Alejandro Gertz Manero editorial2003@terra.com.mx La adicción incontrolable por las telenovelas ha enrolado a millones de paisanos, sujetándolos a una fantasía que penetra como una droga que los atornilla a poltronas y sillones donde se refocilan en un placer voyerista y pasivo que les permite gozar de las emociones más excitantes de un mundo mágico donde los malos son pésimos, las buenas, buenísimas, la ternura llega a punto de melcocha y la crueldad a extremos que ni los caníbales de la izquierda partidista se atreverían a ejercer, reflejando también los dengues y las pataletas histéricas de las nuevas generaciones, con sus chicas doradas, moradas o apambazadas, y sus chicos de gel, de calvicie prematura y de ambiciones demenciales, todo lo cual sacude y hace vibrar cotidianamente al “respetable”. Ese universo telenovelero de ficción y escapismo, que tanto éxito ha tenido en las tareas de adormecer y distraer a la gran masa, ha sido clonado por el sistema político que lo ha hecho suyo para crear un mundo en el que todo está resuelto o en vías de que eso ocurra, mientras se trata de ocultar cualquier problema que no pueda resolverse o los tropiezos que es menester disimular, y para lograr esos propósitos el escándalo de hoy habrá de ser sustituido por el de mañana y así hasta el infinito. Mientras ese show interminable se refrenda, la realidad camina por su lado y por su cuenta complicándonos la existencia, mientras el dinero y el trabajo son cada día más escasos, y las pirámides construidas con tarjetas de crédito se desploman, porque ya son impagables, en tanto el asalto nuestro de cada día se sigue multiplicando cobijado por el anonimato y el disimulo. En ese mundo de verdad, los malos, malos, malos, que seguramente inspiraron a muchos personajes de la telenovela Nada personal, traen de cabeza a los buenos, buenos, buenos, que a veces no son tan buenos, sobre todo cuando se traicionan los unos a los otros, hasta que los ejecutan por millares, en el ejercicio de esa brutal “justicia del hampa” que sólo tiene una sanción, que es la muerte. En esa realidad cotidiana no hay sector del que nos podamos sentir orgullosos, o cuando menos satisfechos, y lo que nos espera habrá de superar con mucho el dramatismo de cualquier fantasía televisiva, cuando tengamos que enfrentarnos a las perspectivas negras y amargas de la recesión del país del norte, que nos tendrá que arrastrar sin lugar a dudas, porque nuestra calidad de satélite económico no nos permite otra alternativa, dejando también en la absoluta indefensión a millones de nuestros migrantes, que ya están a punto de ser sacrificados por esa crisis. En tales circunstancias, el Congreso de la Unión, que es la original y auténtica Cuna de lobos, negocia, corrompe y transa para generar esperanzas legislativas que nada habrán de resolver, y alianzas que solamente fortalecen los cacicazgos de una democracia fallida que se quedó nonata y que nos manipula con su frivolidad mediática que seguirá derrochando su capacidad publicitaria y telenovelesca, para inflar cada día una nueva burbuja de fantasía que, como tantas otras, tendrá que explotar en el vacío, porque al fin y al cabo está hueca como todas. Si los mexicanos no logramos superar ese “maleficio” telenovelero y afrontar la verdad de un país que está pletórico de asechanzas y de enemigos de verdad, a los que hay que derrotar con hechos reales y tangibles, lo único que habremos de obtener será el fracaso y la regresión, de “a de veras”. |
“México es paradisíaco e indudablemente infernal”, le escribe Malcolm Lowry a Jonathan Cape. A un amigo le confiesa: “México es el sitio más apartado de Dios en el que uno pueda encontrarse si se padece alguna forma de congoja; es una especie de Moloch que se alimenta de almas sufrientes”. JV.
jueves, febrero 21, 2008
El maleficio mediático
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