René Delgado
No estaría demás organizar un foro -en el Senado, but of course- para dilucidar un problema y salir de toda duda: ¿la cabeza sostiene al cuerpo o el cuerpo sostiene a la cabeza?
Es importante esclarecer el punto porque, insertos en la política de las decapitaciones, se está enredando el asunto. Ya nos ocurrió en el combate al narcotráfico y, por lo visto, nos volverá a ocurrir en el combate a la impunidad.
En ambos casos se ha dado por sentado que basta cortar la cabeza para que caiga el cuerpo y resulta que el cuerpo nomás no cae.
* * *
En la loca estrategia contra el narcotráfico se resolvió cortar la cabeza de los cárteles y, a la postre, resultó que el cuerpo, o sea, las células operativas del crimen se reconstituyeron en pequeñas bandas que, ahí sí, traen de cabeza al gobierno.
Desde luego, oficialmente eso no es cierto. Pero la evidencia es clara: se de-capitó a los cárteles sin contar con una estrategia para desmontar la estructura del crimen y, entonces, aunque rodaron o se extraditaron las cabezas, el cuerpo del narco anda violentando a la República para asegurar o conquistar territorios y diversificar el giro del delito.
Lo peor del asunto es que, al paso de los días, se va viendo que el cuerpo del crimen contaba y cuenta también con supuestos servidores públicos y, entonces, en el juego de las ejecuciones y las decapitaciones, a veces ya ni siquiera sabe a qué cuerpo pertenecían las cabezas que ruedan.
* * *
Ese problema tiene, ahora, derrames en la política. Se está imponiendo la idea de que basta cortar la cabeza de los funcionarios que tienen bajo sí un cuerpo o una estructura corrompida para que el problema se acabe.
La lógica de esa política es tan simple como torpe: si cae la cabeza, cae el cuerpo. Sin embargo, la realidad es otra: si cae la cabeza, el cuerpo se tiene liberado por completo y actúa a sus anchas, beneficiado por el hecho de que a la nueva cabeza le tomará tiempo reconocer y controlar al cuerpo y, mientras eso ocurre -si llega a ocurrir-, el cuerpo hace lo que le viene en gana.
A ese primitivismo político se suma otra práctica igualmente salvaje. Como la política se ha convertido en un juego de eliminación, cada cabeza que rueda es motivo de celebración por parte de la oposición que se alza con ella. Bailan entusiasmados los opositores alrededor de ella y la cargan como trofeo con el cesto donde la depositan. Es un juego de caníbales pigmeos o, si se prefiere, de una casta política enana y salvaje.
Y, desde luego, en el festín de la política y la cultura de las decapitaciones, cuanto más grande es la cabeza, mayor es la celebración.
* * *
Hoy, por ejemplo, los panistas están de plácemes. Pasean orgullosos las cabezas de Joel Ortega y Rodolfo Félix desentendiéndose del cuerpo policiaco que anda suelto y de las víctimas de ese cuerpo, porque están tentados por la idea de ir por la cabeza de Marcelo Ebrard. Tamaño trofeo no se lo imaginan colgado en la Plaza Mayor.
Esos opositores pasan por alto, sin embargo, un asunto igualmente delicado. Por tortura, abuso y violaciones, el ombusdman José Luis Soberanes acaba de formular varias recomendaciones nada más y nada menos que al Ejército Mexicano. Y, obviamente, en la atmósfera de venganza y revancha, donde tan bien respira la casta política, es de esperar que, más pronto que los otros opositores, pidan la cabeza del secretario de la Defensa y, si se puede, la del comandante supremo de las Fuerzas Armadas, Felipe Calderón, para igualar el marcador de las cabezas caídas.
Desde luego, es difícil creer que la norma aplicada al secretario de Seguridad y al procurador del Distrito Federal sea la misma que se adopte con el secretario de la Defensa y el presidente de la República, aunque la lógica practicada por las tribus que gobiernan al país haga pensar que no podría ser de otro modo.
Sin duda, el panismo dirá que los responsables directos de las torturas y abusos cometidos por los militares no pueden ser otros sino quienes traían el mando en los respectivos operativos y nadie más. Entonces, los perredistas dirán que no, que si ellos pusieron la cabeza de un secretario no menos pueden pedir a sus adversarios.
Se hará, pues, una nueva fogata para danzar en torno a ella esperando que, de pronto, aparezca el verdugo con su hacha y su cesto.
* * *
Lo grave de esa política de decapitaciones, que se desarrolla en la cancha de un juego eliminatorio y donde las respectivas porras reclaman cuotas de poder o de sangre, es que quien pone la carne de escarnio es la ciudadanía.
En ese juego tribal de la casta política, la ciudadanía no aparece como el jugador número 12. No, aparece como la calavera que, a manera de balón, las tribus patean una y otra vez en el propósito de provocarle una baja al adversario. Un juego salvaje.
Mientas los enanos que traen en sus manos las riendas del poder no adviertan el serio problema que representan los cuerpos de seguridad podrán quitar y poner cuantas cabezas quieran al frente de ellos. No importa de quién se trate, bueno o malo, capaz o incapaz, negligente o no: si el cuerpo donde se colocará esa cabeza está mal, muy poco importa la cabeza.
Si se mira lo que está ocurriendo con las policías federal y capitalina es claro que ambos cuerpos están descabezados. Cada uno de los mandos y hombres de confianza del secretario Genaro García Luna ha sido ejecutado y, aun hoy, no está claro por qué han sido ejecutados. El hecho es que la policía federal no cuenta con una cabeza, como tampoco cuenta con una cabeza la policía capitalina, porque si bien en el lugar de Joel Ortega se ha colocado a Manuel Mondragón y Kalb es evidente que el cuerpo sigue siendo el mismo.
* * *
Desde hace 10 años, una y otra vez se ha prometido a la ciudadanía la reconstrucción de los cuerpos policiacos pero, en realidad, sólo se le han ofrecido distintos modelos de cabezas y una colección de políticas de seguridad pública dictadas por la ocurrencia o la indiferencia.
En la escala federal, la pasarela de cabezas en la Secretaría de Seguridad Pública ha sido constante: Alejandro Gertz emprendió la batalla contra el modelo de seguridad propuesto por el almirante Wilfredo Robledo; luego, Ramón Martín Huerta fue habilitado como secretario de Seguridad Pública porque Vicente Fox y Santiago Creel nunca entendieron qué era eso de la seguridad e inteligencia, y, más tarde, con motivo de la lamentable muerte de Ramón Martín Huerta, a la dependencia llegó Eduardo Medina Mora que, ahora, se desempeña como procurador y dejó la plaza a Genaro García Luna. En otras palabras, en 10 años, cinco cabezas han sido expuestas en esa dependencia y, a pesar de los esfuerzos, el cuerpo sigue siendo el mismo.
En la escala capitalina, la pasarela no ha sido distinta. Por la correspondiente Secretaría han desfilado Rodolfo Debernardi, Alejandro Gertz, Leonel Godoy, Marcelo Ebrard y Joel Ortega. Como quien dice, cinco cabezas han sido expuestas en esa dependencia y, a pesar de los esfuerzos, el cuerpo sigue siendo el mismo.
En otras palabras, en materia de seguridad pública no hay sexenios. Las cabezas caen por bienio y el cuerpo sigue siendo el mismo. ¿Podría alguien explicar a los pigmeos caníbales la importancia de la cabeza... y también del cuerpo?
No estaría demás organizar un foro -en el Senado, but of course- para dilucidar un problema y salir de toda duda: ¿la cabeza sostiene al cuerpo o el cuerpo sostiene a la cabeza?
Es importante esclarecer el punto porque, insertos en la política de las decapitaciones, se está enredando el asunto. Ya nos ocurrió en el combate al narcotráfico y, por lo visto, nos volverá a ocurrir en el combate a la impunidad.
En ambos casos se ha dado por sentado que basta cortar la cabeza para que caiga el cuerpo y resulta que el cuerpo nomás no cae.
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En la loca estrategia contra el narcotráfico se resolvió cortar la cabeza de los cárteles y, a la postre, resultó que el cuerpo, o sea, las células operativas del crimen se reconstituyeron en pequeñas bandas que, ahí sí, traen de cabeza al gobierno.
Desde luego, oficialmente eso no es cierto. Pero la evidencia es clara: se de-capitó a los cárteles sin contar con una estrategia para desmontar la estructura del crimen y, entonces, aunque rodaron o se extraditaron las cabezas, el cuerpo del narco anda violentando a la República para asegurar o conquistar territorios y diversificar el giro del delito.
Lo peor del asunto es que, al paso de los días, se va viendo que el cuerpo del crimen contaba y cuenta también con supuestos servidores públicos y, entonces, en el juego de las ejecuciones y las decapitaciones, a veces ya ni siquiera sabe a qué cuerpo pertenecían las cabezas que ruedan.
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Ese problema tiene, ahora, derrames en la política. Se está imponiendo la idea de que basta cortar la cabeza de los funcionarios que tienen bajo sí un cuerpo o una estructura corrompida para que el problema se acabe.
La lógica de esa política es tan simple como torpe: si cae la cabeza, cae el cuerpo. Sin embargo, la realidad es otra: si cae la cabeza, el cuerpo se tiene liberado por completo y actúa a sus anchas, beneficiado por el hecho de que a la nueva cabeza le tomará tiempo reconocer y controlar al cuerpo y, mientras eso ocurre -si llega a ocurrir-, el cuerpo hace lo que le viene en gana.
A ese primitivismo político se suma otra práctica igualmente salvaje. Como la política se ha convertido en un juego de eliminación, cada cabeza que rueda es motivo de celebración por parte de la oposición que se alza con ella. Bailan entusiasmados los opositores alrededor de ella y la cargan como trofeo con el cesto donde la depositan. Es un juego de caníbales pigmeos o, si se prefiere, de una casta política enana y salvaje.
Y, desde luego, en el festín de la política y la cultura de las decapitaciones, cuanto más grande es la cabeza, mayor es la celebración.
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Hoy, por ejemplo, los panistas están de plácemes. Pasean orgullosos las cabezas de Joel Ortega y Rodolfo Félix desentendiéndose del cuerpo policiaco que anda suelto y de las víctimas de ese cuerpo, porque están tentados por la idea de ir por la cabeza de Marcelo Ebrard. Tamaño trofeo no se lo imaginan colgado en la Plaza Mayor.
Esos opositores pasan por alto, sin embargo, un asunto igualmente delicado. Por tortura, abuso y violaciones, el ombusdman José Luis Soberanes acaba de formular varias recomendaciones nada más y nada menos que al Ejército Mexicano. Y, obviamente, en la atmósfera de venganza y revancha, donde tan bien respira la casta política, es de esperar que, más pronto que los otros opositores, pidan la cabeza del secretario de la Defensa y, si se puede, la del comandante supremo de las Fuerzas Armadas, Felipe Calderón, para igualar el marcador de las cabezas caídas.
Desde luego, es difícil creer que la norma aplicada al secretario de Seguridad y al procurador del Distrito Federal sea la misma que se adopte con el secretario de la Defensa y el presidente de la República, aunque la lógica practicada por las tribus que gobiernan al país haga pensar que no podría ser de otro modo.
Sin duda, el panismo dirá que los responsables directos de las torturas y abusos cometidos por los militares no pueden ser otros sino quienes traían el mando en los respectivos operativos y nadie más. Entonces, los perredistas dirán que no, que si ellos pusieron la cabeza de un secretario no menos pueden pedir a sus adversarios.
Se hará, pues, una nueva fogata para danzar en torno a ella esperando que, de pronto, aparezca el verdugo con su hacha y su cesto.
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Lo grave de esa política de decapitaciones, que se desarrolla en la cancha de un juego eliminatorio y donde las respectivas porras reclaman cuotas de poder o de sangre, es que quien pone la carne de escarnio es la ciudadanía.
En ese juego tribal de la casta política, la ciudadanía no aparece como el jugador número 12. No, aparece como la calavera que, a manera de balón, las tribus patean una y otra vez en el propósito de provocarle una baja al adversario. Un juego salvaje.
Mientas los enanos que traen en sus manos las riendas del poder no adviertan el serio problema que representan los cuerpos de seguridad podrán quitar y poner cuantas cabezas quieran al frente de ellos. No importa de quién se trate, bueno o malo, capaz o incapaz, negligente o no: si el cuerpo donde se colocará esa cabeza está mal, muy poco importa la cabeza.
Si se mira lo que está ocurriendo con las policías federal y capitalina es claro que ambos cuerpos están descabezados. Cada uno de los mandos y hombres de confianza del secretario Genaro García Luna ha sido ejecutado y, aun hoy, no está claro por qué han sido ejecutados. El hecho es que la policía federal no cuenta con una cabeza, como tampoco cuenta con una cabeza la policía capitalina, porque si bien en el lugar de Joel Ortega se ha colocado a Manuel Mondragón y Kalb es evidente que el cuerpo sigue siendo el mismo.
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Desde hace 10 años, una y otra vez se ha prometido a la ciudadanía la reconstrucción de los cuerpos policiacos pero, en realidad, sólo se le han ofrecido distintos modelos de cabezas y una colección de políticas de seguridad pública dictadas por la ocurrencia o la indiferencia.
En la escala federal, la pasarela de cabezas en la Secretaría de Seguridad Pública ha sido constante: Alejandro Gertz emprendió la batalla contra el modelo de seguridad propuesto por el almirante Wilfredo Robledo; luego, Ramón Martín Huerta fue habilitado como secretario de Seguridad Pública porque Vicente Fox y Santiago Creel nunca entendieron qué era eso de la seguridad e inteligencia, y, más tarde, con motivo de la lamentable muerte de Ramón Martín Huerta, a la dependencia llegó Eduardo Medina Mora que, ahora, se desempeña como procurador y dejó la plaza a Genaro García Luna. En otras palabras, en 10 años, cinco cabezas han sido expuestas en esa dependencia y, a pesar de los esfuerzos, el cuerpo sigue siendo el mismo.
En la escala capitalina, la pasarela no ha sido distinta. Por la correspondiente Secretaría han desfilado Rodolfo Debernardi, Alejandro Gertz, Leonel Godoy, Marcelo Ebrard y Joel Ortega. Como quien dice, cinco cabezas han sido expuestas en esa dependencia y, a pesar de los esfuerzos, el cuerpo sigue siendo el mismo.
En otras palabras, en materia de seguridad pública no hay sexenios. Las cabezas caen por bienio y el cuerpo sigue siendo el mismo. ¿Podría alguien explicar a los pigmeos caníbales la importancia de la cabeza... y también del cuerpo?
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