jueves, octubre 30, 2008

Crisis del capital

Por Eduardo Lucita*

Crisis de liquidez, de solvencia, de confianza. Los Estados intervienen con miles de millones de dólares, euros, yenes, libras, pero la debacle es mundial y se profundiza día a día. Ya nadie sabe cuál es el piso. El centro de la crisis es financiero pero la producción ya siente los efectos, y la desaceleración se va convirtiendo, mucho más rápidamente de lo previsible, en recesión. La industria norteamericana acumula nueve trimestres consecutivos negativos y ya ha perdido 750.000 puestos de trabajo en el año. De éstos, 159.000 sólo en septiembre. En Europa, Irlanda, el país que era ejemplo de recuperación, ya se declaró en recesión. Francia y Dinamarca también. Para antes de fin de año se espera que lo haga Alemania, con una caída muy fuerte de sus exportaciones. Gran Bretaña, España y Suecia también manifiestan sus problemas. Las tesis del desacople fueron abandonadas antes de que se pudiera profundizar su argumentación. Toda la economía mundial está afectada por la crisis. La pregunta es: ¿se entrará en depresión, tal como pasó con la crisis del ’30?

El Banco Mundial proyectaba un crecimiento del PBI estadounidense del 1,1 por ciento para el 2008 y del 1,9 para 2009. Otras estimaciones suponían crecimiento cero para el año en curso. La Unión Europea estimaba una reducción de su tasa de crecimiento, ya de por sí débil. El BM proyectó 1,7 y 1,5 para 2008 y 2009, respectivamente. Algunos estudios comparativos señalan que está quedando atrás la etapa de crecimiento económico con bajas tasas de inflación. La tendencia que se iría perfilando en los principales países es a un “crecimiento económico desacelerado a la mitad y una tasa de inflación acelerada al doble”. En América latina se pronostica una aceleración de la inflación y por lo tanto mayores índices de pobreza, que llegaría al 37,9 por ciento de la población. En estos días la crisis ha pegado un salto en calidad y las pobres estimaciones de crecimiento serán seguramente revisadas a la baja.

Los gurúes financieros y analistas varios no hacen más que hablar de la falta de regulaciones, de la ausencia de controles estatales frente a la “codicia” de especuladores y banqueros. Acusan a “la plata loca” y a esa idea de hacer dinero del propio dinero sin tener que pasar por el difícil trámite de la producción. Depositan así el origen de la crisis en el neoliberalismo, dejando de lado que muchos de ellos hasta no hace mucho elogiaban la financiarización de la economía. Pero ocultan que el neoliberalismo no es más que una fase como antes hubo otras, y por lo tanto exculpan al sistema del capital como tal. Se niegan a reconocer que el sector financiero ha sido el catalizador de la crisis. Esta, más allá de sus propias especificidades, es una crisis clásica de sobreacumulación de capitales y sobreproducción. Y muestra cómo una y otra vez el capital se enfrenta a sus propios condicionamientos. La acumulación del capital está siempre condicionada por los métodos y formas que se ve obligado a utilizar. Su continuidad depende de que pueda superarlas recurriendo a otras modalidades, métodos y criterios, que en última instancia operan como sus propios límites, a los que en algún momento tendrá que superar.

Esto es lo que ha sucedido desde mediados de los años ’70 hasta ahora. La reestructuración de los espacios productivos, de distribución y comercialización que el capital impulsó para resolver su crisis, requería desmontar el conjunto de regulaciones y controles estatales existentes que hacía demasiado “rígidos” a los mercados. Conviene recordar las discusiones en nuestro país, las monsergas acerca de las bondades del libre mercado, de la eliminación de los controles burocráticos, del exceso de estatalismo. Ahora bien, a esas “rigideces” y controles los había levantado el propio capital a nivel mundial, precisamente para resolver la crisis al concluir la Segunda Guerra Mundial.
Nueva fase

La salida de esta crisis, si no emerge un sujeto social que cuestione de raíz el sistema, será otra fase del capital. La inaugurada por la era Reagan-Thatcher ha llegado a su fin. La que vendrá, cuyas características no pueden pronosticarse con precisión, mostrará seguramente un capitalismo más concentrado, una pérdida de hegemonía financiera de Estados Unidos y cuestionamientos a su liderazgo económico en el mediano plazo. Todo indica que veremos nuevas relaciones entre los países y nuevos equilibrios internacionales.

La globalización pareciera encontrar límites a su desarrollo. La reciente fallida reunión preparatoria de la Ronda de Doha y el apoyo a medidas proteccionistas por un numeroso grupo de países encabezados por la India y China, apoyados entre otros por Argentina, han sido un anticipo, una muestra más de que las armas del neoliberalismo están melladas. De ahora en adelante asistiremos a un mayor multilateralismo junto con una mayor defensa de los mercados internos de los países.

Un retorno a políticas proteccionistas y regulaciones estatales –aunque no de la envergadura de las de posguerra– se perfila en el horizonte. Esto daría un mayor margen de maniobra a las burguesías locales, aunque éstas deberán lidiar con sus propias crisis y deberán convivir con una mayor debilidad ideológica del sistema como tal.

Al haber hecho del consumismo, del reino del mercado y del individualismo, y sobre todo al poner el dinero como la medida de valor de todo, el capitalismo ha quedado expuesto, ya que la crisis estalló por este lado. Así puede estar incubándose una fuerte crisis de legitimidad.

Deudores que temen perder sus casas, jubilados que ven peligrar sus fondos de pensión, trabajadores de la construcción, del transporte, municipales, metalúrgicos, plomeros, profesores que critican el salvataje para ricos, la pérdida de empleos y la desvalorización de sus aportes previsionales han comenzado a manifestarse en Estados Unidos. Por otro lado ya hay certezas de que la profundización de la recesión convalidará un estancamiento en las condiciones de vida de la población y una cristalización de las fuertes desigualdades existentes. Según el Departamento de Agricultura, a julio de este año, 29 millones de personas recibieron cupones de alimentación. Esta cifra es la más alta desde el 2005, cuando se produjo el desastre del Katrina. En paralelo se multiplican los llamados a las líneas de Prevención de Suicidios: “Muchos de quienes llaman tienen la sensación de que les han quitado la alfombra bajo los pies”, dicen las recepcionistas. Temor, pánico y descontento popular van en aumento.

Esta semana ha comenzado con numerosas organizaciones y movimientos sociales estadounidenses convocando a una marcha nacional en protesta por las medidas económicas del gobierno Bush, mientras que en Europa han comenzado las movilizaciones. “It’s Capitalism, Stupid”, rezaba una pancarta levantada por obreros en las calles de Nueva York.

* Integrante del colectivo EDI-Economistas de Izquierda.

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