Miguel Ángel Granados Chapa
El chiste es viejo: antes del 4 de octubre de 1987 se atribuía a Carlos Salinas, entonces secretario de Programación y Presupuesto. En vísperas de que Miguel de la Madrid destapara a su sucesor, se decía que a Salinas no le convendría o no podía serlo. No podía, porque estaba prohibida la reelección. Y no le convenía porque perdería poder.
Cambiando lo que haya que cambiar, puede decirse lo mismo de Manlio Fabio Beltrones, cuando se habla de su plan de largo alcance para hacer que el PRI, con él a la cabeza, retorne a Los Pinos en 2012. Más allá de la broma, lo cierto es que el senador sonorense, desde una posición relativamente débil y que podría por eso mismo ser inocua, se ha constituido en uno de los principales, quizá el principal (si descontamos el de su adversaria Elba Esther Gordillo) factor de poder en una etapa en que la Presidencia de la República y el Congreso están a cargo de panistas de talla corta. Aun en tranquilas albercas, y más aún en mares procelosos, esos dirigentes del país necesitan vejigas para nadar. Beltrones los provee de ellas.
Ufano de ese poder, el exgobernador de Sonora hizo un resumen de sus logros y sus posibilidades, e impartió lecciones de política a diestra y siniestra en una conferencia de prensa el miércoles 26, donde leyó un documento profusamente divulgado a plana entera en los diarios al día siguiente. Podría decirse que es un informe de gobierno. Él, que en la reforma del Estado que ha emprendido propugna un jefe de gabinete, se ostenta como tal en ese documento, que ha de ser pieza clave en el análisis de los días que corren.
Beltrones ha sido un político afortunado, salvo durante la segunda mitad del gobierno de Ernesto Zedillo, en que estuvo en la banca. Hasta ese momento su carrera sólo conoció el ascenso. Nacido en Villa Juárez el 30 de agosto de 1952, llegó de Sonora a la Ciudad de México a los 18 años de edad a estudiar economía en la Universidad Nacional, algo que hizo sin pena ni gloria. Pero cuando ingresó a la Secretaría de Gobernación en 1976, al Registro Federal de Electores y luego se vinculó con el jefe de la policía política Fernando Gutiérrez Barrios, el joven sonorense encontró su camino. Fue secretario particular de “don Fernando”, como se le llamaba en una mezcla de reverencia y temor, y volvería a trabajar a su lado, como su segundo, en 1988, cuando el veracruzano abandonó el gobierno de su estado para asumir la Secretaría de Gobernación. Su cargo en Bucareli fue para Beltrones, que no descuidó realizar política local, la plataforma idónea para ser gobernador, entre 1991 y 1997.
A la mitad de su sexenio, en 1994, acontecieron hechos que marcarían su vida. El 23 de marzo fue asesinado su paisano Luis Donaldo Colosio, en Tijuana, a donde por instrucciones de Carlos Salinas voló desde Hermosillo para hacerse cargo de las implicaciones políticas (que subsumieron a las ministeriales) del homicidio. Con ese papel solicitó, y su petición fue satisfecha, que le fuera “prestado” por el ministerio público federal Mario Aburto, el único detenido por el crimen, en un episodio cuyo contorno y alcance no se ha precisado, pero del que se desprendió la vigencia de la tesis del asesino solitario. En ese mismo año, agentes de la DEA prepararon un informe con veinte fuentes que mencionaron vínculos del gobernador con la banda de Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, jefe del cártel de Ciudad Juárez. Se le citaba como testigo de una entrega de maletines repletos de dinero a Raúl Salinas de Gortari. Con el tiempo, Beltrones argüiría en sentido contrario que él desposeyó a la banda juarense de cuatro de sus refugios, no mala cifra según sus contradictores, pero apenas un tercio de las casas de seguridad que esos narcotraficantes poseían en Sonora.
El 23 de febrero de 1997 el diario The New York Times publicó una nota de sus corresponsales en México Sam Dillon y Craig Pyes donde se recogían las líneas principales de aquel informe de la DEA. En Estados Unidos la pieza periodística hizo ganar a sus autores el premio Pulitzer pero en México sirvió a Beltrones (y al gobernador de Morelos Jorge Carrillo Olea, también involucrado en el informe) para denunciar a los periodistas por difamación. En un extraño caso de empate ministerial, la Procuraduría General de la República concluyó que no emprendería acción penal contra los corresponsales del Times (que era la materia de su averiguación) pero también exoneró a los gobernadores, favor político con el que Zedillo consideró saldada su relación con Beltrones. No le confirió cargo alguno durante los tres años que restaron de su administración y al cabo del sexenio en que el sonorense gobernó a su estado.
Francisco Labastida incorporó a Beltrones a su fallida campaña, lo que colocó al ahora senador en los ámbitos de mando del disminuido priismo nacional. En medio de la desolación asumió en 2002 el mando de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, cuando lo abandonó Elba Esther Gordillo, que entonces hizo mancuerna con Roberto Madrazo para gobernar el PRI. Al año siguiente, elegido diputado, Beltrones disputó por cuenta de Madrazo la coordinación de la bancada tricolor con la propia Elba Esther y si bien fue derrotado, su paciencia le permitió ver la defenestración de la lideresa magisterial. Cobró importancia como diputado, al punto de ser presidente de la mesa directiva de su Cámara, desde donde apoyó el desafuero de Andrés Manuel López Obrador (a diferencia de lo que en privado aseguraba) y de donde partió para la senaduría de la que tanto provecho ha obtenido.
Derrotado Madrazo, Beltrones se erigió en triunfador como cabeza de su fracción, en cierto modo en líder de su partido y factotum de la política nacional. Recuerda en su mensaje de esta semana, como quien pasa la cuenta de sus favores al gobierno, que sin su concurso Felipe Calderón no hubiera asumido la presidencia: “logramos resolver lo urgente, que era la instalación del Congreso y la toma de protesta del nuevo gobierno”. Y también logró poner a salvo, un año después, a Juan Camilo Mouriño, negándose a integrar una comisión investigadora como la que se organizó en San Lázaro: “No es facultad del legislativo inculpar o exonerar a nadie, mucho menos invadir ámbitos de responsabilidad que corresponden a otros poderes”. No se trataba sólo de dotar de impunidad al secretario de Gobernación, sino de mantener su vigencia como interlocutor, para evitar su esterilización. Lo hizo Beltrones, no sólo visitando al secretario en Bucareli para darle seguridad sino declarando, como lo hace en su memorial de favores, que a “los interlocutores del gobierno federal no los elige el Senado, menos el PRI (sino que) provienen de las facultades establecidas en la Constitución y en la ley orgánica de la administración pública federal”.
Además de subrayar su papel en la reforma del Estado, Beltrones se erige en dómine supremo de la política nacional, con ánimo de quien asesta palmetazos a sus irresponsables pupilos. Atribuye a sus adversarios, del PAN y el PRD, el haber sumido, en 2006 y ahora mismo “al país en un ambiente de crispación y polarización política”. Colocado en el centro, reprocha a su flanco izquierdo el que no le importe “la razón sino el descrédito y destrucción del adversario”, y el pensar que “la ruina del gobierno y la parálisis del país son el camino y la táctica a seguir para acceder al poder”. Severo con su aliado, lo admoniza porque “la ausencia de proyecto, la incapacidad de entender que las cosas no se arreglan solas, que gobernar no significa navegar sin rumbo, han llevado al gobierno a la indefinición y al titubeo”. Beltrones, confidente de Calderón según su propia revelación, lo ha hallado falto de ideas respecto de la reforma energética. Pero también, dice en su mensaje, errado en la estrategia para “proteger la vida y el patrimonio de los mexicanos, no obstante la presencia del Ejército en las calles”, carente de “suficiente visión y oportunidad para enfrentar los desafíos de la desaceleración económica en los Estados Unidos” y de “sensibilidad ante la agobiante situación del campo mexicano”, sin “imaginación para generar empleos, mejorar la distribución del ingreso y revertir la desigualdad y la inseguridad”.
En medio de ese panorama, para hoy y lo que se ofrezca después, Beltrones ahora a la cabeza del grupo senatorial priista ofrece el camino, la verdad y la vida, expresados a la manera priista tradicional: “el diálogo y la construcción de acuerdos son la mejor vía para garantizar la unidad del país y el funcionamiento de las instituciones que le dan rumbo y gobernabilidad a México, condición fundamental para lograr el bienestar de los mexicanos en un marco de convivencia democrática”.
El chiste es viejo: antes del 4 de octubre de 1987 se atribuía a Carlos Salinas, entonces secretario de Programación y Presupuesto. En vísperas de que Miguel de la Madrid destapara a su sucesor, se decía que a Salinas no le convendría o no podía serlo. No podía, porque estaba prohibida la reelección. Y no le convenía porque perdería poder.
Cambiando lo que haya que cambiar, puede decirse lo mismo de Manlio Fabio Beltrones, cuando se habla de su plan de largo alcance para hacer que el PRI, con él a la cabeza, retorne a Los Pinos en 2012. Más allá de la broma, lo cierto es que el senador sonorense, desde una posición relativamente débil y que podría por eso mismo ser inocua, se ha constituido en uno de los principales, quizá el principal (si descontamos el de su adversaria Elba Esther Gordillo) factor de poder en una etapa en que la Presidencia de la República y el Congreso están a cargo de panistas de talla corta. Aun en tranquilas albercas, y más aún en mares procelosos, esos dirigentes del país necesitan vejigas para nadar. Beltrones los provee de ellas.
Ufano de ese poder, el exgobernador de Sonora hizo un resumen de sus logros y sus posibilidades, e impartió lecciones de política a diestra y siniestra en una conferencia de prensa el miércoles 26, donde leyó un documento profusamente divulgado a plana entera en los diarios al día siguiente. Podría decirse que es un informe de gobierno. Él, que en la reforma del Estado que ha emprendido propugna un jefe de gabinete, se ostenta como tal en ese documento, que ha de ser pieza clave en el análisis de los días que corren.
Beltrones ha sido un político afortunado, salvo durante la segunda mitad del gobierno de Ernesto Zedillo, en que estuvo en la banca. Hasta ese momento su carrera sólo conoció el ascenso. Nacido en Villa Juárez el 30 de agosto de 1952, llegó de Sonora a la Ciudad de México a los 18 años de edad a estudiar economía en la Universidad Nacional, algo que hizo sin pena ni gloria. Pero cuando ingresó a la Secretaría de Gobernación en 1976, al Registro Federal de Electores y luego se vinculó con el jefe de la policía política Fernando Gutiérrez Barrios, el joven sonorense encontró su camino. Fue secretario particular de “don Fernando”, como se le llamaba en una mezcla de reverencia y temor, y volvería a trabajar a su lado, como su segundo, en 1988, cuando el veracruzano abandonó el gobierno de su estado para asumir la Secretaría de Gobernación. Su cargo en Bucareli fue para Beltrones, que no descuidó realizar política local, la plataforma idónea para ser gobernador, entre 1991 y 1997.
A la mitad de su sexenio, en 1994, acontecieron hechos que marcarían su vida. El 23 de marzo fue asesinado su paisano Luis Donaldo Colosio, en Tijuana, a donde por instrucciones de Carlos Salinas voló desde Hermosillo para hacerse cargo de las implicaciones políticas (que subsumieron a las ministeriales) del homicidio. Con ese papel solicitó, y su petición fue satisfecha, que le fuera “prestado” por el ministerio público federal Mario Aburto, el único detenido por el crimen, en un episodio cuyo contorno y alcance no se ha precisado, pero del que se desprendió la vigencia de la tesis del asesino solitario. En ese mismo año, agentes de la DEA prepararon un informe con veinte fuentes que mencionaron vínculos del gobernador con la banda de Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, jefe del cártel de Ciudad Juárez. Se le citaba como testigo de una entrega de maletines repletos de dinero a Raúl Salinas de Gortari. Con el tiempo, Beltrones argüiría en sentido contrario que él desposeyó a la banda juarense de cuatro de sus refugios, no mala cifra según sus contradictores, pero apenas un tercio de las casas de seguridad que esos narcotraficantes poseían en Sonora.
El 23 de febrero de 1997 el diario The New York Times publicó una nota de sus corresponsales en México Sam Dillon y Craig Pyes donde se recogían las líneas principales de aquel informe de la DEA. En Estados Unidos la pieza periodística hizo ganar a sus autores el premio Pulitzer pero en México sirvió a Beltrones (y al gobernador de Morelos Jorge Carrillo Olea, también involucrado en el informe) para denunciar a los periodistas por difamación. En un extraño caso de empate ministerial, la Procuraduría General de la República concluyó que no emprendería acción penal contra los corresponsales del Times (que era la materia de su averiguación) pero también exoneró a los gobernadores, favor político con el que Zedillo consideró saldada su relación con Beltrones. No le confirió cargo alguno durante los tres años que restaron de su administración y al cabo del sexenio en que el sonorense gobernó a su estado.
Francisco Labastida incorporó a Beltrones a su fallida campaña, lo que colocó al ahora senador en los ámbitos de mando del disminuido priismo nacional. En medio de la desolación asumió en 2002 el mando de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, cuando lo abandonó Elba Esther Gordillo, que entonces hizo mancuerna con Roberto Madrazo para gobernar el PRI. Al año siguiente, elegido diputado, Beltrones disputó por cuenta de Madrazo la coordinación de la bancada tricolor con la propia Elba Esther y si bien fue derrotado, su paciencia le permitió ver la defenestración de la lideresa magisterial. Cobró importancia como diputado, al punto de ser presidente de la mesa directiva de su Cámara, desde donde apoyó el desafuero de Andrés Manuel López Obrador (a diferencia de lo que en privado aseguraba) y de donde partió para la senaduría de la que tanto provecho ha obtenido.
Derrotado Madrazo, Beltrones se erigió en triunfador como cabeza de su fracción, en cierto modo en líder de su partido y factotum de la política nacional. Recuerda en su mensaje de esta semana, como quien pasa la cuenta de sus favores al gobierno, que sin su concurso Felipe Calderón no hubiera asumido la presidencia: “logramos resolver lo urgente, que era la instalación del Congreso y la toma de protesta del nuevo gobierno”. Y también logró poner a salvo, un año después, a Juan Camilo Mouriño, negándose a integrar una comisión investigadora como la que se organizó en San Lázaro: “No es facultad del legislativo inculpar o exonerar a nadie, mucho menos invadir ámbitos de responsabilidad que corresponden a otros poderes”. No se trataba sólo de dotar de impunidad al secretario de Gobernación, sino de mantener su vigencia como interlocutor, para evitar su esterilización. Lo hizo Beltrones, no sólo visitando al secretario en Bucareli para darle seguridad sino declarando, como lo hace en su memorial de favores, que a “los interlocutores del gobierno federal no los elige el Senado, menos el PRI (sino que) provienen de las facultades establecidas en la Constitución y en la ley orgánica de la administración pública federal”.
Además de subrayar su papel en la reforma del Estado, Beltrones se erige en dómine supremo de la política nacional, con ánimo de quien asesta palmetazos a sus irresponsables pupilos. Atribuye a sus adversarios, del PAN y el PRD, el haber sumido, en 2006 y ahora mismo “al país en un ambiente de crispación y polarización política”. Colocado en el centro, reprocha a su flanco izquierdo el que no le importe “la razón sino el descrédito y destrucción del adversario”, y el pensar que “la ruina del gobierno y la parálisis del país son el camino y la táctica a seguir para acceder al poder”. Severo con su aliado, lo admoniza porque “la ausencia de proyecto, la incapacidad de entender que las cosas no se arreglan solas, que gobernar no significa navegar sin rumbo, han llevado al gobierno a la indefinición y al titubeo”. Beltrones, confidente de Calderón según su propia revelación, lo ha hallado falto de ideas respecto de la reforma energética. Pero también, dice en su mensaje, errado en la estrategia para “proteger la vida y el patrimonio de los mexicanos, no obstante la presencia del Ejército en las calles”, carente de “suficiente visión y oportunidad para enfrentar los desafíos de la desaceleración económica en los Estados Unidos” y de “sensibilidad ante la agobiante situación del campo mexicano”, sin “imaginación para generar empleos, mejorar la distribución del ingreso y revertir la desigualdad y la inseguridad”.
En medio de ese panorama, para hoy y lo que se ofrezca después, Beltrones ahora a la cabeza del grupo senatorial priista ofrece el camino, la verdad y la vida, expresados a la manera priista tradicional: “el diálogo y la construcción de acuerdos son la mejor vía para garantizar la unidad del país y el funcionamiento de las instituciones que le dan rumbo y gobernabilidad a México, condición fundamental para lograr el bienestar de los mexicanos en un marco de convivencia democrática”.
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