lunes, abril 23, 2007

Fiesta de chivos

Denise Dresser

"Evidentemente escasean los buenos políticos y no podemos esperar milagros. Así que si un chivo es chivo, seguirá siendo un chivo", dice Giovanni Sartori de paso por México. Un país de chivos que pastan por los pasillos del poder, devorando todo lo que encuentran a su paso. Insaciables. Voraces. Glotones. Campantes. Alimentándose del presupuesto y engordando día tras día gracias a lo que que consumen de él. Rebaños rapaces porque no encuentran cercas que los acorralen, pastores que los controlen, castigos para el rumiante que coma de más. Reflejo de una democracia sin rendición de cuentas; síntoma de una democracia de baja calidad.

Evidenciada, abuso tras abuso, en las páginas de los periódicos y la cobertura de los noticieros. Chivos rampantes, desatados, con cuatro estómagos capaces de digerir lo que consumen en el Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial. La "tajada" de 146 millones de pesos que los coordinadores parlamentarios se reparten en vez de devolver. La compra de carros y chocolates y flores para "alegrar el ambiente de trabajo" con ese remanente. Las irregularidades detectadas en la cuenta pública del penúltimo año de Vicente Fox. Las nuevas casas de Arturo Montiel, añadidas a la lista de las que ya había acumulado. La lista de "aviadores" que cobran en la Cámara de Diputados pero en realidad no trabajan allí. Los fraudes detectados mas no penalizados en los contratos de Pemex. Los fondos de retiro autorizados para 250 jueces y 70 magistrados. Allí pastando, los bovinos y su bacanal.

José Ángel Gurría, aun a la distancia, se asemeja a los miembros de este rebaño ya que nació, creció y corrió en él. Y aunque no constituye el ejemplo más notorio y las revelaciones que hace la revista The Economist son menores en contraste con otros casos de abuso y nepotismo, sí ilustran una actitud. Una forma de actuar que lo ha acompañado desde que se autorizó una pensión vitalicia en Nafinsa, a pesar de haber sido su director durante muy poco tiempo. Una forma de percibir y usar los puestos públicos, presente aún en los funcionarios más capaces y cosmopolitas. Una percepción de derechos adquiridos desde la cual se concibe a la función pública como un lugar para servir y servirse.

Y esa actitud de entitlement es la que molesta a los que hoy critican al mexicano al frente de la OCDE, a quienes exigen la renuncia de Paul Wolfowitz del Banco Mundial, a quienes removieron a Jacques Attali por los pisos de mármol que autorizó en el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, a quienes destituyeron recientemente al presidente del museo Smithsonian en Washington por los gastos suntuarios que él y su esposa le cobraron a la institución. Ejemplos internacionales de abuso de autoridad cometidos con recursos que no son suyos: cenas demasiado caras y hoteles de cinco estrellas y viáticos desmedidos y sueldos desmesurados y promociones injustificadas y remodelaciones multimillonarias y puestos para las hijas y recomendaciones para las novias. Personas y prácticas que merecen ser sancionadas y que con frecuencia lo son.

Mas no en México, país de chivos sin expiación. País de cornudos sin castigo. País de cabras sin correas o control. Donde los abusos son expuestos mas no necesariamente investigados. Donde las irregularidades son denunciadas pero pocas veces sancionadas. Donde Héctor Larios -coordinador parlamentario del PAN- se indigna más con los diputados que filtraron la "tajada" a la prensa que con la práctica escandalosa en sí. Donde Emilio Gamboa -coordinador parlamentario del PRI- descalifica cualquier crítica al patrimonialismo legislativo como un intento por "poner a la ciudadanía en contra del Congreso". Donde José Ángel Gurría insulta la inteligencia de los mexicanos al sugerir que las acusaciones en su contra son producto de un complot entre The Economist y el gobierno de Tony Blair.

Pero hablan y actúan así porque pueden. Porque como ha sugerido Arturo González de Aragón, Auditor Superior de la Federación, "en México estamos ahogados en la discrecionalidad". Ante la falta de reglas explícitas y controles claros y sanciones contundentes, demasiados funcionarios públicos hacen lo que se les da la gana. Como lo hace la Secretaría de Hacienda al devolver impuestos o no cobrar créditos fiscales pendientes. Como lo hace Pemex al repartir de manera poco clara los excedentes petroleros. Como lo hace el gobierno federal cuando entrega recursos de manera discrecional a los estados. Como lo hacen los jueces con sus fideicomisos y los consejeros del IFE con sus bonos y los diputados con sus remanentes presupuestales.

Y después estas mismas élites se preguntan por qué muchos mexicanos no pagan impuestos, por qué hay tanta desigualdad, por qué existe tanta resistencia a una reforma fiscal basada en el IVA a medicinas y alimentos, por qué tantos votaron por un proyecto económico "alternativo", por qué México produjo a un personaje antiinstitucional como lo es Andrés Manuel López Obrador. La respuesta está en la disfuncionalidad de una democracia poco profunda que funciona para la clase política pero no para los ciudadanos.

Una democracia nueva habitada por chivos viejos acostumbrados a la corrupción, al clientelismo, al favoritismo, al uso arbitrario del poder, al gasto de recursos públicos como si les pertenecieran. Una democracia con alternancia pero sin contrapesos. Una democracia con competencia pero sin rendición de cuentas. Una democracia con costos ascendentes y controles inexistentes. Celebrando elecciones que -como lo argumenta Andreas Schedler- son instrumentos demasiado débiles para garantizar un gobierno decente. Defendiendo instituciones opacas que no toman decisiones transparentes. Y ante ellas, una ciudadanía desamparada, desprotegida, que padece la discrecionalidad pero puede hacer poco para frenarla. Impotente ante los intocables.

En la novela de Mario Vargas Llosa, La Fiesta del Chivo, Urania le reclama a su padre la podredumbre política que protagonizó: "Luego de tantos años de servir al Jefe, habías perdido los escrúpulos, la sensibilidad, el menor asomo de rectitud. Igual que tus colegas. Igual que el país entero, tal vez". Tantos chivos, aquí y allá. Pero como dice la famosa frase, si los hombres fueran ángeles, ningún gobierno sería necesario. Y el problema para México no es la omnipresencia de chivos sino el lugar donde pastan libremente. La ausencia de vigilancia y vigilantes, de monitoreo y monitores, de auditoría y auditores, de abusos detectados y castigos infligidos. Y por ello será necesario cambiar las reglas para permitir el sacrificio de chivos, aunque sean expiatorios.

2 comentarios:

Gustavo dijo...

Está dedicado al JA que actualmente se encuentra leyendo la novela...

JA dijo...

Orale, que coincidencia.

La novela esta buenisima, se las recomiendo ampliamente!