jueves, enero 10, 2008

Crónicas del hombre-conejo

La maldición

Me habían asignado un asiento en medio de dos personas, justo después de la clase premier. Eran asientos cómodos, con espacio para estirar las piernas. Cuando el resto de los pasajeros se estaba acomodando, una azafata viene a decirnos:

- Disculpen, hay una mujer embarazada con un hijo en la fila 14, necesitamos este espacio para instalar una cuna, ¿serían tan amables de cedernos 2 lugares?

El tipo sentado al lado mío responde (con un tono de papa-en-la-boca) que él también tiene un hijo en otra fila, y que en el transcurso del vuelo lo cuidará, por lo que él también necesita ese espacio y de paso, la cuna.

- ¿Y usted? Me pregunta la azafata.
- Yo no tengo ningún problema, aquí esta mi lugar. Y comienzo a desabrocharme el cinturón (de seguridad).
- La cuestión es que necesitamos dos lugares. Señorita (se dirige a la gorda al lado mío), sería ud. tan amable…
- Bueno, responde la gorda, sólo si a donde me cambian hay ventanilla. Yo para viajar necesito la ventanilla… (¿Por qué todos traen ese acentito mamón despreocupado?, ¿Estará de moda?)
- Solamente tenemos pasillo.
- Yo necesito la ventanilla.

La azafata señala 1 con el dedo y después mueve la cabeza.

- Lo siento, pero necesitamos 2 lugares. Gracias de cualquier manera. Y se va.

Pasa algún tiempo. El avión todavía no se mueve. Me pongo a leer el periódico. En eso estoy cuando descubro que tengo a una rubia embarazada en frente.

- Gracias por cederme los asientos, comienza a decir con acento sudaca. Y yo a punto de contestarle, bueno no hay de qué, no fue nada (pensé que me agradecía), cuando continúa en voz alta:

- Vaya solidaridad con una mujer embarazada, que bonito, pero algún día pasarán por esto o necesitarán algún servicio, y entonces, entonces, nadie se los dará.

Su mirada de odio me paraliza más que su maldición gitana. Nos mira a los tres, no sé que piensa. Y yo no atino a decir nada (y que podría decir que no empeorara la situación, ni modo de decir no, yo no soy el hijo de puta, son éstos… después me matarían durante el vuelo).

Oigo comentarios de las filas traseras. Joder chacho, lo que dirán de nosotros.

Se va la rubia. El tipo al lado se hunde en su asiento, la gorda continúa leyendo un libro. Y yo con ganas de decirle a la azafata: ¿puede buscarme otro lugar?

El vuelo fue al comienzo, un tormento. Al lado nuestro, en la parte media de la fila, dos niños franco-mexicanos (Adela y Esteban, escuché decir) no pararon de berrear al menos durante las primeras cuatro horas de vuelo. Parecían cerdos acuchillados, me reventaron los tímpanos en un par de ocasiones.

Justicia divina.

El hijo del de al lado nunca vino. La gorda, creo, nunca miró por la ventanilla.

No hay comentarios.: