Guillermo Almeyra
El gobierno boliviano de Evo Morales se encuentra en una encrucijada: o enfrenta, incluso recurriendo a la fuerza constitucional para preservar la unidad del país, a la oligarquía secesionista de Santa Cruz apoyada por sus secuaces de Tarija, Pando y el Beni, por la embajada de Estados Unidos y por las oligarquías soyeras de Brasil y de Argentina, o deja que se desgaste poco a poco, en la impotencia, su enorme respaldo popular y lleva al naufragio, en las aulas de la Constituyente, en Sucre, un movimiento que tiene su fuerza en las movilizaciones y en las organizaciones populares, que nació de ellas en la lucha y así impuso primero las elecciones presidenciales y después la convocatoria de la Asamblea Constituyente para cambiar el país.
Evo Morales cuenta con 64 por ciento de apoyo, pero en Santa Cruz sólo tiene 35 por ciento; cuenta a su favor el hecho de que Bolivia votó mayoritariamente contra una autonomía que es casi igual a la independencia para los departamentos secesionistas, como Santa Cruz, pero allí no sólo ganó esa concepción sino que también tiene una indiscutible base de masas racista y reaccionaria. Los terratenientes, con el apoyo no muy oculto, como en Venezuela, de la embajada de Estados Unidos, arman sus guardias blancas y preparan su secesión, que sólo puede ser armada, y llaman al ejército a no impedirla por la fuerza. Este, por su parte, después de la experiencia de 1952 cuando fue disuelto por los trabajadores, y del reciente fracaso de la represión con Sánchez de Lozada, que lo llevó al enfrentamiento armado con la policía y a su casi estallido, difícilmente pueda tomar partido por los terratenientes cruceños de origen alemán o croata que quieren separar a los blancos de los indios los soldados son indios, al igual que los suboficiales, y al departamento de Santa Cruz, de Bolivia.
En los años 30 del siglo pasado la oligarquía cafetalera y terrateniente de Sao Paulo llegó a una guerra secesionista (que perdió) con el resto de Brasil (en ese caso, con otras oligarquías que dominaban en el norte y en el sur). Su apoyo amplio en la clase media (blanca y de origen extranjero) y en la tecnología y el dinero de los grandes capitalistas no le bastó para ganar la guerra, y eso que Brasil era entonces un país mucho menos politizado, nacionalista y homogéneo que la Bolivia actual.
Más legítimamente que el gobierno central brasileño de esos años, Evo Morales podría recurrir a la fuerza que le otorga su mandato constitucional, si en las negociaciones febriles actuales la oligarquía se niega a ceder y sigue desacatando las leyes y las autoridades que, por primera vez, resultan de la movilización social y están del lado de las mayorías populares. Habría, sin duda, problemas, incluso graves, en los mandos de las fuerzas armadas, pero el cuerpo del ejército, por razones étnicas, sociales y por su nacionalismo, seguramente lo apoyaría y surgirían fuertes milicias populares campesinas armadas para respaldarlo. La prensa internacional, en tal caso, acusaría evidentemente a Evo de dictador, de racista antiblanco, de nuevo Hitler indio. Los gobiernos chileno, argentino y brasileño ejercerían enormes presiones a favor de los capitalistas de Santa Cruz (muchos de ellos argentinos y brasileños) o para sacar provecho de la debilidad de Bolivia (en el caso chileno). Estados Unidos, bajo cuerda, estimularía a los secesionistas, porque en el gobierno boliviano no tiene ya los Paz Estenssoro y los Siles Suazo preocupados antes que nada por acabar con las movilizaciones y, por lo tanto, si Evo ganase, Washington se encontraría ante una nueva revolución cubana o ante un nuevo Chávez. El Mercosur temblaría. Pero el resultado sería la reorganización política, económica y social de Bolivia tras el fin del secesionismo larvado y la derrota de la oligarquía, y una inevitable reforma y revolución agraria masivas que cambiarían radicalmente la tenencia de la tierra y crearían una vasta capa de campesinos indígenas en los territorios soyeros. O sea, lo que ha intentado hasta ahora hacer el gobierno boliviano con la Constituyente, tan trabada por el sabotaje y las chicanas de la minoría racista.Hay nudos, como el gordiano, que deben ser cortados porque no se pueden desatar. El asunto es si uno cuenta con una espada y tiene decisión. Las medidas legales de la Revolución Francesa y la Convención sólo pudieron ser acatadas por la fuerza de las armas, al igual que los Cabildos Abiertos de la Independencia en el Río de la Plata y en el Alto Perú. Si la oligarquía desconoce a las mayorías electorales y sociales y las leyes y prepara la secesión armada con ayuda extranjera, debe saber que puede ser legalmente reprimida y que, en ese caso, perdería todos sus actuales privilegios. Ferdinand Lassalle, que era un constitucionalista, decía que la Constitución era un pedazo de papel en la boca de un cañón, o sea, que dependía de una relación de fuerzas real. En el gobierno boliviano hay, sin embargo, una ala mestiza, paceña, que quiere negociar y ceder todo lo que sea posible ante lo oligarquía para mantenerse en el poder, tal como una ala similar, en el gobierno de Allende, se ilusionaba con hacer concesiones a la democracia cristiana que preparaba el golpe pinochetista. Tal política debilitaría el apoyo popular y reforzaría al golpismo secesionista. Equivaldría a una condena de muerte para el gobierno de Evo Morales. Con los oligarcas y el imperialismo, que no respetan la Constitución, el único lenguaje posible es el de la movilización y la organización del pueblo, que influenciarán inevitablemente a los soldados y los cuadros medios, tal como sucedió en el 36 en España o en Venezuela cuando el golpe empresarial estadunidense. El oligarca que juega con fuego debe saber que puede quemarse.
Evo Morales cuenta con 64 por ciento de apoyo, pero en Santa Cruz sólo tiene 35 por ciento; cuenta a su favor el hecho de que Bolivia votó mayoritariamente contra una autonomía que es casi igual a la independencia para los departamentos secesionistas, como Santa Cruz, pero allí no sólo ganó esa concepción sino que también tiene una indiscutible base de masas racista y reaccionaria. Los terratenientes, con el apoyo no muy oculto, como en Venezuela, de la embajada de Estados Unidos, arman sus guardias blancas y preparan su secesión, que sólo puede ser armada, y llaman al ejército a no impedirla por la fuerza. Este, por su parte, después de la experiencia de 1952 cuando fue disuelto por los trabajadores, y del reciente fracaso de la represión con Sánchez de Lozada, que lo llevó al enfrentamiento armado con la policía y a su casi estallido, difícilmente pueda tomar partido por los terratenientes cruceños de origen alemán o croata que quieren separar a los blancos de los indios los soldados son indios, al igual que los suboficiales, y al departamento de Santa Cruz, de Bolivia.
En los años 30 del siglo pasado la oligarquía cafetalera y terrateniente de Sao Paulo llegó a una guerra secesionista (que perdió) con el resto de Brasil (en ese caso, con otras oligarquías que dominaban en el norte y en el sur). Su apoyo amplio en la clase media (blanca y de origen extranjero) y en la tecnología y el dinero de los grandes capitalistas no le bastó para ganar la guerra, y eso que Brasil era entonces un país mucho menos politizado, nacionalista y homogéneo que la Bolivia actual.
Más legítimamente que el gobierno central brasileño de esos años, Evo Morales podría recurrir a la fuerza que le otorga su mandato constitucional, si en las negociaciones febriles actuales la oligarquía se niega a ceder y sigue desacatando las leyes y las autoridades que, por primera vez, resultan de la movilización social y están del lado de las mayorías populares. Habría, sin duda, problemas, incluso graves, en los mandos de las fuerzas armadas, pero el cuerpo del ejército, por razones étnicas, sociales y por su nacionalismo, seguramente lo apoyaría y surgirían fuertes milicias populares campesinas armadas para respaldarlo. La prensa internacional, en tal caso, acusaría evidentemente a Evo de dictador, de racista antiblanco, de nuevo Hitler indio. Los gobiernos chileno, argentino y brasileño ejercerían enormes presiones a favor de los capitalistas de Santa Cruz (muchos de ellos argentinos y brasileños) o para sacar provecho de la debilidad de Bolivia (en el caso chileno). Estados Unidos, bajo cuerda, estimularía a los secesionistas, porque en el gobierno boliviano no tiene ya los Paz Estenssoro y los Siles Suazo preocupados antes que nada por acabar con las movilizaciones y, por lo tanto, si Evo ganase, Washington se encontraría ante una nueva revolución cubana o ante un nuevo Chávez. El Mercosur temblaría. Pero el resultado sería la reorganización política, económica y social de Bolivia tras el fin del secesionismo larvado y la derrota de la oligarquía, y una inevitable reforma y revolución agraria masivas que cambiarían radicalmente la tenencia de la tierra y crearían una vasta capa de campesinos indígenas en los territorios soyeros. O sea, lo que ha intentado hasta ahora hacer el gobierno boliviano con la Constituyente, tan trabada por el sabotaje y las chicanas de la minoría racista.Hay nudos, como el gordiano, que deben ser cortados porque no se pueden desatar. El asunto es si uno cuenta con una espada y tiene decisión. Las medidas legales de la Revolución Francesa y la Convención sólo pudieron ser acatadas por la fuerza de las armas, al igual que los Cabildos Abiertos de la Independencia en el Río de la Plata y en el Alto Perú. Si la oligarquía desconoce a las mayorías electorales y sociales y las leyes y prepara la secesión armada con ayuda extranjera, debe saber que puede ser legalmente reprimida y que, en ese caso, perdería todos sus actuales privilegios. Ferdinand Lassalle, que era un constitucionalista, decía que la Constitución era un pedazo de papel en la boca de un cañón, o sea, que dependía de una relación de fuerzas real. En el gobierno boliviano hay, sin embargo, una ala mestiza, paceña, que quiere negociar y ceder todo lo que sea posible ante lo oligarquía para mantenerse en el poder, tal como una ala similar, en el gobierno de Allende, se ilusionaba con hacer concesiones a la democracia cristiana que preparaba el golpe pinochetista. Tal política debilitaría el apoyo popular y reforzaría al golpismo secesionista. Equivaldría a una condena de muerte para el gobierno de Evo Morales. Con los oligarcas y el imperialismo, que no respetan la Constitución, el único lenguaje posible es el de la movilización y la organización del pueblo, que influenciarán inevitablemente a los soldados y los cuadros medios, tal como sucedió en el 36 en España o en Venezuela cuando el golpe empresarial estadunidense. El oligarca que juega con fuego debe saber que puede quemarse.
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