Carlos Monsiváis
¿Qué consecuencias tiene la teología, una disciplina las más de las veces inaccesible a los mortales que no quisieran serlo? ¿Ha perdido fuerza o la ha reconcentrado? Las preguntas que no admiten respuestas fáciles o respuestas a secas, distan de ser gratuitas en Latinoamérica, la vasta zona geográfica que alberga a la mitad de los católicos del mundo. De allí el interés que suscitan libros como Twentieth Century Catholic Theologians (2006), del dominico escocés Fergus Kerr, un acercamiento a la obra de 10 teólogos anteriores y posteriores al Concilio Vaticano II. Entre los más conocidos (para mí, un lego no católico) se encuentran Karl Rahner, Edward Schillebeeckx, Hans Urs von Balthasar, Hans Küng, Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger. El exégeta de Kerr, R. R., Reno (en la revista First Things , mayo de 2007), desdeña a dos de los elegidos, Schillebeeckx y Küng, que le parecen más representativos que originales, y de ningún modo pensadores importantes, pero Kerr reivindica a la decena que "ha modificado el modo de pensar de la Iglesia".
* * *
Una cita de Kerr me llama la atención: una de las conclusiones del teólogo Walter Kasper: "No hay duda; el acontecimiento fundamental de la teología católica de nuestro siglo es el haber trascendido la neoescolástica". La relevancia de tal hazaña se aclara si se toma en cuenta hasta qué punto, en la vida cotidiana de los religiosos de varias generaciones, la neoescolástica, la derivación del sistema de Tomás de Aquino, ha sido la gran armazón teórica en el enfrentamiento a "la modernidad", ese peligro de un millón de disfraces, hasta hace unas décadas el sinónimo del mundo que el demonio patrocinaba y cuyo ofrecimiento mayor era la dispensa de culpas en relación a la carne, y que ahora es el poder conjunto del hedonismo y la tecnología, vencedora a diario de las censuras y las inhibiciones.
¿Quién recuerda ahora Humani Generis (1950) del papa Pío XII, encíclica que fue en su momento "la reafirmación inequívoca de la tradición escolástica que había denominado las respuestas católicas a la modernidad a fines del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX"? Esta tradición ya ha desaparecido pero en el libro de Kerr no queda claro que la sustituyó antes del regreso oficial en el siglo XXI a la ortodoxia rígida, con todo y misas en latín. ¿Qué fue o cómo se desarrolló y cómo se extinguió la teología popular o de la liberación? ¿Por qué la adhesión de las multitudes no se significa la comprensión mayor del dogma? (A veces, ante las formulaciones recientes, llego a sospechar que teología que se entiende es herejía).
* * *
El rasgo definitorio del pensamiento católico de 1850 a 1950, según Kerr, es un argumento elaborado con eficacia, que declara el fracaso de todas las soluciones modernas, de Descartes a Locke, de Kant a Comte, de Rosseau a Stuart Mill, de Scheleiermacher a Hegel, y, arguye en cambio la "solución perdurable" que viene de la estructura básica de la teoría tomista del conocimiento, y del recuento tomista de la naturaleza y la gracia.
Al llegar a este punto me detengo y vislumbro la historia de la teología en México. El tomismo, o lo que así se consideraba, y que muy sucintamente es la supremacía de la fe sobre la razón, y es también la interpretación de la Biblia sobre el significado espiritual, sojuzgó los seminarios y amplió casi por completo los debates, a solicitud de una jerarquía política y de la formación integrista de los que pasaban por eminencias. Se caracteriza esta etapa por "el miedo a la modernidad" y por la sucesión de estrategias que culminan con el Syllabus de los errores (1864), la encíclica de Pío Nono con su lista de "ismos perversos": el racionalismo, el liberalismo, el protestantismo, el socialismo y el comunismo. ¡Ah, y la masonería! Kerr niega que el Syllabus expresa el "miedo a la modernidad", pero Pío Nono se desatiende de la acusación y sostiene: "Cuando en la sociedad civil es desterrada la religión e imperan la libertad de conciencia, de cultos y de expresión, se pierde la verdadera idea de la justicia y el derecho".
El Syllabus avasalla en América Latina por un tiempo largo, y no obstante la presencia de los liberales, su influjo aún no se disipa y sus consecuencias son funestas al hacer del pensamiento y la crítica enemigos heréticos de las sociedades. Desde los seminarios, la creencia sin fisuras enarbola la tesis: sin la unidad religiosa no hay nación, y, si es genuina, la nación es un capítulo de la religiosidad que los símbolos concentran. Y la meta está a la vista: una vez exterminada la disidencia de modo real y simbólico, la obediencia por sí misma producirá ideas. Pero no hay circulación de argumentos teológicos y de modo muy perceptible, el tomismo, el estudio de la Suma Teológica, es un ritual apenas perceptible en atmósferas dominadas por el Concilio de Trento. No se oye el "Creo porque es absurdo", atribuido a santo Tomás, sino el simple "Creo porque así debe ser".
* * *
Si se revisa algo del material ya cuantioso de la historia de la religión católica en América Latina, se verá cómo sin confrontación teológica alguna, el neotomismo se adueña de los seminarios y allí se traduce en rutina y llamados a la supresión de libertades. Luego, ya a partir de 1920 ó 1930, sin perder su sitio de honor, el neotomismo se diluye y lo sustituye la memorización estricta de la fe, sin Aristóteles de por medio; una reverencia mnemotécnica iniciada en los seminarios que se extiende en la sociedad y que, en varias regiones, afecta a círculos amplios y obliga a memorizar lo incomprensible: "Si se entiende no es verdad".
* * *
Según Kerr el fracaso mayor de "la Generación Heroica", la de los 10 teólogos a las que examina y consagra, no es un error o una serie de errores teológicos; su fracaso es cultural y hasta cierto punto inevitable, y radica en su soberbia o su impaciencia de pensamiento. Al interpretar así la fe, alega Kerr, perpetúan el mito según el cual el pensamiento católico del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX es "un desierto muy vasto de teología seca y polvosa, sin significado espiritual". No es tal cosa, sostiene el dominico, estos pensadores olvidan que la teología ´seca y polvosa´ ha formado a la sociedad en el rechazo de las herejías. Es una lástima, concluye, que gente tan eminente no haya entendido "la fe del carbonero" (la simpleza de espíritu que entiende de las razones del corazón), por centrarse en el matiz y reinventar la complejidad.
No tanto. En la encíclica Fides et ratio (1995), el papa Juan Pablo II prepara el camino para su ataque continuo a "la abominación del laicismo". En Fides y Ratio Woytila es categórico: "Con su carácter específico de disciplina encargada de dar testimonio de la fe, la preocupación de la teología fundamental debe ser justificar y exponer la relación entre la fe y el pensamiento filosófico". Nada a la deriva, todo bajo control. La modernidad (lo que esta sea, como a esta se le defina) queda situada como el enemigo, por las razones que la Iglesia católica juzga convenientes y que, teológicamente, son asuntos estrictos de los creyentes, pero cuya resonancia, al afectar a la sociedad en muy diversos asuntos, lleva a los enfrentamientos actuales porque la laicidad reivindica sus derechos, y la modernidad admite definiciones muy positivas.
¿Qué consecuencias tiene la teología, una disciplina las más de las veces inaccesible a los mortales que no quisieran serlo? ¿Ha perdido fuerza o la ha reconcentrado? Las preguntas que no admiten respuestas fáciles o respuestas a secas, distan de ser gratuitas en Latinoamérica, la vasta zona geográfica que alberga a la mitad de los católicos del mundo. De allí el interés que suscitan libros como Twentieth Century Catholic Theologians (2006), del dominico escocés Fergus Kerr, un acercamiento a la obra de 10 teólogos anteriores y posteriores al Concilio Vaticano II. Entre los más conocidos (para mí, un lego no católico) se encuentran Karl Rahner, Edward Schillebeeckx, Hans Urs von Balthasar, Hans Küng, Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger. El exégeta de Kerr, R. R., Reno (en la revista First Things , mayo de 2007), desdeña a dos de los elegidos, Schillebeeckx y Küng, que le parecen más representativos que originales, y de ningún modo pensadores importantes, pero Kerr reivindica a la decena que "ha modificado el modo de pensar de la Iglesia".
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Una cita de Kerr me llama la atención: una de las conclusiones del teólogo Walter Kasper: "No hay duda; el acontecimiento fundamental de la teología católica de nuestro siglo es el haber trascendido la neoescolástica". La relevancia de tal hazaña se aclara si se toma en cuenta hasta qué punto, en la vida cotidiana de los religiosos de varias generaciones, la neoescolástica, la derivación del sistema de Tomás de Aquino, ha sido la gran armazón teórica en el enfrentamiento a "la modernidad", ese peligro de un millón de disfraces, hasta hace unas décadas el sinónimo del mundo que el demonio patrocinaba y cuyo ofrecimiento mayor era la dispensa de culpas en relación a la carne, y que ahora es el poder conjunto del hedonismo y la tecnología, vencedora a diario de las censuras y las inhibiciones.
¿Quién recuerda ahora Humani Generis (1950) del papa Pío XII, encíclica que fue en su momento "la reafirmación inequívoca de la tradición escolástica que había denominado las respuestas católicas a la modernidad a fines del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX"? Esta tradición ya ha desaparecido pero en el libro de Kerr no queda claro que la sustituyó antes del regreso oficial en el siglo XXI a la ortodoxia rígida, con todo y misas en latín. ¿Qué fue o cómo se desarrolló y cómo se extinguió la teología popular o de la liberación? ¿Por qué la adhesión de las multitudes no se significa la comprensión mayor del dogma? (A veces, ante las formulaciones recientes, llego a sospechar que teología que se entiende es herejía).
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El rasgo definitorio del pensamiento católico de 1850 a 1950, según Kerr, es un argumento elaborado con eficacia, que declara el fracaso de todas las soluciones modernas, de Descartes a Locke, de Kant a Comte, de Rosseau a Stuart Mill, de Scheleiermacher a Hegel, y, arguye en cambio la "solución perdurable" que viene de la estructura básica de la teoría tomista del conocimiento, y del recuento tomista de la naturaleza y la gracia.
Al llegar a este punto me detengo y vislumbro la historia de la teología en México. El tomismo, o lo que así se consideraba, y que muy sucintamente es la supremacía de la fe sobre la razón, y es también la interpretación de la Biblia sobre el significado espiritual, sojuzgó los seminarios y amplió casi por completo los debates, a solicitud de una jerarquía política y de la formación integrista de los que pasaban por eminencias. Se caracteriza esta etapa por "el miedo a la modernidad" y por la sucesión de estrategias que culminan con el Syllabus de los errores (1864), la encíclica de Pío Nono con su lista de "ismos perversos": el racionalismo, el liberalismo, el protestantismo, el socialismo y el comunismo. ¡Ah, y la masonería! Kerr niega que el Syllabus expresa el "miedo a la modernidad", pero Pío Nono se desatiende de la acusación y sostiene: "Cuando en la sociedad civil es desterrada la religión e imperan la libertad de conciencia, de cultos y de expresión, se pierde la verdadera idea de la justicia y el derecho".
El Syllabus avasalla en América Latina por un tiempo largo, y no obstante la presencia de los liberales, su influjo aún no se disipa y sus consecuencias son funestas al hacer del pensamiento y la crítica enemigos heréticos de las sociedades. Desde los seminarios, la creencia sin fisuras enarbola la tesis: sin la unidad religiosa no hay nación, y, si es genuina, la nación es un capítulo de la religiosidad que los símbolos concentran. Y la meta está a la vista: una vez exterminada la disidencia de modo real y simbólico, la obediencia por sí misma producirá ideas. Pero no hay circulación de argumentos teológicos y de modo muy perceptible, el tomismo, el estudio de la Suma Teológica, es un ritual apenas perceptible en atmósferas dominadas por el Concilio de Trento. No se oye el "Creo porque es absurdo", atribuido a santo Tomás, sino el simple "Creo porque así debe ser".
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Si se revisa algo del material ya cuantioso de la historia de la religión católica en América Latina, se verá cómo sin confrontación teológica alguna, el neotomismo se adueña de los seminarios y allí se traduce en rutina y llamados a la supresión de libertades. Luego, ya a partir de 1920 ó 1930, sin perder su sitio de honor, el neotomismo se diluye y lo sustituye la memorización estricta de la fe, sin Aristóteles de por medio; una reverencia mnemotécnica iniciada en los seminarios que se extiende en la sociedad y que, en varias regiones, afecta a círculos amplios y obliga a memorizar lo incomprensible: "Si se entiende no es verdad".
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Según Kerr el fracaso mayor de "la Generación Heroica", la de los 10 teólogos a las que examina y consagra, no es un error o una serie de errores teológicos; su fracaso es cultural y hasta cierto punto inevitable, y radica en su soberbia o su impaciencia de pensamiento. Al interpretar así la fe, alega Kerr, perpetúan el mito según el cual el pensamiento católico del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX es "un desierto muy vasto de teología seca y polvosa, sin significado espiritual". No es tal cosa, sostiene el dominico, estos pensadores olvidan que la teología ´seca y polvosa´ ha formado a la sociedad en el rechazo de las herejías. Es una lástima, concluye, que gente tan eminente no haya entendido "la fe del carbonero" (la simpleza de espíritu que entiende de las razones del corazón), por centrarse en el matiz y reinventar la complejidad.
No tanto. En la encíclica Fides et ratio (1995), el papa Juan Pablo II prepara el camino para su ataque continuo a "la abominación del laicismo". En Fides y Ratio Woytila es categórico: "Con su carácter específico de disciplina encargada de dar testimonio de la fe, la preocupación de la teología fundamental debe ser justificar y exponer la relación entre la fe y el pensamiento filosófico". Nada a la deriva, todo bajo control. La modernidad (lo que esta sea, como a esta se le defina) queda situada como el enemigo, por las razones que la Iglesia católica juzga convenientes y que, teológicamente, son asuntos estrictos de los creyentes, pero cuya resonancia, al afectar a la sociedad en muy diversos asuntos, lleva a los enfrentamientos actuales porque la laicidad reivindica sus derechos, y la modernidad admite definiciones muy positivas.
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