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viernes, abril 08, 2011

La doctrina del shock



Chivocomentario: Cualquier parecido con el Mexico de hoy es mera coincidencia...

domingo, agosto 23, 2009

Capitalismo estilo Sarah Palin

Naomi Klein

Estamos en una época progresista, una época en la cual el suelo se mueve debajo de nuestros pies, y cualquier cosa es posible. Lo que hace un año considerábamos que era inimaginable decir y esperar, ahora es posible. En tiempos como éstos, es esencial que tengamos la mayor claridad posible acerca de qué queremos, porque en una de esas lo conseguimos. Así que las apuestas son elevadas.

Hoy en día, en los discursos normalmente hablo sobre el rescate (bancario). Todos necesitamos entenderlo porque se está llevando a cabo un robo, el mayor atraco en la historia monetaria. Pero hoy quisiera abordarlo de otro modo: ¿qué tal que el rescate sí funcione, qué tal que sí salvan al sector financiero y la economía regresa al curso que llevaba antes de que estallara la crisis? ¿Es eso lo que queremos? ¿Y cómo se vería ese mundo?

La respuesta es que se vería como Sarah Palin. Escuchen mis argumentos, no es un chiste. Creo que no hemos prestado suficiente atención al significado del momento Palin. Piénsenlo: Se subió al escenario mundial como candidata vicepresidencial el 29 de agosto, con mucha fanfarria, en un mitin de campaña de McCain. Exactamente dos semanas después, el 14 de septiembre, Lehman Brothers colapsó, y desencadenó el derrumbe financiero global.

Así que de cierta manera Palin fue la última expresión clara del capitalismo-de-más-de-lo-mismo antes de que todo se viniera abajo. Eso es bastante útil porque nos mostró –a su manera, llana, campechana– la trayectoria por la cual iba la economía estadunidense antes del actual colapso. Al ofrecernos este vistazo al futuro que apenas evitamos, Palin nos da la oportunidad de plantear una pregunta esencial: ¿Queremos ir ahí? ¿Queremos salvar ese sistema pre crisis, regresarlo a donde estaba el pasado septiembre? ¿O queremos utilizar esta crisis y el mandato electoral de hacer un cambio en serio que se obtuvo en la pasada elección, para transformar radicalmente ese sistema? Ya debemos tener clara nuestra respuesta porque no hemos tenido la potente combinación de una crisis seria y un claro mandato democrático progresista por un cambio desde los años 30. Usamos esta oportunidad o la perdemos.

Así que, ¿qué nos estaba diciendo Sarah Palin acerca del capitalismo-de-más-de-lo-mismo antes de que el colapso la interrumpiera de modo tan grosero? Primero recordemos que antes de que llegara, el público estadunidense, al fin, estaba comenzando a aceptar la urgencia de la crisis climática, el hecho de que nuestra actividad económica está en guerra contra el planeta, que hace falta de inmediato un cambio radical. De verdad estábamos teniendo esa conversación: los osos polares estaban en la cubierta de la revista Newsweek. Y luego, hizo su aparición Sarah Palin. La esencia de su mensaje fue: esos ecologistas, esos liberales, esos hacedores-de-bien están equivocados. No tienes que cambiar nada. No tienes que repensar nada. Sigue conduciendo tu coche que se chupa la gasolina, sigue yendo a Wal-Mart y compra todo lo que quieras. La razón de esto es un lugar mágico llamado Alaska. Simplemente vengan y llévense todo lo que quieran. Estadunidenses, dijo durante la Convención Nacional Republicana, “necesitamos producir más de nuestro propio petróleo y gasolina. Se los dice una chica que conoce el North Slope of Alaska: tenemos un montón de ambos”.

Y la gente en la convención respondió, coree y coree: Taladra, nena, taladra. Al mirar esa escena en televisión, con esa extraña y espeluznante mezcla de sexo, petróleo y patrioterismo, recuerdo haber pensado: Guau, la convención se transformó en un mitin en favor de chingarse al planeta Tierra. Literalmente.

Pero lo que Palin decía implicaba algo que forma parte del mismísimo ADN del capitalismo: la idea de que el mundo no tiene límites. Lo que decía implicaba que no hay tal cosa como consecuencias o déficits en el mundo real. Porque siempre habrá otra frontera, otra Alaska, otra burbuja. Simplemente sigue adelante y descúbrelo. El mañana nunca llega.

Ésta es la mentira más reconfortante y peligrosa: la mentira de que el crecimiento perpetuo y sinfín es posible en nuestro planeta finito. Y tenemos que recordar que este mensaje fue increíblemente popular en esas primeras dos semanas, antes de que Lehman colapsara. A pesar del historial de Bush, Palin y McCain tomaban la delantera. Y si no hubiera sido por la crisis financiera y por el hecho de que Obama comenzó a hacer conexión con los votantes de la clase trabajadora al poner en el banquillo de los acusados la desregulación y la economía de goteo (de arriba hacia abajo), quizá habrían ganado.

El presidente nos dice que quiere mirar hacia delante, no hacia atrás. Pero para poder confrontar la mentira del crecimiento perpetuo y la abundancia sin límite que está en el centro de las crisis del medio ambiente y financiera, tenemos que mirar hacia atrás. Y tenemos que mirar muy atrás, no sólo a los pasados ocho años de Bush y Cheney, sino a la fundación misma de este país, a la idea del estado de colonos.

El capitalismo moderno nació con el llamado descubrimiento de las Américas. El pillaje de los increíbles recursos naturales de las Américas generó el exceso de capital que hizo posible la revolución industrial. Los primeros exploradores hablaron de esta tierra como la Nueva Jerusalén, una tierra con una abundancia sin fondo, ahí para ser tomada, tan vasta que el pillaje nunca tendría que terminar. Esta mitología está en nuestras historias bíblicas –de inundaciones y comienzos nuevos, de éxtasis y rescates– y está en el centro del sueño americano de la constante reinvención. Este mito nos dice que no tenemos por qué vivir con nuestros pasados, con las consecuencias de nuestras acciones. Siempre podemos escapar, comenzar de nuevo.

Claro, estas historias siempre fueron peligrosas para la gente que ya vivía en las tierras descubiertas, para la gente que la trabajaba como mano de obra forzada. Pero ahora el planeta nos dice que ya no podemos darnos el lujo de estas historias de eternos nuevos comienzos. Por eso es tan significativo que justo en el momento en el cual cobró vida cierto instinto de supervivencia humana y finalmente parecía que aceptábamos que la Tierra tiene límites naturales, llegó Palin, la nueva y reluciente encarnación de la mujer colonialista del territorio salvaje: vengan a Alaska. Siempre hay más. No piensen, nomás tomen.

Esto no se trata sobre Sarah Palin. Es sobre el significado de este mito del constante descubrimiento, y lo que nos dice sobre el sistema económico en el que gastan billones de dólares para salvar. Lo que nos dice es que el capitalismo, si se le deja, nos empujará más lejos del punto del cual el clima se pueda recuperar. Y, a toda costa, el capitalismo evitará una seria rendición de cuentas, ya sea de sus deudas financieras o sus deudas relacionadas con el medio ambiente. Porque siempre hay más. Un nuevo y rápido arreglo. Una nueva frontera.

Ese mensaje se lo compraban, como siempre ocurre. Fue sólo cuando la bolsa de valores se derrumbó que la gente dijo: Quizá Sarah Palin no sea una buena idea esta vez. Vayámonos con el tipo inteligente para surcar la crisis.

Casi siento que nos dieron una última oportunidad, una especie de aplazamiento. Trato de no ser apocalíptica, pero los textos científicos sobre el calentamiento global que leo, asustan. Esta crisis económica, tan terrible como es, nos jaló del precipicio ecológico del cual estábamos a punto de salir volando con Sarah Palin y nos dio un poquito de tiempo y espacio para cambiar el curso que llevábamos. Y creo que es significativo que cuando pegó la crisis hubo casi una sensación de alivio, como si la gente supiera que estaba viviendo más allá de sus posibilidades económicas y los hubieran cachado. De pronto teníamos permiso para hacer cosas juntos más allá de ir de compras, y eso resonó profundamente.

Pero no estamos libres del mito. La intencionada ceguera que Sarah Palin representa tan bien, está incrustada en la manera en que Washington responde a la crisis financiera. Hay una total negación a ver qué tan mal está la cosa. Washington prefiere aventar billones de dólares en un hoyo negro en vez de averiguar qué tan profundo está. Así de intencionado es el deseo de no saber.

Y vemos muchas otras señales de que la vieja lógica vuelve. Los salarios de Wall Street regresaron casi a los niveles de 2007. Hay cierta electricidad en las afirmaciones de que la bolsa de valores repunta. ¿Podemos dejar de sentirnos culpables?, prácticamente puedes escuchar que preguntan los comentaristas en televisión por cable. ¿Ya regresó la burbuja?

Y quizá tengan razón. Esta crisis no va a matar al capitalismo o siquiera cambiarlo sustancialmente. Sin una enorme presión popular en favor de la reforma estructural, se comprobará que la crisis sólo fue un muy doloroso ajuste. El resultado será una desigualdad aún mayor que la anterior a la crisis. Porque está muy, muy difícil que todas las millones de personas que perdieron su empleo y su hogar los vayan a recuperar. Y la capacidad manufacturera es muy difícil de reconstruir una vez que ha sido subastada.

Es apropiado llamar a esto un rescate. Los mercados financieros son rescatados para evitar que el barco del capitalismo financiero se hunda, pero no están sacando agua. Sino gente. Son personas las que avientan por la borda en nombre de la estabilización. El resultado será un navío más angosto y más mezquino. Mucho más mezquino. Porque una profunda desigualdad –los super ricos viviendo al lado de los económicamente desesperados– requiere de un endurecimiento de los corazones. Necesitamos creer que somos superiores a aquellos que son excluidos para tolerar la situación. Así que este es el sistema que están salvando: el mismo, sólo que más mezquino.

Y la pregunta que enfrentamos es: ¿nuestro trabajo debería ser rescatar este barco, el mayor barco pirata que jamás existió, o hundirlo y remplazarlo con una barca más sólida, una con espacio para todos? Una que no necesite de estas purgas rituales, durante las cuales aventamos por la borda a nuestros amigos y vecinos para salvar a las personas que viajan en primera clase. Una que comprenda que la Tierra no tiene la capacidad como para que todos vivamos mejor y mejor. Pero sí tiene la capacidad, como recientemente dijo el presidente boliviano Evo Morales, en Naciones Unidas, para que todos vivamos bien.

Porque, no se equivoquen: el capitalismo estará de regreso. Y el mismo mensaje regresará, aunque quizá haya alguien nuevo vendiéndolo: no necesitas cambiar. Sigue consumiendo todo lo que quieras. Hay bastante más. Taladra, nena, taladra. Quizá haya alguna solución tecnológica que haga que desaparezcan todos nuestros problemas.

Y por eso, ahora debemos ser absolutamente claros. El capitalismo puede sobrevivir esta crisis. Pero el mundo no puede sobrevivir otra vuelta del capitalismo.

Copyright 2009 Naomi Klein.

El texto es una adaptación de un discurso pronunciado el 2 de mayo de 2009, en la conferencia del centenario de la revista The Progressive y publicado en la edición de agosto de 2009.

Traducción: Tania Molina Ramírez.

http://naomiklein.org

sábado, febrero 14, 2009

Que se vayan todos

Naomi Klein*

Al mirar la muchedumbre en Islandia que golpeó cacerolas y sartenes hasta que su gobierno cayó, me acordé de una popular consigna en los círculos anticapitalistas en 2002: “Tú eres Enron. Nosotros somos Argentina”.

Su mensaje era sencillo. Ustedes –los políticos y ejecutivos en jefe apiñados en alguna cumbre comercial– son como los imprudentes y estafadores ejecutivos de Enron (claro, no conocíamos ni la mitad de la historia). Nosotros –la chusma de afuera– somos como el pueblo de Argentina, el cual, en medio de una crisis económica inquietantemente parecida a la nuestra, salió a las calles golpeando cacerolas y sartenes. Ellos gritaron, “que se vayan todos”, y expulsaron a cuatro presidentes, uno tras otro, en menos de tres semanas. Lo que hizo único al levantamiento argentino de 2001-2002 fue que no estaba dirigido a un partido político en particular o siquiera a la corrupción en abstracto. El blanco fue el modelo económico dominante; ésta fue la primera revuelta nacional contra el capitalismo contemporáneo desregularizado.

Se llevó un rato, pero desde Islandia a Lituania, desde Corea del Sur a Grecia, el resto del mundo finalmente tiene su momento “¡que se vayan todos!”.

Las estoicas matriarcas islandesas que golpean sus cacerolas incluso mientras sus hijos saquean el refrigerador en busca de proyectiles (huevos, claro, pero, ¿yogurt?) hacen eco de las tácticas que se hicieron famosas en Buenos Aires. Así como lo hace la rabia colectiva contra las elites que destrozaron un país que alguna vez fue próspero y pensaron que se podrían salir con la suya. Como dijo Gudrun Jonsdottir, oficinista islandés de 36 años: “Simplemente ya me harté. No confío en el gobierno, no confío en los bancos, no confío en los partidos políticos y no confío en el Fondo Monetario Internacional (FMI). Teníamos un buen país, y lo arruinaron”.

Otro eco: en Reykjavik, no van a convencer a los manifestantes con un simple cambio de cara en las alturas (aunque la nueva primera ministra sea una lesbiana). Quieren asistencia para la gente, no sólo para los bancos; una investigación penal de la debacle; y una profunda reforma electoral.

En Lituania, en estos días, se pueden escuchar demandas similares. Ahí, la economía se ha contraído más bruscamente que en ningún otro país de la Unión Europea, y el gobierno se tambalea. Durante semanas, el capital ha sido sacudido por las protestas, que incluyeron un verdadero disturbio con la gente lanzando adoquines, ocurrido el 13 de enero.

Como en Islandia, los habitantes de Lituania están horrorizados con la negativa de sus líderes de asumir alguna responsabilidad en su desastre. Cuando Bloomberg TV le preguntó al ministro de Finanzas de Lituania qué ocasionó la crisis, se encogió de hombros: “Nada especial”.

Pero los problemas de Lituania por supuesto que son especiales: las mismas políticas que permitieron que el Tigre Báltico creciera a una tasa de 12 por ciento en 2006 ahora provocan una violenta contracción a 10 por ciento proyectado para este año: el dinero, liberado de todas las barreras, sale tan rápido como entra, con una buena cantidad desviada a los bolsillos políticos. (No es coincidencia que muchos de los casos perdidos de hoy son los milagros de ayer: Irlanda, Estonia, Islandia y Lituania.)

Hay algo más argentinesco en el aire. En 2001, los dirigentes de Argentina respondieron a la crisis con un brutal paquete de austeridad prescrito por el FMI: 9 mil millones de dólares en recortes al gasto, mucho del cual golpeaba a la salud y la educación. Esto resultó ser un error fatal. Los sindicatos llevaron a cabo una huelga general, los maestros trasladaron sus clases a las calles y las protestas nunca se detuvieron.

Este mismo rechazo –que proviene de abajo y se dirige a los de arriba– a pagar por la crisis unifica muchas de las protestas de hoy. En Lituania, mucha de la rabia popular se enfoca en las medidas de austeridad gubernamentales –despidos masivos, servicios sociales reducidos y salarios del sector público recortados–, todo para tener derecho a un préstamo de emergencia del FMI (no, nada ha cambiado). En Grecia, los disturbios en diciembre ocurrieron después de que la policía le disparó a un joven de 15 años. Pero lo que ha hecho que continúen, con los granjeros asumiendo el liderazgo después de los estudiantes, es el enojo generalizado ante la respuesta gubernamental a la crisis: los bancos recibieron un rescate de 36 mil millones de dólares mientras que a los trabajadores les recortaron sus pensiones y los granjeros recibieron prácticamente nada. A pesar del inconveniente de tener a los tractores cerrando las carreteras, 78 por ciento de los griegos dice que las demandas de los granjeros son razonables. De modo similar, en Francia, la reciente huelga general –provocada, en parte, por los planes del presidente Sarkozy de reducir drásticamente el número de maestros– obtuvo el apoyo de 70 por ciento de la población.

Quizá el hilo más fuerte y resistente que conecta este contragolpe global es el rechazo de la lógica de las “políticas extraordinarias” –la frase fue acuñada por el político polaco Leszek Balcerowicz para describir cómo, en una crisis, los políticos pueden ignorar las reglas legislativas y aprobar a toda prisa “reformas” impopulares. Este truco ya no les funciona, como descubrió recientemente el gobierno de Corea del Sur. En diciembre, el partido gobernante intentó usar la crisis para aprobar a la fuerza un controvertido acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Llevaron la política a puertas cerradas a nuevos extremos: los legisladores se encerraron en la Cámara para poder votar en privado, e hicieron una barricada en la puerta con escritorios, sillas y sillones.

Los políticos de la oposición no lo aceptaron: con mazos y una sierra eléctrica, irrumpieron y tomaron durante 12 días el Parlamento. La votación se retrasó, lo cual permitió que hubiera más debate. Fue una victoria de un nuevo tipo de “política extraordinaria”.

En Canadá, la política no se presta para ser vista en YouTube, pero aun así ha estado asombrosamente llena de incidentes. En octubre, el Partido Conservador ganó las elecciones nacionales con una plataforma que no era ambiciosa. Seis semanas más tarde, nuestro primer ministro Tory encontró su ideólogo interno y presentó una iniciativa presupuestal que le quitaba a los trabajadores del sector público el derecho a huelga, cancelaba los fondos públicos destinados a los partidos y no contenía estímulos económicos. La respuesta de los partidos de la oposición fue formar una coalición histórica, que sólo se logró impedir que tomara el poder mediante una abrupta suspensión del Parlamento. Los Tories acaban de regresar con un presupuesto revisado: las políticas favoritas de la derecha desaparecieron y está lleno de estímulos económicos.

El patrón es evidente: los gobiernos que ante una crisis creada por la ideología del libre mercado respondan con una aceleración de esa misma agenda desacreditada, no sobrevivirán para contarlo. Como los estudiantes italianos, gritan en las calles: “¡No pagaremos su crisis!”

*Es autora de La doctrina del shock.
Copyright 2009 Naomi Klein. www.naomiklein.org.
El texto fue publicado en The Nation.
Traducción: Tania Molina Ramírez.

lunes, noviembre 03, 2008

El rescate, saqueo final de Bush

Naomi Klein*

En los días finales de la campaña presidencial, muchos republicanos parecen haberse dado por vencidos. Pero eso no significa que estén descansando. Si quieren ver verdadero trabajo duro republicano, vean la energía que le pusieron a sacar por la puerta grandes porciones del rescate de 700 mil millones de dólares. En una reciente sesión de la comisión bancaria del Senado, el republicano Bob Corker estaba obsesionado con esta tarea y con una clara fecha límite en mente: la toma de posesión presidencial. “¿Cuánto crees que pueda gastarse de aquí al 20 de enero o algo así?” Le preguntó Corker a Neel Kashkari, el ex banquero de 35 años encargado del rescate.

Cuando los colonizadores europeos se dieron cuenta de que no tenían de otra más que entregar el poder a la población originaria del lugar, muchas veces se enfocaron en despojar a la tesorería local de su oro y llevarse el valioso ganado. Si eran realmente desagradables, como los portugueses en Mozambique a mediados de los años 70, vertían concreto por los huecos de los elevadores. La pandilla de Bush prefiere instrumentos burocráticos: subastas de “activos en riesgo” y el “programa de adquisición de acciones”. Pero no se vayan con la finta: la meta es la misma que la de los derrotados portugueses: un último frenético saqueo de la riqueza pública antes de entregar las llaves de la caja fuerte.

¿De qué otra manera serían lógicas las bizarras decisiones que han dominado la asignación del dinero del rescate? Cuando la administración de Bush anunció que inyectaría 250 mil millones de dólares a los bancos estadunidenses a cambio de acciones, el plan fue descrito por muchos como “nacionalización parcial”: una medida radical que se necesitaba para que los bancos comenzaran de nuevo a prestar dinero. De hecho, no ha habido ninguna nacionalización, parcial o no. Los contribuyentes no han adquirido un control significativo, razón por la cual los bancos pueden gastarse su inesperada ganancia como quieran (en bonificaciones, fusiones, ahorros…) y el gobierno no puede hacer otra cosa que rogar que utilicen una parte en préstamos.

Entonces, ¿cuál es el verdadero propósito del rescate? Me temo que es algo mucho más ambicioso que un regalo que se da una sola vez a los grandes negocios: este rescate está diseñado para seguir saqueando al Departamento del Tesoro durante años. Recuerden, la preocupación principal entre los grandes jugadores en el mercado, en específico los bancos, no es la falta de crédito sino los maltrechos precios de sus acciones. Los inversionistas han perdido la confianza en la honestidad de los bancos, y con razón. Aquí es donde el capital del Departamento del Tesoro rinde frutos.

Al comprar acciones en estas instituciones, el Departamento del Tesoro lanza el mensaje al mercado de que son una apuesta segura. ¿Por qué segura? Porque el gobierno no puede darse el lujo de que fracase. Si estas compañías se meten en problemas, los inversionistas pueden suponer que el gobierno seguirá encontrando más dinero, ya que permitir que se derrumben significaría perder sus primeras inversiones de capital (nomás miren a AIG). Esa atadura del interés público a las compañías privadas es el verdadero propósito del plan de rescate: el secretario del Tesoro Henry Paulson le está entregando a todas las compañías que son admitidas en el programa –que podrían ser miles– una implícita garantía del Departamento de Tesoro. Para inversionistas asustadizos en busca de lugares seguros para meter su dinero, estos acuerdos de capital serán aún más reconfortantes que una calificación Triple A de Moody’s.

Un seguro como ese no tiene precio. Pero para los bancos, la mejor parte es que el gobierno les paga –en algunos casos miles de millones de dólares– por aceptar su aprobación. Para los contribuyentes, en cambio, todo el plan es muy riesgoso, y podría costarle significativamente más que la idea original de Paulson de comprar 700 mil millones de dólares en deuda tóxica. Ahora los contribuyentes no solamente están enganchados por las deudas sino, podría decirse, por el destino de cada empresa que les vende capital.

Resulta interesante que tanto Fannie Mae y Freddie Mac disfrutaron de este tipo de garantía tácita. Durante décadas el mercado comprendió que, debido a que estos jugadores privados estaban enredados con el gobierno, el Tío Sam siempre saldría al rescate. Era el peor de todos los mundos. No sólo se privatizaban las ganancias mientras los riesgos se socializaban, sino que además el respaldo gubernamental implícito creaba poderosos incentivos para hacer imprudentes inversiones.

Ahora, con el nuevo programa de adquisición de acciones, Paulson tomó el desacreditado modelo de Fannie y Freddie y lo aplicó a una enorme franja de la industria bancaria privada. Y una vez más, no hay razón alguna para rehuir de apuestas riesgosas: sobre todo ya que el Departamento del Tesoro no le ha exigido a los bancos que dejen los instrumentos financieros de alto riesgo a cambio de los dólares de los contribuyentes.

Para documentar nuestro optimismo, el gobierno federal también reveló ilimitadas garantías públicas para muchas cuentas de depósito bancarias. Ah, y por si esto no fuera suficiente, el Departamento del Tesoro promueve que los bancos se fusionen entre sí, asegurándose así de que las únicas instituciones que queden en pie sean “demasiado grandes como para fracasar”. Se le está diciendo, de tres maneras distintas, al mercado fuerte y claro que Washington no permitirá que las instituciones financieras del país se responsabilicen de las consecuencias de su comportamiento. Puede ser que ésta sea la innovación más creativa de Bush: el capitalismo sin riesgos.

Hay un atisbo de esperanza. En respuesta a la pregunta del senador Corker, al Departamento del Tesoro se le dificulta distribuir los fondos del rescate. Pidió cerca de 350 mil millones de los 700 mil millones de dólares, pero la mayor parte de éstos todavía no sale por la puerta. Mientras tanto, cada día queda más claro que el rescate fue promovido de manera fraudulenta. Nunca consistió en conseguir que los préstamos fluyeran. Siempre en convertir el Estado en una gigantesca compañía de seguros para Wall Street: una red de seguridad para la gente que menos lo necesita, subsidiado por la gente que más lo necesita.

Esta grotesca duplicidad es una oportunidad. Quien sea que gane la elección del 4 de noviembre tendrá una enorme autoridad moral. Puede ser utilizada para hacer un llamado a frenar la distribución de los fondos del rescate, no después de la toma de posesión sino ahora mismo. Todas las acuerdos deben ser renegociados inmediatamente, y que esta vez sea el pueblo el que obtenga las garantías.

Es riesgoso, claro, interrumpir el rescate. Al mercado no lo gustará. Nada podría ser más riesgoso, sin embargo, que permitir que la pandilla de Bush le dé este regalo de despedida a los grandes negocios, el regalo del que continuaría tomando.

* Naomi Klein es autora de La doctrina del shock. www.naomiklein.org.
Copyright 2008 Naomi Klein. Este texto fue publicado en The Nation.
Traducción: Tania Molina Ramírez.

sábado, septiembre 27, 2008

La ideología del libre mercado está lejos de haber concluido

Lo que sea que signifiquen los sucesos de estos días recientes, nadie debería creer las exageradas afirmaciones de que la crisis del mercado implica la muerte de la ideología del “libre mercado”. La ideología del libre mercado siempre ha sido un sirviente de los intereses del capital, y su presencia fluye y refluye dependiendo de su utilidad a esos intereses.

Durante los tiempos de prosperidad resulta rentable pregonar el laissez-faire, porque un gobierno ausente permite que las burbujas de la especulación se inflen. Cuando esas burbujas se revientan, la ideología se vuelve un estorbo, y duerme mientras el gran gobierno llega al rescate. Pero no se preocupen: la ideología regresará cuando los rescates hayan terminado. Las masivas deudas que la gente está acumulando para rescatar a los especuladores se volverán parte de una crisis presupuestaria global que será la justificación para profundos recortes en los programas sociales y para un renovado empuje hacia privatizar lo que queda del sector público. También nos dirán que nuestras esperanzas de un futuro verde son, lamentablemente, demasiado costosas.

Lo que no sabemos es cómo va a responder la gente. Consideren que en Estados Unidos toda la gente menor de 40 años creció con el pregonar de que el gobierno no podía intervenir para mejorar sus vidas, que el gobierno es el problema no la solución, que el laissez-faire es la única opción. Ahora presenciamos un gobierno extremadamente activista, intensamente intervencionista, al parecer dispuesto a hacer lo que sea necesario para salvar a los inversionistas de sí mismos.

Este espectáculo necesariamente plantea la pregunta: si el Estado puede intervenir para salvar a las empresas que tomaron imprudentes riesgos en los mercados inmobiliarios, ¿por qué no puede intervenir para evitar el inminente hecho de que millones de estadunidenses enfrenten un juicio hipotecario? De la misma manera, si 85 mil millones de dólares pueden instantáneamente ser puestos a disposición para comprar a la aseguradora gigante AIG, ¿por qué el seguro médico universal –que protegería a los estadunidenses de las prácticas depredadoras de las compañías aseguradoras de servicios de salud– parece ser un sueño inalcanzable? Y si cada vez más empresas necesitan fondos del erario para mantenerse a flote, ¿por qué los contribuyentes no pueden exigir cosas a cambio, como topes a los salarios de los ejecutivos y una garantía contra más pérdidas de empleos?

Ahora que quedó claro que los gobiernos sí pueden actuar en tiempos de crisis, será más difícil que en el futuro aleguen que no pueden hacer nada. Otro cambio potencial tiene que ver con las esperanzas que tiene el mercado de futuras privatizaciones. Durante años, los bancos de inversión globales han cabildeado con los políticos para obtener dos nuevos mercados: uno que vendría de privatizar las pensiones públicas y el otro que vendría de una nueva ola de carreteras, puentes y sistemas de agua potable privatizados o parcialmente privatizados. De pronto, ambos sueños ya se volvieron mucho más difíciles de vender: los estadunidenses ya no están de humor para confiar más sus activos individuales y colectivos a los imprudentes jugadores en Wall Street, sobre todo porque parece ser muy probable que los contribuyentes tendrán que pagar para comprar de regreso sus activos cuando la próxima burbuja estalle.

Con las pláticas de la Organización Mundial del Comercio descarriladas, esta crisis podría ser el catalizador de un enfoque radicalmente alternativo a la regulación de los mercados mundiales y los sistemas financieros. Ya vemos un giro hacia la “soberanía alimentaria” en el mundo en desarrollo, en vez de dejar el acceso a los alimentos a los caprichos de los intermediarios con materias primas. Quizá al fin llegó la hora para ideas como imponer impuestos a las transacciones bursátiles, lo cual disminuiría la velocidad de la inversión especulativa, así como otros controles del capital global.

Y ahora que la nacionalización no es una palabra sucia, las compañías de petróleo y de gas deberían estar alertas: alguien tiene que pagar por el tránsito hacia un futuro más verde, y lo lógico es que la mayor parte de los fondos provengan del altamente rentable sector que es más responsable de nuestra crisis climática. Definitivamente es más lógico que crear otra peligrosa burbuja en el comercio del carbón.

Pero la crisis que enfrentamos requiere de cambios más profundos. La razón por la cual se permitió la proliferación de estos préstamos basura no fue sólo porque los reguladores no entendían el riesgo. Es porque tenemos un sistema económico que mide nuestra salud colectiva exclusivamente con base en el crecimiento del PIB. Mientras los préstamos basura alimentaban nuestro crecimiento económico, nuestros gobiernos activamente los apoyaban. Así que lo que realmente está en predicamento con la crisis es el incuestionable compromiso con un crecimiento a cualquier costo. A lo que nos debería llevar esta crisis es a que nuestras sociedades midan la salud y el progreso de una manera radicalmente diferente.

Sin embargo, nada de esto ocurrirá sin una fuerte presión social sobre los políticos en este momento clave. Y no un cordial cabildeo, sino regresar a las calles y realizar el tipo de acción directa que propició el New Deal en los años 30. Sin él, habrá cambios superficiales y un regreso, lo más pronto posible, a más de lo mismo.

Copyright 2008 Naomi Klein.

Traducción: Tania Molina Ramírez

lunes, julio 21, 2008

El capitalismo del desastre: el Estado de la extorsión


Una vez que el petróleo rebasó el precio de 140 dólares por barril, hasta los conductores más derechistas tuvieron que mostrar sus credenciales populistas, dedicándole una parte de sus programas a atacar al Gran Petróleo. Algunos han llegado al extremo de invitarme para una amistosa charla acerca de un nuevo e insidioso fenómeno: “el capitalismo del desastre”.

El conductor radiofónico “conservador independiente” Jerry Doyle y yo entablábamos una amable conversación acerca de las sórdidas aseguradoras y los ineptos políticos cuando Doyle anunció: “Creo que tengo un método rápido para bajar los precios (...) Hemos invertido 650 mil millones de dólares para liberar a una nación de 25 millones de personas. ¿No deberíamos simplemente demandar que nos den petróleo? Lo hemos invertido liberando un país. Yo reduciría los precios de la gasolina en 10 días”.

Había un par de problemas en el plan de Doyle. El primero era que estaba describiendo el mayor atraco en la historia del mundo. El segundo, que llegaba demasiado tarde: “Nosotros” ya estamos atracando el petróleo iraquí, o al menos estamos a punto de hacerlo.

Ya pasaron 10 meses desde la publicación de mi libro The shock doctrine: the rise of disaster capitalism (La doctrina del shock: el ascenso del capitalismo del desastre), en el cual argumento que hoy el método preferido para remodelar el mundo, bajo los intereses de las empresas multinacionales, es sistemáticamente explotar el estado de miedo y desorientación que acompaña los momentos de gran shock y crisis. El globo terráqueo es sacudido por múltiples shocks, parece ser un buen momento para ver cómo y dónde es aplicada la estrategia.

Y los capitalistas del desastre han estado ocupados: desde los bomberos privados ya en escena en los incendios de California, a los acaparamientos de tierras en la Burma azotada por un ciclón, a la iniciativa de vivienda que busca colarse en el Congreso. Ésta desplaza el peso de las hipotecas a los contribuyentes y asegura que los bancos que otorgaron malos préstamos obtengan algún rembolso. En los pasillos del Congreso se le conoce como el Plan Credit Suisse, en honor a uno de los bancos que generosamente lo propuso.

El desastre en Irak: nosotros lo rompimos, nosotros lo acabamos de comprar

Pero estos casos de capitalismo del desastre son para aficionados, comparado con lo que está en curso en el ministerio petrolero iraquí. Comenzó con los contratos de servicio que no pasan por licitación, anunciados en favor de ExxonMobil, Chevron, Shell, BP y Total (aún no se firman pero ya están encaminados). No es inusual pagarle a las mutinacionales por su conocimiento técnico. Lo que es extraño es que tales contratos casi siempre se destinan a empresas de servicios de la industria petrolera, no a las grandes petroleras, cuyo trabajo es la exploración, la producción y ser dueñas de la riqueza de hidrocarburos. Greg Muttitt, experto en petróleo, radicado en Londres, señala que los contratos tienen sentido sólo en el contexto de informes de que las grandes petroleras han insistido en tener el derecho de participar en los primeros contratos repartidos para manejar y producir en los yacimientos petrolíferos de Irak. En otras palabras, otras empresas estarán en libertad de participar en los contratos futuros, pero estas compañías ganarán.

Una semana después de que los contratos de servicios que no pasan por licitación fueron anunciados, el mundo tuvo su primer vistazo del verdadero premio. Irak abre oficialmente seis de sus principales yacimientos petroleros –que representan cerca de la mitad de sus reservas conocidas– a inversionistas extranjeros. Según el ministro petrolero iraquí, los contratos de largo plazo se firmarán en el lapso de un año. Si bien aparentemente está bajo el control de la Compañía Petrolera Nacional Iraquí (INOC, por sus siglas en inglés), las empresas extranjeras obtendrán 75 por ciento del valor de los contratos y dejarán 25 por ciento a sus socios iraquíes.

Esa proporción es insólita en los estados petroleros árabes y persas, donde obtener un control mayoritario nacional sobre el petróleo fue la distintiva victoria de las luchas anticoloniales.

Así que, ¿cómo es posible que en Irak, que ya ha sufrido tanto, se realicen pésimos acuerdos como éstos? Irónicamente, el sufrimiento de Irak –su crisis sin fin– es el fundamento lógico de un arreglo que amenaza con drenar al erario de su principal fuente de recursos. La lógica es ésta: la industria petrolera iraquí requiere del conocimiento técnico extranjero porque los años de duras sanciones lo privaron de nueva tecnología, y la invasión y la prolongada violencia la desgastó aún más. Irak necesita, urgentemente, comenzar a producir más petróleo. ¿Por qué? De nuevo, por la guerra. El país está destrozado y los miles de millones de dólares entregados a las firmas occidentales en la forma de contratos sin licitación no han servido para reconstruir el país. Y ahí es donde entran los nuevos contratos sin licitación: obtendrán más dinero, pero Irak se ha vuelto un lugar tan traicionero que los grandes petroleros deben ser persuadidos para que se arriesguen a invertir. Así que la invasión de Irak hábilmente crea la justificación para su subsecuente saqueo.

Varios de los arquitectos de la guerra de Irak ya no se toman la molestia de negar que el petróleo fue una motivación básica. Recientemente, en el programa To the point, de National Public Radio, Fadhil Chalabi, uno de los principales consejeros iraquíes de la administración de George W. Bush antes de la invasión, describió la guerra como “una movida estratégica de Estados Unidos y Gran Bretaña para tener presencia militar en el golfo y así asegurar el futuro suministro (petrolero)”.

Las Convenciones de Ginebra establecen que es ilegal invadir países para hacerse de sus recursos naturales. Eso significa que la enorme tarea de reconstrucción de la infraestructura en Irak es responsabilidad financiera de sus invasores.

El shock del precio del petróleo: dennos el Ártico o nunca volverán a conducir

La administración de Bush emplea una crisis relacionada –el incremento en el precio del combustible– para revivir su sueño de perforar el Refugio Nacional Ártico de la Vida Silvestre (ANWR, por sus siglas en inglés). Y de perforación en el mar. Y en el esquisto del Green River Basin. “El Congreso debe enfrentar una dura realidad”, dijo Bush el 18 de junio. “A menos de que los miembros estén dispuestos a aceptar los dolorosos niveles actuales de los precios de la gasolina –o hasta más altos– nuestra nación debe producir más petróleo.”

Éste es el presidente en su papel de Extorsionista en Jefe: denme el ANWR o todos tendrán que pasar sus vacaciones de verano en el patio trasero.

Perforar en el ANWR tendría poco impacto en los actuales suministros petroleros mundiales. El argumento de que de todos modos podría bajar los precios del petróleo está basado no en cálculos económicos sino en psicoanálisis del mercado: perforar “enviaría el mensaje” a los negociantes petroleros de que hay más petróleo en camino, lo cual provocaría que comenzaran a bajar el precio.

Nunca funcionará. Si hay algo que se pueda predecir del reciente comportamiento del mercado petrolero es que el precio va a seguir subiendo sin importar cuántos nuevos suministros sean anunciados.

Tomen como ejemplo el actual masivo boom petrolero en las conocidas arenas bituminosas de Alberta. Las arenas bituminosas tienen las mismas características que los sitios de perforación propuestos por Bush: están cerca y son absolutamente seguras, ya que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte contiene una provisión que prohíbe a Canadá cortar el suministro a Estados Unidos. El petróleo de esta fuente, en gran medida no explotada, ha fluido en el mercado a tal grado que Canadá ya es el mayor surtidor de petróleo de Estados Unidos. Entre 2005 y 2007, Canadá incrementó sus exportaciones a Estados Unidos en casi 100 millones de barriles. Sin embargo, los precios del petróleo no han dejado de subir.

Lo que motiva la promoción del ANWR no son hechos, sino pura estrategia de la doctrina del shock: la crisis del petróleo ha creado las condiciones para hacer posible vender una política antes invendible (pero que rinde enormes ganancias).

Shock de los precios de los alimentos: modificación genética o hambruna

La crisis mundial de los alimentos está estrechamente ligada al precio del petróleo. No sólo porque los altos precios de la gasolina suben los costos de los alimentos, sino porque el boom en agrocombustibles difumina la frontera entre alimentos y combustible, empuja a los productores de alimentos de sus tierras y alienta una galopante especulación. Varios países latinoamericanos promueven que se revise la política de promoción de los agrocombustibles y que la alimentación sea reconocida como un derecho humano. El subsecretario de Estado estadunidense, John Negroponte, piensa diferente. En el mismo discurso en el cual elogiaba el compromiso de Estados Unidos de entregar asistencia alimentaria de emergencia, hizo un llamado a los países a que redujeran sus “restricciones a las exportaciones y sus elevados aranceles” y a eliminar “las barreras al uso de innovadoras tecnologías de producción vegetal y animal, incluyendo la biotecnología”. El mensaje era claro: más vale que los países empobrecidos abran sus mercados agrícolas a los productos estadunidenses y a las semillas genéticamente modificadas, o correrán el riesgo de que les suspendan la ayuda.

Los cultivos genéticamente modificados surgen como la cura para la crisis alimentaria, al menos según el Banco Mundial, el presidente de la Comisión Europea y el primer ministro británico Gordon Brown. Y, claro, las agroempresas. “Hoy, no puedes alimentar al mundo sin organismos genéticamente modificados”, dijo recientemente Peter Brabeck, presidente de Nestlé, al Financial Times. El problema es que no hay evidencia de que los OGM incrementen las cosechas de los cultivos, y muchas veces las reducen.

Pero aunque resolviera la crisis global alimentaria, ¿realmente querríamos que estuviera en manos de los Nestlé y los Monsanto? En meses recientes, Monsanto, Syngenta y BASF han comprado frenéticamente patentes de las llamadas semillas “listas para cualquier clima” (climate ready): plantas que pueden crecer en suelos que sufren sequías o salinización provocada por inundaciones.

Plantas hechas para sobrevivir en un futuro de caos climático. Ya conocemos hasta dónde es capaz de llegar Monsanto con tal de proteger su propiedad intelectual. Hemos visto medicamentos contra el sida, patentados, que fracasan en atender a millones de personas en el África subsahariana. ¿Por qué habría de ser diferente con los cultivos “listos para cualquier clima”?

Mientras, la administración de Bush anunció una moratoria de hasta dos años a nuevos proyectos de energía solar en suelo federal, debido, supuestamente, a preocupaciones ambientales. Ésta es la frontera final para el capitalismo del desastre. Nuestros líderes no invierten en tecnología que prevenga un futuro de caos climático; en vez, eligen trabajar con aquellos que traman innovadores ardides para obtener ganancias del caos.

Privatizar el petróleo iraquí, asegurar el dominio global de los cultivos genéticamente modificados, quitar la última barrera comercial y abrir el último refugio silvestre... Hace no tanto, estas metas se perseguían mediante amables acuerdos comerciales, bajo el benigno seudónimo de “globalización”. Ahora, se obliga a esa desacreditada agenda a cabalgar en el lomo de la crisis serial, y se anuncia como la medicina salvavidas para un mundo que sufre dolor.

lunes, mayo 26, 2008

Argentina

Naomi Klein

Damos vueltas sobre Buenos Aires. El espacio aéreo está lleno de aeronaves, todas esperando, como la nuestra. El piloto explica que es culpa del humo, palabra que escucharé a menudo durante la semana siguiente.

Una hora y media después estoy en tierra firme, la cabeza me retumba, respiro el humo. La portada del diario Clarín muestra a alguien sofocándose y declara: “La peor contaminación atmosférica de la historia”.

Algunas cosas, como sobredimensionar, no han cambiado en Buenos Aires. De todos modos, es difícil no pensar en la primera vez que vine. Era enero de 2002. La economía acababa de derrumbarse, los bancos habían bloqueado las cuentas de sus clientes y los argentinos acababan de echar a cinco presidentes en tres semanas. Entonces también había humo, pero provenía de las fogatas callejeras.

En el lapso de una hora tengo tres teorías que intentan explicar el humo. 1) Es una protesta política de los granjeros, que prendieron fuego a sus cosechas para protestar contra un nuevo impuesto a las exportaciones de soya. 2) Es el gobierno, que prende fuego a los cultivos para que la opinión pública se ponga en contra de los granjeros después de que se pusieron en huelga contra el impuesto a la exportaciones. 3) Puede que sean los granjeros los responsables de prender el fuego, pero es culpa del gobierno, que deliberadamente rehúsa extinguirlo.

La verdad, aprendo más tarde, es que los fuegos son resultado de un cambio radical en la economía argentina. Este país solía centrarse en las vacas alimentadas con pasto, criadas por los famosos cowboys del cono sur, los gauchos. Pero la acelerada expansión de la producción de soya, debido a los elevados precios y a la gran demanda en China, ha orillado a los rancheros a ocupar tierras nuevas y cada vez más pequeñas. Queman los pastizales para renovar la tierra rápidamente, pero este año, debido a una sequía, los fuegos se extendieron sin control. Si sumamos los fuertes vientos, se explica el humo en Buenos Aires.

Es un símbolo poderoso: los orgullosos gauchos sofocados por la soya. Argentina sí que está cambiando.

Esta semana, la soya no es la única fuerza que desplaza a los vaqueros; también lo hace la Feria del Libro de Buenos Aires, la razón de mi viaje. La feria se lleva a cabo en La Rural, enormes terrenos usados para exposiciones agrícolas, donde los terratenientes argentinos subastan, desde hace más de un siglo, su ganado de alta calidad. La feria del libro transformó el lugar, cubrió los mugrosos pisos con alfombras rojas e instaló elegantes puestos. De vez en cuando llega el olor a estiércol. Nosotros, los escritores, preferimos no mencionarlo en nuestras presentaciones.

Aparte del humo, se notan muchos otros cambios en esta ciudad. La última vez que estuve aquí, las tiendas estaban vacías, en las calles había protestas y el Fondo Monetario Internacional (FMI) mandaba. Esta vez Argentina ya no le debe al FMI, la economía prospera y, en el lejano Washington, el FMI se enfrenta a su propia crisis de la deuda, provocando un autoimpuesto ajuste estructural: la organización despide a cientos de sus empleados y echa mano de sus reservas en oro.

Hoy hay menos grafitis que digan “yanquis, regresen a casa” y más… yanquis. El quiebre del mercado en Argentina, en 2001, se debió, en buena medida, a la política monetaria que fijó la paridad del dólar y el peso. La economía estaba demasiado débil para mantener la ilusión, y la moneda se derrumbó. Esta vez, buena parte del auge proviene de que la economía estadunidense está en crisis y el dólar está débil. Buenos Aires, con sus magníficos cafés y sus diseñadores de vanguardia, ganó una reputación entre los vacacionistas estadunidenses como la Europa en descuento: el París barato.

En la feria del libro, alguien del público me preguntó si creía que debería vender sus dólares. Lo acusé de ser un capitalista del desastre, de aprovecharse de la economía estadunidense en sus tiempos de crisis. En este país en el que tantos desastres –golpes de Estado, hiperinflaciones, deuda– han sido oportunidades para que los extranjeros obtengan superganancias, el comentario provoca una buena carcajada. “A la Escuela de Mecánica de la Armada”, le decimos al taxista. “¿Por qué van a la ESMA?”, pregunta. “Porque ahí estamos filmando.” Durante un minuto me da la impresión de que nos va a bajar del coche. Opta por quedarse con su tarifa, pero mantiene un furioso silencio durante todo el viaje.

Entre uno y otro evento del festival, comienzo a trabajar en un documental de mi libro La doctrina del shock, dirigido por Michael Winterbottom y Mat Whitecross, el equipo que hizo Camino a Guantánamo. Esta vez vamos a retomar ese camino unas décadas antes, en Argentina y Chile de los años 70. El centro de tortura de la época más tristemente célebre fue la ESMA, escuela naval convertida en prisión clandestina. Según grupos de derechos humanos, ahí fueron torturados cerca de 5 mil desaparecidos; la gran mayoría fueron asesinados.

En 2002, los militares todavía controlaban la ESMA, mientras que los grupos de derechos humanos, como las Madres de la Plaza de Mayo, estaban marginados del aparato institucional argentino. Personas como mi taxista, que negaban la existencia de la mayoría de los crímenes, aún influían en los debates públicos. Los amigos y los familiares de los desaparecidos recordaban a sus amados con letreros de protesta, vigilias a la luz de velas y fantasmales esténciles pintados sobre las banquetas y las paredes.

Las cosas definitivamente han cambiado. Ahora Buenos Aires tiene un muro conmemorativo oficial, construido a base de 30 mil ladrillos individuales; cada uno representa a uno de los desaparecidos. El monumento fue develado hace menos de seis meses por el entonces presidente Néstor Kirchner. La versión de la historia resguardada por las madres, las abuelas y los hijos de los desaparecidos al fin comienza a ser parte de la historia aceptada de Argentina.

Vemos el cambio más drástico cuando llegamos a la ESMA, ahora controlada por grupos de derechos humanos que transforman las casas embrujadas en un nuevo tipo de escuela, enfocada en el tipo de país que los desaparecidos, la mayoría activistas de izquierda, trataban de construir cuando fueron aniquilados.

Siempre habrá quienes nieguen las atrocidades que aquí sucedieron. Pero el pasado, en Argentina, finalmente se va aclarando, a pesar del humo.

© 2008 Naomi Klein.
Autora de La doctrina del shock, www.naomiklein.org.

Traducción: Tania Molina Ramírez

lunes, marzo 24, 2008

Obama: ser llamado musulmán no implica ser difamado

Naomi Klein

Hillary Clinton negó haber filtrado la fotografía de Barack Obama con un turbante puesto, pero el manager de su campaña dice que aunque lo hubiera hecho, qué importa. “Hillary Clinton ha usado la indumentaria tradicional de los países que ha visitado y las fotos han sido ampliamente difundidas”.

Seguro. Y George W. Bush se puso un encantador poncho en Santiago, y Paul Wolfowitz, entonces presidente del Banco Mundial, salió en YouTube con sus rutinas de danza africana. La evidente diferencia es esta: cuando los políticos blancos se ponen étnicos, simplemente se ven chistosos. Cuando lo hace un contendiente negro a la presidencia, se ve extranjero. Y cuando la indumentaria étnica en cuestión se asemeja vagamente a la que usan los luchadores iraquíes y afganos (al menos a los ojos de mucha audiencia de la cadena Fox, que piensa que cualquier indumentaria en la cabeza que no sea una cachucha de béisbol es una declaración de guerra a Estados Unidos), la imagen es francamente aterradora.

El “escándalo” del turbante es parte de la llamada “difamación musulmana”. Incluye de todo, desde la repetición exagerada del segundo nombre de Obama, a la campaña en Internet que asegura que Obama asistió a una madraza fundamentalista en Indonesia (una mentira), prestó juramento bajo el Corán (otra mentira) y que si fuese electo instalaría bocinas de RadioShack en la Casa Blanca para transmitir el llamado musulmán al rezo (yo me inventé esa).

Hasta ahora, la campaña de Obama ha respondido con agresivas correcciones que venden su fe cristiana y atacan a los atacantes. “Barack nunca ha sido musulmán ni ha practicado otra fe que no sea la cristiana”, declara una hoja informativa. “No soy y nunca he sido de la fe musulmana”, le dijo Obama a un reportero de Christian News.

Claro, Obama tiene que dejar las cosas claras, pero no tiene por qué parar ahí. Lo inquietante de la respuesta de la campaña es que no desafía la vergonzosa y racista premisa tras la “difamación musulmana”: que ser musulmán es, de facto, una fuente de deshonra. Los seguidores de Obama a menudo dicen que son swiftboarded (referencia a una campaña ultraderechista para desprestigiar al entonces candidato John Kerry, atacando su fama como héroe militar en Vietnam. N. de la T.) y aceptan la idea de que ser acusado de ser musulmán equivale a ser acusado de traición.

Sustituyan otra creencia o etnicidad, y se podrán imaginar una respuesta muy distinta. Consideren un informe de los archivos de The Nation. Hace 13 años, Daniel Singer, el fallecido corresponsal en Europa, a quien se extraña mucho, fue a Polonia a cubrir unas reñidas elecciones presidenciales. Reportó que la carrera había descendido a un feo debate acerca de si uno de los candidatos, Aleksander Kwasniewski, era un judío de clóset. La prensa aseguraba que su madre fue enterrada en un cementerio para judíos (ella seguía viva), y un popular programa de televisión transmitió un sketch con el candidato cristiano vestido como un judío jasídico. “Lo que me perturbó”, Singer observó con ironía, “fue que los abogados de Kwasniewski amenazaron con demandar por difamación, en vez de presentar cargos bajo la ley que condena la propaganda racista”.

No deberíamos esperar menos de la campaña de Obama. Cuando se le preguntó durante el debate en Ohio acerca del apoyo de Louis Farrakhan a su candidatura, Obama no dudó en calificar los comentarios antisemíticos de Farrakhan como “inaceptables y reprehensibles”. Durante el mismo debate, surgió la crisis de la foto del turbante, y no dijo nada.

Los tristemente famosos comentarios de Farrakhan acerca de los judíos los dijo hace 24 años. La orgía de odio de la “difamación musulmana” se desarrolla en tiempo real, y promete intensificarse en una elección general. Estos ataques no sólo “difaman la fe cristiana de Barack”, como aseguró John Kerry. Son un ataque a todos los musulmanes, algunos de los cuales en efecto ejercen su derecho a cubrirse la cabeza y llevar a sus hijos a una escuela religiosa. Miles hasta tienen el muy común nombre de Hussein. Todos observan cómo su cultura es usada como un arma contra Obama, mientras que el candidato, símbolo de la armonía racial, no los defiende. Esto, en un tiempo en que los musulmanes estadunidenses sufren violaciones contra los derechos civiles, por parte de la administración Bush, incluyendo intervenciones telefónicas, y enfrentan un documentado incremento en el número de crímenes de odio.

Ocasionalmente, aunque no lo suficientemente seguido, Obama dice que los musulmanes se “merecen respeto y dignidad”. Lo que nunca ha hecho es lo que Singer llamó a que se hiciera en Polonia: denunciar los ataques en sí mismos como propaganda racista, en este caso contra los musulmanes.

Lo esencial de la candidatura de Obama es que sólo él –quien de niño vivió en Indonesia y tiene una abuela africana– puede “reparar el mundo”, tras la bola de demolición de Bush. Ese trabajo de reparación comienza con los mil 400 millones de musulmanes en el mundo, muchos de los cuales están convencidos de que Estados Unidos libra una guerra contra sus creencias. Esta percepción se basa en hechos, entre ellos, el hecho de que los civiles musulmanes no se contabilizan entre los muertos en Irak y Afganistán; que el Islam ha sido profanado en las prisiones manejadas por Estados Unidos; que votar por un partido islámico resultó en más castigo para Gaza. También fue avivada por el incremento en una virulenta clase de islamofobia en Europa y América del Norte.

Como el blanco más visible de este creciente racismo, Obama tiene el poder de ser algo más que su víctima. Puede usar los ataques para comenzar el proceso de reparación global, la promesa más seductora de su campaña. La próxima vez que le pregunten si es musulmán, Obama puede responder no sólo aclarando los hechos, sino dándole la vuelta al asunto. Puede declarar que si bien una relación con una cabildista farmacéutica puede ser digna de ser revelada, ser musulmán no. Cambiar los términos del debate no sólo es moralmente justo sino tácticamente inteligente: es la única respuesta que podría calmar estos odiosos ataques.

La mejor parte es esta: a diferencia de frenar la guerra en Irak y cerrar Guantánamo, enfrentarse a la islamofobia no necesita esperar hasta después de la elección. Obama puede usar su campaña para comenzar desde ahora. Que comience la reparación.

Copyright 2008 Naomi Klein
*Es autora de La doctrina del shock. www.naomiklein.org.
El texto fue publicado en The Nation (www.thenation.com).
Traducción: Tania Molina Ramírez.

lunes, febrero 11, 2008

Estímulos

Naomi Klein*
http://www.naomiklein.org
Copyright 2008 Naomi Klein.
*Autora de La doctrina del shock, el auge del capitalismo del desastre.
Traducción: Tania Molina Ramírez.

La calificadora Moody’s asegura que la clave para resolver los problemas económicos de Estados Unidos es recortar de modo drástico el gasto en seguridad social. La Asociación Nacional de Manufactureros dice que la solución es que el gobierno federal adopte su lista de deseos de nuevos recortes fiscales. Para el Investor’s Business Daily, la respuesta es hacer perforaciones petroleras en el Refugio Nacional Ártico de la Vida Silvestre, “quizá el más importante estímulo de todos”.

Pero, de todos los intentos cínicos por vestir los esfuerzos pro empresariales por acaparar dinero como “estímulos económicos”, el premio tiene que ser para Lawrence B. Lindsey, ex asistente en política económica de George W. Bush y su asesor durante la pasada recesión. El plan de Lindsey es resolver la crisis, disparada por préstamos mal hechos a través de proveer muchos más cuestionables créditos. “Una de las cosas más fáciles que se podría hacer es permitir que los manufactureros y los minoristas” –de modo notable Wal Mart– “abran sus propias instituciones financieras, mediante las cuales podrían prestar y pedir prestado dinero”, escribió recientemente en The Wall Street Journal.

No importa que un número creciente de estadunidenses dejó de pagar sus tarjetas de crédito, atraca sus cuentas 401k (un tipo de fondo de retiro en acciones. N de la T) y pierde sus hogares. Si Lindsey se saliera con la suya, Wal Mart, en vez de perder ventas, podría simplemente prestar dinero para mantener a los consumidores comprando, transformando, en los hechos, las cadenas de megatiendas en tiendas de raya, al viejo estilo, a las cuales los estadunidenses podrían deber sus almas.

Si este tipo de oportunismo en tiempos de crisis suena familiar, es porque lo es. Durante los pasados cuatro años he estado investigando un área poco explorada de la historia económica: la manera en que las crisis han pavimentado el camino para la marcha de la revolución económica de derecha alrededor del mundo. Una crisis pega, se difunde el pánico, y los ideólogos llenan la brecha rápidamente reconstruyendo sociedades, acatando los intereses de los grandes jugadores empresariales. Es una maniobra que yo llamo “el capitalismo de desastre”.

A veces, los desastres que permitieron esto fueron golpes físicos: guerras, ataques terroristas, desastres naturales. Más seguido, fueron crisis económicas: espirales de deuda, hiperinflaciones, choques monetarios y recesiones.

Hace más de una década, el economista Dani Rodrik, entonces en la Universidad de Columbia, estudió las circunstancias en las cuales los gobiernos adoptaban políticas de libre comercio. Sus hallazgos fueron impactantes: “Ningún caso significativo de reforma comercial en un país en desarrollo en los años 80 tuvo lugar fuera del contexto de una seria crisis económica”. Los años 90 mostraron, de modo dramático, que tenía razón. En Rusia, el desplome económico puso el escenario para el remate de las empresas estatales. Luego, la crisis económica asiática en 1997-1998, abrió los “tigres asiáticos” a una frenética actividad de apropiarse de las empresas por parte de extranjeros, un proceso que The New York Times llamó “la mayor venta-por-cierre del mundo”.

Los países desesperados normalmente harán lo que haga falta para conseguir que los rescaten. Un ambiente de pánico también libera las manos de los políticos para que puedan rápidamente promover cambios radicales que de otra manera serían extremadamente impopulares: la privatización de servicios esenciales, el debilitamiento de las protecciones laborales, los acuerdos de libre comercio. En una crisis, el proceso democrático y el debate pueden hacerse a un lado como lujos que no están al alcance del bolsillo.

Las políticas de libre mercado empaquetadas como si fueran curas de emergencia, ¿de verdad remedian las crisis del momento? Para los ideólogos involucrados, eso poco ha importado. Lo que importa es que, como una táctica política, el capitalismo de desastre funciona. El fallecido economista del libre mercado Milton Friedman, en 1982, en el prefacio a su manifiesto Capitalism and Freedom (Capitalismo y libertad), fue quien articuló la estrategia más sucintamente. “Sólo una crisis –de verdad o percibida– produce un cambio real. Cuando esta crisis ocurre, las acciones que se toman dependen de las ideas que andan por ahí. Eso, creo, es nuestra principal función: desarrollar alternativas a políticas existentes, mantenerlas vivas y a la mano hasta que lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable”.

Una década más tarde, John Williamson, consejero clave del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial (mejor conocido por acuñar la frase “el consenso de Washington”), fue más allá. Le preguntó a una conferencia llena de encargados de políticas públicas de alto nivel “si podría ser concebible que tuviera sentido pensar en deliberadamente provocar una crisis para quitar del camino de la reforma el atasco político”.

Una y otra vez, la administración del presidente George W. Bush ha tomado las crisis como una oportunidad para romper los obstáculos a las piezas más radicales de su agenda económica. Primero, una recesión puso el pretexto para hacer un drástico recorte fiscal. Luego, la “guerra contra el terror” abrió la puerta a una era de privatización de la seguridad interna y militar sin precedentes. Tras el huracán Katrina, el gobierno proveyó de condonaciones fiscales, normas laborales reducidas, cerró proyectos de vivienda pública y ayudó a transformar Nueva Orleáns en un laboratorio para escuelas charter (escuelas públicas controladas por una junta autónoma). Todo en nombre de la “reconstrucción” a partir del desastre.

Con este historial, los cabilderos de Washington tenían todo para creer que el miedo a una recesión provocaría una nueva ronda de regalos para los empresarios. Sin embargo, parece que el público se vuelve sabio en lo que se refiere al capitalismo de desastre. Seguro, el paquete de 150 mil millones de dólares es poco más que un disfrazado recorte fiscal, incluyendo un nuevo lote de “incentivos” para los negocios. Pero los demócratas vetaron el más ambicioso intento republicano de apalancar la crisis a través de establecer los recortes fiscales de Bush e ir tras la seguridad social. Por ahora, parece que una crisis creada por un tenaz rechazo a regular los mercados no será “resuelta” a través de darle a Wall Street más dinero de los contribuyentes con el cual apostar.

Sin embargo, si bien los demócratas en la Cámara logran (apenas) mantenerse firmes, al parecer renunciaron a extender los beneficios para el desempleo e incrementar la asistencia alimentaria y el Medicaid (programa de salud para individuos y familias con bajos ingresos, financiado por los gobiernos federal y estatales, N de la T), como parte del paquete de estímulo. Más importante aún, fracasan rotundamente en usar la crisis para proponer una agenda alternativa, una que contenga soluciones reales a un status quo marcado por crisis periódicas, ya sea ambientales, sociales o económicas.

El problema no es que falten las ideas “vivas y a la mano”, por tomar prestada la frase de Friedman. Hay bastantes por ahí, desde el seguro de salud universal a legislar un salario digno. Cientos de miles de empleos de “cuello verde” (se refiere a empleos relacionados con la sustentabilidad ambiental, N de la T) pueden ser creados a través de reconstruir la debilitada infraestructura pública, de modo que incluya más transporte público y energías renovables. ¿Necesitan fondos para comenzar? Cierren el vacío fiscal para los fondos de riesgo e impongan el impuesto Tobin, propuesto desde hace mucho tiempo para las transacciones monetarias. ¿El extra? Un mercado menos volátil y menos propenso a las crisis.

La manera en que elegimos responder a las crisis siempre tiene una gran carga política, una lección que parece que los progresistas han olvidado. Hay una ironía histórica: las crisis han abierto la puerta a algunas de las mayores políticas progresistas. Destaca un caso: tras la dramática falla del mercado, en el crack de 1929, la izquierda estaba lista, con ideas: pleno empleo, enormes obras públicas, campañas sindicales masivas. El sistema de seguridad social que Moody’s está tan entusiasmado por quitar fue una respuesta directa a la Gran Depresión.

Toda crisis es una oportunidad, alguien la explotará. La pregunta que enfrentamos es ésta: la actual turbulencia, ¿se volverá un pretexto para transferir aún más riqueza pública a manos privadas, para acabar con los últimos vestigios del Estado de bienestar social, todo en nombre del crecimiento económico? ¿O este último fracaso de los mercados sin restricción será el catalizador que se necesita para revivir un espíritu de interés público, para tomar en serio las apremiantes crisis de nuestros tiempos, desde la abismal desigualdad al calentamiento global a una fracasada infraestructura?

Los capitalistas del desastre han llevado las riendas durante tres décadas. El tiempo ha llegado, una vez más, para el populismo del desastre.

jueves, enero 24, 2008

Terapia de choque para la nación

El mundo vio el 14 de octubre de 2007 un video en el que agentes de la policía montada canadiense usaron una Taser contra un hombre polaco en el aeropuerto internacional de Vancouver. El hombre, Robert Dziekanski, murió poco después del ataque. En días recientes han salido a la luz pública más detalles acerca de él. Resulta que el señor de 40 años no sólo murió después de sufrir una descarga eléctrica, su vida también estuvo marcada por choques.

Dziekanski era un joven adulto cuando, en 1989, Polonia comenzó un magno experimento llamado “terapia de choque” para la nación. La promesa era que si el país comunista aceptaba una serie de brutales medidas económicas, la recompensa sería un “país europeo normal”, como Francia o Alemania. El dolor duraría poco, la recompensa sería enorme.

Así que, de la noche a la mañana, el gobierno polaco eliminó los controles de precios, recortó drásticamente los subsidios, privatizó las industrias. Pero, para los trabajadores jóvenes como Dziekanski, lo “normal” nunca llegó. Hoy, aproximadamente 40 por ciento de los trabajadores polacos jóvenes están desempleados. Dziekanski era uno. Había trabajado de cajista y minero, pero durante los últimos años estuvo desempleado y había tenido enfrentamientos con la ley.

Como tantos polacos de su generación, Dziekanski se fue a buscar trabajo en uno de esos países “normales”, en los cuales se suponía que Polonia se convertiría. Tan sólo durante los últimos tres años, 2 millones de polacos se sumaron a este éxodo masivo. Los compañeros de Dziekanski se han ido a trabajar de cantineros en Londres, porteros en Dublín, plomeros en Francia. Dziekanski optó por seguir a su madre a Columbia Británica, Canadá, que está en un boom de construcción pre Olimpiadas.

“Tras esperar siete años, [Dziekanski] llegó a su utopía, Vancouver”, dijo el cónsul general polaco Maciej Krych. “Diez horas después, estaba muerto.”

Mucha de la indignación provocada por el video, filmado por otro pasajero en el aeropuerto, se enfocó en el controvertido uso de las Tasers, ya implicadas en 17 muertes en Canadá y muchas más en Estados Unidos. Pero lo que ocurrió en Vancouver tenía que ver con más que tan sólo un arma. También se trataba de ese lado cada vez más brutal de la economía global. Tenía que ver con la realidad de lo que enfrentan en nuestras fronteras muchas víctimas de varias formas de “terapia de choque”.

Las transformaciones económicas rápidas, como la polaca, han creado enorme riqueza en nuevas oportunidades de inversión, especulación cambiaria, en compañías más eficientes y más mezquinas, capaces de peinar el globo terráqueo en busca de la locación más barata para manufacturar. Pero, de México a China a Polonia, también han creado decenas de millones de personas desechadas, gente que pierde sus empleos cuando las fábricas cierran o que pierde sus tierras cuando se abren zonas de maquila.

Comprensiblemente, mucha de esta gente elige desplazarse: del campo a la ciudad, de un país a otro. Así como parece que Dziekanski hacía: van en busca de ese elusivo “normal”.

Pero no hay suficiente normal que alcance para todos. O al menos eso nos hacen creer. Así que conforme los migrantes se mueven, muchas veces se tienen que enfrentar con otros choques. Una traicionera valla de alambre de cuchillas que protege los enclaves norafricanos de España o una pistola Taser en la frontera de México con Estados Unidos. Canadá, que antes era mundialmente reconocido por su apertura hacia los refugiados, ahora militariza sus fronteras y la línea divisoria entre inmigrante y terrorista se vuelve cada vez más borrosa.

El trato inhumano que Dziekanski recibió de la policía canadiense debe ser visto en este contexto. La policía fue llamada cuando Dziekanski, perdido y desorientado, comenzó a gritar en polaco y, en determinado momento, arrojó una silla. Enfrentados con un extranjero como Dziekanski, que no hablaba inglés, ¿para qué hablar si se puede aplicar una descarga eléctrica? Se me ocurre que la misma lógica brutal, de la ruta más corta, guió la transición económica de Polonia hacia el capitalismo: ¿para qué tomar la ruta gradual, que requería de debate y aprobación, cuando la “terapia de choque” prometía una cura instantánea, aunque dolorosa?

Sé que estoy hablando de muy diferentes tipos de choques, pero sí se interconectan en un ciclo que llamo “la doctrina del choque”. Primero viene el choque de una crisis nacional, que orilla a los desesperados países a cualquier tipo de cura, dispuestos a sacrificar un proceso democrático. En 1989, en Polonia, ese primer choque fue el repentino fin del comunismo y el derrumbe económico. Después vino la terapia de choque económico, el proceso antidemocrático pasado a través de una ventana de crisis que logró que el crecimiento económico arrancara, pero que sacó a mucha gente de la foto.

En demasiados casos hay un tercer choque, el que disciplina y se encarga de la gente desechada: los desesperados, los migrantes, aquellos a los que el sistema enloquece.

Cada choque tiene el potencial de matar, algunos más repentinamente que otros.

lunes, diciembre 24, 2007

Alerta roja zapatista

San Cristóbal de las Casas. Los nacimientos navideños abundan en esta ciudad colonial en los Altos de Chiapas. Pero el que recibe a los visitantes en la entrada al centro cultural TierrAdentro tiene su propio guiño local: las figuritas en burros usan pasamontañas y portan armas de madera.

Es la temporada alta del “zapaturismo”, la industria de viajeros internacionales que surgió en torno al levantamiento zapatista, y TierrAdentro es la zona cero. Los carteles, la joyería y los telares hechos por los zapatistas se venden rápido. En el restaurante, en el patio, donde a las diez de la noche el ambiente es festivo, los estudiantes universitarios toman cerveza Sol. Un joven muestra una fotografía del subcomandante Marcos, como siempre en pasamontañas y con pipa, y la besa. Sus amigos toman una foto más de este tan documentado movimiento.

Me conducen en medio de quienes festejan, hacia un cuarto en la parte trasera del centro, cerrado al público. Aquí, el sombrío ambiente parece a un mundo de distancia. Ernesto Ledesma Arronte, un investigador de 40 años, con cola de caballo, está encogido sobre unos mapas militares e informes de incidentes de derechos humanos. “¿Entendiste lo que dijo Marcos?”, me pregunta. “Fue muy fuerte. No ha dicho nada parecido en muchos años”.

Arronte se refiere a un discurso que dio Marcos la noche anterior (16 de diciembre) durante el Primer Coloquio Internacional Planeta Tierra: Movimientos Antisistémicos. El discurso se titulaba “Sentir el rojo. El calendario y la geografía de la guerra”. Como se trataba de Marcos, era poético y ligeramente elíptico. Pero para los oídos de Arronte era una alerta roja. “Quienes hemos hecho la guerra sabemos reconocer los caminos por los que se prepara y acerca”, dijo Marcos. “Las señales de guerra en el horizonte son claras. La guerra, como el miedo, también tiene olor. Y ahora se empieza ya a respirar su fétido olor en nuestras tierras”.

La valoración de Marcos apoya lo que Arronte y sus colegas investigadores del Centro de Análisis Político e Investigaciones Sociales y Económicas (CAPISE) han estado rastreando con sus mapas y gráficas. Ha habido un marcado incremento en la actividad de las 56 bases militares permanentes que el Estado mexicano tiene en territorio indígena en Chiapas. Están modernizando las armas y el equipo, nuevos batallones están entrando, incluso fuerzas especiales. Todos estos son los signos de la escalada militar.

Los zapatistas se volvieron un símbolo global para un nuevo modelo de resistencia, por tanto, era posible olvidar que la guerra en Chiapas nunca había terminado. Marcos, a pesar de su identidad clandestina, desafiante, ha desempeñado un papel abierto en la política mexicana, sobre todo durante las reñidas elecciones presidenciales de 2006. En vez de respaldar al candidato de centro-izquierda, Andrés Manuel López Obrador, fue punta de lanza de la paralela “otra campaña”, y llevó a cabo concentraciones donde la atención se centraba en asuntos ignorados por los candidatos principales.

En este periodo, el papel de Marcos como dirigente militar del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) pareció desvanecerse. Era el Delegado Zero, el anticandidato. Anoche, Marcos anunció que la conferencia sería su última aparición en actividades de este tipo (encuentros, mesas redondas, entrevistas). El EZLN “es un ejército, muy otro por cierto, pero es un ejército”, le recordó al público, y él es el “jefe militar”.

Ese ejército enfrenta una nueva y grave amenaza, una que llega al corazón de la lucha zapatista. Durante el levantamiento de 1994, el EZLN tomó grandes extensiones de tierra y los colectivizó, su victoria más tangible. En los Acuerdos de San Andrés, el derecho de los pueblos indígenas al territorio fue reconocido, pero el gobierno mexicano se ha rehusado a cumplir con esos acuerdos. Tras fracasar en consagrar estos derechos, los zapatistas decidieron transformarlos en hechos. Formaron sus propias estructuras gubernamentales, llamadas juntas de buen gobierno, y redoblaron los esfuerzos de construcción de escuelas y clínicas autónomas. Conforme los zapatistas expanden su papel como el gobierno de facto en grandes extensiones de Chiapas, la determinación de los gobiernos federal y estatal para socavarlos se intensifica.

“Ahora”, dice Arronte, “tienen su método”. El método es usar el profundo deseo de los campesinos de Chiapas de tener tierras contra el deseo de los zapatistas. La organización de Arronte documentó que en sólo una región el gobierno ha gastado cerca de 16 millones de dólares en expropiar tierras y dárselas a muchas familias vinculadas al notoriamente corrupto Partido Revolucionario Institucional. Seguido, la tierra ya está ocupada por familias zapatistas. Más ominoso es el hecho de que muchos de los nuevos “dueños” están vinculados a grupos paramilitares, que tratan de sacar a los zapatistas de las tierras que tienen nuevos títulos de propiedad. A partir de septiembre, ha habido una marcada escalada de la violencia: disparos lanzados al aire, brutales golpizas, familias zapatistas que reportan amenazas de muerte, de violaciones y de descuartizamientos. Pronto, los soldados en sus barracones podrían tener la excusa que necesitan para descender: restaurar la “paz” entre los grupos indígenas que disputan entre sí. Durante meses, los zapatistas han resistido la violencia y han tratado de dar a conocer estas provocaciones. Pero debido a que eligieron no alinearse con López Obrador en las elecciones de 2006, el movimiento adquirió poderosos enemigos. Y ahora, dice Marcos, sus llamados de auxilio se topan con un ensordecedor silencio.

Hace una década, el 22 de diciembre de 1997, tuvo lugar la masacre de Acteal. Como parte de la campaña antizapatista, un grupo de paramilitares abrió fuego dentro de una pequeña iglesia en el poblado de Acteal, matando a 45 indígenas, 16 de ellos niños y adolescentes. Algunos de los cuerpos fueron macheteados. La policía estatal escuchó los disparos y no hizo nada. Durante los pasados casi tres meses, La Jornada ha destacado, con una amplia cobertura, el trágico décimo aniversario de la masacre.

En Chiapas, sin embargo, mucha gente señala que las condiciones actuales se sienten terriblemente familiares: los paramilitares, las crecientes tensiones, las misteriosas actividades de los soldados, el renovado aislamiento del resto del país. Y tienen una súplica para aquellos que los apoyaron en el pasado: no sólo miren hacia atrás, miren hacia adelante y eviten otra masacre de Acteal.

Copyright 2007 Naomi Klein.
www.naomiklein.org.

lunes, noviembre 05, 2007

Respuesta ante los desastres, para los elegidos

Naomi Klein

Antes, me preocupaba porque Estados Unidos estaba controlado por extremistas que sinceramente creían que se acercaba el Apocalipsis y que ellos y sus amigos serían aerotransportados a una celestial seguridad. Ya cambié de opinión. El país sí está bajo el control de extremistas empeñados en representar el clímax bíblico –la salvación de los elegidos y la quema de las masas–, pero sin una intervención divina. El cielo puede esperar. Gracias a los prósperos negocios de los privatizados servicios contra desastres, obtenemos el Éxtasis aquí en la Tierra.

Miren que lo pasa en el sur de California. Mientras los incendios devoraban franjas enteras de la región, algunas casas en el corazón del infierno permanecían intactas, como si las salvara un poder superior. Pero no era la mano de Dios; en varios casos fue obra de Firebreak Spray Systems. Firebreak es un servicio especial ofrecido a los clientes del gigante de seguros American Internacional Group, pero sólo si viven en los códigos postales con la población más rica del país. Los miembros del Grupo de Clientes Privados de la compañía pagan un promedio de 19 mil dólares para que rocíen sus hogares con una sustancia antinflamable. Durante los incendios, las “unidades móviles” –que van de un lugar a otro en camiones de bomberos rojos– en ocasiones llegaron a extinguir incendios para sus clientes.

Un consumidor describió una escena de la moderna Revelación. “Imagínese. Ahí está usted, en ese feroz incendio. Hay humo por todas partes. Hay llamas por todas partes. Las columnas de humo ascienden detrás de las montañas”, dijo a Los Angeles Times. “Llega un par de tipos en lo que parece ser un camión de bomberos, expertos entrenados para combatir el incendio y están ahí para proteger tu hogar”.

Y sólo tu hogar. “Hubo algunos casos”, le dijo uno de los bomberos privados a Bloomberg News, “en los que mientras rociábamos (una casa), la del vecino se prendía como una vela”. Debido a que los departamentos públicos contra incendios fueron reducidos a su mínimo, lejos quedaron los días de la Respuesta Rápida, cuando todos tenían derecho a la misma protección. Ahora, los desastres naturales, cada vez más intensos, serán enfrentados con un nuevo modelo: la Respuesta Éxtasis.

Durante la temporada de huracanes del año pasado, se les ofreció a los dueños de hogares en Florida una costosa salvación similar, a través de HelpJet, una agencia de viajes fundada bajo la promesa de transformar “una evacuación de huracán en unas vacaciones de jet-setter”. A cambio de una cuota anual, un conserje de la compañía se hacía cargo de todo: transportación a la terminal aérea, viaje de lujo, reservaciones en hoteles de cinco estrellas. Sobre todo, HelpJet representa una puerta de escape frente a los fracasos gubernamentales, como el de Katrina. “No tiene que hacer fila, no tiene que lidiar con muchedumbres, nomás viva una experiencia de primera clase”.

HelpJet está a punto de enfrentar la competencia de jugadores mucho mayores. Al norte de Michigan, durante la misma semana en la que los fuegos californianos ardían, la comunidad rural de Pellston estaba en medio de un intenso debate público. El pueblo está a punto de convertirse en la sede del primer centro nacional de respuesta ante desastres completamente privatizado.

El plan fue idea de Sovereign Deed, una nueva y poco conocida compañía, vinculada con la empresa mercenaria Triple Canopy. Al igual que HelpJet, Sovereign Deed trabaja bajo un “cuota de membresía tipo club campestre”, según el vicepresidente de la compañía, el jubilado general brigadier Richard Mills. A cambio de una cuota única de 50 mil dólares, seguida de pagos anuales de 15 mil dólares, los miembros reciben “servicios integrales de respuesta ante catástrofes”, en caso de que su ciudad sea víctima de un desastre ocasionado por el hombre, que podría “causar severas amenazas a la salud pública y/o a su bienestar” (léase: un ataque terrorista), un brote de una enfermedad o un desastre natural. La membresía básica incluye acceso a medicina, agua y comida, mientras que aquellos que paguen “servicios de lujo escalonados” podrán contar con misiones de rescate VIP.

Así como muchas otras compañías privadas contra desastres, Sovereign Deed vende un escape del cambio climático y del fracaso del Estado a través de presumir los niveles de acceso y las conexiones que sus ejecutivos amasaron mientras trabajaban para ese mismo Estado. Recientemente, en Pellston, Mills explicó: “La realidad de la FEMA (Agencia Federal de Manejo de Emergencias) es que no tiene infraestructura, y buena parte de nuestra Guardia Nacional está en otro lado”. Sovereign Deed, por otra parte, asegura que tiene “acceso directo y arreglos especiales con varios centros de información nacionales e internacionales. Estos arreglos exclusivos permitieron que nuestro Centro de Operaciones de Emergencia… le diera a nuestro miembros esa crucial ventaja en tiempos de crisis”. En esta versión secular del Éxtasis, la mano de Dios es innecesaria. Cuando tienes jubilados ex agentes de la CIA y ex Fuerzas Especiales elevando a los elegidos hacia la seguridad, no hay necesidad de rezar, nomás de pagar. ¿Y quién necesita una Nueva Jerusalén celestial cuando puedes tener a Pellston, con sus flexibles políticos locales y su sorprendentemente moderno aeropuerto regional?

Pronto, Sovereign Deed podría estar compitiendo con Blackwater USA, cuyo presidente ejecutivo, Eric Prince, recientemente escribió acerca de sus planes de ofrecer servicios “integrales”, incluyendo asistencia humanitaria en casos de desastre. Cuando el fuego estalló en el condado de San Diego, cerca del sitio propuesto para la controversial base de Blackwater West, la compañía de inmediato aprovechó la oportunidad para comprobar su pertinencia. Blackwater podría haber sido el “centro operativo táctico para los incendios en el Condado Este”, dijo el vicepresidente de la compañía, Brian Bonfiglio. “¿Se puede imaginar cuánto hubiera beneficiado si estuviésemos en operaciones?” Para presumir su capacidad, Blackwater ha estado distribuyendo los tan necesitados alimentos y cobijas a la población de Potrero, California. “Esto es algo que siempre hemos hecho”, dijo Bonfiglio. “Esto es lo que hacemos”. De hecho, lo que Blackwater hace, como los iraquíes han aprendido con dolor, es no proteger a las comunidades enteras o los países sino “proteger al principal”, y el principal viene a ser quien pagó las armas de fuego y el equipo de Blackwater.

La misma lógica de paga-para-ser-salvado gobierna a todo este nuevo sector de administración de los desastres al estilo club campestre. Hay, claro, otro principio que podría guiar nuestras respuestas colectivas en un mundo propenso a los desastres: la simple convicción de que todas las vidas tienen el mismo valor.

Para cualquiera que aún cree en esta descabellada idea, llegó la hora de, urgentemente, proteger el principio.