NOVELA
Laura Restrepo,
La novia oscura,
Alfaguara,
México, 2007.
Dolor jovial de perder
las cosas idolatradas.
Dolor que cuesta la vida a veces,
y a veces no cuesta nada
Renato Leduc
las cosas idolatradas.
Dolor que cuesta la vida a veces,
y a veces no cuesta nada
Renato Leduc
Cuando Laura Restrepo ganó el Premio Alfaguara de Novela en 2004, con Delirio, un lector que no la conociera antes seguramente habría imaginado que siempre encontraría en sus obras el mismo escenario: la Colombia que hace algunos años parecía ahogarse en sus problemas con las guerrillas y las drogas, la que aparece en esa novela premiada. Sin embargo, ya Dulce compañía desmentiría este supuesto, aunque la historia del ángel se situaba en un escenario semejante: las ciudades perdidas que han ido apareciendo no sólo en Colombia, sino en prácticamente todas las capitales de los países en desarrollo.
"Dicen que amor pagado es amor en pecado, pero yo digo que no es más que ley de la economía porque a nadie le cae el pan del cielo..." explica Todos los Santos cuando empieza a contar la historia de su ahijada Sayonara, una joven y bella prostituta que aparece para cambiar la vida de todo el universo que escribe Laura Restrepo en La novia oscura. Esta no es simplemente una historia más de una mujer cualquiera, ni mucho menos de una prostituta cualquiera: es la vida de un barrio y de un pueblo, de una época y de una generación que parece ya no estar aquí; es un modo de vivir física, moral e incluso religiosamente, aunque la de Sayonara sea una vida de pecado.
La Catunga es más que sólo un barrio de prostitutas, como Sayonara no es la única protagonista –más bien es la gran ausente, pues todos hablan de ella, pero ella no habla de sí misma–, pero es el hilo que conduce los destinos de todos los demás personajes, desde Todos los Santos (la prostituta retirada por la edad) hasta Sacramento (el eterno enamorado) y la voz de la supuesta periodista que va en busca de una buena historia. Este es un recurso común en otras novelas de Restrepo, como Dulce compañía, por lo que en ocasiones se habla de sus libros como "novelas periodísticas" con detalles tan realistas que es difícil creer que sean inventados. Sin embargo, ¿no es deber del buen narrador crear mundos tan realistas que uno pensaría poder encontrarlos a la vuelta de la esquina?
Amor, lujuria y erotismo, pero también cruda realidad de mujeres que se han quedado solas en la vida con hijos que sacar adelante. Mujeres para quienes lo malo era morirse, no mantenerse con vida haciendo lo que hubiera que hacerse. Así parecería resumirse la vida de las fervientes devotas de Santa Catarina (La Catunga era el nombre "cariñoso" dado por las mujeres a su barrio), pero como ya decíamos, Sayonara, o la Niña, no es igual a todas: es una bola de pelos rebelde y flacucha, pero decidida a ser una buena prostituta, que termina convirtiéndose en el amor de todos los empleados de la compañía petrolera que salen de la selva una vez al mes; de un Renato Leduc que va a dar a la ciudad de Tora y le escribe versos desesperados, y de dos amigos en particular; en fin, se convierte en una leyenda viviente que acaba por consumirse en sí misma.
Si a estas alturas algún lector cree recordar algo de García Márquez, no está tan equivocado. Ciertamente hay algo de la compañía bananera de Macondo en la Tropic Oil Company y la exuberancia de la selva es la misma mágica presencia sobrecogedora que aísla a los habitantes de estos mundos colombianos. Y claro, también están las putas tristes de feliz memoria, a las que sin duda podría unirse esa niña de "ojos que han visto demasiado", bella y terrible como la Sulamita del Cantar de los Cantares. Pero finalmente, ningún fallo es ser influenciado por otros escritores; la intertextualidad es aquí una especie de romance también, con los paisajes y los personajes, un sentimiento que, como la pasión que siente Sayonara por el Payanés, late en el pecho y en ese otro corazón que tienen las mujeres excepcionales.
"Dicen que amor pagado es amor en pecado, pero yo digo que no es más que ley de la economía porque a nadie le cae el pan del cielo..." explica Todos los Santos cuando empieza a contar la historia de su ahijada Sayonara, una joven y bella prostituta que aparece para cambiar la vida de todo el universo que escribe Laura Restrepo en La novia oscura. Esta no es simplemente una historia más de una mujer cualquiera, ni mucho menos de una prostituta cualquiera: es la vida de un barrio y de un pueblo, de una época y de una generación que parece ya no estar aquí; es un modo de vivir física, moral e incluso religiosamente, aunque la de Sayonara sea una vida de pecado.
La Catunga es más que sólo un barrio de prostitutas, como Sayonara no es la única protagonista –más bien es la gran ausente, pues todos hablan de ella, pero ella no habla de sí misma–, pero es el hilo que conduce los destinos de todos los demás personajes, desde Todos los Santos (la prostituta retirada por la edad) hasta Sacramento (el eterno enamorado) y la voz de la supuesta periodista que va en busca de una buena historia. Este es un recurso común en otras novelas de Restrepo, como Dulce compañía, por lo que en ocasiones se habla de sus libros como "novelas periodísticas" con detalles tan realistas que es difícil creer que sean inventados. Sin embargo, ¿no es deber del buen narrador crear mundos tan realistas que uno pensaría poder encontrarlos a la vuelta de la esquina?
Amor, lujuria y erotismo, pero también cruda realidad de mujeres que se han quedado solas en la vida con hijos que sacar adelante. Mujeres para quienes lo malo era morirse, no mantenerse con vida haciendo lo que hubiera que hacerse. Así parecería resumirse la vida de las fervientes devotas de Santa Catarina (La Catunga era el nombre "cariñoso" dado por las mujeres a su barrio), pero como ya decíamos, Sayonara, o la Niña, no es igual a todas: es una bola de pelos rebelde y flacucha, pero decidida a ser una buena prostituta, que termina convirtiéndose en el amor de todos los empleados de la compañía petrolera que salen de la selva una vez al mes; de un Renato Leduc que va a dar a la ciudad de Tora y le escribe versos desesperados, y de dos amigos en particular; en fin, se convierte en una leyenda viviente que acaba por consumirse en sí misma.
Si a estas alturas algún lector cree recordar algo de García Márquez, no está tan equivocado. Ciertamente hay algo de la compañía bananera de Macondo en la Tropic Oil Company y la exuberancia de la selva es la misma mágica presencia sobrecogedora que aísla a los habitantes de estos mundos colombianos. Y claro, también están las putas tristes de feliz memoria, a las que sin duda podría unirse esa niña de "ojos que han visto demasiado", bella y terrible como la Sulamita del Cantar de los Cantares. Pero finalmente, ningún fallo es ser influenciado por otros escritores; la intertextualidad es aquí una especie de romance también, con los paisajes y los personajes, un sentimiento que, como la pasión que siente Sayonara por el Payanés, late en el pecho y en ese otro corazón que tienen las mujeres excepcionales.
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