La incorporación de las mujeres al mercado laboral ofrece los fulgores de la independencia económica, pero también secuelas de explotación y abusos. En estas páginas dos reportajes recorren el norte y el sur del trabajo femenino, de la industria establecida (la minería en Sonora) a la ilusión de las maquilas (la mezclilla de exportación en Puebla).
Por Carole Joseph
A las siete de la mañana el Sol ya cubre la arena del desierto de Caborca, en Sonora. En el páramo se reflejan las sombras de los tractores gigantescos y las diminutas siluetas de 35 mujeres de uniforme azul, quienes apresuradas forman filas para maniobrar durante ocho horas los enormes trascabos para extraer oro y plata del desierto. Se trata de la Mina La Herradura, de la empresa Fresnillo PLc, la productora de plata más grande del mundo.
La escena contraría un antiguo proverbio chino —muestra de una misoginia que los avances culturales merman mas no derrotan: “Salan el trabajo de las minas y obstruyen el hallazgo de metales preciosos”. En México la proporción de mujeres trabajando en la industria minera es de una por cada 10 varones. Un trabajo poco común, pero que ya es visto por las jóvenes de esta región de Sonora como una oportunidad muy atractiva para desarrollarse. “Ser mujer minera aquí en Sonora es algo de lo mejor que puede pasarte”, confía entre sonrisas Andrea Susana López, minera de La Herradura.
Un trabajo rudo (nunca más masculino)
Karla Janet Corral tiene 21 años. A diario sale de Caborca a las cinco y media de la madrugada para iniciar el largo camino —90 minutos— que conduce a La Herradura. Karla es una minera que maniobrará bajo la luz intensa del sol un inmenso tractor en medio de los saguaros y el polvo de este lugar del desierto. A Karla no le importa romper con el estereotipo del minero rudo: “El chiste es sentirse y verse muy bien”, dice entre risas. “No importa el trabajo que hagas, yo siempre quise manejar un aparato de estos”, dice.
La Herradura es un yacimiento de oro y plata al aire libre descubierto hace una década. Cada día se excavan más de 200 toneladas de tierra, para tan sólo rescatar 18 gramos de oro. Con todo, el enorme boquete a mitad del páramo sonorense tiene al menos 10 años más de vida. Por el momento da empleo a unos 600 habitantes —70 de ellos mujeres— de Caborca, ciudad de casi 70 mil personas.
“En esta mina, a diferencia de las subterráneas, vamos abriendo un cono y toda la explotación va hacia abajo”, narra el ingeniero Alonso Luna, supervisor de La Herradura. “Las mujeres desempeñan el mismo trabajo que los hombres, manejan los mismos tractores”, dice. Los riesgos que enfrentan son los comunes con el uso de maquinaria pesada, como el desprendimiento de rocas o que se derrapen los vehículos en las superficies mojadas. No obstante, sí hay labores restringidas para ellas, como la manipulación de perforadoras durante el embarazo, pues hay riesgo de aborto por la vibración, de acuerdo con Luna.
¿Sexo débil yo? ¡Qué va!
Maricela Tapia Hernández, de 28 años, pesa 60 kilos y conduce cada jornada un camión de 190 toneladas bajo temperaturas de hasta 45 grados centígrados. “Parece complicado, pero es sencillo, tuve una asesoría de tres meses”, cuenta Maricela, quien antes de ser minera trabajaba en Guasave. “Esto es mucho mejor que ser maestra, aquí pagan muy bien, como 225 pesos diarios”.
Para ella, al igual que sus compañeras, ser minera no trastorna en nada sus costumbres. “Vamos a pasear, llegamos a casa, comemos, ayudamos en los quehaceres. Hacemos lo mismo que cualquier otra mujer”, cuenta.
Por su parte, Adriana Gálvez Valenzuela, psicóloga y ahora minera de 27 años, asegura: “Al principio es un poco pesado porque aquí la costumbre es que los hombres hagan este trabajo, yo tuve algunos contratiempos con los muchachos por el hecho de ser mujer y andar sola en la mina”, cuenta. “Ya después hubo más respeto. Te cuidan y te protegen”.
No es inusual que algunas de las mineras —todas jóvenes de no más de 30 años— sostengan noviazgos o relaciones más duraderas con uno de sus 400 compañeros de trabajo. Andrea Susana López, quien cubre el horario nocturno de la mina junto con su esposo, cuenta: “Aquí no importa eso de que las mujeres mineras somos como hombres, eso no es cierto, yo estoy muy feliz con mi marido”. Para Adriana Gálvez es común el cortejo. “Te echan piropos, te gritan de cosas, —dice— pero a final de cuentas son muy educados”.
La igualdad laboral permite a las mujeres relacionarse en términos de igualdad con sus compañeros, sin renunciar al rol tradicional, como cuenta Adriana: “No dejamos de hacer todo lo que hace una mujer, como arreglarnos y ser femeninas”. No obstante, el machismo se impone tras el matrimonio: algunas de las mineras abandonan sus labores como excavadoras después de casarse debido al mandato de sus maridos.
Por Carole Joseph
A las siete de la mañana el Sol ya cubre la arena del desierto de Caborca, en Sonora. En el páramo se reflejan las sombras de los tractores gigantescos y las diminutas siluetas de 35 mujeres de uniforme azul, quienes apresuradas forman filas para maniobrar durante ocho horas los enormes trascabos para extraer oro y plata del desierto. Se trata de la Mina La Herradura, de la empresa Fresnillo PLc, la productora de plata más grande del mundo.
La escena contraría un antiguo proverbio chino —muestra de una misoginia que los avances culturales merman mas no derrotan: “Salan el trabajo de las minas y obstruyen el hallazgo de metales preciosos”. En México la proporción de mujeres trabajando en la industria minera es de una por cada 10 varones. Un trabajo poco común, pero que ya es visto por las jóvenes de esta región de Sonora como una oportunidad muy atractiva para desarrollarse. “Ser mujer minera aquí en Sonora es algo de lo mejor que puede pasarte”, confía entre sonrisas Andrea Susana López, minera de La Herradura.
Un trabajo rudo (nunca más masculino)
Karla Janet Corral tiene 21 años. A diario sale de Caborca a las cinco y media de la madrugada para iniciar el largo camino —90 minutos— que conduce a La Herradura. Karla es una minera que maniobrará bajo la luz intensa del sol un inmenso tractor en medio de los saguaros y el polvo de este lugar del desierto. A Karla no le importa romper con el estereotipo del minero rudo: “El chiste es sentirse y verse muy bien”, dice entre risas. “No importa el trabajo que hagas, yo siempre quise manejar un aparato de estos”, dice.
La Herradura es un yacimiento de oro y plata al aire libre descubierto hace una década. Cada día se excavan más de 200 toneladas de tierra, para tan sólo rescatar 18 gramos de oro. Con todo, el enorme boquete a mitad del páramo sonorense tiene al menos 10 años más de vida. Por el momento da empleo a unos 600 habitantes —70 de ellos mujeres— de Caborca, ciudad de casi 70 mil personas.
“En esta mina, a diferencia de las subterráneas, vamos abriendo un cono y toda la explotación va hacia abajo”, narra el ingeniero Alonso Luna, supervisor de La Herradura. “Las mujeres desempeñan el mismo trabajo que los hombres, manejan los mismos tractores”, dice. Los riesgos que enfrentan son los comunes con el uso de maquinaria pesada, como el desprendimiento de rocas o que se derrapen los vehículos en las superficies mojadas. No obstante, sí hay labores restringidas para ellas, como la manipulación de perforadoras durante el embarazo, pues hay riesgo de aborto por la vibración, de acuerdo con Luna.
¿Sexo débil yo? ¡Qué va!
Maricela Tapia Hernández, de 28 años, pesa 60 kilos y conduce cada jornada un camión de 190 toneladas bajo temperaturas de hasta 45 grados centígrados. “Parece complicado, pero es sencillo, tuve una asesoría de tres meses”, cuenta Maricela, quien antes de ser minera trabajaba en Guasave. “Esto es mucho mejor que ser maestra, aquí pagan muy bien, como 225 pesos diarios”.
Para ella, al igual que sus compañeras, ser minera no trastorna en nada sus costumbres. “Vamos a pasear, llegamos a casa, comemos, ayudamos en los quehaceres. Hacemos lo mismo que cualquier otra mujer”, cuenta.
Por su parte, Adriana Gálvez Valenzuela, psicóloga y ahora minera de 27 años, asegura: “Al principio es un poco pesado porque aquí la costumbre es que los hombres hagan este trabajo, yo tuve algunos contratiempos con los muchachos por el hecho de ser mujer y andar sola en la mina”, cuenta. “Ya después hubo más respeto. Te cuidan y te protegen”.
No es inusual que algunas de las mineras —todas jóvenes de no más de 30 años— sostengan noviazgos o relaciones más duraderas con uno de sus 400 compañeros de trabajo. Andrea Susana López, quien cubre el horario nocturno de la mina junto con su esposo, cuenta: “Aquí no importa eso de que las mujeres mineras somos como hombres, eso no es cierto, yo estoy muy feliz con mi marido”. Para Adriana Gálvez es común el cortejo. “Te echan piropos, te gritan de cosas, —dice— pero a final de cuentas son muy educados”.
La igualdad laboral permite a las mujeres relacionarse en términos de igualdad con sus compañeros, sin renunciar al rol tradicional, como cuenta Adriana: “No dejamos de hacer todo lo que hace una mujer, como arreglarnos y ser femeninas”. No obstante, el machismo se impone tras el matrimonio: algunas de las mineras abandonan sus labores como excavadoras después de casarse debido al mandato de sus maridos.
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