Jesús Ruiz Mantilla Han entrado en el siglo XXI en un estado inmejorable, conservando intactos ese deseo de modernidad, ese reto de cruzar fronteras estéticas y confluir con las vanguardias europeas, ese anclaje en la tradición como seno donde todo nace y nada muere. La generación del 27 fue aquella luz que irradió con voltios poéticos toda la cultura de lo que se ha denominado después la Edad de Plata, en un término que inventó el crítico y profesor de literatura de la Universidad de Zaragoza José-Carlos Mainer. Es un grupo que sigue y seguirá asombrándonos con nuevos descubrimientos, como los primeros poemas de Rafael Alberti, que se salen ahora a la luz gracias a una investigación de la filóloga Beatriz Hernanz y que muestran ya en el poeta adolescente los rasgos de quien fue después. Se cumplen ahora 80 años del nacimiento de este grupo poético. Salieron a la luz en aquella reunión en el Ateneo de Sevilla montada para homenajear a don Luis de Góngora, el padre a quien todos mostraban debido respeto, el símbolo de la pureza poética, el faro que habían elegido como luz para navegar sin que pudieran todavía percibir las tormentas del naufragio. Tampoco vislumbraban entonces todo lo que el destino les tenía deparado y que acabó con un país roto en pedazos después de una guerra en la que todos perdieron, unos más que otros. Asombra de todos modos, con el tiempo, cómo aquella tragedia no truncó su creatividad y que la determinación de ser poetas pervivió en ellos, incluso con más fuerza, desde el exilio, desde el silencio impuesto, desde la ignominia a la que muchos se vieron condenados. Eligieron el lenguaje como refugio, en sus dimensiones más nobles. Le devolvieron el poder a la palabra. En eso también demostraron ser ejemplares. En el compromiso insobornable, en el dolor, en la búsqueda desde el destierro, en el infierno interior. Todos ellos siguieron el camino de la creación sin plantearse nunca una renuncia. Quizás esos vaivenes vitales de la mayoría fueron los que los hacen siempre impredecibles. Una caja de sorpresas que obliga a muchos expertos a plantearse si se ha estudiado a fondo toda su huella, si no quedan aspectos en los que profundizar, en los que ahondar. Como ese Rafael Alberti joven descubierto por Hernanz, un Alberti adolescente "en el que ya hay un esbozo de lo que fue en el futuro como creador", asegura la filóloga y poeta cuyos descubrimientos obligarán a los estudiosos a replantearse muchas cosas sobre el autor de Marinero en tierra. Novedades de ese calibre nos indican que no ha terminado de estudiarse con todas sus consecuencias la generación del 27. Muchos lo creen así, otros no lo ven del todo cierto. Entre otras cosas porque es una de las que más a fondo se ha estudiado, sostiene el propio Mainer: "Tengo la impresión de que se trata de uno de los grupos mejor conocidos de nuestra historia literaria, si todas las épocas se hubiesen estudiado así, otro gallo nos hubiera cantado". Pero quedan aspectos importantes sobre los que adentrarse más. La conmemoración de los 80 años de la reunión del Ateneo sevillano servirán para esas cosas. Para recuperar antologías también, como la de Gerardo Diego, la que muy tempranamente marcó el canon e incluyó a la mayoría de los que después pervivieron en ella. José Teruel, profesor de la Universidad Autónoma, ha llevado a cabo una reedición de aquella selección legendaria que lanzó a una serie de poetas desconocidos. "La nueva edición presenta en un único volumen las dos antologías de Gerardo Diego en 1932 y 1934, además de otro elemento sustancial, un prólogo de 1959", afirma Teruel. Las dos respondían a aspectos muy diferentes: "Una, la primera, era generacional y la otra, histórica, algo que con el tiempo, desde que se reeditaran en 1959, había quedado confuso hasta hoy", dice el profesor. Ya en 1932 estaban en la lista Pedro Salinas, José Moreno Villa, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Juan Larrea, García Lorca, Alberti, Aleixandre, Cernuda, Altolaguirre, el propio Diego, junto a consagrados y no miembros del 27 como los hermanos Machado, Unamuno, Juan Ramón Jiménez... "Esa edición fue una plataforma generacional, mientras que la siguiente trata de incluir a ese grupo en su contexto", comenta. Algunos se autoexcluyeron después. El caso de Emilio Prados y de Juan Ramón Jiménez, que quiso hacer causa aparte y no aparecer en ninguna antología. Fue quizás la primera gran polémica. Fue también una muestra de custodia celosa de un reino, el de la poesía en España, que él ostentaba con corona por aquellos días. Juan Ramón para muchos de ellos era el padre al que acercarse y a también destruir, el símbolo de algo pasado, pese a que el tiempo le ha colocado en un lugar de culto y por delante en muchos aspectos. "Aquello creó una relación tensa con sus discípulos", apunta Teruel. Pero habrá más antologías. Una nueva, como la que ha preparado Andrés Soria, de la Universidad de Granada, que será publicada por Visor. "Está concebida como si fueran salas de un museo", asegura Soria, "en épocas y periodos históricos muy delimitados", comenta. También este experto en el 27 es el comisario de una exposición sobre el 80º aniversario de la reunión del Ateneo que se verá en Madrid y en Málaga y que ha sido impulsada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales y por el Centro de la Generación del 27, dirigido por Julio Neira, que tiene sede en la ciudad andaluza. La exposición analiza ese grupo poético más allá de sus conquistas literarias: "Observa el 27 de una manera más global, con sus implicaciones en toda la cultura y también en sus aspectos sociológicos", adelanta Soria. El experto granadino cree que éstas son enormes y que deben analizarse siempre de manera global. "La música, el cine, el arte, quedan marcados por esa mirada. En la música, al igual que los poetas volvieron la vista al barroco, Falla o Halffter se fijaron en Scarlatti o el padre Soler". También, en la voluntad de creadores totales que alentaba a muchos de sus miembros, existía ese impulso. "El mismo Federico o Gerardo Diego reivindicaban el acercamiento a la música popular y a otras propuestas nuevas como las que encarnaban Stravinski, Béla Bartók, Ravel", comenta Soria. Buscaban frenéticamente lo nuevo, querían salir del cascarón, de la endogamia llorona en la que les habían encerrado sus mayores del 98. Eran los tiempos esplendorosos, "los felices años veinte", recuerda Mainer. Un tiempo tremendamente explosivo, creativo hasta la extenuación, un viento que arremolinó un conjunto de talentos irrepetible y desgraciadamente truncado por la guerra que ha quedado para la posteridad y la historia como un milagro. "Es que el más tonto de todos ellos hacía relojes", asegura Soria. Las diferencias entre el 27 y el 98 siempre han sido atrayentes. Aunque no han resultado tantas, ni tan desmesuradas como muchos han querido señalar. "El 98, pese a venir de una España traumatizada, no fue un movimiento aislado de este país. Existió un 98 europeo", dice Mainer. "Cierto que hubo una invitación a la introspección, pero impensable sin influencias exteriores". Sí que se apreciaba diferencia de caracteres. "Los miembros del 27 fueron más lúdicos", continúa Mainer. También más ansiosos de empaparse con nuevos caminos externos. "No sólo en la literatura. En el cine, Buñuel y Dalí, poetas visuales de la generación del 27, se marcharon a París para conquistar los centros de la vanguardia y el surrealismo, concretamente", dice Andrés Soria. A arrebatarle el cetro a André Breton, incluso, sin pararse en barras, ni en miramientos. Su capacidad iconoclasta también fue más radical. Que esto es el canon, pues a por él; que Juan Ramón es la figura central de la poesía española, pues a bajarlo entero del pedestal. Crearon sus propios santones, sus propios altares. Que Góngora era demasiado oscuro para los académicos, pues a Góngora nos encomendamos; que en algunos casos hay que matar al padre, lo matamos y de paso nos pasamos todo por el forro, la familia, las instituciones, la Iglesia con todos sus santos. "Respondían muchos a una voluntad de artistas completos, de rebeldes con códigos firmes", agrega Soria. Es algo que demostraron a las claras Buñuel y Dalí, que con Un perro andaluz y La edad de oro firmaron los dos títulos más incendiarios de la historia del cine español. O lo que representó para los años treinta en España, la poesía de Luis Cernuda, y su mundo de Los placeres prohibidos. Pero en literatura, el desafío estético era igual de profundo, perseguía la misma llamada. "La curiosidad, las ganas de digerir ciertas corrientes en una Europa que era aquel carrusel de las vanguardias", asegura Soria. En todos se hacía palpable la voluntad de alejarse de nacionalismos, de casticismos. "Ni siquiera en el exilio les asaltó esa tentación de dejarse llevar por el lamento de la patria perdida. Se ve por ejemplo en la correspondencia entre Jorge Guillén y Pedro Salinas, que huye del provincianismo ciego y de etiqueta", comenta Soria. Unos terminaron en Europa, otra gran mayoría en Estados Unidos, en América Latina, desperdigados por universidades, promoviendo revistas literarias y editoriales. "Conocían la importancia de las revistas, esas publicaciones les habían formado como generación", asegura Soria. Y escribiéndose cartas. Cartas que han quedado en archivos familiares, muchas todavía por estudiar, por clarificar. Algo que está haciéndose con el Proyecto Epístola, que dirige Mainer. Pero quedan más cosas para acercarse más íntimamente a la obra de todos estos autores mayúsculos. Cotejar originales, por ejemplo. "Hay que ver su trabajo en los borradores, compararlo con cosas publicadas", asegura Teruel, que ha tenido la oportunidad de hacerlo con Cernuda y ha redescubierto muchos aspectos del poeta. El 27 está abierto, espera lecturas y relecturas. "La investigación genera inercias y debemos transitar caminos que nos alejen de generalizaciones. Es una cantera no agotada", añade Soria. También otros aspectos dejados de lado en estos autores. El teatro, la prosa. "La de Gerardo Diego, por ejemplo, que no está suficientemente estudiada", cree José Teruel. Y poetas que han estado en la segunda fila, que han cobrado relevancia con el tiempo. "José María Hinojosa, Larrea, Villalón o Emilio Prados, hay que seguir trabajando en ellos", comenta el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid. Autores que posteriormente fueron ganando el aprecio también de sus compañeros de generación. "Esa tensión entre los más reconocidos y los demás siempre va a existir. El caso de Domenchina es llamativo. Le despreciaron por intrigante y por su carácter complicado, pero se reconciliaron con él después de que aparecieran en México unos sonetos del exilio magistrales. Emilio Prados también dio lo mejor de sí en el exilio", afirma Soria. O dentro, el caso de Dámaso Alonso cuando publicó Hijos de la ira, con esa descripción de Madrid como la ciudad de más de un millón de cadáveres. "Fue más trágico que el Cela del tremendismo", asegura Soria. Mainer sin embargo cree que cada uno está en su justo sitio. "Emilio Prados con su experiencia personal insistente nunca tendrá una lectura tan deslumbrante como la que ofrece la variedad y el acierto de Lorca o el mundo de Guillén. No dejan de ser las suyas obras de cámara frente a las sinfonías de estos dos últimos", comenta con más severidad crítica. Cada época elige a los suyos. "Todos, por decirlo de alguna forma, fluctúan en el Ibex 35. Como en la Bolsa, sus cotizaciones se alteran por diversos motivos. Ahora, por ejemplo, Guillén baja, y Lorca o Aleixandre, suben", dice Mainer. Es la implacable vara del tiempo. Generosa con unos, cruel con muchos otros. Aunque en general, con la generación como grupo, ha sido benévola. Quizás como lo fueron ellos con ese pasado que fueron a recuperar. "Fue una generación ejemplar, orgullosa de sí misma y que se forjó con naturalidad. Uno de los secretos de su perduración tan poderosa en el tiempo es precisamente ese diálogo entre tradición y modernidad", afirma Mainer. Incluso eclipsa a muchos otros. "Tiene muchos afluentes y oscurece a los que llegan después, en los años treinta. Los poetas posteriores, los Rosales, Panero, Vivanco, avanzan con temores y dudas probablemente por la predominancia del 27", añade el catedrático de la Universidad de Zaragoza. |
“México es paradisíaco e indudablemente infernal”, le escribe Malcolm Lowry a Jonathan Cape. A un amigo le confiesa: “México es el sitio más apartado de Dios en el que uno pueda encontrarse si se padece alguna forma de congoja; es una especie de Moloch que se alimenta de almas sufrientes”. JV.
lunes, diciembre 10, 2007
Poetas del siglo XXI
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