sábado, octubre 14, 2006

Deber y haber de AMLO y Calderón

Mi comentario preliminar:
El siguiente artículo de Carlos Fuentes, hombre de letras, me recordó un fragmento de texto que apareció en la revista Magazine Littéraire sobre Heidegger:
"Elèves et disciples soulignent souvent que les écrits politiques du philosophe sont d´une flagrante médiocrité et d’un aveuglement que n’excusent pas ses préoccupations d’alors"

Carlos Fuentes pareciera que vive en otro México. Por un lado, le cede una postura difícil a Calderón porque debe lidiar con una fuerte oposición y porque debe representar los intereses de todos los mexicanos y no los intereses del clan español encabezado por Aznar, de la ultraderecha mexicana, de la Doña Gordillo, de la Iglesia, y de otros "igualmente interesados". Menciona que "él no le agradece la presidencia a ningún grupo especial".
Por otro lado, supone que los votos de los mexicanos llevaron a Calderón a la presidencia. Pareciera que el autor vive en un México que no acaba de experimentar un golpe de estado electoral diseñado o apoyado por fuerzas de la derecha antes mencionadas. También le cede a Calderón un lugar diferente al de esas fuerzas. Sin embargo sabemos que Calderón es parte de ese clan y que le debe por completo la presidencia a todos esos intereses particulares ajenos a la mayoría de los mexicanos. Simplemente leyendo la edición especial que le dedicó la revista Proceso a los candidatos presidenciales es posible constatar la evidente relación entre la corta trayectoria política de Calderón y las fuerzas de derecha.
Después, el autor continua con varios ejemplos sobre formaciones de gabinetes para mostrar que el éxito del próximo presidente electo depende de un grupo compuesto de buenos asesores. ¿Quién no sabía eso?
En fin, su artículo hasta parece que lo escribió algún niño bien de Letras Libres. Después de leerlo, considero que sus novelas le salen mejor. No dudaría que en el siguiente sexenio se ganara el Nobel si continúa emitiendo ese tipo de opiniones. Mejor me permito recomendar la lectura de la columna vecina de Lorenzo Meyer.
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Carlos Fuentes
Reforma
El país le debe a Andrés Manuel López Obrador el haber puesto el tema de la pobreza en el centro de la agenda nacional. La pobreza es el fantasma que recorre la historia de México, por lo menos desde que Alejandro von Humboldt nos describió, en 1801, como el país de la desigualdad. Un mendigo sentado en una montaña de oro. Un peón ensombrerado y envuelto en sarape durmiendo la siesta eterna. Todos estos lugares comunes de la insuficiencia nacional encontraron en la campaña de López Obrador exactamente eso: espacio y comunidad, plaza y masa. ¿No es hora de convertir lo ganado en la calle en lo ganable en el foro?
El fantasma de la pobreza nos espanta de noche y lo olvidamos al despertar. No han faltado los clarinazos al amanecer. En la era de la Ilustración mexicana, la Reforma Liberal, Ignacio Ramírez se preguntó: "¿Qué hacemos con los pobres?" y Julieta Campos, un siglo más tarde, retomó el título y el tema en un libro capital para entender al México invisible. Para Campos, es necesario enfatizar las soluciones desde abajo, la salud económica de aparceros, ejidatarios, campesinos, pequeños comerciantes, empresarios medios, propietarios medios y pequeños, trabajadores de fábrica, habitantes de los barrios, con sistemas de crédito local e inversiones básicas en educación, salud y comunicaciones.
No dice otra cosa Carlos Slim en apoyo a una política de ascenso económico que, sólo ella, puede crear una sana economía de mercado: "La pobreza no crea mercado". Y no es otro el mensaje de Bill Clinton, cuando, en el centro mismo de la iniciativa global que lleva su nombre, sostiene que la pobreza extrema puede ser eliminada mundialmente en un par de décadas. Bastaría una contribución del 0.5% del producto interno bruto de los países ricos en un mundo donde sólo el 20% de la población mundial recibe el 80% del ingreso mundial y tres mil millones de seres humanos -la mitad de la población de la tierra- viven en grados diversos de pobreza.
De los buenos propósitos a la práctica. Chile ha logrado un rápido desarrollo económico con políticas laborales y distributivas que han disminuido en buen grado la pobreza, de acuerdo con el principio de Ricardo Lagos: no empobrecer a los ricos, sino enriquecer a los pobres. Y Lula da Silva, en Brasil, ha presidido un descenso de la pobreza que afectaba a un 28% de la población, a un 23% este año. El ingreso real de los hogares brasileños más pobres aumentó en un 28% entre 2004 y 2005 y esto se logró sin inflación, sin déficits, con más educación y aumentos considerables del salario mínimo. El comercio en el noroeste aumentó en un 16% el año pasado (The Economist, Londres y Fundación Getulio Vargas, Sao Paulo).
También es cierto que Lula ha podido aplicar sus políticas sociales gracias a la continuidad de las medidas de racionalidad económica de su antecesor, Fernando Henrique Cardoso. Y también es cierto que Brasil tiene graves problemas pendientes. La demanda pública da cuenta del 50% del PIB, el desarrollo sigue siendo geográficamente desigual, el sector público devora presupuesto y mantiene altas tasas de interés. La inseguridad y la corrupción están lejos de desaparecer.
Pero en suma, la política de Lula es la correcta, sobre todo si la comparamos con el dispendio y la demagogia de su vecino venezolano, el inefable Clown de Caracas, Hugo Chávez, quien gasta a manos llenas el ingreso petrolero en dudosos regalos a otras naciones para comprar prestigio internacional de burla, en tanto que en Venezuela distribuye prebendas entre militares y parientes, permite que la infraestructura se derrumbe y da óbolos populares no muy distintos de los de Juan y Eva Perón: caridad hoy, pobreza mañana. Con un agravante hipócrita: Chávez fustiga a los EE.UU. pero depende del intocable ingreso por la venta de petróleo venezolano a su primer comprador, los USA.
Hay así varios modelos de política izquierdista en América Latina y López Obrador, tocando el resorte fundamental de la lucha contra la pobreza, hará bien en orientar y hacer públicas sus ideas prácticas sobre un asunto que no es, lo repito, sólo nuestro sino mundial. La diferencia de AMLO con Bachelet, Lula y Chávez es que AMLO está en la oposición y ahora tiene que decidir qué clase de oposición será la suya.
Porque la protesta callejera, el mitin multitudinario y la invocación a "el pueblo" acabarán por gastarse. López Obrador es una figura respetable de la izquierda, pero no es la izquierda entera. En la izquierda están Cuauhtémoc Cárdenas, Carlos Monsiváis, Amalia García, Lázaro Cárdenas Batel. La izquierda mexicana, tantas veces condenada a ser confeti del carnaval político, alcanzó a partir de los años ochenta y el liderazgo, entre otros, de Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Jesús Ortega y Pablo Gómez, la posición de alternativa política responsable.
Parte de la responsabilidad consiste en atenerse a los resultados del voto: ¿Hubo fraude el 2 de julio? ¿Sólo lo hubo en las urnas presidenciales, más no en las que eligieron a senadores, diputados y municipios perredistas? ¿Es fraudulento el TRIFE (Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación)? ¿Preferimos las elecciones determinadas por el tapadismo, el dedo presidencial y la hegemonía priísta? ¿No ha demostrado el TRIFE una y otra vez, su imparcialidad en numerosas elecciones locales y estatales? ¿A qué hora se convirtió el TRIFE en marioneta de Los Pinos o del PAN? ¿Hubiera sido descalificado el TRIFE por AMLO si le otorga el triunfo a AMLO?
Preguntas que palidecen ante los hechos. La izquierda tiene hoy una presencia política mayor que nunca desde la presidencia de Lázaro Cárdenas del Río. La pugna personal entre Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador ocurre en un ring sin árbitro que sólo ellos ocupan. Fuera del ring, la izquierda gana poder y no veo a sus senadores, diputados y alcaldes renunciando a sus puestos para embarcarse en una campaña permanente al grito de "al diablo las instituciones" y "cállate, chachalaca".
El México incluyente y democrático, por más imperfecciones que ostente, requiere hoy otro lenguaje y otra actitud. La izquierda tiene que verse y organizarse como un movimiento político permanente, no como una algarada circunstancial. La izquierda tiene que potenciar su presente en función de su futuro como auténtica alternativa de poder en beneficio de todos los ciudadanos y de todas las clases, propiciando el ascenso del que habla Lagos más que el descenso que practica Chávez. La izquierda tiene que trascender el liderazgo personalista de AMLO a fin de ser más incluyente y encarrilar el poderoso verbo y la magnética presencia del tabasqueño a tareas compartidas con los izquierdistas que no son ni sus partidarios ni sus súbditos.
Hay un largo camino por delante. Mi querido amigo Porfirio Muñoz Ledo no será Primer Ministro de un régimen parlamentario mexicano. Acaso la próxima vez -dentro de seis años- López Obrador deberá disputarle la candidatura de izquierda a Marcelo Ebrard. ¿Quién sabe?
Lo cierto es que a Lula, a Lagos y a Bachelet, a Evo Morales y a Tabaré les tomó tiempo, paciencia y organización llegar al poder. Ellos dan cuenta de una izquierda latinoamericana muy diversificada, nada monolítica, a la cual espero que un día acceda México. El reverso de esta medalla es el Bocazas Chávez, a quien no considero de izquierda, sino un fascista pasajeramente rico y que divierte a sus colegas.Sólo que Chávez no tiene frontera terrestre con los EE.UU. de América. Sólo México, en Iberoamérica, la tiene. Y no sé si por provincianismo o por cálculo, López Obrador jamás -o rara vez- ha criticado a los gringos. Vecindad fatal. Está allí y de ello mañana, en relación a Felipe Calderón, escribiré en este espacio.

Felipe Calderón tiene un margen de maniobra reducido. Aun así debe gobernar para todos los mexicanos, y no guiarse por intereses particulares
Felipe Calderón se parece al título de la película británica La soledad del corredor de fondo. El arranque de su candidatura fue mal visto por el presidente Fox, partidario de Santiago Creel. El ala derecho-paleológica del PAN tampoco lo vio con demasiada simpatía. Pero hoy todos quieren acercarse al nuevo sol presidencial, con el propósito de arrinconarlo en penumbras de intereses que no se conllevan con la luz, por pequeña que sea, que debe irradiar la institución presidencial.

Porque Calderón no puede ni debe recibir como galardón al desacreditado José María Aznar. No le hace falta ser proclamado prematuramente presidente electo por Elba Esther Gordillo. Debe trascender estos apoyos y otros igualmente interesados. Él sabe muy bien que debe ser presidente de todos los mexicanos, no de tales o cuales intereses especiales. Lo malo es que el margen de maniobra de Calderón sea tan reducido y ello por varios motivos.

El primero es el estrecho resultado de la elección presidencial. Aun con plena certeza acerca de la legitimidad de la elección, 0.5% de ventaja es muy poca ventaja. El radicalismo lopezobradorista habla de fraude, buena parte de la izquierda habla de desencanto y toda la izquierda confronta una decisión: seguir amagando a Calderón con un "no pasará" callejero u organizar una fuerza permanente de oposición más allá de la coyuntura electoral.

La derecha aznarista, el corporativismo, la Confederación Patronal, jerarcas de la Iglesia: todos quieren llevar a Calderón como agua, bendita, o non-sancta, a su molino. Dividido entre la izquierda que lo rechaza y la derecha que lo seduce, Calderón ha empezado a responder como debe. Él no le agradece la presidencia a ningún grupo especial, sino a los ciudadanos que votaron por él y al pueblo al que va a representar a partir del 1º. de diciembre. Como Angela Merkel. Como Romano Prodi.

Pero esta postura no disuelve la montaña de problemas. El segundo, después de la legitimidad, es la operación administrativa. La primera prueba de calidad del gobierno de Calderón será el nombramiento de su gabinete. Se habla mucho de un equipo ministerial de transición. Más importante es reunir un gabinete de calidad. Doy tres ejemplos de cómo fue resuelto este dilema en el pasado por cuatro presidentes muy distintos.

Emilio Portes Gil, presidente provisional en 1928, nombró un gabinete de alta calidad (Genaro Estrada, Puig Casauranc, Joaquín Amaro, Montes de Oca) a fin de apoyarse en los callistas al tiempo que se diferenciaba de Calles mediante actos de gobierno que lograron, en dieciocho meses, más que otros presidentes en seis años.

El presidente Lázaro Cárdenas se liberó del Jefe Máximo y en cuatro años transformó al país como nadie antes o después. Cárdenas llevó a cabo las reformas pero su secretario de Hacienda, Eduardo Suárez, aplicó en compensación, una política muy ortodoxa. Modelo para Lula.

Manuel Ávila Camacho hubo de nombrar, acaso, el mejor gabinete moderno a fin de borrar la acusación de fraude en la elección de 1940, reclamada por el candidato opositor Juan Andreu Almazán. Ávila Camacho acalló las críticas y trascendió, sin negarlo jamás, a su fuerte antecesor, Lázaro Cárdenas, con un gabinete que incluyó a Miguel Alemán, Ezequiel Padilla, Gustavo Baz, Javier Rojo Gómez y Jaime Torres Bodet. El propio Alemán, primer presidente civil de la Revolución institucionalizada, se lució con un primer gabinete de figuras estelares: nuevamente Torres Bodet, Beteta, Pérez Martínez, Alfonso Caso, Martínez Báez...

Ningún gobierno después de Alemán ha debido dar tanto énfasis a la formación de gabinete. El intento foxista de duplicar funciones ministeriales fracasó. Sólo en Polonia gobiernan los gemelos. Fox "cometió el terrible error", en palabras de Federico Reyes Heroles, "de sobreponer las lealtades personales y partidarias a la capacidad personal... Calderón no puede darse ese lujo. México cuenta con cuadros de primera para enfrentar los retos que tenemos...". Para Calderón, la integración del gabinete será el primer paso para trascender la pugna electoral y darle semblanza de seriedad y eficacia a su administración.

El segundo paso será la manera como Calderón establezca una nueva relación con un Congreso plural, pleitero, pero espero que no pendejo. Asoman algunas cabecitas desacreditadas del PRI y el Verde. Truenan, antes del relámpago, algunos rayos perredistas. Calderón tendrá que negociar reformas con el Congreso que tiene. Fox fracasó porque no tuvo un negociador efectivo ante las Cámaras. Calderón no puede darse ese lujo. Viene del Congreso, lo conoce y lo entiende. Pero necesita un negociador de primera dedicado a tratar con las Cámaras a fin de pasar las reformas urgentes en materia de seguridad pública, recursos hidráulicos, electricidad y petróleo, fiscalidad y reforma política: reelección de legisladores, segunda vuelta de las presidenciales.

Grandísimo ejemplo el del presidente Franklin Delano Roosevelt. Elegido en medio de la peor crisis económica en la historia de los EE.UU., Roosevelt envió al Congreso leyes radicales muy contrarias al tenor conservador de los legisladores. Lo que pudo pasar -y fue mucho y fue esencial- lo debió en gran medida a la capacidad y astucia de sus consejeros políticos, Harry Hopkins, Jim Farley. Astutos consejeros, ante un Congreso arisco, revoltoso, escindido...

Gran desafío. Ineludible reto para encaminar a México hacia un régimen de justicia y prosperidad que sepa enfrentarse a los gigantescos problemas que son el narcotráfico, la pobreza, la violencia, las bandas juveniles, la enajenación urbana y, al cabo, la enajenación del campo y del trabajo.

La arrogante, ciega y arbitraria decisión norteamericana de ir cerrando la frontera con México habrá de ser el principal dolor de cabeza -a la vez internacional e interno- del presidente Calderón. Dentro de dos años, habrá cambio en la Casa Blanca. Se irá una desprestigiada junta ultraderechista y vendrá, probablemente, una administración republicana más esclarecida y un presidente fronterizo, el hoy senador John McCain, de Arizona, promotor junto con su colega Edward Kennedy de la ley de migración laboral más sensata y más opuesta a la monstruosa ley Sensenbrenner.

Calderón habrá de lidiar con una espada de dos filos. El externo, en relación a los EE.UU., sus necesidades de trabajo y el trato dado a los inmigrantes mexicanos. Y el interno, a medida que la frontera se cierre y se caliente y México deba proporcionar ocupación a medio millón de trabajadores cada año, encerrados detrás de la cortina de nopal.
El trato con los EE.UU. promete ser uno de los más difíciles de nuestra historia, sobre todo porque muchos temas de la relación dependerán de lo que hagamos los mexicanos en México, más de lo que hagan los gringos en los EE.UU. Una lección fundamental de nuestra historia es que con Washington sólo se negocia de pie y mirándoles a los ojos. La genuflexión sólo merece desprecio y fracaso.

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