Alejandro Gertz Manero
editorial2003@terra.com.mx
Los “genios” de la política autóctona que creyeron que el sistema se iba a perpetuar si nos daban a los mexicanos nomás una “probadita” de democracia, concediéndonos la “gracia” de votar por quien ellos escogieran; lo que sí lograron fue crear y alimentar al monstruo de la contradicción, de la simulación y de la confrontación que ahora estamos sufriendo, ya que la hipótesis de la transparencia electoral ha acabado convertida en una realidad ácida, pletórica de controversias y descalificaciones que nos han conducido al extremo de una escisión y una fractura en los componentes sociales del país, que al ser tan disímbolos y tan injustos ahora ya tienen lo que les faltaba, que es el detonador que está radicalizando a los ricos contra los pobres, a los desvalidos frente a los privilegiados, a los trinqueteros sobre los explotados y a todos contra todos, para de esa manera acabar de arruinar las expectativas de unidad, de crecimiento, transparencia y rendición de cuentas que han quedado hundidas en los más profundos pozos de corrupción de ambiciones personales y de tráfico de influencias, como lo demuestran en cada ocasión en que hay algún tipo de “sufragio”.
De esa manera, los detentadores de los “carros completos” de la renaciente dictadura perfecta ahora se agandallan todo lo que les cae entre manos, sin admitir rendición alguna de cuentas, para así reafirmar sus poderes medievales y su impunidad infinita, que aderezan a diario con la payasada cotidiana, porque ellos sí, ni la burla nos perdonan.
Para esos caciques vernáculos es “tabú” cualquier tema que les implique alguna responsabilidad frente a sus pobres “gobernados”, que no sea el de hacerse propaganda y autoelogios, sin que asuman responsabilidad alguna de lo que falla, sale mal o se les “enreda”.
A diferencia de este rotundo fracaso “democrático” y este retroceso ciudadano, producto de un “gatopardismo” equívoco y contradictorio, hay que reconocer que el sistema político que fue creado por Plutarco Elías Calles con el apoyo indudable de Emilio Portes Gil y la inspiración petrolera de Dwight D. Morrow fue un verdadero portento de lógica y congruencia, que se adecuó a la perfección a las características sociales del país y a las ferocidades caciquiles de sus dirigentes, al establecer una estructura que fue auténticamente ejemplar en su cinismo y desvergüenza porque pudo combinar la corrupción con la eficacia y el control con el crecimiento, dándole al país más de 50 años de bonanza, hasta que los arrogantes burócratas que heredaron ese botín, que parecía inagotable, se propusieron asesinar a “la gallina de los huevos de oro” o venderla al mejor postor, y en medio del derroche más despiadado y de la insensibilidad y la estupidez más profundas nos llevaron a esta balcanización, que por un lado magnifica los defectos del “viejo régimen” y, por el otro, “no da una”, mientras las bombas les explotan en las manos de algún sicario.
Mientras todo esto nos ocurre, “la reforma del Estado”, al darse cuenta del “cochinero”, mejor se regresó al “país del nunca jamás”.
editorial2003@terra.com.mx
Los “genios” de la política autóctona que creyeron que el sistema se iba a perpetuar si nos daban a los mexicanos nomás una “probadita” de democracia, concediéndonos la “gracia” de votar por quien ellos escogieran; lo que sí lograron fue crear y alimentar al monstruo de la contradicción, de la simulación y de la confrontación que ahora estamos sufriendo, ya que la hipótesis de la transparencia electoral ha acabado convertida en una realidad ácida, pletórica de controversias y descalificaciones que nos han conducido al extremo de una escisión y una fractura en los componentes sociales del país, que al ser tan disímbolos y tan injustos ahora ya tienen lo que les faltaba, que es el detonador que está radicalizando a los ricos contra los pobres, a los desvalidos frente a los privilegiados, a los trinqueteros sobre los explotados y a todos contra todos, para de esa manera acabar de arruinar las expectativas de unidad, de crecimiento, transparencia y rendición de cuentas que han quedado hundidas en los más profundos pozos de corrupción de ambiciones personales y de tráfico de influencias, como lo demuestran en cada ocasión en que hay algún tipo de “sufragio”.
De esa manera, los detentadores de los “carros completos” de la renaciente dictadura perfecta ahora se agandallan todo lo que les cae entre manos, sin admitir rendición alguna de cuentas, para así reafirmar sus poderes medievales y su impunidad infinita, que aderezan a diario con la payasada cotidiana, porque ellos sí, ni la burla nos perdonan.
Para esos caciques vernáculos es “tabú” cualquier tema que les implique alguna responsabilidad frente a sus pobres “gobernados”, que no sea el de hacerse propaganda y autoelogios, sin que asuman responsabilidad alguna de lo que falla, sale mal o se les “enreda”.
A diferencia de este rotundo fracaso “democrático” y este retroceso ciudadano, producto de un “gatopardismo” equívoco y contradictorio, hay que reconocer que el sistema político que fue creado por Plutarco Elías Calles con el apoyo indudable de Emilio Portes Gil y la inspiración petrolera de Dwight D. Morrow fue un verdadero portento de lógica y congruencia, que se adecuó a la perfección a las características sociales del país y a las ferocidades caciquiles de sus dirigentes, al establecer una estructura que fue auténticamente ejemplar en su cinismo y desvergüenza porque pudo combinar la corrupción con la eficacia y el control con el crecimiento, dándole al país más de 50 años de bonanza, hasta que los arrogantes burócratas que heredaron ese botín, que parecía inagotable, se propusieron asesinar a “la gallina de los huevos de oro” o venderla al mejor postor, y en medio del derroche más despiadado y de la insensibilidad y la estupidez más profundas nos llevaron a esta balcanización, que por un lado magnifica los defectos del “viejo régimen” y, por el otro, “no da una”, mientras las bombas les explotan en las manos de algún sicario.
Mientras todo esto nos ocurre, “la reforma del Estado”, al darse cuenta del “cochinero”, mejor se regresó al “país del nunca jamás”.
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