Denise Dresser
Otra alianza, otro pacto, otra ceremonia, otra revolución educativa anunciada entre aplausos y vítores. Ahora sí, nos dicen. Por fin lo logramos, nos aseguran. Lo que hemos acordado es trascendental, nos reiteran. Lo que hemos planteado es una de las iniciativas más importantes en la historia del país, nos recuerdan. Felipe Calderón, Elba Esther Gordillo, Josefina Vázquez Mota posando ante las cámaras repartiendo lisonjas entre sí. Parados en ese terreno disputado entre la esperanza y la historia; entre el optimismo y el escepticismo; entre las ganas de creer que un cambio en el sistema educativo en México es posible de la mano de la Maestra, y la experiencia que sugiere lo contrario.
Sin duda, la Alianza por la Educación propone medidas importantes; el reto ahora será que no queden –otra vez– sólo en el papel. Sin duda, una buena parte de la reforma acordada por el SNTE y la SEP es aplaudible; habrá que ver si el sindicato y quien lo dirige –otra vez– no sabotean su instrumentación. Sin duda las 13 cuartillas que explican la reforma apuntan en la dirección correcta; en los hechos se verá si existe la voluntad política de todos los involucrados para caminar hacia allí. A ese escenario de plazas obtenidas por concurso nacional y no por premio sindical; de maestros capacitados en vez de maestros poco preparados; de estímulos basados en el desempeño y no en la lealtad; de escuelas rehabilitadas en lugar de escuelas dilapidadas; de evaluaciones abiertas al público y no escondidas por quienes temen sus resultados; de preocupación por la educación al margen de las alianzas electorales.
Pero más allá de la concreción de esos cambios que muchos quisieran ver, la reforma deja un gran tema pendiente o no explica bien cómo lo va a encarar. Escondido, poco comentado, poco discutido, lo que la Alianza llama “la reforma de los enfoques, asignaturas y contenidos de la educación básica”. Algo que parece secundario pero es fundamental. Una verdadera revolución educativa basada menos en la capacitación de los maestros y más en los valores, actitudes y comportamientos que enseñan. Un viraje verdadero que ayude a contestar las siguientes preguntas: ¿Cuántos mexicanos tienen las habilidades para competir de manera exitosa en el mercado global? ¿Hasta cuándo permitiremos la persistencia del modelo mexicano que no les enseña a los niños cómo pensar?
Basta con mirar los libros de texto gratuito y la forma de exponer su contenido. Las escuelas mexicanas obligan a sus alumnos a memorizar pero no a reflexionar. Enfatizan datos y nombres de la historia nacional pero no el contexto para ponerlos en perspectiva. Centran su energía en cómo elevar la calificación para la prueba ENLACE, y no le prestan suficiente atención al objetivo final de la educación. Los métodos pedagógicos mexicanos acaban por aplastar el entusiasmo por el aprendizaje en vez de fomentarlo. Allí están millones de niños mexicanos, memorizando cantidades vastas de información inútil –la fecha de nacimiento de Vicente Guerrero, la fecha de fallecimiento de Benito Juárez– la cual regurgitan para cada examen y después olvidan. Allí están millones de niños mexicanos, aprendiendo todo sobre los héroes que nos dieron patria, a los cuales no se les está educando para que sepan cómo ser ciudadanos activos en ella. Haciendo planas, copiando párrafos, memorizando fechas. Acumulando la ignorancia en la forma de datos inertes.
La educación en los países exitosos y dinámicos es radicalmente diferente. Ayuda a desarrollar las facultades críticas de la mente, indispensables para avanzar en el mundo y en la vida. Pero la Alianza por la Educación sólo refuerza un sistema educativo que enfatiza cómo tomar pruebas, cuando otros modelos enseñan cómo ponerse a pensar. El primer enfoque produce personas que sólo saben seguir instrucciones; el segundo produce personas propensas a innovar, crear, tomar riesgos, resolver problemas. En otros países a los estudiantes se les permite ser audaces, cuestionar a la autoridad, caerse y volverse a levantar. Ese es el tipo de educación que genera científicos y Premios Nobel y emprendedores y ciudadanos participativos. Ese es el tipo de cultura que no entrena a los niños a tomar exámenes sino a desarrollar sus talentos.
Talentos necesarios como la creatividad, la curiosidad, el sentido de aventura, la ambición. Una cultura de aprendizaje que reta la sabiduría convencional e incluso a la autoridad intocable que la propaga. Una cultura de aprendizaje en la cual los alumnos aprenden a vivir con la boca abierta, con la mano alzada, preguntando, procesando, debatiendo con los maestros y no nada más copiando lo que escriben en el pizarrón. Un modelo educativo que premia el ingenio, la irreverencia, la capacidad para resolver problemas y no sólo lamentarse frente a ellos. Una verdadera revolución tanto en los contenidos como en los métodos que a México tanta falta le hace, y que no es prioridad en reforma tras reforma. El tema central de la Alianza anunciada sigue siendo cómo mejorar a los maestros, no cómo cambiar lo que enseñan ni la manera en la cual lo hacen. El énfasis principal de la Alianza anunciada es cómo modificar los incentivos del sindicato, no como construir ciudadanos emprendedores, flexibles, tolerantes, democráticos.
Para así, poco a poco, transformar un país donde según lo revela la Encuesta Nacional sobre la Discriminación, 48.4 por ciento de la población no permitiría que en su casa vivieran homosexuales. Donde 42.1 no permitiría que vivieran extranjeros. Donde 38.3 por ciento rechaza a las personas con ideas diferentes a las suyas. Donde muchos mexicanos temen a los “otros” por su raza o su color de piel. Y precisamente por ello la educación en México tiene que abocarse a más que mejorar las evaluaciones de matemáticas y español. Debe tener miras más altas que ascender en las evaluaciones PISA.
Tiene que centrarse en el tipo de país que queremos ser y el tipo de mexicanos que queremos educar. Un México capaz de triunfar gracias al vigor de su sociedad. Un México abierto al mundo; a ideas e inventos, a bienes y servicios, a personas y culturas. Un México capaz de adaptarse a las nuevas circunstancias globales y reaccionar con rapidez ante los retos que entrañan. Un México capaz de crear los hábitos mentales que promueven la participación en vez de la apatía, la crítica en lugar de la claudicación, el optimismo de la voluntad por encima del pesimismo de la fracasomanía. Un país de personas que piensan por sí mismas y no necesitan a políticos, líderes sindicales, maestros o intelectuales que les digan cómo hacerlo.
Otra alianza, otro pacto, otra ceremonia, otra revolución educativa anunciada entre aplausos y vítores. Ahora sí, nos dicen. Por fin lo logramos, nos aseguran. Lo que hemos acordado es trascendental, nos reiteran. Lo que hemos planteado es una de las iniciativas más importantes en la historia del país, nos recuerdan. Felipe Calderón, Elba Esther Gordillo, Josefina Vázquez Mota posando ante las cámaras repartiendo lisonjas entre sí. Parados en ese terreno disputado entre la esperanza y la historia; entre el optimismo y el escepticismo; entre las ganas de creer que un cambio en el sistema educativo en México es posible de la mano de la Maestra, y la experiencia que sugiere lo contrario.
Sin duda, la Alianza por la Educación propone medidas importantes; el reto ahora será que no queden –otra vez– sólo en el papel. Sin duda, una buena parte de la reforma acordada por el SNTE y la SEP es aplaudible; habrá que ver si el sindicato y quien lo dirige –otra vez– no sabotean su instrumentación. Sin duda las 13 cuartillas que explican la reforma apuntan en la dirección correcta; en los hechos se verá si existe la voluntad política de todos los involucrados para caminar hacia allí. A ese escenario de plazas obtenidas por concurso nacional y no por premio sindical; de maestros capacitados en vez de maestros poco preparados; de estímulos basados en el desempeño y no en la lealtad; de escuelas rehabilitadas en lugar de escuelas dilapidadas; de evaluaciones abiertas al público y no escondidas por quienes temen sus resultados; de preocupación por la educación al margen de las alianzas electorales.
Pero más allá de la concreción de esos cambios que muchos quisieran ver, la reforma deja un gran tema pendiente o no explica bien cómo lo va a encarar. Escondido, poco comentado, poco discutido, lo que la Alianza llama “la reforma de los enfoques, asignaturas y contenidos de la educación básica”. Algo que parece secundario pero es fundamental. Una verdadera revolución educativa basada menos en la capacitación de los maestros y más en los valores, actitudes y comportamientos que enseñan. Un viraje verdadero que ayude a contestar las siguientes preguntas: ¿Cuántos mexicanos tienen las habilidades para competir de manera exitosa en el mercado global? ¿Hasta cuándo permitiremos la persistencia del modelo mexicano que no les enseña a los niños cómo pensar?
Basta con mirar los libros de texto gratuito y la forma de exponer su contenido. Las escuelas mexicanas obligan a sus alumnos a memorizar pero no a reflexionar. Enfatizan datos y nombres de la historia nacional pero no el contexto para ponerlos en perspectiva. Centran su energía en cómo elevar la calificación para la prueba ENLACE, y no le prestan suficiente atención al objetivo final de la educación. Los métodos pedagógicos mexicanos acaban por aplastar el entusiasmo por el aprendizaje en vez de fomentarlo. Allí están millones de niños mexicanos, memorizando cantidades vastas de información inútil –la fecha de nacimiento de Vicente Guerrero, la fecha de fallecimiento de Benito Juárez– la cual regurgitan para cada examen y después olvidan. Allí están millones de niños mexicanos, aprendiendo todo sobre los héroes que nos dieron patria, a los cuales no se les está educando para que sepan cómo ser ciudadanos activos en ella. Haciendo planas, copiando párrafos, memorizando fechas. Acumulando la ignorancia en la forma de datos inertes.
La educación en los países exitosos y dinámicos es radicalmente diferente. Ayuda a desarrollar las facultades críticas de la mente, indispensables para avanzar en el mundo y en la vida. Pero la Alianza por la Educación sólo refuerza un sistema educativo que enfatiza cómo tomar pruebas, cuando otros modelos enseñan cómo ponerse a pensar. El primer enfoque produce personas que sólo saben seguir instrucciones; el segundo produce personas propensas a innovar, crear, tomar riesgos, resolver problemas. En otros países a los estudiantes se les permite ser audaces, cuestionar a la autoridad, caerse y volverse a levantar. Ese es el tipo de educación que genera científicos y Premios Nobel y emprendedores y ciudadanos participativos. Ese es el tipo de cultura que no entrena a los niños a tomar exámenes sino a desarrollar sus talentos.
Talentos necesarios como la creatividad, la curiosidad, el sentido de aventura, la ambición. Una cultura de aprendizaje que reta la sabiduría convencional e incluso a la autoridad intocable que la propaga. Una cultura de aprendizaje en la cual los alumnos aprenden a vivir con la boca abierta, con la mano alzada, preguntando, procesando, debatiendo con los maestros y no nada más copiando lo que escriben en el pizarrón. Un modelo educativo que premia el ingenio, la irreverencia, la capacidad para resolver problemas y no sólo lamentarse frente a ellos. Una verdadera revolución tanto en los contenidos como en los métodos que a México tanta falta le hace, y que no es prioridad en reforma tras reforma. El tema central de la Alianza anunciada sigue siendo cómo mejorar a los maestros, no cómo cambiar lo que enseñan ni la manera en la cual lo hacen. El énfasis principal de la Alianza anunciada es cómo modificar los incentivos del sindicato, no como construir ciudadanos emprendedores, flexibles, tolerantes, democráticos.
Para así, poco a poco, transformar un país donde según lo revela la Encuesta Nacional sobre la Discriminación, 48.4 por ciento de la población no permitiría que en su casa vivieran homosexuales. Donde 42.1 no permitiría que vivieran extranjeros. Donde 38.3 por ciento rechaza a las personas con ideas diferentes a las suyas. Donde muchos mexicanos temen a los “otros” por su raza o su color de piel. Y precisamente por ello la educación en México tiene que abocarse a más que mejorar las evaluaciones de matemáticas y español. Debe tener miras más altas que ascender en las evaluaciones PISA.
Tiene que centrarse en el tipo de país que queremos ser y el tipo de mexicanos que queremos educar. Un México capaz de triunfar gracias al vigor de su sociedad. Un México abierto al mundo; a ideas e inventos, a bienes y servicios, a personas y culturas. Un México capaz de adaptarse a las nuevas circunstancias globales y reaccionar con rapidez ante los retos que entrañan. Un México capaz de crear los hábitos mentales que promueven la participación en vez de la apatía, la crítica en lugar de la claudicación, el optimismo de la voluntad por encima del pesimismo de la fracasomanía. Un país de personas que piensan por sí mismas y no necesitan a políticos, líderes sindicales, maestros o intelectuales que les digan cómo hacerlo.
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