Jean Meyer
jean.meyer@cide.edu
En septiembre 2007, en Chicago, el “bushel” de trigo rebasó por primera vez en la historia el precio de 8 dólares, o sea el triple de lo que costaba en 2000. Para la misma fecha el precio de referencia europeo alcanzó 280 euros la tonelada cuando, un año antes, a duras penas alcanzaba los 100 euros, para desesperación de los agricultores. Explicaciones muy ciertas: el invierno de 2006, la prolongada y catastrófica sequía en Australia, la canícula en Europa meridional y en el granero ucraniano, tres fenómenos climatológicos que han reducido el estrecho margen de trigo disponible para el mercado mundial (20% de la producción). Al final de la campaña agrícola 2007-2008, las existencias se encontrarán a su nivel más bajo desde 1970. Esa altísima cotización nos dice que un reto mayor en el siglo XXI será alimentar al mundo, a sus pobres que son los primeros, cuando no los únicos en sufrir de la crisis del trigo, maíz y arroz.
La tonelada de arroz brincó de 360 dólares hace seis meses a 760 el 27 de marzo de 2008 y rompió su récord histórico el 3 de abril. Ese grano es el alimento básico de 3 mil millones de personas y su encarecimiento vertiginoso puede desestabilizar muchos países pobres, como lo demuestran los primeros motines. China, India y Vietnam ya decidieron reducir sus exportaciones de arroz para frenar su alza en el mercado nacional; Indonesia y Filipinas intentan aumentar sus importaciones. La soya y el maíz no se quedan atrás cuando bajan las exportaciones mundiales. Nuestra América Latina consume mucho arroz y el alza de su precio, así como el del maíz y del trigo, afectará inevitablemente a las masas populares. Bimbo subió los precios de sus productos en varias ocasiones desde diciembre, y es que el precio del trigo subió 30% de enero a marzo. El Consejo Empresarial de la Industria del Maíz y sus Derivados pronostica alzas inevitables, por más que el gobierno federal anuncie subsidios para mantener los precios: desde la más remota antigüedad los gobiernos han tenido la preocupación de alimentar al pueblo (“pan y circo”, decían en Roma) para evitar disturbios y revoluciones. Por eso Eduardo Sojo declaró que “no hay control de precios, pero vamos a usar todos los instrumentos a nuestro alcance para mantener el precio (de la tortilla) estable”.
Para los agricultores, después de tantos años de precios deprimidos, son buenas noticias y llaman la atención las grandes superficies sembradas en trigo en nuestro Bajío; hacía tiempo que no veía semejante espectáculo en México y en Francia: la comunidad europea que durante años obligó a los agricultores a dejar en barbecho el 10% de sus tierras de labor, levantó la medida y tomó medidas drásticas para fomentar el cultivo de granos… Pero para los países pobres la situación se ha vuelto peligrosa. La Oficina Coordinadora de Asuntos Humanitarios de la ONU acaba de elaborar un memorando (para difusión interna) en nueve cuartillas que expresa una “inquietud mayor: que el conjunto del sistema de ayuda alimenticia de emergencia sea incapaz de enfrentar” una crisis. Pronostica que el alza de precios de los granos no va a ser una mala racha pasajera, sino un fenómeno estructural que amenaza con hundir en la inseguridad alimenticia a cientos de millones de personas. Para colmo, dicha alza lleva a la Agencia norteamericana para el Desarrollo Internacional a reducir el monto de su ayuda en alimentos. Tiene que escoger entre limitar el número de países ayudados o la cantidad de harinas y granos entregados a cada uno. Es que el alza de los precios le causó un déficit inesperado. El Programa Alimenticio Mundial de la ONU depende en un 40% de la ayuda estadounidense y de por sí ya había sufrido el aumento del precio del petróleo, es decir del transporte.
No mencioné hasta ahora otro factor de encarecimiento de los alimentos que tiene que ver con el petróleo: el alza muy fuerte de los hidrocarburos contribuye al entusiasmo fatal por los biocarburantes, los famosos etanoles elaborados a partir de los granos, de la caña de azúcar, etcétera, ha reducido las superficies dedicadas a la alimentación humana. Nos encontramos atrapados en un círculo vicioso de crecimiento sin fin por todos deseado y que depende de un consumo no menos creciente de energía, lo que nos lleva a otro problema, el del recalentamiento del planeta con todas sus consecuencias. ¿Consecuencias? El cambio del clima, la sequía, las inundaciones, las tormentas y otros desastres naturales afectan la producción agrícola, como la afectan la urbanización desenfrenada generalizada en todo el mundo, la misma que transformó en zonas estériles los valles de México y Toluca, antes graneros inagotables.
En África, Asia, América Latina, una oferta insuficiente, probablemente agravada por la especulación y la corrupción, desató la escalada de los precios y ha provocado ya tensiones sociales y disturbios más o menos violentos en unos 30 países, como Bolivia, Camerún, Costa de Marfil, Egipto, Haití, Marruecos, Senegal… Cada país, pobre como rico, busca una solución pero en forma de “sálvese quien pueda”, lo que agrava la crisis. Algunos prohíben o disminuyen sus exportaciones, otros que no tienen problemas, se curan en salud y compran para acumular reservas, cuando hace falta una estrategia global. ¿Qué podemos hacer, tanto los ciudadanos como los dirigentes, si nos arrastran unas fuerzas económicas, naturales, históricas que nos rebasan? Primero, aprender a ver el mundo tal como es, en lugar de ver la realidad a través de los lentes ideológicos.
jean.meyer@cide.edu
En septiembre 2007, en Chicago, el “bushel” de trigo rebasó por primera vez en la historia el precio de 8 dólares, o sea el triple de lo que costaba en 2000. Para la misma fecha el precio de referencia europeo alcanzó 280 euros la tonelada cuando, un año antes, a duras penas alcanzaba los 100 euros, para desesperación de los agricultores. Explicaciones muy ciertas: el invierno de 2006, la prolongada y catastrófica sequía en Australia, la canícula en Europa meridional y en el granero ucraniano, tres fenómenos climatológicos que han reducido el estrecho margen de trigo disponible para el mercado mundial (20% de la producción). Al final de la campaña agrícola 2007-2008, las existencias se encontrarán a su nivel más bajo desde 1970. Esa altísima cotización nos dice que un reto mayor en el siglo XXI será alimentar al mundo, a sus pobres que son los primeros, cuando no los únicos en sufrir de la crisis del trigo, maíz y arroz.
La tonelada de arroz brincó de 360 dólares hace seis meses a 760 el 27 de marzo de 2008 y rompió su récord histórico el 3 de abril. Ese grano es el alimento básico de 3 mil millones de personas y su encarecimiento vertiginoso puede desestabilizar muchos países pobres, como lo demuestran los primeros motines. China, India y Vietnam ya decidieron reducir sus exportaciones de arroz para frenar su alza en el mercado nacional; Indonesia y Filipinas intentan aumentar sus importaciones. La soya y el maíz no se quedan atrás cuando bajan las exportaciones mundiales. Nuestra América Latina consume mucho arroz y el alza de su precio, así como el del maíz y del trigo, afectará inevitablemente a las masas populares. Bimbo subió los precios de sus productos en varias ocasiones desde diciembre, y es que el precio del trigo subió 30% de enero a marzo. El Consejo Empresarial de la Industria del Maíz y sus Derivados pronostica alzas inevitables, por más que el gobierno federal anuncie subsidios para mantener los precios: desde la más remota antigüedad los gobiernos han tenido la preocupación de alimentar al pueblo (“pan y circo”, decían en Roma) para evitar disturbios y revoluciones. Por eso Eduardo Sojo declaró que “no hay control de precios, pero vamos a usar todos los instrumentos a nuestro alcance para mantener el precio (de la tortilla) estable”.
Para los agricultores, después de tantos años de precios deprimidos, son buenas noticias y llaman la atención las grandes superficies sembradas en trigo en nuestro Bajío; hacía tiempo que no veía semejante espectáculo en México y en Francia: la comunidad europea que durante años obligó a los agricultores a dejar en barbecho el 10% de sus tierras de labor, levantó la medida y tomó medidas drásticas para fomentar el cultivo de granos… Pero para los países pobres la situación se ha vuelto peligrosa. La Oficina Coordinadora de Asuntos Humanitarios de la ONU acaba de elaborar un memorando (para difusión interna) en nueve cuartillas que expresa una “inquietud mayor: que el conjunto del sistema de ayuda alimenticia de emergencia sea incapaz de enfrentar” una crisis. Pronostica que el alza de precios de los granos no va a ser una mala racha pasajera, sino un fenómeno estructural que amenaza con hundir en la inseguridad alimenticia a cientos de millones de personas. Para colmo, dicha alza lleva a la Agencia norteamericana para el Desarrollo Internacional a reducir el monto de su ayuda en alimentos. Tiene que escoger entre limitar el número de países ayudados o la cantidad de harinas y granos entregados a cada uno. Es que el alza de los precios le causó un déficit inesperado. El Programa Alimenticio Mundial de la ONU depende en un 40% de la ayuda estadounidense y de por sí ya había sufrido el aumento del precio del petróleo, es decir del transporte.
No mencioné hasta ahora otro factor de encarecimiento de los alimentos que tiene que ver con el petróleo: el alza muy fuerte de los hidrocarburos contribuye al entusiasmo fatal por los biocarburantes, los famosos etanoles elaborados a partir de los granos, de la caña de azúcar, etcétera, ha reducido las superficies dedicadas a la alimentación humana. Nos encontramos atrapados en un círculo vicioso de crecimiento sin fin por todos deseado y que depende de un consumo no menos creciente de energía, lo que nos lleva a otro problema, el del recalentamiento del planeta con todas sus consecuencias. ¿Consecuencias? El cambio del clima, la sequía, las inundaciones, las tormentas y otros desastres naturales afectan la producción agrícola, como la afectan la urbanización desenfrenada generalizada en todo el mundo, la misma que transformó en zonas estériles los valles de México y Toluca, antes graneros inagotables.
En África, Asia, América Latina, una oferta insuficiente, probablemente agravada por la especulación y la corrupción, desató la escalada de los precios y ha provocado ya tensiones sociales y disturbios más o menos violentos en unos 30 países, como Bolivia, Camerún, Costa de Marfil, Egipto, Haití, Marruecos, Senegal… Cada país, pobre como rico, busca una solución pero en forma de “sálvese quien pueda”, lo que agrava la crisis. Algunos prohíben o disminuyen sus exportaciones, otros que no tienen problemas, se curan en salud y compran para acumular reservas, cuando hace falta una estrategia global. ¿Qué podemos hacer, tanto los ciudadanos como los dirigentes, si nos arrastran unas fuerzas económicas, naturales, históricas que nos rebasan? Primero, aprender a ver el mundo tal como es, en lugar de ver la realidad a través de los lentes ideológicos.
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