Richard Roch
El narcotráfico genera enormes cantidades de dinero debido a su manejo clandestino
El narcotráfico se sustenta en una gigantesca y productiva hipocresía. La única razón de su existencia es que cierto tipo de drogas —básicamente mariguana, cocaína y sintéticas— han sido declaradas ilegales. Y genera enormes cantidades de dinero debido a su manejo clandestino.
Mientras tanto, en las farmacias de cualquier parte se venden drogas “legales” que producen los mismos efectos de alucinación, excitación, euforia o letargo que las drogas proscritas. Y son tan perjudiciales o más que las sustancias prohibidas. Matan exactamente igual. Y se consiguen fácilmente y sin riesgo alguno para el comprador. Basta tener el dinero suficiente.
Hay por cierto otra droga tan o más devastadora que las otras. Que igual destruye a quien la consume que a todo su entorno familiar y social. Que provoca millones de muertes —más que todas las guerras— cada año ya sea por su ingesta derivada en enfermedades incurables o por los hechos violentos que provoca. Lo mismo crímenes en los hogares que accidentes automovilísticos fatales en calles y carreteras: el alcohol. Cuyo consumo no sólo está permitido comercialmente o admitido socialmente, sino que es festinado públicamente: si bebes ciertas marcas eres más seductor o más exitoso o más hombre o más mujer. Por eso es común ver a los presidentes o gobernadores cortando el listón en las inauguraciones de grandes plantas productoras de vinos y licores que se presumen instaladas en la legalidad total.
A mí hasta ahora nadie ha podido explicarme la diferencia entre dañarse y dañar a los demás física, moral o espiritualmente con drogas ilegales, legales o con alcohol.
La respuesta, en todo caso, es que la clandestinidad y secrecía del narcotráfico genera un negocio descomunal que produce inmensos beneficios económicos a quienes lo controlan, lo toleran o lo solapan. Montañas de billetes que se generan precisamente en razón de esa actividad encubierta. Hablamos, claro, de los propios narcotraficantes, pero también de sus cómplices infiltrados lo mismo en los cuerpos policiacos que en los aparatos de impartición de justicia, que en los más altos niveles de los gobiernos municipales, estatales y federales.
Por eso ninguno de ellos quiere la legalización de las drogas. Simple y llanamente, se les acabaría el negocio. Que en una estimación esquemática es de este tamaño: se calcula entre 300 y 500 mil millones de dólares el importe del tráfico cada año, nada más en Estados Unidos; pero pongámoslo conservador en 300 mil; de ahí estimemos 10% en beneficios por transportación para los cárteles mexicanos; estamos hablando de 30 mil millones de dólares, más de 300 mil millones de pesos traducidos en mansiones, carros de lujo, aviones, joyas, fiestas y todas las excentricidades folclóricas de los narcos; pero también en un arsenal creciente del armamento más destructivo y sofisticado.
Y sobre todo de un inacabable poder de corrupción para comprar conciencias y voluntades lo mismo que gubernaturas, senadurías y diputaciones a lo largo y ancho del país. Todo lo necesario para aceitar la maquinaria de distribución en la que cotidianamente están involucrados policías y funcionarios públicos. Lo que aquel juez Falconi definió como “crimen organizado”, que sólo se explica con la complicidad oficial.
Por todo ello y hoy más que nunca, urge poner en el centro del debate nacional la posibilidad de la legalización de las drogas con todas sus consecuencias en todos sentidos. No hacerlo sería, por lo menos, muy sospechoso.
El narcotráfico genera enormes cantidades de dinero debido a su manejo clandestino
El narcotráfico se sustenta en una gigantesca y productiva hipocresía. La única razón de su existencia es que cierto tipo de drogas —básicamente mariguana, cocaína y sintéticas— han sido declaradas ilegales. Y genera enormes cantidades de dinero debido a su manejo clandestino.
Mientras tanto, en las farmacias de cualquier parte se venden drogas “legales” que producen los mismos efectos de alucinación, excitación, euforia o letargo que las drogas proscritas. Y son tan perjudiciales o más que las sustancias prohibidas. Matan exactamente igual. Y se consiguen fácilmente y sin riesgo alguno para el comprador. Basta tener el dinero suficiente.
Hay por cierto otra droga tan o más devastadora que las otras. Que igual destruye a quien la consume que a todo su entorno familiar y social. Que provoca millones de muertes —más que todas las guerras— cada año ya sea por su ingesta derivada en enfermedades incurables o por los hechos violentos que provoca. Lo mismo crímenes en los hogares que accidentes automovilísticos fatales en calles y carreteras: el alcohol. Cuyo consumo no sólo está permitido comercialmente o admitido socialmente, sino que es festinado públicamente: si bebes ciertas marcas eres más seductor o más exitoso o más hombre o más mujer. Por eso es común ver a los presidentes o gobernadores cortando el listón en las inauguraciones de grandes plantas productoras de vinos y licores que se presumen instaladas en la legalidad total.
A mí hasta ahora nadie ha podido explicarme la diferencia entre dañarse y dañar a los demás física, moral o espiritualmente con drogas ilegales, legales o con alcohol.
La respuesta, en todo caso, es que la clandestinidad y secrecía del narcotráfico genera un negocio descomunal que produce inmensos beneficios económicos a quienes lo controlan, lo toleran o lo solapan. Montañas de billetes que se generan precisamente en razón de esa actividad encubierta. Hablamos, claro, de los propios narcotraficantes, pero también de sus cómplices infiltrados lo mismo en los cuerpos policiacos que en los aparatos de impartición de justicia, que en los más altos niveles de los gobiernos municipales, estatales y federales.
Por eso ninguno de ellos quiere la legalización de las drogas. Simple y llanamente, se les acabaría el negocio. Que en una estimación esquemática es de este tamaño: se calcula entre 300 y 500 mil millones de dólares el importe del tráfico cada año, nada más en Estados Unidos; pero pongámoslo conservador en 300 mil; de ahí estimemos 10% en beneficios por transportación para los cárteles mexicanos; estamos hablando de 30 mil millones de dólares, más de 300 mil millones de pesos traducidos en mansiones, carros de lujo, aviones, joyas, fiestas y todas las excentricidades folclóricas de los narcos; pero también en un arsenal creciente del armamento más destructivo y sofisticado.
Y sobre todo de un inacabable poder de corrupción para comprar conciencias y voluntades lo mismo que gubernaturas, senadurías y diputaciones a lo largo y ancho del país. Todo lo necesario para aceitar la maquinaria de distribución en la que cotidianamente están involucrados policías y funcionarios públicos. Lo que aquel juez Falconi definió como “crimen organizado”, que sólo se explica con la complicidad oficial.
Por todo ello y hoy más que nunca, urge poner en el centro del debate nacional la posibilidad de la legalización de las drogas con todas sus consecuencias en todos sentidos. No hacerlo sería, por lo menos, muy sospechoso.
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