La fragilidad del espejismo económico mexicano ha sido evidenciada por el estornudo chino que provocó la peor baja en la Bolsa Mexicana de Valores desde enero de 2000 (resfrío en Shangai, más el atentado en Afganistán, cerca del vicepresidente gringo, y el anuncio de Alan Greenspan sobre una recesión estadunidense de fin de año).
El ciclo político-económico del foxismo, y de su heredero por la vía del desquite, parecería llegar a un momento de crisis justamente cuando la pieza central del funcionamiento del sistema mexicano de gobierno, el Presidente de la República, sufre asfixia por el exceso de compromisos con los poderes fácticos y por la sostenida incapacidad de ese ocupante actual de Los Pinos para resolver con éxito los muchos problemas derivados de su forma adulterada de llegar a la silla sexenal.
La corrupción generalizada (el cándido infante germánico aparece por allí, con su juguete llamado Secretaría de la Función Pública, para proponer sonrosadas modificaciones legales que permitan hacer como que se enfrenta a un monstruo pragmático y desbordado), la injusta distribución de la riqueza (por ejemplo extremo: un tercer millonario mundial frente a decenas de millones de miserables) y los compromisos de origen (no tocar a la pareja presidencial ni a sus familias, porque en cuanto hubiera foxazos o martazos se revelarían datos del fraude electoral de 2006) hacen del gobierno calderónico un ente sin capacidad para enfrentar una crisis económica profunda.
Véase, pues, cómo sufren menosprecio en la Bolsa de Valores Políticos las acciones de Calderón SA (empresa productora de imágenes virtuales, con sede para su fiscalización en Islas Caimán, nombre sintomático éste, pues es una deformación en espanglish que significa "hombre que cae") y cómo el felipín (moneda oficial del sexenio Hildebrándico y Mouríñico) es afectado por la volatilidad internacional (conferencias y demás oropel comprado por la firma competidora, Ox y exposa) y factores de coyuntura (como las declaraciones de Carlos Abascal, asegurando que el michoacano de la gorra y la casaca militares fue el candidato presidencial idóneo, pero no "el mejor"). Aturdido, devaluado y cercado, el felipismo sólo tendría como camino encomendarse a las divinidades, mientras se santigua en espera de lo que anoche hubiera dicho el conferencista metodista (es decir, que a todo le mete) que en Dallas habría nuevamente de demostrar que, en un cuadro de enfermedad general, un estornudo chino, o un discurso en Dallas, pueden provocar crisis económicas y políticas.
El ciclo político-económico del foxismo, y de su heredero por la vía del desquite, parecería llegar a un momento de crisis justamente cuando la pieza central del funcionamiento del sistema mexicano de gobierno, el Presidente de la República, sufre asfixia por el exceso de compromisos con los poderes fácticos y por la sostenida incapacidad de ese ocupante actual de Los Pinos para resolver con éxito los muchos problemas derivados de su forma adulterada de llegar a la silla sexenal.
La corrupción generalizada (el cándido infante germánico aparece por allí, con su juguete llamado Secretaría de la Función Pública, para proponer sonrosadas modificaciones legales que permitan hacer como que se enfrenta a un monstruo pragmático y desbordado), la injusta distribución de la riqueza (por ejemplo extremo: un tercer millonario mundial frente a decenas de millones de miserables) y los compromisos de origen (no tocar a la pareja presidencial ni a sus familias, porque en cuanto hubiera foxazos o martazos se revelarían datos del fraude electoral de 2006) hacen del gobierno calderónico un ente sin capacidad para enfrentar una crisis económica profunda.
Véase, pues, cómo sufren menosprecio en la Bolsa de Valores Políticos las acciones de Calderón SA (empresa productora de imágenes virtuales, con sede para su fiscalización en Islas Caimán, nombre sintomático éste, pues es una deformación en espanglish que significa "hombre que cae") y cómo el felipín (moneda oficial del sexenio Hildebrándico y Mouríñico) es afectado por la volatilidad internacional (conferencias y demás oropel comprado por la firma competidora, Ox y exposa) y factores de coyuntura (como las declaraciones de Carlos Abascal, asegurando que el michoacano de la gorra y la casaca militares fue el candidato presidencial idóneo, pero no "el mejor"). Aturdido, devaluado y cercado, el felipismo sólo tendría como camino encomendarse a las divinidades, mientras se santigua en espera de lo que anoche hubiera dicho el conferencista metodista (es decir, que a todo le mete) que en Dallas habría nuevamente de demostrar que, en un cuadro de enfermedad general, un estornudo chino, o un discurso en Dallas, pueden provocar crisis económicas y políticas.
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