Alejandro Gertz Manero
Es vergonzoso lo que nos ha ocurrido con Pemex, que se ha hundido en el deterioro, la descapitalización y la crisis recurrente en el mismo lapso en que las ganancias de la industria petrolera mundial han sido las más grandes de su historia.
Mientras eso ocurre, en México los ductos y las plataformas marinas de extracción están convertidos en el símbolo del abandono, la ineficiencia y el descontrol de operación, dejando un rastro de muerte y de contaminación que no se ha podido contener. Mientras, las acusaciones de corrupción aderezan ese enorme pastel de vergüenza, en el que los escándalos por tráfico de influencias y los abusos sin fin no han dejado títere con cabeza, dando así una muestra degradante y absurda de la incapacidad de nuestro país para poder administrar la veta más productiva y enriquecedora de las últimas décadas.
En ese entorno, hay que tener presente que los precios internacionales del petróleo pasaron de 15 dólares a casi 100, mientras el costo de extracción del crudo en promedio mundial no llega a los tres dólares, lo que es ejemplo descarnado del capitalismo salvaje y del lucro criminal sin paralelo.
Ni con esos privilegios pudimos salir adelante, y los ingresos petroleros de nuestro país, que se quintuplicaron, no fueron aprovechados ni para infraestructura ni para el futuro. Toda esa riqueza se nos escurrió de las manos para irse al caño de la corrupción, de los subsidios y del derroche presupuestal, originando esta “cruda” realidad que hoy enfrentamos, con una economía que prácticamente no creció, mientras Pemex se ha hundido cada día más en la quiebra y en la nota roja, a causa de los desastres en que se han visto involucrado.
En este momento, casi 40% de las gasolinas que consumimos tiene que importarse de China y Estados Unidos, porque no pudimos construir ni una sola refinería, mientras las que ya existen agonizan por su obsolescencia y abandono. Y el implacable saqueo de productos petroleros, que le cuesta al país decenas de miles de millones de pesos anualmente, continúa en todo su apogeo, sin que haya nadie que lo impida.
En este entorno, los ingresos petroleros significan para México 40% del presupuesto nacional. Con esos dólares sostenemos la moneda, mantenemos las reservas y se fondean los subsidios y la viabilidad del gasto público, que puede derrumbarse y llevarnos a la bancarrota si nuestra producción sigue bajando o si a partir de 2009 caen los precios, lo cual es previsible.
Esta historia no es nueva para México. La misma locura y dispendio petroleros los vivimos durante la década de 1970, para que después se precipitara el país hacia una quiebra profunda y dolorosa, sin que ello haya movido a las siguientes generaciones en el poder a escarmentar en cabeza ajena, ya que los espejismos del botín petrolero obnubilan y enloquecen a todos los que se topan con ellos.
Ahora la disyuntiva se reduce a las siguientes opciones: dejar todo como está y encomendarse a Dios; o meter orden en Pemex, salvándolo de su abismal corrupción e ineficiencia. Esto obliga a una lucha heroica contra la inmoralidad a nivel nacional y en todos los ámbitos. También se puede repetir la fórmula de los bancos, las telecomunicaciones, las carreteras y el resto de los grandes sectores económicos del país, que luego del saqueo han sido entregados a quienes sí saben administrarlos, pero siempre en beneficio propio, a costa de todos los mexicanos. ¡Así están las cosas!
Es vergonzoso lo que nos ha ocurrido con Pemex, que se ha hundido en el deterioro, la descapitalización y la crisis recurrente en el mismo lapso en que las ganancias de la industria petrolera mundial han sido las más grandes de su historia.
Mientras eso ocurre, en México los ductos y las plataformas marinas de extracción están convertidos en el símbolo del abandono, la ineficiencia y el descontrol de operación, dejando un rastro de muerte y de contaminación que no se ha podido contener. Mientras, las acusaciones de corrupción aderezan ese enorme pastel de vergüenza, en el que los escándalos por tráfico de influencias y los abusos sin fin no han dejado títere con cabeza, dando así una muestra degradante y absurda de la incapacidad de nuestro país para poder administrar la veta más productiva y enriquecedora de las últimas décadas.
En ese entorno, hay que tener presente que los precios internacionales del petróleo pasaron de 15 dólares a casi 100, mientras el costo de extracción del crudo en promedio mundial no llega a los tres dólares, lo que es ejemplo descarnado del capitalismo salvaje y del lucro criminal sin paralelo.
Ni con esos privilegios pudimos salir adelante, y los ingresos petroleros de nuestro país, que se quintuplicaron, no fueron aprovechados ni para infraestructura ni para el futuro. Toda esa riqueza se nos escurrió de las manos para irse al caño de la corrupción, de los subsidios y del derroche presupuestal, originando esta “cruda” realidad que hoy enfrentamos, con una economía que prácticamente no creció, mientras Pemex se ha hundido cada día más en la quiebra y en la nota roja, a causa de los desastres en que se han visto involucrado.
En este momento, casi 40% de las gasolinas que consumimos tiene que importarse de China y Estados Unidos, porque no pudimos construir ni una sola refinería, mientras las que ya existen agonizan por su obsolescencia y abandono. Y el implacable saqueo de productos petroleros, que le cuesta al país decenas de miles de millones de pesos anualmente, continúa en todo su apogeo, sin que haya nadie que lo impida.
En este entorno, los ingresos petroleros significan para México 40% del presupuesto nacional. Con esos dólares sostenemos la moneda, mantenemos las reservas y se fondean los subsidios y la viabilidad del gasto público, que puede derrumbarse y llevarnos a la bancarrota si nuestra producción sigue bajando o si a partir de 2009 caen los precios, lo cual es previsible.
Esta historia no es nueva para México. La misma locura y dispendio petroleros los vivimos durante la década de 1970, para que después se precipitara el país hacia una quiebra profunda y dolorosa, sin que ello haya movido a las siguientes generaciones en el poder a escarmentar en cabeza ajena, ya que los espejismos del botín petrolero obnubilan y enloquecen a todos los que se topan con ellos.
Ahora la disyuntiva se reduce a las siguientes opciones: dejar todo como está y encomendarse a Dios; o meter orden en Pemex, salvándolo de su abismal corrupción e ineficiencia. Esto obliga a una lucha heroica contra la inmoralidad a nivel nacional y en todos los ámbitos. También se puede repetir la fórmula de los bancos, las telecomunicaciones, las carreteras y el resto de los grandes sectores económicos del país, que luego del saqueo han sido entregados a quienes sí saben administrarlos, pero siempre en beneficio propio, a costa de todos los mexicanos. ¡Así están las cosas!
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