Juan Villoro
Hace unas semanas esperaba un tren en Gerona cuando un cartel del gobierno español llamó mi atención. El tema son los desconocidos que han llegado a vivir al reino: "Con la integración de los inmigrantes todos ganamos".
Como la publicidad es pagada por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales se pone acento en las labores que los inmigrantes han llegado a cumplir a España, y se pide que se respete su diversidad: "Todos diferentes. Todos necesarios".
Hasta aquí el asunto va bien. Lo que resulta desconcertante es la idea que el ministerio tiene de los oficios concretos que los extranjeros pueden desempeñar en tierras del Quijote.
El anuncio narra un cuento de hadas donde todos quedan contentos y que trataré de transmitir.
La protagonista se llama Alicia y es una guapa española. Tiene un padre en silla de ruedas que debe ser atendido y para ello consigue a Mirta, una atractiva peruana o ecuatoriana. A su vez, Mirta necesita que alguien recoja a su hijo de 8 años en el colegio. Es ahí donde aparece Carmen. También ella es bonita y tiene pinta de estudiante que en sus horas libres cuida niños. El novio de Carmen parece africano, se llama Amadou y necesita trabajo. En consecuencia, la estudiante habla con Mirta de Amadou, quien a su vez habla con su patrona. El cuento termina con la frase: "Y, mira por dónde, Alicia necesita un cocinero".
¿Qué comunica el ministerio? Por principio de cuentas, que Alicia vive en el país de las maravillas. La elección del nombre no pudo ser más apropiada. Una chica estupenda transforma la realidad a su medida. Cuando necesita un sirviente, mira por dónde, lo consigue de inmediato. Su historia comienza cuando contrata a una cuidadora y termina cuando contrata a un cocinero.
Alicia gasta dinero sin que sepamos cómo lo consigue: simboliza la España próspera que debe ser atendida. Aunque los demás personajes lucen contentos, trabajan por necesidad (con excepción de Carmen, que no parece inmigrante y cuya espléndida mascada sugiere que está por encima de las urgencias: cuidar niños es transitorio para ella y en cierta forma vocacional, pues la adiestrará a desvelarse por sus propios hijos). ¿Cómo se integran los inmigrantes del anuncio? Todas sus relaciones son mercantiles y dependen de la desigualad social.
La propaganda afirma que los extranjeros son necesarios, pero no en un laboratorio, una universidad o un cargo directivo en una empresa. Mario Vargas Llosa, Jorge Valdano, Carmen Posadas, John Carlin o Boris Izaguirre no encajan en la ronda de tareas serviciales de la publicidad en cuestión, y sin embargo son tan inmigrantes como ellos.
Aunque represente una mayoría estadística, reducir la inmigración al cumplimiento de oficios no calificados distorsiona la imagen de los que vienen de lejos. Hoy Alicia necesita un cocinero; tal vez mañana necesite un cirujano que nació en Montevideo o en Boston.
En Pulp Fiction unos asaltantes entran en una cafetería y someten a los comensales a punta de pistola. Se oye un ruido y uno de los criminales grita: "¡Saquen a los mexicanos de la cocina!" La frase revela la forma en que los mexicanos se integran en Estados Unidos. Para Quentin Tarantino, esto es motivo de sarcasmo. Para el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales parece una situación deseable, siempre y cuando los trabajadores sean bien tratados en la cocina.
Reducir a los inmigrantes a la condición de empleados necesarios es fomentar un prejuicio. La vida de los otros no se puede limitar a una cadena de contrataciones de subsistencia.
Hay expresiones que los políticos repiten como si cobraran derechos de autor. Dos ejemplos: "calidad de vida" y "diversidad cultural". Ambas aparecen en letra pequeña en la nueva propaganda del ministerio de trabajo español. Sin embargo, el mensaje central es del todo ajeno a esos conceptos. ¿Qué cultura aportan o reciben los personajes de la fábula? En esa trama, la integración se reduce a subemplear extraños, siempre y cuando le convenga a Alicia. El respeto al otro se presenta como la propina de una relación subordinada.
Tomé el tren a Barcelona pensando en el anuncio. Días después, en otro tren de cercanías, sobrevino el incidente del que tanto se ha hablado y en el que un skinhead catalán agredió a una inmigrante ecuatoriana de 15 años. El delincuente está libertad provisional y no ha dado muestras de arrepentimiento. Mientras no haya una sanción, el mensaje de la justicia será el siguiente: si los inmigrantes son libres de buscarse la vida a cambio de bajos sueldos, el salvaje europeo es libre de patearlos.
En el nimio cerebro del agresor, la extranjera no representaba otra cosa que fuerza de trabajo: una azotable bestia de tiro. Aunque se proponga lograr el efecto contrario, la publicidad al estilo de "Alicia en el país de las maravillas" hace muy poco por remediar la situación. El ministerio promueve a los inmigrantes como imprescindibles mozos de cuerda a los que ya va siendo hora de tratar como personas.
En el video de la agresión aparece un testigo, un inmigrante que se desentiende de la escena. Su conducta es normal. Para detener al troglodita habría tenido que ser un sujeto de excepción, un héroe dispuesto a declarar ante la ley y poner en entredicho sus trámites migratorios. Su conducta amedrentada revela su condición de persona a medias: darle trabajo a un extranjero no significa integrarlo.
Es mucho lo que lo una España en verdad abierta tiene que ganar del contacto con los otros. "Amo la bondad de los desconocidos", dice un personaje de Un tranvía llamado deseo. Lo interesante de la frase es que también quien la pronuncia es, en determinado momento, un desconocido.
En los trenes rigurosamente vigilados de España es posible saber lo que pasa. ¿También será posible cambiarlo?
Pregúntenle a Alicia.
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