domingo, noviembre 26, 2006

Entre la piedra y la flor

Octavio Paz*
I

En el alba de callados venenos / amanecemos serpientes.
Amanecemos piedras, / raíces obstinadas, / sed descarnada, labios minerales.
La luz en estas horas es acero, / es el desierto labio del desprecio. Si yo toco mi cuerpo soy herido / por rencorosas púas. Fiebre y jadeo de lentas horas áridas, / miserables raíces atadas a las piedras.
Bajo esta luz de llanto congelado / el henequén, inmóvil y rabioso, / en sus índices verdes / hace visible lo que nos remueve, / el callado furor que nos devora.
En su cólera quieta, / en su tenaz verdor ensimismado, / la muerte en que crecemos se hace espada / y lo que crece y vive y muere / se hace lenta venganza de lo inmóvil.
Cuando la luz extiende su dominio / e inundan blancas olas a la tierra, / blancas olas temblantes que nos ciegan, / y el puño del calor nos niega labios, / un fuego verde cerca al henequén, / muralla viva que devora y quema / al otro fuego que en el aire habita.Invisible cadena, mortal soplo / que aniquila la sed de que renace.
Nada sino la luz. No hay nada, nada / sino la luz contra la luz rabiosa, / donde la luz se rompe, se desangra / en oleaje estéril, sin espuma.
El agua suena. Sueña. / El agua intocable en tu tumba de piedra, / sin salida en su tumba de aire. / El agua ahorcada, / el agua subterránea, / de húmeda lengua humilde, encarcelada.El agua secreta en su tumba de piedra / sueña invisible en su tumba de agua.
A las seis de la tarde / alza la tierra un vaho blanquecino. / Vuelan pájaros mudos, barro helado. / Arrasen nubes crueles el cielo sin orillas.
Pero en la noche el agua gime. / Un cielo de metal / oprime pecho y venas / y tiembla en el ahogo el horizonte. / El agua gime entre sus negros hierros. / El hombre corre de la muerte al sueño.
El henequén vigila cielo y tierra. / Es la venganza de la tierra, / la mano de los hombres contra el cielo.

II

¿Qué tierra es ésta?, / ¿qué extraña violencia alimenta / en su cáscara pétrea? / ¿qué fría obstinación, / años de fuego frío, / petrificada saliva persistente, / acumulando lentamente un jugo, / una fibra, una púa?
Una región que existe / antes que sobre el mundo alzara el aire / su bandera de fuego y el agua sus cristales; / una región de piedra / nacida antes del nacimiento mismo de la muerte, / una región, un párpado de fiebre, / unos labios sin sueño / que recorre sin término la sed, / como el mar a las lajas en las costas desiertas.
La tierra sólo da su flor funesta, / su espada vegetal. Su crecimiento rige / la vida de los hombres.Por sus fibras crueles / corre una sed de arena / trepando desde sótanos ciegos, / duras capas de olvido donde el tiempo no existe.
Furiosos años lentos, concentrados, / como no derramada, oculta lágrima, / brotando al fin sombríos / en un verdor ensimismado, / rasgando el aire, pulpa, ahogo, / blanda carne invisible y asfixiada. / Al cabo de veinticinco amargos años / alza una flor sola, roja y quieta.Una vara sexual la levanta / y queda entre los aires, isla inmóvil, / petrificada espuma silenciosa.
Oh esplendor vengativo, / única llama de este infierno seco, / ¿tanta fiebre acallada,surge en tu llama rígida, desnuda, / para cantar, sólo, tu muerte?

III

¡Si yo pudiera, / en esta orilla que la sed ilumina, / cantar al hombre que la habita y la puebla, / cantar al hombre que su sed aniquila!
Al hombre húmedo y persistente como lluvia, / al hombre como un árbol hermoso y ultrajado / que arranca su nacimiento al llanto, / al hombre como un río entre las llamas, / como un pájaro semejante a un relámpago. / Al hombre entre sus fines y sus frutos.
Los frutos de la tierra son los fines del hombre. / Mezcla su sal henchida con las sales terrestres / y esa sal es más tierna que la sal de los mares: /le dio Adán, con su sangre, su orgulloso castigo.
¡Si pudiera cantar / al hombre que vive bajo esta piel amarga!El nacimiento, / el espanto nocturno, / la vasta mano que puebla y despuebla la tierra.
Entre el primer silencio y el postrero, / entre la piedra y la flor, / tú caminas. Te ciñe un pulso aéreo, / un silencio flotante, / como fuga de sangre, como humo, / como agua que olvida.
Llamas petrificadas te sostienen. / Caminas entre espadas, / casi invisible / bajo el temblor del cielo liso, / con un paso, un solo paso tierno, / un leve paso de animal que huye.
Tú caminas. Tú duermes. Tú fornicas. / Tú danzas, bebes, sueñas. / Sueñas en otros labios que prolonguen tu sueño.
Alguien te sueña, solo. / Tu nombre, polvo, piedra, / en el polvo sediento precipita su ruina.
Mas no es el ritmo oscuro del planeta, / el renacer de cada día, / el remorir de cada noche, / lo que te mueve por la tierra.

IV

¡Oh rueda del dinero, / que ni te palpa ni te roza / y te deshace cada día!
Ángel de tierra y sueño, / agua remota que se ignora, / oh condenado, / oh inocente, / oh bestia pura entre las horas del dinero, / entre esas horas que no son nuestras nunca, / por esos pasadizos de tedio devorante / donde el tiempo se para y se desangra.
¡El mágico dinero! / Invisible y vacío, / es la señal y el signo, / la palabra y la sangre, / el misterio y la cifra, / la espada y el anillo.
Es el agua y el polvo, / la lluvia, el sol amargo, / la nube que crea el mar solitario / y el fuego que consume los aires. / Es la noche y el día: / la eternidad sola y adusta / mordiéndose la cola.
El hermoso dinero da el olvido, / abre las puertas de la música, / cierra las puertas al deseo. / La muerte no es la muerte: es una sombra, / un sueño que el dinero no sueña.
¡El mágico dinero! / Sobre los huesos se levanta, / sobre los huesos de los hombres se levanta.
Pasas como una flor por este infierno estéril, / hecho sólo del tiempo encadenado, / carrera maquinal, rueda vacía / que nos exprime y deshabita, / y nos seca la sangre, / y el lugar de las lágrimas nos mata.
Porque el dinero es infinito y crea desiertos infinitos.

V
Dame, llama invisible, espada fría, / tu persistente cólera, / para acabar con todo, / oh mundo seco, / oh mundo desangrado, / para acabar con todo.
Arde, sombrío, arde sin llamas, / apagado y ardiente, / ceniza y piedra viva, / desierto sin orillas.
Arde en el vasto cielo, laja y nube, / bajo la ciega luz que se desploma / entre estériles peñas.
Arde en la soledad que nos deshace, / tierra de piedra ardiente, / de raíces heladas y sedientas.
Arde, furor oculto, / ceniza que enloquece, / arde invisible, arde / como el mar impotente / engendra nubes, / olas como el rencor y espumas pétreas. / Entre mis huesos delirantes, arde; / arde dentro del aire hueco, / horno invisible y puro; / arde como arde el tiempo, / como camina el tiempo entre la muerte, / con sus mismas pisadas y su aliento; / arde como la soledad que te devora, / arde en ti mismo, ardor sin llama, / soledad sin imagen, sed sin labios.Para acabar con todo, / oh mundo seco, / para acabar con todo.
*Yucatán, 1937

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