viernes, septiembre 15, 2006

MA Granados Chapa y L Meyer son unas piolas

El espíritu (enfermo) de nuestra democracia
Lorenzo Meyer

El miedo que se infundió en un amplio número de ciudadanos desde el gobierno pone a los mexicanos a temerle a la democracia. En un afán por proteger a los grupos de poder, podemos poner en riesgo la paz social.

Hipótesis

Una democracia construida sobre la base del miedo no es otra cosa que miedo a la democracia. ¿Puede ser éste el caso de México? Niall Ferguson, el historiador de Harvard, explica algunos de los grandes estallidos de violencia regional en el siglo XX como consecuencia imprevista de la decadencia de los imperios y del miedo que eso genera. En efecto, la desintegración de una forma autoritaria de control inevitablemente produce reacciones de miedo entre las élites que hasta entonces se habían beneficiado de ese modo no democrático de gobernar. A los hasta entonces ganadores les invade un temor que puede convertirse en disparador de acciones mal concebidas que pueden desembocar no sólo en resistencia al cambio sino en tragedia, como ocurrió, por ejemplo, en India al momento en que los británicos se retiraron después de la Segunda Guerra Mundial. Pues bien, esta sencilla hipótesis puede adaptarse al caso mexicano y arrojar luz, no sobre una violencia que hasta ahora se ha evitado, sino sobre los orígenes del miedo, las resistencias y la crispación de ciertos grupos e intereses privilegiados que se niegan a modificar los viejos arreglos ("The Next War of the World", Foreign Affairs, septiembre/octubre, 2006).

La decadencia que se inició hace ya cuatro decenios en ese peculiar tipo de imperio hacia adentro que fue el largo régimen priista en México en el siglo XX, concluyó en el año 2000 con lo que parecía un cambio real de régimen. En el primer momento, no hubo reacción adversa de importancia de los grandes intereses creados durante la larga estabilidad autoritaria: empresarios nativos o extranjeros, sindicatos, alta burocracia, alto clero, Ejército, etcétera. Las clases dominantes no sintieron mayor temor porque, en esencia, el arranque de la democracia electoral mexicana resultó ser un juego muy seguro para ellas. Y es que, forzosamente, la contienda del 2000 tendría que concluir con una continuación del PRI, o con un gobierno encabezado por el PAN, pues la izquierda ya había perdido la fuerza mostrada en 1988, el año del gran fraude. En esas condiciones, quien fuera el ganador terminaría por apoyarse en la misma trama de intereses. Es más, Vicente Fox resultaba incluso una mejor opción porque daría la sensación de cambio y renovaría la legitimidad del sistema de poder y control pero mantendría el statu quo.

Seis años después la situación fue otra pues se había abierto de nuevo la posibilidad de un triunfo de la izquierda. Una izquierda no revolucionaria pero que podía afectar ciertos arreglos ilegítimos hechos bajo el antiguo orden y preservados por Fox. Una izquierda que mantendría el capitalismo pero que trataría de poner el acento en la disminución de la inequidad en la distribución del ingreso, en la mejora de la recaudación fiscal -un fisco que apenas recauda el 12 por ciento del PIB no puede hacer frente a los compromisos de la izquierda-, en su oposición a la privatización del petróleo y la energía eléctrica. En fin, que lo que no estuvo en juego en el 2000 sí lo estaba en el 2006 y eso alarmó y atemorizó a nuestras muy conservadoras élites empresariales, a la alta burocracia panista, a ciertos obispos, y a parte de lo que queda del antiguo régimen como el SNTE o ciertos gobiernos locales priistas.

La atmósfera del miedo

No se necesita ser un observador agudo para detectar que el temor mezclado con el enojo fue un componente central de la atmósfera que envolvió al proceso electoral adelantado. La defensa de los poderosos intereses creados ante la muy relativa amenaza de una izquierda no radical, empezó con el uso de los videos que pusieron en duda uno de los puntos fuertes del precandidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador (AMLO): su honradez. Fracasado ese intento, se puso en marcha un "Plan B" -el desafuero- para, finalmente, tras otra frustración, apostar todo a un "Plan M": el del miedo.

Esta vez, la élite del poder, encabezada realmente por el presidente de la República y no por el candidato del PAN, logró su objetivo: transferir su temor a una buena parte de las clases medias e incluso a segmentos de las populares, mediante una bien diseñada y financiada campaña de angustia en televisión, radio, prensa e internet: AMLO presentado como "un peligro para México", como seguidor de los pasos de Hugo Chávez, como el que "te va a quitar tu casa", etcétera. La izquierda, de tiempo atrás confiada en las encuestas que aseguraban su triunfo, tardó en percatarse de los efectos de tamaña estrategia y cuando reaccionó, ya había perdido un tiempo y un espacio irrecuperables.

Todo esto, más una serie de maniobras el día de la elección que hoy se dejan ver en los votos que sobraron o faltaron en las pocas casillas que se han logrado abrir, la actuación electoral "profesional" del SNTE, de ciertos gobernadores del PRI y de las instituciones electorales, especialmente del TEPJF, que reconoció que hubo infracciones importantes a la ley por parte del Presidente y de empresarios pero que, concluyó, no podían medirse con certeza y por eso no las tomó en cuenta, terminaron por imponer a duras penas -por medio punto porcentual- el triunfo formal de una derecha autodenominada "pacífica" sobre una izquierda calificada por ella como "violenta".

Los efectos del espíritu del miedo

Michael Lerner, un rabino norteamericano empeñado en hacer frente a la derecha religiosa que hoy domina el debate y la política en Estados Unidos, interpreta el choque político y cultural de Occidente en los últimos milenios como una dicotomía: un enfrentamiento entre dos visiones del mundo y de la naturaleza humana, entre "la voz del miedo y la voz de la esperanza". Para este autor, en contraste con el "paradigma de la esperanza", el "paradigma del miedo" se nutre de una visión donde cada individuo está en lucha con el resto y donde la vida es vista como un combate de todos contra todos. Desde esta atalaya la seguridad individual, familiar, comunal y nacional, depende de imponer los intereses propios sobre los del resto, antes de que ellos se impongan sobre los propios. Para quienes se guían por esta visión, el egoísmo y no la generosidad es lo único que finalmente tiene sentido. En la práctica, afirma Lerner, es la derecha la que está mejor equipada para sacar provecho de un entorno donde el factor dominante es ya el miedo ("The Voice of Fear and the Voice of Hope", Tikkun, Vol. 21, marzo/abril, 2006, pp. 25-33). Lo anterior se aplica perfectamente al caso mexicano.

Un entorno donde domina el sentimiento de ansiedad y miedo -como fue el que crearon en ciertos sectores mexicanos la propaganda diseñada para el PAN por especialistas en campañas negativas como Dick Morris, norteamericano, y Antonio Solá, español (Proceso, 10 de septiembre, 2006)- bien puede afectar la capacidad de razonar, pues el temor lleva a que se dirija la atención colectiva a la supuesta amenaza y debilita la capacidad de asimilar correctamente la información. En ese ambiente, el individuo pierde capacidad de tolerancia, acaba por apoyarse en estereotipos y desarrolla animosidad a todo lo que es diferente. Tras revisar las últimas investigaciones en la materia, Leonie Huddy ha concluido que, por su naturaleza, el miedo tiende a perpetuarse, a retroalimentarse, especialmente si se fomenta por los medios de información y las dirigencias políticas ("Fear and How It Works: Science and the Social Sciences", Social Research, Vol. 71, No. 4, Invierno 2004, pp. 801-805). De nuevo, la generalización tiene su contraparte aquí y ahora.

Cuando el miedo político logra invadir partes fundamentales de la sociedad, la libertad simplemente se hace imposible y la violencia, dentro o entre las naciones, se convierte en un desenlace probable. En tal contexto, el mejor o único antídoto no es otro que una buena educación. Sólo esa educación y la información de calidad permiten a los ciudadanos llegar a ser realmente tales y actuar libres de prejuicios en vez de ser manipulados por quienes usan el temor como instrumento principal (Stanley Hoffman, "Thoughts on Fear in Global Society", Social Research, Vol. 71, No. 4, Invierno 2004, pp. 1023-1036). En este punto, el de la educación ciudadana, México tiene un gran flanco descubierto.

De persistir la atmósfera de temor y prejuicio que fue fomentada por y desde el poder en la campaña electoral del 2006, México va a vivir una democracia del miedo. Y eso es una contradicción insostenible, pues finalmente se trataría de un miedo a la democracia, una condena a mantener una atmósfera de tensión, de desasosiego, que bien podría acabar con lo poco ganado desde el 2000 y con la paz social.



Destruir votos que queman
Miguel Ángel Granados Chapa

La renuencia del IFE a transparentar la elección, expresada en la negativa a poner a disposición de ciudadanos los paquetes electorales, se manifiesta igualmente en su respuesta a la petición del Presidente electo de preservar la documentación el mayor tiempo posible

Ni siquiera es buen lector el consejero presidente del Instituto Federal Electoral Luis Carlos Ugalde. Leyó un sustantivo donde había un verbo. No tiene importancia el leve desliz, salvo porque indica la nerviosa prisa que lo asaltó el martes para responder cuanto antes a un pedido de su amigo, el presidente electo Felipe Calderón, y para esconderse tras una mampara formal contra la transparencia.

Calderón, que no se atrevió durante las fases de cómputo y calificación electorales a admitir el recuento de los votos, tampoco se animó a sumarse explícitamente a la iniciativa de varias fuentes ciudadanas que quieren emprenderlo ahora, concluido el proceso electoral. Pero solicitó a Ugalde un acuerdo para "preservar el material electoral durante el tiempo que sea posible". Lo pidió consciente de que hace falta, aunque no lo diga, abonar "la certeza y confianza de los ciudadanos en las instituciones" y "contribuir al mejor entendimiento entre los mexicanos".

Con celeridad que el IFE no muestra cuando se trata de atender pedidos ciudadanos, Ugalde respondió con un innecesario argumento formalista, y más todavía, letrístico: dijo que "el término 'preservación' que usted propone en su carta no figura en la legislación electoral actual para referirse al uso o destino de los materiales y documentación electoral". Tiene razón: esas palabras, preservar o preservación, no aparecen en los textos legales, pero sí la función sustantiva que esos vocablos indican: mantener la integridad de dichos materiales, primero hasta la conclusión del proceso electoral y, terminado éste, hasta el momento de su destrucción.

Tal desenlace, hacer desaparecer las papeletas, está efectivamente previsto por la ley. Pero el artículo 254 del Código, que dispone la destrucción de la documentación electoral, otorga al instituto electoral la potestad de decidir cuándo y cómo consumarla. Lo hace su consejo a través de un acuerdo del Consejo General, que hasta ahora no ha sido adoptado. Es oportuno, por lo tanto, que en la deliberación que corresponda, cuando el tema sea sujeto a discusión, se consideren los pedidos del Presidente electo y los que implícitamente han sido formulados por medios de información y ciudadanos que piden revisar los votos emitidos el 2 de julio.

Hace seis años, el Consejo General del IFE no mostró en modo alguno urgencia por deshacerse de los materiales, por bromoso que fuera mantenerlos en las bodegas de los consejos distritales. Aguardó más de siete meses para concretar la disposición de artículo 254, y en enero de 2001 emitió los "lineamientos para la destrucción de los sobres que contienen la documentación electoral de las elecciones federales de 2000". En ellos dispuso que dicha documentación se destruyera en la sede de las juntas distritales ejecutivas "máximo 30 días después de aprobado el presente acuerdo". La destrucción concluyó, en consecuencia, el 22 de febrero siguiente.

En el IFE se desliza la afirmación, falsa, de que en este año ese momento debe ocurrir durante diciembre, porque así está previsto en un programa administrativo, elaborado antes de la jornada electoral. Debe quedar claro que esa anticipación logística carece en absoluto de fuerza legal, y que es posible, en consecuencia, que Ugalde considere el pedido de Calderón, que le solicitó "que en el marco de sus atribuciones sea promovido al interior del consejo que dignamente preside, el acuerdo necesario" para mantener disponible el material electoral. En las actuales circunstancias, un acuerdo que fije un lapso menor que el establecido en 2000, como mínimo, sólo contribuiría a espesar el ambiente contrario a la transparencia que priva en los órganos electorales.

El IFE se ha mostrado renuente a ofrecer a los diversos solicitantes acceso a las papeletas donde los ciudadanos expresaron su voto el 2 de julio. Entre otros peticionarios, el 8 de agosto el semanario Proceso demandó diversa documentación electoral. Al concluir el lapso inicial previsto por la ley para responder, el IFE practicó una ampliación del término, posible también legalmente, y sólo el 5 de septiembre emitió su respuesta, que fue negativa. Está abierto el término para iniciar el recurso de revisión dentro del propio Instituto, recurso administrativo que suele ser meramente formal pues rara vez los órganos llamados a revisar sus propias decisiones las modifican. Es de temerse, en consecuencia, sobre todo a la luz de la respuesta de Ugalde a Calderón, que se confirme la negativa inicial.

En ese momento será posible acudir a otros modos y mecanismos legales, como un juicio ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación o demandas de amparo ante la justicia federal. Dado el carácter especioso de la respuesta del IFE (que acude a un precedente judicial que lo favorece y oculta otro, posterior, en sentido contrario), un juicio de garantías realizado a derechas satisfaría el interés ciudadano, asegurando además la preservación de la materia sobre la que el proceso versare.

Pueden recorrerse otros caminos. La doctora Irma Sandoval, especialista en el tema, ha propuesto pedir al Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI) un pronunciamiento sobre el tema, como guardián que debe ser de la transparencia y aunque carezca de facultades en la materia. Su presidente Alonso Lujambio, que como consejero electoral libró batallas contra la opacidad en el financiamiento de campañas electorales, está especialmente llamado a promoverlo.

Cajón de Sastre

Los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional, que padecieron derrotas en las elecciones capitalinas, enfrentan ahora secuelas que pueden afectar aún más su precaria posición en el Distrito Federal. El comité panista, dirigido por Carlos Gelista, ha sido sometido a examen, y una de las posibilidades posteriores a ese análisis es la supresión del comité y su reemplazo por una delegación. Esa es la medida estatutaria, de carácter centralista, con la que el PAN enfrenta crisis de involución como la que sufre el panismo de la Ciudad de México. La derrota de ese partido hace tres años puso en jaque también a su líder, entonces José Luis Luege, que sin embargo ascendió en la jerarquía de su partido hasta hacerse secretario de Estado. En el PRI los desafectos a Beatriz Paredes y a María de los Ángeles Moreno, que no pudieron impedir la postulación de la primera, pretenden cobrarle cuentas, y han llegado más de una vez a la agresión física. Olvidan que la declinación priista en el DF data de tiempo atrás.

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