Carlos Monsiváis
Al seguir celebrando sus primeros 100 días de gobierno (en un cálculo módico se han dedicado 110 días a celebrar el centenar), Felipe Calderón hizo el recuento más grave y crítico del sexenio anterior, al que él perteneció durante un trecho y en el que laboraron (es un decir) varios de sus ministros. Su síntesis del gobierno de Fox y también, muy posiblemente, del PRI, es devastadora: "He heredado un país que lucía sombrío, con inestabilidad política, crisis en varios estados, cuyos ciudadanos sentían zozobra e incertidumbre, pero ahora México tiene rumbo claro" (EL UNIVERSAL, 16 de marzo de 2007.)
El diagnóstico presidencial no está hecho al azar, atañe sin duda al periodo 2000-2006, alude posiblemente a la etapa 1940-2006, y tal vez responsabiliza de la megacrisis a los años entre 1913 y 1940. En ese tiempo aciago, es de presumirse, los mexicanos habitaron una realidad sombría, que iba de la madrugada triste al anochecer con políticos deplorables, mientras el ánimo popular se resquebrajaba y hundía. ¡Qué falta de iluminación tan visible! ¡Y qué nación tan hecha con la suma de los restos que antes fueron certidumbres! Hizo bien Calderón en darnos la mala nueva de lo que habíamos vivido y la buena nueva de la recuperación, con todo y reparación de las cuarteaduras humanas y estatales, obtenida en unas cuantas semanas. Salto dialéctico: del ánimo quebrado y quebradizo a la sicología recia de los triunfadores.
* * *
Si en algo ha insistido Calderón en sus primeros precoces premonitorios precisos 100 días es en obtener e imponer declarativamente la mentalidad del triunfador. Con esa voluntad de repetir sus dichos propia de los convencidos de la sordera popular, él se ha señalado a sí mismo como un vencedor nato: "Nunca he perdido", dijo antes y después del 2 de julio. Así sea, ¿pero darle la vuelta completa a una mentalidad y un ánimo nacionales en sólo 100 días, devolverle a la nación tan erosionada la estabilidad política en un santiamén? (El término fue cuidadosamente elegido.) Un milagro, tal vez sería la respuesta de alguien entrenado en las soluciones sobrenaturales. Y si no hubo mano blanca, ¡qué hazaña!
* * *
El legado que, según sus palabras, Calderón recibe: un país cedido a las tinieblas, inseguro como pisar en falso el día de la boda, con instituciones a la deriva y ciudadanos que naufragan. El logro casi instantáneo: en menos de 100 días, aparece el rumbo. Magnífico, ¿pero la debacle extinguida fast-track, no es también, en muy buena medida, la herencia del Partido Acción Nacional, al que pertenece el Presidente, y que en alguna medida le ayudó a ganar? ¿Por qué, según la descripción de Calderón, fracasó tan estrepitosamente el PAN? Convendría atender el recuento de estos engaños, autoengaños y frustraciones. Muy posiblemente el mismo PAN y su aliado tan participativo, el PRI, conspiraron para acumular la herencia funesta. Y queda la pregunta al autor del diagnóstico: ¿por qué extremó el PAN su incompetencia en su primer sexenio de gobierno? ¿Por falta de pericia, por sobra de nerviosismo?
* * *
Ahora viene la humilde petición: ¿cómo es posible corregir males históricos en apenas tres meses y fracción? Con liderazgo desde luego, al negarse a tomar los apoyos de campaña como deudas históricas, y al generar empleos con vértigo de la boda de Canaán (a este respecto inquieta la exhortación del Presidente al empresariado de que se ocupe de crear empleos al no ser ésta una tarea del gobierno, y si se preocupa es porque Calderón se definió en la campaña como "presidente del empleo"). También, es interesante ver su mensaje a la oposición en una entrevista reciente: "A mí me gustaría tener -como la que hay con el PRI- una relación igual de constructiva con el PRD, y estoy seguro de que a este partido le iría mucho mejor de como le va ahora". Qué curioso: a un partido de oposición le irá mejor si se pliega a los designios del supremo gobierno, ¿o qué es "la relación constructiva"? Valdría la pena saberlo de modo preciso, aunque ya de entrada la definición está también a cargo del diputado Emilio Gamboa Patrón, el adelantado moral del PRI, que ve como tarea de su partido el "tender puentes". ¡Qué curioso también! El PRI transita de partido en el poder a encargado de las relaciones públicas de la reingeniería política.
* * *
¿Cómo entender que carezca de consecuencias la descripción de México de Calderón tan limítrofe con la condena histórica y la denuncia penal de los malos gobernantes? ¿Cómo asumir que en un país hecho pedazos no se puntualicen las causas de su postración, tan firme pero nebulosamente descrita por el Presidente de la República? O ya las palabras no tienen valor, o las enunciaciones proféticas a lo Isaías o lo Jeremías son pura retórica ante los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados. ¿Se puede conjugar lo sombrío con lo velozmente jubiloso? ¿Y quién podría localizar las contradicciones en la proferición calderoniana? Las interrogantes pesan como un ensayo no leído o como la idea de que en un libro se puede mentir pero a partir de un hecho: el que se mienta tan groseramente no quiere decir que se tenga derecho a no creer en las revelaciones del mentiroso. Pero este es otro tema, lo que me ocupa ahora atisbar son algunos de los orígenes de las oscuridades que antes del 1 de diciembre de 2006 devoraban a la paliducha República. Entre ellos:
-La voracidad empresarial sin límites que considera ofensivas la petición de aumento al salario mínimo y el salario mínimo mismo, y que no ve con malos ojos la semiesclavitud que practican muchas empresas.
-La corrupción gubernamental a la que no interrumpen los sexenios y a la que vigorizan los contratos con todo y sus licitaciones más que light. El ejemplo de la megabiblioteca, uno de esos monumentos tan costosos e inertes de la política cultural, no es en modo alguno el único. Hay que ver, para irnos al porvenir, lo que va a deparar la entrega de los recursos del ISSSTE a los bancos, el gobierno y el grupo siempre jacarandoso de doña Elba Esther Gordillo.
-La suprema incompetencia de todos los funcionarios que al llegar al puesto inician su conocimiento en la materia. Con la improvisación se perfecciona la falta de respeto a la ciudadanía. El que un funcionario no sepa nada de lo que supuestamente está a su cargo garantiza que al salir del puesto sabrá todavía menos. Las instituciones no tienen la culpa de su vaporosidad legal, de la falta de vigilancia de la sociedad civil, y de la demagogia y la hipocresía de quienes las manejan, y el país tampoco tiene la culpa de la fragilidad prefabricada de sus instituciones. -El culto a la impunidad es, categóricamente, el peor de los males del país sombrío tan "rescatado del hoyo" por Calderón. La impunidad exige la desigualdad social extrema y, también, de paso, las campañas de odio contra quien ponga en duda la perfección del sistema financiero y político.
Al seguir celebrando sus primeros 100 días de gobierno (en un cálculo módico se han dedicado 110 días a celebrar el centenar), Felipe Calderón hizo el recuento más grave y crítico del sexenio anterior, al que él perteneció durante un trecho y en el que laboraron (es un decir) varios de sus ministros. Su síntesis del gobierno de Fox y también, muy posiblemente, del PRI, es devastadora: "He heredado un país que lucía sombrío, con inestabilidad política, crisis en varios estados, cuyos ciudadanos sentían zozobra e incertidumbre, pero ahora México tiene rumbo claro" (EL UNIVERSAL, 16 de marzo de 2007.)
El diagnóstico presidencial no está hecho al azar, atañe sin duda al periodo 2000-2006, alude posiblemente a la etapa 1940-2006, y tal vez responsabiliza de la megacrisis a los años entre 1913 y 1940. En ese tiempo aciago, es de presumirse, los mexicanos habitaron una realidad sombría, que iba de la madrugada triste al anochecer con políticos deplorables, mientras el ánimo popular se resquebrajaba y hundía. ¡Qué falta de iluminación tan visible! ¡Y qué nación tan hecha con la suma de los restos que antes fueron certidumbres! Hizo bien Calderón en darnos la mala nueva de lo que habíamos vivido y la buena nueva de la recuperación, con todo y reparación de las cuarteaduras humanas y estatales, obtenida en unas cuantas semanas. Salto dialéctico: del ánimo quebrado y quebradizo a la sicología recia de los triunfadores.
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Si en algo ha insistido Calderón en sus primeros precoces premonitorios precisos 100 días es en obtener e imponer declarativamente la mentalidad del triunfador. Con esa voluntad de repetir sus dichos propia de los convencidos de la sordera popular, él se ha señalado a sí mismo como un vencedor nato: "Nunca he perdido", dijo antes y después del 2 de julio. Así sea, ¿pero darle la vuelta completa a una mentalidad y un ánimo nacionales en sólo 100 días, devolverle a la nación tan erosionada la estabilidad política en un santiamén? (El término fue cuidadosamente elegido.) Un milagro, tal vez sería la respuesta de alguien entrenado en las soluciones sobrenaturales. Y si no hubo mano blanca, ¡qué hazaña!
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El legado que, según sus palabras, Calderón recibe: un país cedido a las tinieblas, inseguro como pisar en falso el día de la boda, con instituciones a la deriva y ciudadanos que naufragan. El logro casi instantáneo: en menos de 100 días, aparece el rumbo. Magnífico, ¿pero la debacle extinguida fast-track, no es también, en muy buena medida, la herencia del Partido Acción Nacional, al que pertenece el Presidente, y que en alguna medida le ayudó a ganar? ¿Por qué, según la descripción de Calderón, fracasó tan estrepitosamente el PAN? Convendría atender el recuento de estos engaños, autoengaños y frustraciones. Muy posiblemente el mismo PAN y su aliado tan participativo, el PRI, conspiraron para acumular la herencia funesta. Y queda la pregunta al autor del diagnóstico: ¿por qué extremó el PAN su incompetencia en su primer sexenio de gobierno? ¿Por falta de pericia, por sobra de nerviosismo?
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Ahora viene la humilde petición: ¿cómo es posible corregir males históricos en apenas tres meses y fracción? Con liderazgo desde luego, al negarse a tomar los apoyos de campaña como deudas históricas, y al generar empleos con vértigo de la boda de Canaán (a este respecto inquieta la exhortación del Presidente al empresariado de que se ocupe de crear empleos al no ser ésta una tarea del gobierno, y si se preocupa es porque Calderón se definió en la campaña como "presidente del empleo"). También, es interesante ver su mensaje a la oposición en una entrevista reciente: "A mí me gustaría tener -como la que hay con el PRI- una relación igual de constructiva con el PRD, y estoy seguro de que a este partido le iría mucho mejor de como le va ahora". Qué curioso: a un partido de oposición le irá mejor si se pliega a los designios del supremo gobierno, ¿o qué es "la relación constructiva"? Valdría la pena saberlo de modo preciso, aunque ya de entrada la definición está también a cargo del diputado Emilio Gamboa Patrón, el adelantado moral del PRI, que ve como tarea de su partido el "tender puentes". ¡Qué curioso también! El PRI transita de partido en el poder a encargado de las relaciones públicas de la reingeniería política.
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¿Cómo entender que carezca de consecuencias la descripción de México de Calderón tan limítrofe con la condena histórica y la denuncia penal de los malos gobernantes? ¿Cómo asumir que en un país hecho pedazos no se puntualicen las causas de su postración, tan firme pero nebulosamente descrita por el Presidente de la República? O ya las palabras no tienen valor, o las enunciaciones proféticas a lo Isaías o lo Jeremías son pura retórica ante los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados. ¿Se puede conjugar lo sombrío con lo velozmente jubiloso? ¿Y quién podría localizar las contradicciones en la proferición calderoniana? Las interrogantes pesan como un ensayo no leído o como la idea de que en un libro se puede mentir pero a partir de un hecho: el que se mienta tan groseramente no quiere decir que se tenga derecho a no creer en las revelaciones del mentiroso. Pero este es otro tema, lo que me ocupa ahora atisbar son algunos de los orígenes de las oscuridades que antes del 1 de diciembre de 2006 devoraban a la paliducha República. Entre ellos:
-La voracidad empresarial sin límites que considera ofensivas la petición de aumento al salario mínimo y el salario mínimo mismo, y que no ve con malos ojos la semiesclavitud que practican muchas empresas.
-La corrupción gubernamental a la que no interrumpen los sexenios y a la que vigorizan los contratos con todo y sus licitaciones más que light. El ejemplo de la megabiblioteca, uno de esos monumentos tan costosos e inertes de la política cultural, no es en modo alguno el único. Hay que ver, para irnos al porvenir, lo que va a deparar la entrega de los recursos del ISSSTE a los bancos, el gobierno y el grupo siempre jacarandoso de doña Elba Esther Gordillo.
-La suprema incompetencia de todos los funcionarios que al llegar al puesto inician su conocimiento en la materia. Con la improvisación se perfecciona la falta de respeto a la ciudadanía. El que un funcionario no sepa nada de lo que supuestamente está a su cargo garantiza que al salir del puesto sabrá todavía menos. Las instituciones no tienen la culpa de su vaporosidad legal, de la falta de vigilancia de la sociedad civil, y de la demagogia y la hipocresía de quienes las manejan, y el país tampoco tiene la culpa de la fragilidad prefabricada de sus instituciones. -El culto a la impunidad es, categóricamente, el peor de los males del país sombrío tan "rescatado del hoyo" por Calderón. La impunidad exige la desigualdad social extrema y, también, de paso, las campañas de odio contra quien ponga en duda la perfección del sistema financiero y político.
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