Carlos Monsiváis
Ante la rapidez vindicativa del narcotráfico, ¿hay quienes pueden transformar su condición de testigo en denuncia pública?
¿Cuántos muertos se requirieron para volver a la batalla de los cárteles problema de seguridad nacional? ¿Es sustentable el dictamen de los funcionarios de que nada pasa porque los delincuentes sólo se matan entre sí? ¿Qué eran antes los transgresores de la ley: campesinos, obreros, desempleados, oficinistas, empresarios, banqueros, políticos de medio pelo? ¿Cómo aceptan la fragilidad de su destino esas decenas de miles de jóvenes que canjean la disminución brutal de sus años de vida a cambio de las sensaciones de poder garantizadas por el dinero y las armas? ¿Cuáles son las regiones rescatadas del narco, según dijo el secretario de Gobernación, y cuáles aún siguen prisioneras? ¿Por qué no se le quiere reconocer al narcotráfico su estatus de gran industria neoliberal? Por cada jefe o subjefe policiaco al que acribillan unos desconocidos, o no tanto, ¿cuántos comandantes se van al cielo? ¿Qué tienen que ver tantas muertes con el valor de la vida humana?
¿Cómo traspasar la desdichada hipocresía de las autoridades estadounidenses? ¿Se vive dentro de un filme violentísimo con la población en calidad de extras aterrados? ¿Y qué ética social enfrenta las imágenes de los asesinados, los curiosos y los paseantes, niños entre ellos? ¿Se puede hablar todavía de “balas perdidas”? ¿Qué es el miedo en las ciudades: la fe en la mala suerte personal, la celeridad con que la pesadilla se vuelve uno de los mayores componentes de la vigilia, la conversión de la inocencia en culpa por ubicación geográfica?
¿Por qué la indiferencia ante los policías acribillados por defender un banco o una camioneta, o porque allí estaban cuando salieron unos narcos en plena euforia inducida, o porque son “gajes del oficio”? ¿Por qué los medios informativos jamás personalizan los casos de policías muertos en el cumplimiento de su deber? (Es distinta la situación de los jefes policiacos, hasta hace poco sólo objetos de sospecha.) ¿Por qué la sociedad se aleja siempre de la suerte trágica de sus defensores profesionales?
De algunas posibilidades de responder a las encuestas
Datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación (2005): 48.8% de las personas encuestadas no estarían dispuestas a convivir con personas homosexuales, y sólo 11% preferiría dar una oportunidad laboral a ese grupo. Algo más sobre el tema, la Encuesta Nacional en Viviendas sobre “Mitos y preconcepciones sobre la homosexualidad”, elaborada por Consulta Mitofsky, en enero de 2007, descubrió que en todo el país 46% de los mexicanos preferiría no conocer a la pareja de su hijo homosexual.
Sobre este último punto, algunas hipótesis sobre esta renuncia a darle la mano a la pareja del hijo del encuestado o la encuestada:
—Por el miedo de que el compañero sea una mujer y el hijo se haya burlado de los prejuicios de los padres.
—Por el sueño institucional de tener una nuera a la que pudieran detestar sin sentimientos de culpa.
—Por estar convencidos de que el famoso compañero no sabe cocinar.
—Por una razón esencial: como les dijo un amigo, si uno se quita los prejuicios, ¿con quién se acuesta?
—Por la imposibilidad de decirle con ternura al compañero de su hijo: “Cuídalo mucho, recuerda que le hacen daño los camarones”.
—Por quitarle a las reuniones familiares una de sus fortalezas: los chistes sobre maricones.
—Porque qué tal si su hijo no les heredó su buen gusto en materia de pareja.
Ante la rapidez vindicativa del narcotráfico, ¿hay quienes pueden transformar su condición de testigo en denuncia pública?
¿Cuántos muertos se requirieron para volver a la batalla de los cárteles problema de seguridad nacional? ¿Es sustentable el dictamen de los funcionarios de que nada pasa porque los delincuentes sólo se matan entre sí? ¿Qué eran antes los transgresores de la ley: campesinos, obreros, desempleados, oficinistas, empresarios, banqueros, políticos de medio pelo? ¿Cómo aceptan la fragilidad de su destino esas decenas de miles de jóvenes que canjean la disminución brutal de sus años de vida a cambio de las sensaciones de poder garantizadas por el dinero y las armas? ¿Cuáles son las regiones rescatadas del narco, según dijo el secretario de Gobernación, y cuáles aún siguen prisioneras? ¿Por qué no se le quiere reconocer al narcotráfico su estatus de gran industria neoliberal? Por cada jefe o subjefe policiaco al que acribillan unos desconocidos, o no tanto, ¿cuántos comandantes se van al cielo? ¿Qué tienen que ver tantas muertes con el valor de la vida humana?
¿Cómo traspasar la desdichada hipocresía de las autoridades estadounidenses? ¿Se vive dentro de un filme violentísimo con la población en calidad de extras aterrados? ¿Y qué ética social enfrenta las imágenes de los asesinados, los curiosos y los paseantes, niños entre ellos? ¿Se puede hablar todavía de “balas perdidas”? ¿Qué es el miedo en las ciudades: la fe en la mala suerte personal, la celeridad con que la pesadilla se vuelve uno de los mayores componentes de la vigilia, la conversión de la inocencia en culpa por ubicación geográfica?
¿Por qué la indiferencia ante los policías acribillados por defender un banco o una camioneta, o porque allí estaban cuando salieron unos narcos en plena euforia inducida, o porque son “gajes del oficio”? ¿Por qué los medios informativos jamás personalizan los casos de policías muertos en el cumplimiento de su deber? (Es distinta la situación de los jefes policiacos, hasta hace poco sólo objetos de sospecha.) ¿Por qué la sociedad se aleja siempre de la suerte trágica de sus defensores profesionales?
De algunas posibilidades de responder a las encuestas
Datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación (2005): 48.8% de las personas encuestadas no estarían dispuestas a convivir con personas homosexuales, y sólo 11% preferiría dar una oportunidad laboral a ese grupo. Algo más sobre el tema, la Encuesta Nacional en Viviendas sobre “Mitos y preconcepciones sobre la homosexualidad”, elaborada por Consulta Mitofsky, en enero de 2007, descubrió que en todo el país 46% de los mexicanos preferiría no conocer a la pareja de su hijo homosexual.
Sobre este último punto, algunas hipótesis sobre esta renuncia a darle la mano a la pareja del hijo del encuestado o la encuestada:
—Por el miedo de que el compañero sea una mujer y el hijo se haya burlado de los prejuicios de los padres.
—Por el sueño institucional de tener una nuera a la que pudieran detestar sin sentimientos de culpa.
—Por estar convencidos de que el famoso compañero no sabe cocinar.
—Por una razón esencial: como les dijo un amigo, si uno se quita los prejuicios, ¿con quién se acuesta?
—Por la imposibilidad de decirle con ternura al compañero de su hijo: “Cuídalo mucho, recuerda que le hacen daño los camarones”.
—Por quitarle a las reuniones familiares una de sus fortalezas: los chistes sobre maricones.
—Porque qué tal si su hijo no les heredó su buen gusto en materia de pareja.
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