La muerte de Artemio Cruz
Carlos Fuentes
Él se espolvoreó la túnica y se acercó al joven licenciado.
-¿Hay cigarros?
-Sí…creo que sí… Por aquí andaban.
-Ofrécele al yaqui.
-Ya le ofrecí antes. No le gustan los míos.
-¿Trae los suyos?
-Parece que se le acabaron.
-Puede que los soldados tengan cartas.
-No; no me podría concentrar. Creo que no podría…
-¿Tienes sueño?
-No.
-Tienes razón. No hay que dormir.
-¿Crees que algún día te vas a arrepentir?
-¿Cómo?
-Digo, de haber dormido antes…
-Está chistoso eso.
-Ah, sí. Entonces más vale recordar. Dicen que es bueno recordar.
-No hay mucha vida por detrás.
-Cómo no. Ésa es la ventaja del yaqui. Puede que por eso no le guste hablar.
-Sí. No, no te entiendo…
-Digo que le yaqui sí tiene muchas cosas que recordar.
-Puede que en su lengua no se recuerde igual.
-Toda esa caminata, desde Sinaloa. Lo que nos contó hace un rato.
-Sí…
-…
-Regina…
-¿Cómo?
-No. No más repito nombres.
-¿Qué edad tienes?
-Voy para veintiséis. ¿Y tú?
-Veintinueve. Tampoco tengo mucho que recordar. Y eso que la vida se volvió tan agitada, tan de repente.
-¿Cuándo se empezará a recordar la niñez, por ejemplo?
-Es cierto; cuesta trabajo.
-¿Sabes? Ahora, mientras hablábamos…
-¿Sí?
-Bueno; me repetí unos nombres. ¿Sabes? Ya no me suenan; ya no quieren decir nada.
-Va a amanecer.
-No te fijes.
-Me suda mucho la espalda.
-Dame el cigarro. ¿Qué pasó?
-Perdón. Toma. Puede que no se sienta nada.
-Eso dicen.
-¿Quién lo dice, Cruz?
-Seguro. Los que matan.
-¿Te importa mucho?
-Pues…
-¿Por qué no piensas en…?
-¿Qué?¿Que todo va a seguir igual, aunque nos maten?
-No, no pienses para adelante, sino para atrás. Yo pienso en todos los que ya han muerto en la revolución.
-Sí; recuerdo a Bule, Aparicio, Gómez, el Capitán Tiburcio Amarillas…a unos cuantos.
-Apuesto que no le sabes el nombre ni a veinte. Y no sólo a ellos. ¿Cómo se llamaban todos los muertos? No sólo los de esta revolución; los de todas las revoluciones y todas las guerras y hasta los muertos en su cama. ¿Quién se acuerda de ellos?
-Mira: dame un cerillo.
-Perdón.
-Ahora sí ya salió la luna.
-¿Quieres verla? Si te apoyas en mis hombros, puedes alcanzar…
-No. No vale la pena.
-Menos mal que me quitaron el reloj.
-Sí.
-Quiero decir, para no llevar la cuenta.
-Seguro, sí entendí.
-La noche pareció más… más larga…
-Pinche meadera ésta.
-Mira al yaqui. Se durmió. Menos mal que nadie mostró miedo.
Ahora, otro día metidos aquí.
-Quién sabe. De repente entran al rato.
-Éstos no. Les gusta su juego. Hay demasiada costumbre de fusilar al alba. Van a jugar con nosotros.
-¿No que era tan impulsivo?
-Villa sí. Zagal, no.
-Cruz… ¿que es como muy absurdo?
-¿Qué?
-Morir a manos de unos de los caudillos y no creer en ninguno de ellos.
-¿Qué, iremos los tres juntos o nos sacarán uno por uno?
-Es más fácil de un jalón, ¿qué, no? Tú eres el militar.
-¿No se te ocurre ninguna treta?
-¿Te cuanto una cosa? Mira que es para morir de risa.
¿Qué cosa?
-No te lo diría si no estuviera seguro que de aquí no salgo. Carranza me mandó en esta misión con el puro objetivo de que me agarraran y fueran ellos los responsables de mi muerte. Se le metió en la cabeza que más le valía un héroe muerto que un traidor vivo.
-¿Tú, traidor?
-Depende de cómo lo mires. Tú nada más has andado en las batallas; has obedecido órdenes y nunca has dudado de tus jefes.
-Seguro. Se trata de ganar la guerra. Qué, ¿tú no están con Obregón y Carranza?
-Como podría estar con Zapata o Villa. No creo en ninguno.
-¿Y entonces?
-Ése es el drama. No hay más que ellos. No sé si te acuerdas del principio. Fue tan poco, pero parece tan lejano… cuando no importaban los jefes. Cuando esto se hacía no para elevar a un hombre, sino a todos.
-¿Quieres que hable mal de la lealtad de nuestros hombres? Si eso es la revolución, no más: lealtad a los jefes.
-Sí. Hasta el yaqui, que primero salió a pelear por sus tierras, ahora sólo pelea por el general Obregón y contra el general Villa. No, antes era otra cosa. Antes de que esto degenerara en facciones. Pueblo por donde pasaba la revolución era pueblo donde se acababan las deudas del campesino, se expropiaba a los agiotistas, se liberaba a los presos políticos y se destruía a los viejos caciques. Pero ve nada más cómo se han ido quedando atrás los que creían que la revolución no era para inflar jefes sino para liberar al pueblo.
-Ya habrá tiempo.
-No, no lo habrá. Una revolución empieza a hacerse desde los campos de batalla militares, pero una vez que se corrompe, aunque siga ganado batallas militares ya está perdida. Todos hemos sido responsables. Nos hemos dejado dividir y dirigir por los concupiscientes, los ambiciosos, los mediocres. Los que quieren una revolución de verdad, radical, intransigente, son por desgracia hombres ignorantes y sangrientos. Y los letrados sólo quieren una revolución a medias, compatible con lo único que les interesa: medrar, vivir bien, sustituir la élite de don Porfirio. Ahí está el drama de México. Mírame a mí. Toda la vida leyendo a Kropotkin, a Bakunin, al viejo Plejanov, con mis libros desde chamaco, discute y discute. Y a la hora de la hora, tengo que afiliarme con Carranza porque es el que parece gente decente, el que no me asusta. ¿Ves qué mariconería? Les tengo miedo a los pelados, a Villa y a Zapata…”Continuaré siendo una persona imposible mientras las personas que hoy son posibles sigan siendo posibles…” Ah sí, Cómo no.
-Te descaras a la hora de la muerte…
-“Tal es el defecto radical de mi carácter: el amor por lo fantástico, las aventuras nunca vistas, las empresas que abren horizontes infinitos e imprevisibles…” Ah sí. Cómo no.
-¿Por qué nunca dijiste eso allá afuera?
-Se lo dije desde el año ’13 a Iturbe, a Lucio Blanco, a Buelna, a todos los militares honrados que nunca pretendieron convertirse en caudillos. Por eso no supieron pararle el juego al viejo Carranza, que toda su vida se ha dedicado a sembrar cizaña y a dividir, porque de otra manera, ¿quién no le iba a comer el mandado, viejo mediocre? Por eso ascendía a los mediocres, a los Pablo González, a los que no podían hacerle sombra. Así dividió a la revolución, la convirtió en guerra de facciones.
-¿Y por eso te mandaron a Perales?
-Con la misión de convencer a los villistas de que deben rendirse. Como si no supiéramos todos que van huyendo derrotados y en su desesperación pasan por las armas a cuanto carranclán se les pone en frente. Al viejo no le gusta ensuciarse las manos. Prefiere que el enemigo le haga los trabajos sucios. Artemio, Artemio, los hombres no han estado a la altura de su pueblo y de su revolución.
-¿Por qué no te pasas con Villa?
-¿A otro caudillo?¿Para ver cuánto dura y luego pasarme a otro y otro más, hasta que me vuelva a encontrar en otra celda esperando otra orden de fusilamiento?
-Pero te salvas esta vez…
-No… Créeme, Cruz, me gustaría salvarme, regresar a Puebla, Ver a mi mujer, a mi hijo. A Luisa y a Pancholín. Y mi hermanita Catalina, que tanto depende de mí. Ver a mi padre, mi viejo do Gamaliel, tan noble, tan ciego. Tratar de explicarle por qué me metí en eso. Él nunca comprendió que hay deberes que es necesario cumplir aunque se sepa de antemano que se va al fracaso. Para él aquel orden era eterno; las haciendas, el agio disfrazado, todo eso… Ojalá hubiera alguien a quien pudiera encargarle que fuera a verlos y a decirles cualquier cosa de mi parte. Pero de aquí nadie sale vivo, lo sé. No; todo es un siniestro juego de eliminaciones. Ya estamos viviendo entre criminales y enanos, porque el caudillo mayor prohíja pigmeos que no le hagan sombra y el caudillo menor tiene que asesinar al grande para ascender. Qué lástima, Artemio. Qué necesario es todo lo que está pasando y qué innecesario es corromperlo. No es esto lo que quisimos cuando hacíamos la revolución con todo el pueblo, en ’13… Y tú, vete decidiendo. En cuanto eliminen a Zapata y Villa, quedarán sólo dos jefes, tus jefes actuales. ¿Con cuál vas a jalar?
-Mi jefe es el general Obregón.
-Menos mal que te has decidido ya. A ver si no te cuesta la vida; a ver si…
-Te olvidas de que nos van a fusilar.
Bernal rió con sorpresa, como si hubiese intentado volar y el peso olvidado de unos grilletes se lo hubiesen impedido. Apretó el hombro del otro prisionero y dijo:
-¿Maldita manía política! O puede que sea intuición. ¿Por qué no te pasas tú con Villa?
No pudo distinguir bien el rostro de Gonzalo Bernal, pero en la oscuridad sintió esos ojillos burlones, ese airecillo de sabelotodo de estos licenciadetes que nunca peleaban, que nada más hablaban mucho mientras ellos ganaban batallas. Alejó bruscamente su cuerpo del de Bernal.
-¿Qué hubo?-sonrió el licenciado.
Él gruñó y encendió su cigarro apagado. –Así no se habla –dijo entre dientes-. ¿Qué? ¿Te hablo derecho? Pues me cagan los cojones los que se abren sin que nadie les pida razón y más a la hora de la muerte. Quédese callado, mi licenciado, y dígase para sus adentros lo que quiera, pero a mí déjeme morir sin que me raje.
La voz de Gonzalo se cubrió con una capa metálica:
-Oye, machito, somos tres hombres condenados. El yaqui nos contó su vida…
Ya la rabia era contra sí mismo, porque él se había dejado llevar a la confidencia y a la plática, se había abierto a un hombre que no merecía confianza.
-Ésa fue una vida de hombre. Tenía derecho.
-¿Y tú?
-No más peleando. Si hubo más, no me acuerdo.
-Quisiste a alguna mujer…
Apretó los puños.
-…tuviste padres; qué sé yo si hasta tienes un hijo. ¿Tú no? Yo sí, Cruz; yo sí pienso que tuve vida de hombre, que quisiera estar libre para seguirla; ¿tú no?; ¿tú no quisieras ahorita estar acariciando…?
La voz de Bernal se descomponía cuando las manos de él lo buscaron en la oscuridad, lo azotaron contra la pared, sin decir palabra, con un mugido opaco, con las uñas clavadas en la solapa de casimir de este nuevo enemigo armado de ideas y ternuras, que sólo estaba repitiendo el mismo pensamiento oculto del capitán, del prisionero, de él: ¿qué sucederá después de nuestra muerte? Y Bernal lo repetía, a pesar de los puños cerrados que lo violaban:
-…¿si no nos hubieran matado antes de cumplir treinta años?...¿qué habrá sido de nuestras vidas?; yo quería hacer tantas cosas…
Hasta que él, con la espalda sudorosa y el rostro muy cerca del de Bernal, también murmuró: -…que todo va a seguir igual, ¿a poco no lo sabes?; que va a salir el sol; que van a seguir naciendo escuincles, aunque tú y yo estemos bien tronados, ¿a poco no lo sabes?
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