridad de Estados Unidos, tal como ésta ha sido concebida después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. Desde entonces, la frontera sur de México es un problema para la relación con aquel país, que coloca ese espacio en su radar de seguridad nacional.

Una aportación muy interesante, por lo novedoso de los métodos de investigación utilizados y los resultados obtenidos, se encuentra en el estudio de Guadalupe González sobre percepciones sociales de la migración. Llaman la atención las referencias a la encuesta sobre México y el mundo realizada por CIDE-Comexi en el 2006; al preguntar a los encuestados sobre la manera en que el gobierno de Estados Unidos debe tratar a los migrantes mexicanos, la inclinación mayoritaria es favorecer las políticas de fronteras abiertas y la ampliación de los canales para la movilidad laboral entre los dos países.

Sin embargo, algo muy distinto ocurre al preguntar sobre las políticas deseables ante los migrantes centroamericanos que sin documentos ni autorización entran al territorio nacional, sea para buscar trabajo o para dirigirse a Estados Unidos. En este caso, sólo una quinta parte piensa que sería deseable la opción de trabajadores temporales, y la mayoría favorece la opción de controles fronterizos, incluida la construcción de un muro que la misma mayoría desaprueba en el caso de Estados Unidos.

El resultado de esa doble percepción es fácil de constatar en el comportamiento cotidiano hacia los migrantes centroamericanos. La hostilidad, las detenciones arbitrarias, los abusos, la impunidad de quienes los extorsionan, todo ello forma parte de hechos que los mexicanos reclaman airadamente cuando se ejercen sobre sus compatriotas en Estados Unidos.

México, país de migración, tiene muchos retos por delante para enfrentar los problemas derivados de esa condición. Uno de los más complejos es asumir que la autoridad moral para pedir respeto a los trabajadores que van al norte exige modificar percepciones y comportamientos frente a los que llegan del sur. México, país de migración, no puede mantener un discurso contradictorio que, por una parte, condena violaciones a los derechos humanos de los mexicanos indocumentados en Estados Unidos, y, por la otra, no vacila en atropellar a los indocumentados que entran por su frontera sur. Remediar esa contradicción es un asunto que concierne a todas las fuerzas políticas, al conjunto de la sociedad y, ante todo, a quienes deciden sobre la acción gubernamental.

www.proceso.com.mx

viernes, febrero 19, 2010

Las mujeres alimentan al mundo

Sara Lovera

México D.F., 18 de febrero (apro).- En el mundo pobre existe una emergencia, se llama crisis alimentaria. Según datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) mil 020 millones de personas están mal nutridas en el mundo, es decir; una de cada 6 de todas las que habitan el planeta. Y pueden llegar a ser mil 500 millones en 2015 si no se hace algo y pronto.

Esta crisis hace visible la pobreza rural, que representa el 75% de toda la pobreza del mundo y está íntimamente ligada a la depredación de los bienes del planeta que nos está cambiando el clima, las corrientes de los ríos y el calado de los vientos.

Como nunca había sucedido, en febrero llueve en Barcelona y el frío hiela los huesos; nevó exageradamente en Berlín; la lluvia que afectó al Distrito Federal y a la zona conurbada de la ciudad de México son pruebas de este abuso que los humanos han hecho del planeta.

Lo más grave es que todavía son principalmente las mujeres las que alimentan al mundo, son ellas las que aseguran que no falte el arroz en el sudeste asiático y ellas las que producen trigo y maíz en América, que proporciona hasta el 90% de los alimentos que consume la población empobrecida de las zonas rurales.

En la África subsahariana las mujeres producen hasta el 80% de los alimentos básicos para el consumo familiar y su venta, ellas cultivan hasta 120 especies vegetales diferentes en los espacios libres junto a los cultivos comerciales de los hombres.

Es decir, estos datos, de un libro que se llama “Las Mujeres Alimentan el Mundo” que editó una organización no gubernamental de Barcelona, llamada Entre Pueblos, revela que el agotamiento del planeta, que se viene, la falta de agua y todo lo que ello significa, pasará por arrasar la vida de millones de mujeres, ellas, mil 600 millones que en el mundo están produciendo alimentos.

Lo más grave, según el artículo de Alex Gillamón, coordinador de esa organización, es que los alimentos son un negocio de empresas que están en todo el mundo haciendo de las suyas, controlando el mercado, los suelos, la agroalimentación, especulando con los granos y para no arriesgar sus ganancias, expulsan a los campesinos y a sus familias de las regiones ricas y productivas.

El agua se acaba mientras que el número de víctimas del hambre es mayor que nunca.

Leer esas cifras, en el contexto de testimonios de mujeres que se organizan por todo el mundo, en una red llamada Vía Campesina, me puso a pensar al menos dos veces en cuánto sabe la opinión pública de este asunto, cuánto se valora que sean las mujeres –muchas esposas de los que migran- quienes son las conservadoras de algunas tradiciones del cuidado del campo y guarda de semillas, quienes calladamente o haciendo alharaca, se oponen a los transgénicos y procuran, con su sabiduría, conservar amplias zonas del planeta.

Es curioso, en el libro referido hay historias completas de cómo se organizan las mujeres en Guatemala, Colombia y México, narra la falta de tierra para las mujeres, de cómo las temporaleras carecen de seguridad social; sin embargo, es un libro de esperanza al describir las estrategias para rescatar las tierras que ellas proponen; rescata las viejas sabidurías populares que permiten producir alimentos para pueblos enteros que hoy podrían desaparecer.

Una estrategia que ha llamado soberanía alimentaria.

La publicación que podría estar disponible en la internet, es un ejemplo de cómo se elaboran propuestas desde la sociedad civil para salvarnos de las políticas que desde el poder se imponen para sólo acumular dinero y apoyar a los grandes capitales; un ejemplo de que a pesar de los perseguidos por defender su tierra, como Ignacio del Valle en Atenco, todavía hay voces que no se derrotan y acciones que se mantienen.

Es así como las voces de las mujeres trascienden todas las fronteras y existen, en los lugares menos imaginados, testimonios de que la población resiste a quienes generan políticas de exterminio humano y demolición de las ideas.

Esta organización no gubernamental, Entre Pueblos, se dedica a reunir estas voces, no sólo en documentos o en un libro, sino que desde Cataluña, acompaña a estos grupos de hombres y mujeres que resisten los embates del capitalismo salvaje en muchos lugares del mundo, pero especialmente en América Latina.

Habría que preguntarse, en todo caso, si quienes toman decisiones o despliegan propuestas para recomponer esta crisis, escuchan o no estas voces que se van extendiendo por todas partes, advirtiendo que ya no hay forma de salvar al mundo con un sistema que sólo piensa en el dinero y no en las personas; en el poder y no en la humanidad; en la acumulación material y no en el horizonte de la vida, que se encuentra en la riqueza de las voces, en las miradas y las creaciones artísticas, en la generosidad y no en el militarismo.

saralovera@yahoo.com.mx

lunes, diciembre 21, 2009

Evo en la mira

Víctor Flores Olea.

El título es el del reciente libro de Stella Calloni, la corresponsal de La Jornada en Argentina, que otra vez nos presenta de manera prácticamente exhaustiva las presiones y maquinaciones del gobierno de Estados Unidos (la CIA y la DEA en primer término) para impedir la elección triunfante de Evo Morales a la presidencia de la República de Bolivia, y después para desestabilizar su gobierno y procurar la ejecución de un golpe de Estado que lo eliminara como mandatario del país. Recursos políticos gangsteriles sin excluir las intenciones del imperio de llegar al magnicidio del líder boliviano, que muestra y demuestra Stella Calloni con acopio de pruebas inclusive documentales, hasta de carácter oficial del propio gobierno estadunidense.

Es impresionante la investigación de Calloni por su rigor y organización, y por el instinto de gran reportera que la lleva a tocar las claves fundamentales de su tema: revisión de archivos, entrevistas invaluables, exploración hemerográfica a fondo, antecedentes históricos cercanos y distantes de la historia boliviana y conocimiento en profundidad de la vida de Evo Morales. Todo ello, unido a su conocimiento de los crímenes del imperio en varias regiones latinoamericanas (incluida Centroamérica), han dado lugar a otra obra maestra de denuncia y exhibición de los sucios procederes del gobierno de Estados Unidos, cuando se trata de controlar y mantener sus intereses en el continente (en alianza con sus incondicionales políticos y oligarquías locales).

Ya que hablamos del nuevo libro de la periodista argentina es oportuno recordar otra obra suya fundamental: La Operación Cóndor, en la cual nos explica la alianza internacional para el crimen que operó siniestramente en los tiempos de la guerra fría y de las dictaduras militares sudamericanas (Pinochet en Chile, Videla en Argentina, Stroessner en Paraguay, Castello Branco, entre varios otros generales en Brasil; el golpe "institucional" de Juan María Bordaberry en Uruguay, Hugo Banzer en la propia Bolivia y varios etcéteras), cuyas hazañas abrieron puerta a una de las etapas más siniestras de la historia latinoamericana.

Sólo pueden explicarse dos libros así por la pasión democrática de la autora, y por su comprensión profunda, de un lado, de las operaciones del imperio para mantener el control sobre nuestros países, y por el otro de las luchas liberadoras y revolucionarias de los pueblos del continente para sacudirse la dominación y el saqueo por parte de la gran potencia. Luchas que en cada caso Stella Calloni ha interiorizado de manera magistral. (Sin excluir traiciones de algunos funcionarios, como la que puso en condiciones angustiosas al gobierno de Evo Morales, que contribuyeron con los enemigos para provocar una grave escasez de combustibles.)

La autora de La Operación Cóndor examina también los intentos golpistas, de magnicidio y separatismo de la Media Luna, encabezados por los oligarcas de Santa Cruz de la Sierra. En este grupo y en la embajada de Estados Unidos se originó la llamada "masacre de Pando", en la que murieron salvajemente asesinados centenares de campesinos e indios bolivianos que se manifestaban en favor de Evo, y un intento de asesinato del vicepresidente Álvaro García Linera, que fue desbaratado por los cuerpos de seguridad del gobierno.

A los pocos días, en la quinta Cumbre de las Américas, en Trinidad y Tobago, y dirigiéndose al presidente Barack Obama, Evo afirmó: "Vengo a buscar un diálogo de cooperación y no unas relaciones de conspiración; a crear mediante la diplomacia confianza y no injerencia. Debemos acabar con el armamentismo y el intervencionismo y acabar con el capitalismo que sólo busca mercado, acabando la vida humana".

La expulsión del embajador de Estados Unidos, de la DEA, y de la Agencia Internacional del Desarrollo, y la conminación a la CIA de abandonar Bolivia por sus abiertas injerencias en la vida interna del país, aumentaron al límite las tensiones con el gobierno de Washington. Los compromisos de Obama de romper con la línea de acciones intervencionistas han resultado hasta ahora mucho más verbales que efectivos.

Uno de los aspectos importantes del más reciente libro de Stella Calloni es su descripción-reflexión del triunfo de Evo Morales y de su resistencia como resultado de un masivo apoyo popular que ha unificado a la mayoría de sus compatriotas. Los resultados electorales en favor de Evo sólo se explican por ese amplísimo apoyo popular.

El gobierno de Evo Morales erradica el analfabetismo de Bolivia, al mismo tiempo que mejora la salud pública vía la construcción de hospitales y centros médicos para todos. Parte de la explicación consiste en la recuperación de los recursos naturales que concretó con las nacionalizaciones de 2006, asegurando ingresos fiscales que son ahora base de su estabilidad financiera (por vez primera reservas internacionales de 10 mil millones de dólares).

En la obra se confirma la importancia crucial de los movimientos sociales y populares en las transformaciones democráticas de América Latina y la expulsión de las violentas dictaduras que prevalecieron durante varias décadas; además, el papel que pueden desempeñar las etnias originales y el desarrollo de la democracia con base en instituciones de real participación popular en las principales decisiones que afectan el destino de las naciones.

Evo en la mira resulta ejemplo de una nueva política que trasciende fórmulas arcaicas de la democracia, ante la cual fracasan inclusive los designios más negros del imperialismo.

lunes, septiembre 07, 2009

Lisbeth Salander debe vivir

He leído 'Millennium' con la felicidad y excitación febril con que de niño leía a Dumas o Dickens. Fantástica. Esta trilogía nos conforta secretamente. Tal vez todo no esté perdido en este mundo imperfecto

POR MARIO VARGAS LLOSA

Comencé a leer novelas a los 10 años y ahora tengo 73. En todo ese tiempo debo haber leído centenares, acaso millares de novelas, releído un buen número de ellas y algunas, además, las he estudiado y enseñado. Sin jactancia puedo decir que toda esta experiencia me ha hecho capaz de saber cuándo una novela es buena, mala o pésima y, también, que ella ha envenenado a menudo mi placer de lector al hacerme descubrir a poco de comenzar una novela sus costuras, incoherencias, fallas en los puntos de vista, la invención del narrador y del tiempo, todo aquello que el lector inocente (el "lector-hembra" lo llamaba Cortázar para escándalo de las feministas) no percibe, lo que le permite disfrutar más y mejor que el lector-crítico de la ilusión narrativa.

¿A qué viene este preámbulo? A que acabo de pasar unas semanas, con todas mis defensas críticas de lector arrasadas por la fuerza ciclónica de una historia, leyendo los tres voluminosos tomos de Millennium, unas 2.100 páginas, la trilogía de Stieg Larsson, con la felicidad y la excitación febril con que de niño y adolescente leí la serie de Dumas sobre los mosqueteros o las novelas de Dickens y de Victor Hugo, preguntándome a cada vuelta de página "¿Y ahora qué, qué va a pasar?" y demorando la lectura por la angustia premonitoria de saber que aquella historia se iba a terminar pronto sumiéndome en la orfandad. ¿Qué mejor prueba que la novela es el género impuro por excelencia, el que nunca alcanzará la perfección que puede llegar a tener la poesía? Por eso es posible que una novela sea formalmente imperfecta, y, al mismo tiempo, excepcional. Comprendo que a millones de lectores en el mundo entero les haya ocurrido, les esté ocurriendo y les vaya a ocurrir lo mismo que a mí y sólo deploro que su autor, ese infortunado escribidor sueco, Stieg Larsson, se muriera antes de saber la fantástica hazaña narrativa que había realizado.

Repito, sin ninguna vergüenza: fantástica. La novela no está bien escrita (o acaso en la traducción el abuso de jerga madrileña en boca de los personajes suecos suena algo falsa) y su estructura es con frecuencia defectuosa, pero no importa nada, porque el vigor persuasivo de su argumento es tan poderoso y sus personajes tan nítidos, inesperados y hechiceros que el lector pasa por alto las deficiencias técnicas, engolosinado, dichoso, asustado y excitado con los percances, las intrigas, las audacias, las maldades y grandezas que a cada paso dan cuenta de una vida intensa, chisporroteante de aventuras y sorpresas, en la que, pese a la presencia sobrecogedora y ubicua del mal, el bien terminará siempre por triunfar.

La novelista de historias policiales Donna Leon calumnió a Millennium afirmando que en ella sólo hay maldad e injusticia. ¡Vaya disparate! Por el contrario, la trilogía se encuadra de manera rectilínea en la más antigua tradición literaria occidental, la del justiciero, la del Amadís, el Tirante y el Quijote, es decir, la de aquellos personajes civiles que, en vista del fracaso de las instituciones para frenar los abusos y crueldades de la sociedad, se echan sobre los hombros la responsabilidad de deshacer los entuertos y castigar a los malvados. Eso son, exactamente, los dos héroes protagonistas, Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist: dos justicieros. La novedad, y el gran éxito de Stieg Larsson, es haber invertido los términos acostumbrados y haber hecho del personaje femenino el ser más activo, valeroso, audaz e inteligente de la historia y de Mikael, el periodista fornicario, un magnífico segundón, algo pasivo pero simpático, de buena entraña y un sentido de la decencia infalible y poco menos que biológico.

¡Qué sería de la pobre Suecia sin Lisbeth Salander, esa hacker querida y entrañable! El país al que nos habíamos acostumbrado a situar, entre todos los que pueblan el planeta, como el que ha llegado a estar más cerca del ideal democrático de progreso, justicia e igualdad de oportunidades, aparece en Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, como una sucursal del infierno, donde los jueces prevarican, los psiquiatras torturan, los policías y espías delinquen, los políticos mienten, los empresarios estafan, y tanto las instituciones y el establishment en general parecen presa de una pandemia de corrupción de proporciones priístas o fujimoristas. Menos mal que está allí esa muchacha pequeñita y esquelética, horadada de colguijos, tatuada con dragones, de pelos puercoespín, cuya arma letal no es una espada ni un revólver sino un ordenador con el que puede convertirse en Dios -bueno, en Diosa-, ser omnisciente, ubicua, violentar todas las intimidades para llegar a la verdad, y enfrentarse, con esa desdeñosa indiferencia de su carita indócil con la que oculta al mundo la infinita ternura, limpieza moral y voluntad justiciera que la habita, a los asesinos, pervertidos, traficantes y canallas que pululan a su alrededor.

La novela abunda en personajes femeninos notables, porque en este mundo, en el que todavía se cometen tantos abusos contra la mujer, hay ya muchas hembras que, como Lisbeth, han conquistado la igualdad y aun la superioridad, invirtiendo en ello un coraje desmedido y un instinto reformador que no suele ser tan extendido entre los machos, más bien propensos a la complacencia y el delito. Entre ellas, es difícil no tener sueños eróticos con Monica Figuerola, la policía atleta y giganta para la que hacer el amor es también un deporte, tal vez más divertido que los aerobics pero no tanto como el jogging. Y qué decir de la directora de la revista Millennium, Erika Berger, siempre elegante, diestra, justa y sensata en todo lo que hace, los reportajes que encarga, los periodistas que promueve, los poderosos a los que se enfrenta, y los polvos que se empuja con su esposo y su amante, equitativamente. O de Susanne Linder, policía y pugilista, que dejó la profesión para combatir el crimen de manera más contundente y heterodoxa desde una empresa privada, la que dirige otro de los memorables actores de la historia, Dragan Armanskij, el dueño de Milton Security.

La novela se mueve por muy distintos ambientes, millonarios, rufianes, jueces, policías, industriales, banqueros, abogados, pero el que está retratado mejor y, sin duda, con conocimiento más directo por el propio autor -que fue reportero profesional- es el del periodismo. La revista Millennium es mensual y de tiraje limitado. Su redacción, estrecha y para el número de personas que trabajan en ella sobran los dedos de una mano. Pero al lector le hace bien, le levanta el ánimo entrar a ese espacio cálido y limpio, de gentes que escriben por convicción y por principio, que no temen enfrentar enemigos poderosísimos y jugarse la vida si es preciso, que preparan cada número con talento y con amor y el sentimiento de estar suministrando a sus lectores no sólo una información fidedigna, también y sobre todo la esperanza de que, por más que muchas cosas anden mal, hay alguna que anda bien, pues existe un órgano de expresión que no se deja comprar ni intimidar, y trata, en todo lo que publica e investiga, de deslindar la verdad entre las sombras y veladuras que la ocultan.

Si uno toma distancia de la historia que cuentan estas tres novelas y la examina fríamente, se pregunta: ¿cómo he podido creer de manera tan sumisa y beata en tantos hechos inverosímiles, esas coincidencias cinematográficas, esas proezas físicas tan improbables? La verosimilitud está lograda porque el instinto de Stieg Larsson resultaba infalible en adobar cada episodio de detalles realistas, direcciones, lugares, paisajes, que domicilian al lector en una realidad perfectamente reconocible y cotidiana, de manera que toda esa escenografía lastrara de realidad y de verismo el suceso notable, la hazaña prodigiosa. Y porque, desde el comienzo de la novela, hay unas reglas de juego en lo que concierne a la acción que siempre se respetan: en el mundo de Millennium lo extraordinario es lo ordinario, lo inusual lo usual y lo imposible lo posible.

Como todas las grandes historias de justicieros que pueblan la literatura, esta trilogía nos conforta secretamente haciéndonos pensar que tal vez no todo esté perdido en este mundo imperfecto y mentiroso que nos tocó, porque, acaso, allá, entre la "muchedumbre municipal y espesa", haya todavía algunos quijotes modernos, que, inconspicuos o disfrazados de fantoches, otean su entorno con ojos inquisitivos y el alma en un puño, en pos de víctimas a las que vengar, daños que reparar y malvados que castigar. ¡Bienvenida a la inmortalidad de la ficción, Lisbeth Salander!

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2009.© Mario Vargas Llosa, 2009.

viernes, agosto 14, 2009

El último trago de Lowry

Viaje al Cuernavaca de 'Bajo el volcán' en el centenario del nacimiento de su autor

FABRIZIO MEJÍA MADRID

Crearse un infierno para luego escribirlo -que es la definición de la vida de Malcolm Lowry en México- podría servir también para mis relaciones amorosas. La penúltima vez que vine a la ciudad de Bajo el volcán, Cuernavaca, fue tratando de presionar a una mujer cuatro años menor que yo para que dejara por un fin de semana la casa de su madre. La esperé sobre una cama de hotel que crujía, sobresaltado por los cambios de voltaje del minibar, y escribí lo que, después, se convertiría en un cuento y, más tarde, en una novela. Esa primera vez, en 1989, noté lo que Malcolm alucinó: los volcanes míticos, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, el guerrero y su mujer dormida, no se ven desde Cuernavaca. Entre la contaminación porque los autos se taponan en las callejuelas -la ciudad colonial debería ser, toda, de peatones pero, hasta en el cementerio hay un letrero como los que divertían tanto a Lowry: "Prohibido andar en bicicleta entre las tumbas"-, digo, entre el humo de la combustión que exige ir en auto a una cuadra de distancia, las casas y los árboles, uno no sabe que está bajo un volcán. Además, Malcolm los describió demasiado cerca. Hay que salir de la ciudad para verlos.

En el tiempo en que Lowry llegó -18 de noviembre de 1936, tras desembarcar en Acapulco-, la ciudad era más plana -tenía menos de ocho mil habitantes, muy lejos de los más de 300.000 de ahora- y se veía un volcán, pero no creo que haya exagerado la violencia a flor de piel de esos años: después de todo había pasado apenas una década del asesinato de Zapata y la destrucción de su ejército campesino en Cuernavaca y todo Morelos. Ahora, a la entrada de la ciudad está la estatua del caudillo de la tierra y la libertad, justo donde Lowry imaginó una imposible efigie de Victoriano Huerta, el general golpista que provocó que se levantara contra él el resto de México y no sólo los zapatistas. No hay estatuas de Huerta en ningún sitio. Como no hay de Hernán Cortés. En Bajo el volcán, Lowry describe un rencor de los mexicanos hacia los extranjeros: ubica la trama en el año en que Cárdenas nacionalizó el petróleo de las compañías británicas y gringas -1938- pero él vivió en México con la llegada de los refugiados españoles de la Guerra Civil, por lo que Hugh, el medio hermano del ex cónsul borracho -por eso es "ex", por la ruptura de relaciones diplomáticas con Gran Bretaña- alucina que lo detendrán por "judío o comunista". Probablemente Lowry se hubiera divertido al saber que los comunistas españoles -y más tarde, los judíos perseguidos por el nazismo- estaban llegando a la ciudad de México en tandas. Conquista española y Guerra Civil española. Creo entender por qué Lowry pensó que los mexicanos y los europeos tienen un amor torcido. También yo lo pienso.

Otro detalle conmovió a Lowry: el Palacio de Maximiliano en Cuernavaca, el lugar de descanso del emperador Napoleón III en México que llegó a tratar de aprender español, a congraciarse con la élite de oropel, y terminó fusilado por Benito Juárez en el Cerro de las Campanas. En 1989 yo tenía planeada una visita al Palacio que es de color naranja y techo de tejas, con un pequeño lago donde nadan los patos. Y, como digo, la esperé todo el día y nunca llegó. Los amantes distanciados que Lowry vio en los volcanes, en las guerras mexicanas, y en su propia separación, en Cuernavaca, de la actriz frustrada Jan Gabrial, la viví, en carne viva, a los 21 años. No me dio por beber -bueno, un poco- y tampoco hice Bajo el volcán. Pero sobreviví. Y no la mandé fusilar. Tampoco se llamaba Jan.

Cuento todo esto porque estoy yendo por tercera vez a Cuernavaca en estos días en que los borrachos del mundo celebran el centenario de Malcolm Lowry. La anterior vez fue en 2003 cuando empezó la destrucción del Casino de la Selva, hotel en el que comienza la novela con Jacques Laruelle y el doctor Arturo Vigil hablando de la mala suerte del ex cónsul británico, Geoffrey Firmin, y su ex esposa, Ivonne. El Casino de la Selva estaba abandonado desde los años en que Malcolm Lowry lo frecuentó: no se apostaba -Cárdenas era enemigo del azar-, la alberca estaba sucia con hojas e insectos, las canchas de tenis invadidas por la hierba. Así lo conocí de niño, como un vestigio de un esplendor que sólo prometió. Pero en 2003 lo demolían para construir un centro comercial. La batalla por un lugar histórico -adentro del Casino de la Selva estaba habitado por murales sobre la conquista española- en contra del gran capital era digna de un discurso del hermano comunista del ex cónsul en Bajo el volcán. Fue cuando me lancé a ver qué ocurría. La construcción detenida por los manifestantes, la policía acechando, todo el mundo hablando en términos lowrianos: el pasado rebrota para vengarse del presente o, en palabras más nuevas, la lucha era de la cultura contra el dinero. La policía de Cuernavaca y Morelos actuó como si los que protestaban fueran guerrilleros zapatistas: los golpeó y encarceló. Entre ellos a varios pintores, actores, cineastas, profesores universitarios. La ciudad quedó sonámbula tras la entrada policiaca, pasmada. Al final, el motín esperado por todos no sucedió: los presos fueron liberados y se levantó una grotesca bodega de Cotsco en cuyo extremo hay un jardín muy cuidado y el mural restaurado, todo con el dinero del centro comercial. Una solución política, como si el matrimonio de Lowry y Jan en Cuernavaca hubiera llegado a un acuerdo: él sólo se puede emborrachar el fin de semana y ella abandonarlo cada seis meses.

Vengo ahora a la soleada Cuernavaca a rendirle un homenaje a Lowry. Muchas de sus cantinas han desaparecido, convertidas en oficinas, hoteles, cafés Internet. La Cuernavaca del centenario de Malcolm es la de las casas de campo con alberca, donde los indios son los jardineros o las recamareras de los hoteles. Pero, también, la de la clase media que compró hace tres décadas las casas abandonadas de la zona colonial.

En el número 62 de la calle de Humboldt sigue escasamente en pie la ebria casa que habitaron Lowry, Jan y, por unos días, Conrad Aiken, el envidioso escritor que usó el alcohol para separarlos. A la casa blanca con óxido por todos lados le crecen enredaderas como cascadas. Tiene dos pisos y una terraza desde la que Lowry y Aiken se emborracharon. Ahí está la alberca de Bajo el volcán donde el ex cónsul ve a su ex mujer y a su medio hermano conversando sobre su adicción al alcohol. Está llena de agua hasta donde esta exigua temporada de lluvias lo ha permitido: las hojas secas flotando en una especie de lodo. Tiene en el extremo izquierdo una torre como la que se describe en Bajo el volcán, y en cuya barda estaba uno de los tantos letreros que Lowry cita: "No se puede vivir sin amor". La cita ya no existe, sólo en el libro.

Los zanates, esos pájaros que Lowry confunde en la novela con cuervos, discuten en los árboles sobre el atardecer. Me asomo por una ventana rota y toco a la puerta. No parece vivir alguien ahí. Al fondo, alcanzo a ver una mesa de madera roída con un jarrón desportillado encima. Me quedo un rato merodeando mientras fumo -cigarros Alas, los preferidos de Lowry en México- y alcanzo a pensar lo que podría significar para Malcolm volver a esa casa con las enredaderas creciendo fuera de control y el óxido sobre el muro blanco: la vida es sólo otra forma de la muerte, el mal como otra mentira del bien, la embriaguez como una protesta contra el sinsentido, matarse a plazos porque un día nos vamos a morir. O, como diría el cómico Tin Tan, unos años después de que Lowry se fuera de México: "Mátenme porque me muero".

Me meto a la primera cantina que veo para tomarme un mezcal a la salud del loco Lowry. Como todo en Bajo el volcán, en Cuernavaca, en México, la cantina tiene un lema hilarante: "Gentiles son los hombres dados a la ociosidad". La idea del mezcal en Cuernavaca es una transposición literaria de Lowry: lo tomó hasta el delirio en Oaxaca con su amiguete Juan Fernando Márquez, al que le dedica Oscuro como la tumba donde yace mi amigo. A lo mejor Márquez no existió y Lowry se la pasó en El Farolito de Oaxaca como yo aquí en Cuernavaca: bebiendo solo. El mesero me muestra la botella de mezcal. La etiqueta hubiera divertido a Lowry y, quizás, más a Jan: "Mezcalm Lowry. A punto de veneno". Y me siento a beber. Abro la libreta y pienso en Lowry y, con el paso de los tragos, en amores.

viernes, julio 03, 2009

Con V de Vian

Hace cincuenta años –exactamente el 23 de junio de 1959– moría Boris Vian en la butaca de un cine mientras veía la versión cinematográfica de su novela Escupiré sobre vuestra tumba. Pocos artistas abarcaron tanta diversidad de géneros, corrientes, estilos e identidades en una época que todavía no se asomaba a la eclosión experimental de los sesenta. En 39 años de vida fue el autor de una cantidad de libros firmados por él o con el seudónimo de Vernon Sullivan que aún hoy evocan un tiempo de rara mezcla entre patafísica, surrealismo y existencialismo, tan francés y tan universal.

Por Juan Pablo Bertazza

A las diez y diez de la mañana del martes 23 de junio de 1959, luego de decirle a su vecino de butaca del Cine Marbeuf que los actores de Escupiré sobre vuestra tumba “no tienen realmente el aire americano”, Boris Vian no sólo terminó de puntuar, en intensos treinta y nueve años, una vida tan literaria como sus novelas sino que, sobre todo, se convirtió en un emblema absoluto de la vitalidad, algo así como lo que Sartre representa para el compromiso político y el Marqués de Sade para el sexo. Y la prueba del delito es que hoy, a cincuenta años de su muerte, su figura está más vigente que nunca: acaba de asegurarse su inesperada entrada de honor a la colección de La Pléiade para fines de 2010, sus libros supieron venderse en forma constante pero exponencial durante los últimos veinte años, cada vez más biógrafos y ensayistas quieren vérselas con él, sus canciones suenan, en este mismo momento, en bocas curtidísimas como la de Carla Bruni y, por fin, la etiquetita que lo catalogaba como autor de pasaje para jóvenes perdió todo pegamento.

FIESTAS

Escritor, trompetista, poeta, ingeniero, actor, inventor, pintor, dramaturgo, director artístico de la firma Philips, coleccionista de autos, crítico de jazz y cantante nacido el 10 de marzo de 1920 en el suburbio parisino de Ville d’Avray. Fue tan apretada la vida de Boris Vian que, tal vez, el listado de sus múltiples ocupaciones sobrepasa los años vividos, con el agravante de que su vida estuvo signada por la enfermedad: a los cinco años le descubren una cardiopatía que nadie supo tratar, un mal del corazón que le fue marcando el pulso de sus días y de su incansable obra, de una manera tan sincrónica que hasta supo predecir el año en que moriría.

La velocidad y la conciencia de la finitud se fundieron de tal forma que en tan sólo dos años –durante el magro período 1946-1947–, Boris Vian escribió seis novelas entre las cuales se encuentran, al menos, dos de sus mejores obras: La espuma de los días y El otoño en Pekín. Podría hablarse de insomnio total, podría hablarse de un pacto con el diablo, podría pensarse en conjuros para detener el tiempo y trabajar mientras el resto del mundo permanecía inmóvil, podría imaginarse un ejército de reclutas que trabajaban por él. Nada y, sin embargo, mucho de todo eso es cierto porque la clave para explicar su obra es la diversidad, palabra que tiene con “diversión” un origen común en el latín a partir del verbo divertere, que significa “llevar por varios lados”, por lo que no debería extrañar el hecho de que “variado” y “expandido” sean sinónimos de “divertido”. La diversión, entonces, en su ambiguo sentido de “diversidad” y “esparcimiento” resulta indispensable para hablar de Vian.

En cuanto a lo primero, además de usar numerosos seudónimos y anagramas –Bison Ravi, Baron Visi, Brisavion, Boriso Viana y, tal vez el más hermoso, Navis Orbi, que quiere decir “navegante del mundo”–, y de haber engendrado a su alter negro Vernon Sullivan, uno de los hilos conductores de la obra de Boris Vian es el trabajo con pares de dobles por semejanza y pares de dobles por oposición. En cuanto a lo segundo, sus dos primeras novelas, Trouble dans les andains y Vercoquin y el plancton, ambas de 1946, fueron hechas, según él mismo contó alguna vez, “para divertir a los amigos de toda la vida”. Ya en la adolescencia, Boris Vian organizaba con sus hermanos y vecinos de Ville d’Avray las famosas surprise-parties, el antecedente inmediato de la tumultuosa atmósfera de Saint-Germain-des-Près de los cuarenta y cincuenta. También en la adolescencia, Boris conoce a la persona que generó mayor influencia en su vida: Jacques Loustalot, El Mayor, un personaje que aparece en muchos de sus libros. Pronto se volvieron inseparables. El Mayor –quien explicaba que era tuerto porque había intentado suicidarse a los 10 años– contagió en el escritor la fascinación por los objetos, el absurdo lógico y el juego permanente. Habituado a salir por las ventanas más que por las puertas, porque los objetos “deben servir para todo menos para lo que fueron creados”, Jacques muere a los 23 años, el 7 de enero de 1948 a las tres de la mañana, luego de caerse del 5º piso durante una surprise-partie.

La novela que mejor representa esos años alocados es Vercoquin... que comienza y termina con una de las surprise-parties. Los capítulos del libro se interrumpen, literalmente, con digresiones que cambian el rumbo del argumento. En una, el autor dice, por ejemplo, que “lo primero que hay que hacer al entrar a una surprise-partie es ver si hay mujeres disponibles”, aclarando que lo único que define la disponibilidad de una mujer es que sea linda. A partir de ahí, Vian ofrece una verdadera sistematización con múltiples bifurcaciones de lo que hay que hacer en estas fiestas:

A) no hay una sola chica linda

A1) la surprise-partie está bien organizada: entonces, a pesar de no haber chicas lindas, hay muchas bebidas alcohólicas.

A2) la surprise-partie está mal organizada: por lo tanto usted tiene que irse llevándose un mueble como desagravio.

B) Hay chicas lindas pero las tienen entre manos

B1) si usted está solo y en su casa, hágalo tomar, impidiendo que su compañera, a la que usted desea, tome mucho o cerca de él, y evitando también que usted mismo tome tanto como él. Agregue en su vaso mucho oporto, tinta y ceniza de cigarrillo, y llévelo a vomitar.

B1.1) en las piletas si sólo tomó.

B1.2) en los inodoros si comió masas porque los pedazos de manzana taparían la pileta.

B1.3) afuera, si usted tiene un jardín y, sobre todo, si llueve.

B2) si usted está en casa del individuo que estorba a la que usted codicia, trate de eliminarlo de la siguiente manera:

B2.1) provocando una inundación.

B2.2) tapando el baño.

B2.3) emborrachando a morir, por uno de los métodos mencionados arriba, a un amigo íntimo del dueño de casa.

Así, el jugo de la imaginería absurda se exprime en un molde de sistematización científica. No por nada François Roulmann, uno de los encargados de llevar la obra completa de Vian a La Pléiade, dijo recientemente que “este magnífico escritor tenía la cabeza en las nubes pero los pies en la ciencia”.

DOBLES

Triste, irónica, justa, terriblemente justa, tardía, arriesgada después de todo y contradictoria. Así podría describirse la inclusión de la obra vianesca en la prestigiosa colección La Pléiade de Gallimard, un panteón que tiene los cupos más que contados. Irónica, sobre todo, si se tiene en cuenta que uno de los grandes golpes que sufrió Vian en su carrera de novelista fue el hecho de no haber ganado, contra todos los pronósticos, el premio de La Pléiade de 1946 por La espuma de los días; sin lugar a dudas, una gran decepción. Si bien Queneau y Sartre lo apoyaban, Malraux hizo muy bien su jugada para que ganase la novela Terre du temps de Jean Grosjean, un autor hoy olvidado incluso para Google.

El otro gran golpe lo sufre en el año 1953, cuando Gallimard le rechaza la publicación de su última gran novela, El arrancacorazones, con el irrebatible argumento de que “podía haber sido mejor escrita”.

En realidad, esto mucho tuvo que ver con lo que fue la más disparatada transgresión de Boris Vian, aquella donde puso en funcionamiento toda su maquinaria de dobles y travestidos: el affaire Vernon Sullivan.

Una tarde de verano de 1946, Jean d’Haluin, editor de Scorpion, encuentra a Boris Vian y su primera esposa Michelle en la vereda, haciendo la cola para ingresar a un cine de los Champs-Elysées. Las cosas andan mal, le cuenta el editor, y le propone traducir un policial negro que asegure un boom de ventas, dada la afición inesperada de los franceses hacia la literatura yanqui pos Segunda Guerra Mundial. Boris no conoce un autor para traducir. “¿Querés un bestseller? Dame diez días y te lo hago”, responde. Para el 20 de agosto la novela está terminada y su nombre es Escupiré sobre vuestra tumba, título dado por Michelle, ya que Vian quería llamarla Bailaré sobre vuestra tumba. Sólo Michelle y Jean conocían el secreto. El libro sale en noviembre de 1946, bajo la firma de un autor norteamericano inventado, Vernon Sullivan, de quien Vian sólo era traductor. Por violencia y pornografía, un funcionario de nombre Daniel Parker lo persigue en nombre de la moral y le hace pagar 100.000 francos por ofender las buenas costumbres. En noviembre de 1948, Vian reconoce ser el autor de la novela. Entre otras cosas porque un vendedor, luego de matar a un amigo en un hotel, dejó al costado del cadáver ese mismo libro. En aquella novela el tema del doble se vuelve núcleo: Vian se tradviste en Sullivan para contar historias de negros travestidos en blancos, que a su vez revelarán, por un lado, lo que Vian despreciaba de EE.UU. (el racismo y la frivolidad) y, por el otro, la estupidez de la crítica media francesa que, lejos de sospechar que Boris Vian era algo más que el traductor de la novela, entrevistó más de una vez al inexistente Vernon Sullivan. Es impresionante advertir las abismales diferencias de venta entre este libro –y los otros publicados bajo el nombre de Vernon Sullivan– y las novelas publicadas con su nombre real, a tal punto que Sullivan le ha dispensado a Vian nada menos que cuatro millones y medio de francos de esa época. Claro que también le acarrearía muchos problemas, muchos rencores y la muerte, consolidando así una anécdota patafísica que sobrepasa la mismísima condición de anécdota.

PATAFISICA

La extrañeza del caso Vian trasciende las fronteras francesas para llegar incluso a nuestro país. El autor de La espuma de los días goza del curioso privilegio de ser uno de los escritores extranjeros menos conocidos pero que más influyeron, no sólo en nuestra literatura, sino también en buena parte del espectáculo nacional. Uno de los principales agentes de esa influencia es el Cortázar de cronopios y famas cuyos aires vianescos le dieron al francés un lugar preponderante en la literatura humorística. Más tarde, durante los sesenta, la diputada Nacha Guevara hizo lo propio versionando sus canciones en el Di Tella. En los noventa, la revista V de Vian consolidó su presencia en el mapa cultural argentino no sólo en lo que respecta a su literatura (la revista solía traducir fragmentos de novelas y cuentos) sino a su estética en general. En rigor, la apuesta era hacer un número único sobre Vian, pero luego siguió y Vian se convirtió en cifra de la propuesta de la revista. Por estos días, el rockero Andy Chango dejó las drogas para versionar también sus canciones pese a que Boris Vian se burlaba mucho del rock, ese “jazz corrompido”.

Lo cierto es que Vian es conocido, más que nada, en Argentina por lo que hizo como antecesor de oulipo, l’OUvroir de LIttérature POtentielle, aquel grupo creado justo después de su muerte por Raymond Queneau y François le Lyonnais, exactamente en 1960. Porque si bien coqueteó con varias escuelas para después tomar otros rumbos (especialmente con el surrealismo y con el existencialismo, del que terminó totalmente alejado, entre otras cosas porque Sartre le birló a Michelle) Vian es, por sobre todo, un patafísico, y tal vez por eso haya pegado tanto en nuestro país. Podría decirse, tal como dijo alguna vez Raymond Queneau, que Vian es el mayor exponente de aquella ciencia dedicada al estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones, puesta en marcha por los admiradores de Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico de Alfred Jerry. La Patafísica –un colegio que, pese a tanto delirio, cuenta con una férrea jerarquía– fue creada el 11 de mayo de 1948, como contrapunto irónico al prestigioso Collége de France. Desde entonces el Collége de Pataphysique ha contado con ilustres socios, entre los que se cuentan Raymond Queneau, Jacques Prevert, Max Ernst, Eugene Ionesco, Joan Miró, Marcel Duchamp, Jean Dubuffet, René Clair, entre otros.

Justamente, Buenos Aires fue, junto a Milán, una de las primeras ciudades en inaugurar su propio colegio patafísico el seis de abril de 1957 a las 18 horas, por obra de Juan Esteban Fassio y Albano Rodríguez, con tanta sintonía que es uno de los lugares patafísicos más importantes entre los que se encuentran fuera de Francia.

En cuanto a Vian, su obra L’equarrissage pour tous, vaudeville paramilitar y anarquista (1947), le valió el 8 de junio de 1952 el ingreso al colegio con el grado de descuartizador de primera clase. Dice Roger Shattuck en el dossier 13: “El cómico es un serio que se escuda en las burlas; el serio que se toma en serio es una burla”; Boris Vian decía de sí mismo: “Cuando hablo en broma me toman en serio, y cuando hablo en serio se ríen”.

Como no podía ser de otra forma, Boris Vian tuvo un rápido ascenso, y el 11 de mayo del 53 fue integrado al cuerpo ilustre de sátrapas –el cuerpo mayor– sólo con 33 años. La patafísica le iba muy bien a su marcha siempre contracorriente, lejos del azar objetivo del surrealismo y la responsabilidad colectiva del existencialismo.

NO QUISIERA MORIR

Así como el bebop de Dizzy Gillespie, Charlie Parker, Max Roach y Thelonious Monk revolucionó al jazz desplazando al swing, la estética Vian pone en escena diferentes ritmos a la vez; es rápido y frenético, lleva en su esencia tanto la improvisación como la metodología; es capaz de reunir un ritmo furioso con un solo melódico y suave; hay en su obra tensión y relajación, violencia y dulzura; eros y tanatos, pulsión de vida y pulsión de muerte. Los truenos y los claros, la dulzura y el sadismo, la sinceridad y la mentira, el pacifismo y la combatividad se suceden, se contestan; y en un equilibrio se muestra toda la urgencia y la precariedad de quien está urgido por la muerte y no deja de desear vivir, de vivir incluso la propia muerte, tal como dice en su hermosísimo poema “No quisiera morir”: “No quisiera morir//antes de haber gastado//su boca con mi boca//su cuerpo con mis manos.//No quisiera morir//sin que hayan inventado//las rosas eternas,//la jornada de dos horas,//el mar en la montaña,//la montaña en el mar,//el fin del dolor,//los diarios en color,//la alegría de los niños.//No quisiera morir.//No señor, no señora//antes de haber palpado//el sabor que me atormenta//el sabor que es más fuerte,//no quisiera morir//antes de haber probado//el sabor de la muerte.”

miércoles, julio 01, 2009

Juan Carlos Onetti, el escritor tan querido

El autor de 'El astillero' cumpliría hoy cien años

JUAN CRUZ

¿Por qué queremos tanto a Onetti, el escritor que hoy cumple cien años? En primer lugar, porque era todo literatura. Esa era su pasión; es decir, era un lector, y después era un escritor. Por necesidad de las tripas, por la pasión de serlo. Su conversación no era literaria; era la de un tipo normal que vive para leer pero no vivía para contar ni sus lecturas ni sus obsesiones literarias. Leía, escribía, ahí estaba; él no tenía un cajón de inéditos que te leyera al atardecer. Era un escritor sobresaliente, pero ni se lo creía ni te lo decía.

Y un ser humano, tan solo. La voz habitual dice que Juan Carlos Onetti, uruguayo, y melancólico como los uruguayos, era un hombre triste. No lo era, no es cierto. Era un humorista, en el sentido en el que lo fue Buster Keaton, o en el sentido en que lo es Woody Allen. Decía con su cara estólida las cosas más divertidas. Y las escribía. No hacía otra cosa que reír, pero con esa cara que la vida le fue dando parecía que tan solo se reía por dentro. Su silencio también era, a veces, una carcajada. De lástima, o de burla, frente a las luminotecnias de la solemnidad.

Mario Vargas Llosa, que ha hecho un libro en el que reivindica a Onetti como el gran autor de ficción en español del siglo XX, distingue entre ambas facetas: el que escribe y el que habla. Cuando Onetti se quedaba solo con su escritura, y con sus personajes, se introducía en una zona de sombra en la que mandaba aquella melancolía honda que le emparentó desde muy temprano con los existencialistas.

Pero personalmente era otro, el que se reía, el que recordaba anécdotas que contaba con la minuciosidad de un padre que siempre tiene tiempo para contar cuentos a sus nietos. Te recibía, es cierto, echado en la cama, donde pasó una decena de años, los últimos de su vida, en Madrid. Pero ahí Onetti no exhibía la angustia dramática del acostado por hastío; una vez me dijo que no se levantaba de la cama tan solo porque le daba pavor que la Biche, su perra, le mordiera las canillas.

Desde la cama Onetti reflexionaba, se reía de su sombra y de las sombras de los otros. Se reía de la solemnidad de sus colegas; zahería, sobre todo, a Camilo José Cela, que en aquellos años (finales de los ochenta, principios de los noventa; Onetti murió en 1994) había decidido que todo el mundo debía ser objeto de sus chanzas, y la tomó sobre todo con Julio Llamazares y con Antonio Muñoz Molina. Onetti levantó su espada a favor de los dos jóvenes novelistas, y desafió Cela con su ironía aplastante. Cela era para él, entonces, la metáfora de lo que nunca hubiera querido ser, y ejerció en solitario (prácticamente) su tarea de desmontarle la peana al autor de La familia de Pascual Duarte.

Ese otro Onetti era un personaje con una memoria privilegiada; bebía, eso es leyenda, pero no se emborrachaba jamás, como recordaba anoche su amigo Félix Grande en la Biblioteca Nacional, en el epicentro del homenaje que se le está dedicando a Onetti estos días, ahí y en la Casa de América, dirigido por el profesor Eduardo Becerra.

Félix Grande, que le ayudó a subsistir en España cuando Onetti vino aquí después de que la dictadura uruguaya le encarcelara por amparar un cuento que los militares decidieron que debía ser tachado, habló de la aspereza y de la ternura de Onetti, y de ese periodo encamado que ha hecho subsistir la leyenda de que el autor de El astillero era un hombre fuera del mundo.

Quien lea hoy sus artículos (y sus novelas, y sus cuentos, pero todo sus artículos), que acaban de ser recopilados en el tercer tomo de las Obras Completas que ha preparado Hortensia Campanella para el Círculo de Lectores, podrán comprobar ahí la agudeza de sus juicios, y podrán apreciar hasta qué punto siempre estuvo alerta para tachar él mismo la solemnidad común pero sobre todo la solemnidad literaria.

Él creía que el éxito no era nada. Lo dijo cuando murió Faulkner, precisamente en julio, en 1962. "Sabía [Faulkner] que lo que llamamos éxito no pasa de una vanidad amañada: amigos, críticos, editores, modas". Faulkner, como Cèline, era su espejo. En esa necrológica de su maestro norteamericano, Onetti escribió esto que hoy podría decirse escribiendo de él, también: "Descendiendo del reciente difunto inmortal a este humilde necrólogo a pedido, reiteraremos que no fue hombre de academias, de discursos patrióticos, de asociaciones literarias. Y, si se le hubiera permitido escribir sobre su muerte, no habría aportado ni una gota a los chaparrones de cursilería que julio promete sobre el tema y cumplirá, sin duda alguna".

Le conocí en Tenerife en 1973, con mi compañero de clase Juan Manuel García-Ramos, que luego sería un profundo estudioso de su obra. Anoche, cenando con Dolly Onetti, su viuda, con Félix Grande y con otros que conocieron o aman la escritura de Onetti, alguien preguntó por qué le amamos tanto. Avancé una respuesta: porque era un tipo normal, un escritor que había arañado la vanidad hasta las profundidades de su esqueleto y la había enterrado detrás de unos libros impresionantes sobre los que jamás mostró ninguna vanagloria.

Celebrarlo es leerle. Hacían un documental sobre la vida de Onetti y me preguntaron anoche qué requisito habría que cumplir para pasar la aduana y entrar en Santa María, su territorio mitológico. Leerle, sin duda, empezando por sus artículos, donde resplandece el humor de Onetti. Ese sería el requisito. Y si hubiera que empezar por la ficción, por ese cuento imprescindible e impresionante, El infierno tan temido; pasarán otros cien años, como los que hoy tiene Onetti, y esa historia de odio y venganza seguirá siendo escalofriante. Un clásico.

lunes, junio 29, 2009

Onetti cuentista: el cuerpo como espejo

Rosalía Chavelas

En 1980, Juan Carlos Onetti recibía el Premio Cervantes luego de cuarenta y un años de constante trabajo: su primera novela, El pozo, salió de imprenta en 1939. Aunque el reconocimiento llegó tarde, ya para entonces había generado un gran número de lectores secretos, para quienes confesar esa profesión de fe equivalía a tener algo torcido y perturbador, a reconocer “el malentendido global de la existencia” y a vivir en un “mundo loco”. Tenía ya escrita su obra fundamental, entre la que destaca su tetralogía: La vida breve (1950), El astillero (1961), Juntacadáveres (1964) y Dejemos hablar al viento (1979), testimonios de su maestría al narrar el mundo de Brausen, Larsen, Díaz Grey y Medina, personajes atrapados, junto con muchos otros, en la legendaria Santa María.

Entre los cuentos de Onetti destacan “El posible Baldi”, “Bienvenido, Bob”, “Esbjerb, en la costa”, “La casa en la arena”, “El infierno tan temido”, “La cara de la desgracia”, “Jacob y el otro” y “Tan triste como ella”. En ellos, los cuerpos de sus personajes confirman que la danza con la que bailan sus vidas está cargada de emociones pero desprovista de sentido. Sus geografías emocionales, sus diversas atmósferas anímicas, hacen patente el estado psicológico con que se mueven. Sus historias ocurren con frecuencia por binomios, por parejas, en los que un personaje confronta a otro y se le muestra diferenciado como futuro o destino, como origen o causa, como rival o cómplice.

En Onetti aparecen rostros y cuerpos sobre los que va cayendo la infamia del tiempo, pero también la humillación con que se someten entre sí. Las nucas de las muchachas adolescentes ocultan una sensualidad lista para despertar, por lo general a manos de un cuarentón. El labio superior de sus personajes se alza con orgullo, se contrae con desprecio, se alarga con decepción. Hasta las cejas de la prostituta Nelly son muy altas, rectas, y las dibuja cada mañana para hacerlas coincidir con “el desinterés, la inmovilidad, la nada que podían dar sus ojos” [Juntacadáveres].

En “El posible Baldi”, contrastan las actitudes de dos personajes: Baldi aprieta en su puño un fajo de billetes dentro de su bolsillo como símbolo de su poder, listo para fundar la Academia de la Dicha , mientras la mujer extranjera de ojos azules con la que el alto del semáforo lo obliga a emparejar el paso, un poco más adelante en la narración, mueve las manos “como apretando limones”, como apresando el aire y tratando de retener lo inapresable. Kirsten, la mujer de “Esbjerb, en la costa” tiene “una cara de lluvia, una cara de estatua en invierno, cara de alguien que se quedó dormido y no cerró los ojos bajo la lluvia” por la nostalgia de su tierra natal. No hay parte del cuerpo que no exprese, que no cristalice o fije un estado del alma, contrahecha casi siempre.

En “Bienvenido Bob”, Onetti construye el relato tensando las cuerdas de la juventud contra las de la madurez en dos movimientos. Primero, Bob cambia el curso de la vida del narrador, al oponerse al casamiento de éste con su hermana Inés, con la que tiene un gran parecido físico. Después, al cabo de los años, Bob se convierte en el hombre ya hecho, es decir, en el hombre deshecho que veía en el pretendiente: en el pasado Bob le asestó ese adjetivo para desiduadirlo de sus pretensiones. “Usted no se va a casar con ella porque es viejo y ella es joven […], usted es un hombre hecho, es decir deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son extraordinarios. Bob llama vejez, más que al paso natural del tiempo en el cuerpo, a una manera de pensar mediante conceptos fijos: “lo más repugnante, lo que determina la descomposición, o acaso lo que era símbolo de la descomposición, era pensar por conceptos, englobar a las mujeres en la palabra mujer, empujarlas sin cuidado para que pudieran amoldarse al concepto hecho por una pobre experiencia. Pero –decía también– tampoco la experiencia es una palabra exacta”, ya que por lo general una pobre experiencia está hecha de repeticiones y costumbres marchitas e insensatas [“Bienvenido, Bob”]. En el segundo movimiento, el tiempo ha pasado y el narrador, el pretendiente antes cuarentón, le da la bienvenida a Bob, “al tenebroso y maloliente mundo de los adultos”. Con sus dedos sucios de tabaco, “es seguro que cada día estará más viejo, más lejos del tiempo en que se llamaba Bob”. Ahora se llama Roberto y lleva “una vida grotesca, trabajando en cualquier hedionda oficina, casado con una gorda mujer a quien nombra ‘mi señora'”.

La nostalgia por el antiguo Bob la recuerda el narrador porque antes “el pelo rubio [caía] en la sien, [y tenía] la sonrisa y los lustrosos ojos” de la pureza, la fe, los sueños y la verdad con que se hacía dueño de su futuro y del mundo, además tenía intactos todos los rasgos de su juventud implacable, que lo asemejaban a Inés. Ya antes la relación fraterna se evidencia en diversas marcas: los ojos, el sesgo de la mirada, cuando movía las cejas y la punta de la nariz se les aplastaba a ambos de la misma manera cuando conversaban. Por esta semejanza, al final del cuento, el narrador puede decir, refiriéndose a Bob: “Nadie amó a mujer alguna con la fuerza con que yo amo su ruindad, su manera de estar hundido en la sucia vida de los hombres.”

Al cabo de los años de leer y releer a Onetti, reconozco gozosa una decepción existencial que me previene de cualquier optimismo gratuito y absurdo y que me confirman sentencias que quizás no me atrevería a decir en voz alta: “Sólo hay dos dioses llamados ignorancia y desencanto” (Cuando ya no importe). Y Santa María es para mí un gran territorio, tensado por la ignominia, donde transito como por la piel del amado, del amante, del escritor que se hace amar a través de los recuerdos guardados en los cuerpos de sus personajes. Y en este espejo me miro y me descubro.

lunes, junio 08, 2009

Un grano de trigo

ALMUDENA GRANDES

los libros recién hechos huelen bien, a primavera. La primavera huele a libros nuevos, esa fragancia inefable para la que no existen adjetivos ni sinónimos posibles, el olor que desprenden las flamantes cubiertas plastificadas, la intacta tirantez de los lomos adolescentes, tersos aún, sin una arruga. Los libros viejos, esos que posan sobre la piel una pátina tenaz, amarillenta, huelen igual de bien, pero su aroma es diferente. Los libros leídos huelen a vidas ajenas, misteriosas vidas de desconocidos, hombres de piel áspera, mujeres de uñas pintadas que los sostuvieron entre las manos cuando eran nuevos y olían a primavera, mientras aún desprendían el perfume de los libros recién hechos, papel, tinta y amor. Sobre todo amor.

“El amor que inspiran los libros es una pasión compleja, tan difícil de explicar como la vida”

El amor que inspiran los libros es una pasión compleja, tan difícil de explicar como la vida, a la que nutren y de la que se alimentan. El amor que reúne a un autor y a un lector alrededor de un diseño inmejorable, ese objeto tan simple y tan perfecto, tan barato, tan versátil, tan fácil de utilizar y reutilizar tantas veces, ligero, pequeño, fácil de transportar y rigurosamente dócil a la voluntad de su dueño, porque no necesita pilas, ni enchufes, porque nunca se cuelga, ni necesita actualizaciones, porque, más allá de la educación primaria, no requiere preparación alguna, y puede usarse igual debajo de la tierra y a nueve mil pies de altura –¿cómo pueden soportar los vuelos transoceánicos las personas que no leen?–, es de esos amores que le cambian la vida a cualquiera. Por eso es justo que la primavera ame los libros, que los libros se enamoren de la primavera.

Escribir un libro es inventar una isla desierta y desear apasionadamente un naufragio. Cada libro que se publica es un punto nuevo, una mota negra, redonda y diminuta, en el inabarcable azul del conocimiento, del pensamiento humano. Cada autor lo ha creado con sus playas y sus volcanes, sus ensenadas y sus peligros, sus selvas, sus desiertos. Y ha previsto que sea habitable, ha llenado sus mares de pesca y sus bosques de caza, ha escondido entre sus rocas estratégicos manantiales de agua potable, ha fecundado a conciencia sus llanuras para sembrar frutales y cocoteros, y se ha elevado a la altura de Dios, aunque haya tardado mucho más de seis días en crear todo esto y comprobar que es bueno. Después, irremediablemente humano otra vez, se ha limitado a cruzar los dedos para desear con todas sus fuerzas que un barco se hunda cerca de sus orillas, que al menos un hombre, una mujer superviviente, se deje salvar por las olas para recobrar la consciencia tumbado en la arena. A partir de ahí, todo el poder es del náufrago. De su voluntad depende que esa isla deje de estar desierta, que crezca, que se expanda, que se consolide como un continente fecundo y poderoso, o que esa mota negra, abandonada al azar de los mapas, pierda su forma, destiña su color, encoja de tamaño hasta convertirse en una sombra parda, después gris, un recuerdo borroso, frágil, polvoriento, por fin nada.

Claro que Robinson Crusoe me cambió la vida. ¿A usted no? No sabe la envidia que me da, porque eso significa que todavía podrá leerlo por primera vez. Que todavía podrá experimentar la emoción suprema de ese instante en el que Robinson sale de su cabaña, mira al suelo como todos los días, y ve en él una plantita verde, tierna, que le resulta conocida, porque es trigo, un grano de trigo que ha llegado hasta allí no se sabe bien cómo, porque él buscó afanosamente el grano que transportaba su barco sin encontrarlo jamás, y sin embargo, una sola semilla debió quedarse pegada en una tabla, en una caja, en el fondo de un saco, para desprenderse a tiempo, para caer en la tierra y recibir el agua de la lluvia, el calor del sol, hasta germinar a escondidas. ¡Oh, qué trampa sublime, oh, qué majestuoso artificio, oh, qué gloriosa osadía, oh, qué maravillosa rueda de molino, de esas que, al tragarlas, alimentan más que el pan! ¡Cuántos granos de trigo nos están esperando en todos esos libros que nos quedan por leer!

Si sale a la calle, si se deja guiar por la voluntad del sol en las mañanas lentas, perezosas, de esta primavera con prisas de verano, encontrará más de los que sea capaz de llevarse a casa en media docena de bolsas de plástico. Es posible que ahora mismo le estén llamando, que estén gritando su nombre, hasta sus apellidos, porque aunque usted no se lo crea, ya le conocen. Vaya a su encuentro, no lo dude. Mírelos, tóquelos, respírelos, sucumba a la borrachera de tinta que se desparrama desde el borde de todas las casetas de todas las ferias abiertas en casi todas las ciudades de España, y aspire su perfume. Porque los libros recién hechos huelen bien todo el año, pero cuando su olor se mezcla con el de la primavera, fabrican un aroma muy parecido al perfume de la felicidad.

domingo, mayo 31, 2009

Reflexiones de Sándor Márai

DIARIOS 1984 - 1989

La capacidad de adaptación del ser humano es increíble: me acostumbro a vivir medio ciego, a tientas, a percibir las distancias transformadas. No tengo pánico, sólo la esperanza de que la hemorragia desaparezca. No es algo imposible. Tengo miedo de no aceptar la muerte cuando me llegue la hora.

“Muerte, acéptame como hijo tuyo” (Kosztolányi). Sería mejor así: “Muerte, te acepto como padre.”

Hoy en día, el escritor que intenta crear algo diferente de lo que la industria de consumo produce para alimentar a los lectores es como el cojo que anda con prótesis, pero de todas formas intenta presentarse a una carrera de cien metros.

El proletario occidental ya va en coche; el chino, en bicicleta. Puede ocurrir que el ciclista llegue más lejos que el automovilista.

Quejas democrático-populares por la “falta de crítica novelística”. Donde no hay crítica social, ¿cómo va a haber crítica literaria?

Algunas palabras tienen una fuerza destructora tan densa como el cianuro.

Una agenda antigua. Sólo encuentro la dirección de tres personas vivas, los demás se marcharon sin dejar dirección, están muertos.

Todas las noches algunas líneas de Marco Aurelio. Me parece demasiado cómoda la estoica resignación a la fatalidad. Es una postura hermosa y noble, pero me resulta más cercano Fausto, que no se conforma y se obstina en preguntar una y otra vez.

Anoche sentí por primera vez, con absoluta certeza y sin más, que soy mortal; no la posibilidad, sino el hecho. No fue tan aterrador.

La religión institucionalizada pierde justamente la esencia de la religión. Algo similar ocurre al institucionalizar la literatura y el arte: su esencia se evapora.

Tiene que ser muy bonito morir sano.

A veces me sorprende que todavía siga aquí, vivo,hasta el último momento, sin haber perdido la voluntad de “cumplir” con algo: con las obligaciones diarias o con otras, banales. No darse por vencido mientras aguante.

Schopenhauer fue uno de los grandes iconoclastas del siglo xix : supo destruir una visión del mundo de manera convincente pero no construyó otra realmente original para sustituirla. “¿Usted todavía necesita a Dios?”, preguntó furioso a un filósofo rival. La imagen del Dios antropomorfo le parecía humillante, tanto para Dios como para el hombre.

En la literatura no existe la democracia; sólo hay solistas. El escritor que decida cantar en un orfeón descubrirá que su voz no se distingue del coro.

¿La echo de menos? Tanto como echaría de menos el aire. Me la evocan las palabras, los objetos, todo. Incluso al aire le falta algo.

Cuando un escritor va llegando al final de una larga vida, se espera de él algún tipo de summa vitae, un compendio filosófico. Yo no sé nada sobre summa vitae, y mi filosofía se resume en lo siguiente: es mucho menos peligroso un malvado que un imbécil. Y los imbéciles abundan sobremanera. Ellos sí que son peligrosos.

En sus cuadernos tomaba nota también de sus sueños. Y a continuación añadía: “¿Qué significa?” Como le dijo Mallarmé a un joven poeta: “Nunca preguntes qué es... Sólo qué significa.”

No es bueno dejarse envejecer por la vejez.

Hoy en día, en el mundo literario quedan pocos caballeros: casi todos quieren aparentar más de lo que son y apropiarse de lo que no es suyo.

Cada día al despertar noto el regusto de la muerte en la boca. No se parece a nada, es como un aperitivo crudo.

La vejez. El viejo tiene que decidir cómo gestionar la soledad. ¿Qué es más adecuado: ser solitario a solas o vivir solo en compañía? Hace más de un año que vivo en la soledad solitaria. No es fácil, tampoco lo considero auténtica “vida”, pero es más tolerable que la soledad acompañada.

Momentos en que un animal enloquecido aúlla en la oscuridad. El momento en el que al final de una larga vida uno comprende que el destino no sólo es cruel, sino además deshonesto.

CONFESIONES DE UN BURGUÉS

Los niños “sanos”, los que saben adaptarse, cuando sufren al sentirse apartados dentro de la familia, al recibir alguna herida de esa clase, suelen escapar de su desengaño y de su soledad integrándose en una comunidad socialmente organizada, en una congregación religiosa, en una asociación cultural o estudiantil.

La burguesía daba testimonio de sus responsabilidades sociales a través de los actos de caridad. De los pobres se hablaba como si fuesen miembros de una tribu extraña e indefensa a quienes había que alimentar. A veces, cuando alguien llamaba a nuestra puerta, la criada nos informaba: “No es nadie, sólo un pobre.”

En aquel mundo de burgueses liberales, de prosperidad y de bienestar, nadie reparaba en que la pobreza era un problema mucho más grave de lo que podía parecer a simple vista y que no podía resolverse sólo por la vía de la caridad.

Yo pertenecía, con todas mis aspiraciones, a mi familia, y mi familia pertenecía, con todos sus instintos, a su clase social. Todo lo que se quedaba fuera de esa clase social –todos los intereses, todas las personas– era sólo materia prima, un conglomerado sin forma, algo sucio, pura basura. Sí, incluso en la iglesia se hablaba de los pobres como si fueran enfermos, como si ellos mismos hubiesen querido enfermar por no haberse cuidado lo suficiente.

Los recuerdos de la vida amorosa de un joven se componen de muslos, brazos, gestos, movimientos... Cuando el rostro aparece entre los demás miembros del cuerpo, termina la pubertad y empieza la edad madura del hombre.

Una soledad gélida me envolvía. Era algo más que la soledad del extranjero, surgía de mi interior, de mi ser, de mis recuerdos; era la soledad sin esperanzas que caracteriza al escritor. Mis hermanos culturales avanzaban o retrocedían cada uno por su propio camino; sólo nos comunicábamos mediante señales luminosas.

En esa época aún ardía en mi interior la llama resplandeciente de la alegría pura del erotismo, que me permitía entregarme al amor sin sentir remordimientos ni rechazo. La extraña sensación de tener que huir del “escenario del crimen” tras hacer el amor todavía no se había apoderado de mí. Cogía todo lo que Berlín me ofrecía con las dos manos, sin temores ni dobles intenciones.

Su intuición femenina le procuraba ese material que poseen la mayoría de las mujeres de verdad y del que los hombres se enorgullecen cuando consiguen adquirir una mínima parte.

Los alemanes, personas por otra parte muy sensatas, impregnadas de los valores de la burguesía, soportaban la vida de entonces a duras penas. La mayoría de la gente no bebe para alcanzar un estado de éxtasis; simplemente lleva dentro una herida que un día no puede soportar más. Y es cuando empieza a beber.

Uno pertenece a una familia espiritual, y en la jerarquía de ese árbol genealógico está Goethe como padre primigenio de todos, de los demás miembros de la familia, de nuestros hermanos y tíos espirituales. Cuando empecé a leer a Péguy, tuve enseguida la impresión de haberlo leído ya. Con las almas de esa clase, con los miembros de esa familia resulta fácil establecer un diálogo, no es necesario ser explícito, se comprende enseguida lo que el otro quiere decir. La soledad del escritor sólo está poblada por ese tipo de almas, nunca por amigos o amantes.

En París advertí desde las primeras semanas que podría perecer delante de los franceses y ni me ofrecerían un vaso de agua, ni siquiera se encogerían de hombros. Esa fue una buena lección para mí: detrás de la indiferencia empedernida de los franceses adivinaba su fuerza, su crueldad latina, su verdad. Casi los admiraba por tanta indiferencia.

¡Ay, la manera de encogerse de hombros de los franceses! Me costó mucho tiempo olvidarla; únicamente logré reconciliarme con ese gesto cuando conocí a otros franceses más tiernos.

Todas las tardes pasaba por allí Unamuno con su suave sonrisa de sabio, aguantando las incomodidades de la emigración forzosa con comprensión y serenidad; a su alrededor se reunían los intelectuales y los aventureros de la nueva España, oficiales, filósofos, escritores. A mí me gustaba estar con ellos. Eran personas tristes, como todos los que frecuentábamos Montparnasse: allí todos éramos personas perdidas y con multitud de defectos, todos buscábamos un lugar en el mundo, una patria física y espiritual.

Volví a mi casa parisina y, de repente, comencé a expresarme con libertad y sin miedos, como un niño que ya ha aprendido a hablar. No es fácil analizar ese tipo de “liberaciones”. No puedo definir la “experiencia”, no conozco el proceso anímico que abre camino a esa avalancha natural, a la capacidad –exenta de cualquier duda o temor, casi impúdica– de la escritura y de la expresión.

Los recuerdos que me quedaron de aquellos viajes salvajes de la juventud –cuando estaba constantemente al acecho de cualquier presa, cuando me apropiaba con ansias inocentes y entusiasmo vándalo de paisajes y calles que trasladaba a la esfera de mis recuerdos– duraron poco.

La atmósfera de Londres era erótica; Londres es quizá la única ciudad del mundo con una atmósfera erótica inconfundible. En París la gente se besaba en la calle y hacía el amor en los cafés..., pero el erotismo es algo oculto y rodeado de secretos; el erotismo es siempre el dessous, nunca la desnudez. En Londres no he visto ni un beso dado en una mano en público que durase un segundo más de lo debido o se prolongase de cualquier forma. Más la ciudad rebosaba erotismo y en la niebla se oían gritos de placer.

Recuerdo algunas de las tardes que pasé en el campo inglés, cuando llegué a comprender a los suicidas ingleses; recuerdo a un hombre que se alojaba en el mismo hotel que yo, que se vestía cada noche de frac, subía personalmente una botella de vino tinto francés a su habitación para sentarse al lado de la chimenea con las piernas bien estiradas y quedarse así, vestido de frac, hasta la medianoche, momento en que se acostaba. Se aburrían como unas fieras nobles en su jaula. A veces me daban miedo.

Y aquellos criados que te agradecían el hecho de haber podido servirte con un “ Thank you! ” silencioso, melódico y, al mismo tiempo, altanero y despectivo, para que sintieras bien que no eras inglés, hecho deplorable cuyas consecuencias tú nunca serías capaz de comprender... Todo era “distinto”, el papel de cartas y el agua del grifo, la sonrisa y la brutalidad, y, sin embargo, por encima de ese carácter “distinto”, eran capaces de dedicarle a la gente del continente una sonrisa familiar, casi de complicidad. De mi estancia en Londres guardo el recuerdo de las sonrisas más hermosas, dulces y tiernas. No conservo nada más.

Aprendí que el buen periodista –con su ira solidaria, sus acusaciones y sus antipatías– cree de verdad en su rabia cuando ataca algo o a alguien: esa solidaridad es la que da credibilidad al periodismo.

El trabajo invadió poco a poco toda mi vida, como una enfermedad. La escritura no es una tarea para una persona “sana”, una persona sana es una persona que trabaja para acercarse a la vida, mientras que un escritor trabaja para acercarse a las profundidades de su obra, donde lo esperan peligros, terremotos, abismos, incendios.

LA HERENCIA DE ESZTER

No sé cómo sonó mi voz en aquel instante; pero probablemente no reflejó felicidad. Seguramente hablé como una sonámbula recién despertada. Aquel estado había durado veinte años. Durante veinte años yo había estado caminando así, dormida, al borde de un precipicio, con pasos decididos y sosegados, sonriendo. Entonces, me desperté de golpe y vi la realidad delante de mis ojos; sin embargo, no me sentí mareada. Nunca más me he sentido mareada. En la realidad, en la realidad de la vida y de la muerte, hay algo tranquilizador.

Había algo triste en él. Algo del fotógrafo o del político envejecido que ya no se entera de las artimañas ni de las ideas de los nuevos tiempos y que se aferra, obstinado y resentido, a sus viejos trucos, a sus afables prácticas de prestidigitador. Había algo en él del viejo domador de fieras a quien ya no temen ni sus propias bestias.

EL ÚLTIMO ENCUENTRO

Como todas las personas que viven mimadas por los dioses sin ninguna razón, también sentía una especie de angustia en el fondo de tanta felicidad. Todo era demasiado hermoso, demasiado redondo, demasiado perfecto. Uno siempre teme tanta felicidad ordenada.

Uno también construye lo que le ocurre. Lo construye, lo invoca, no deja escapar lo que le tiene que ocurrir. Así es el hombre. Obra así incluso sabiendo o sintiendo desde el principio, desde el primer instante, que lo que hace es algo fatal. Es como si se mantuviera unido a su destino, como si se llamaran y se crearan mutuamente. No es verdad que la fatalidad llegue ciega a nuestra vida, no. La fatalidad entra por la puerta que nosotros mismos hemos abierto, invitándola a pasar.

Porque uno no solamente responde con su muerte, aun siendo ésta una buena respuesta. También es posible responder sobreviviendo a algo. Nosotros dos hemos sobrevivido a una mujer. Tú al marcharte lejos y yo al quedarme aquí. La sobrevivimos, con cobardía o con ceguera, con resentimiento o con inteligencia: el hecho es que lo sobrevivimos. ¿No crees que tuvimos nuestras razones?.. ¿No crees que al fin y al cabo le debemos algo, alguna responsabilidad de ultratumba, a ella, que fue más que nosotros, más humana, porque murió, respondiéndonos así a los dos, mientras que nosotros nos hemos quedado aquí, en la vida?...