Muchas cosas están cambiando en el discurso económico conservador y antiestatista de EE.UU. a partir de la crisis financiera.
Por Antonio Caño
La única sorpresa del reciente debate electoral en Nashville fue la propuesta de John McCain de crear un plan especial de rescate de las hipotecas basura. Y la sorpresa fue mayor por tratarse de un proyecto en el que se utiliza el dinero del contribuyente para acudir en auxilio de aquellos que asumieron el riesgo –pura ley del mercado– de adquirir una propiedad aprovechando una ventajosa oferta de dinero. ¡Qué gran paradoja que el candidato republicano, que en ese mismo debate reconoció a Ronald Reagan como su héroe, ofrezca ahora el colchón del Estado para ganar votos! ¿Dónde queda la cultura de la responsabilidad individual? ¿Cómo se compagina una propuesta así con el principio reaganista de que el Estado no es la solución sino el problema?
Muchas cosas están cambiando en ese sentido como consecuencia de la crisis financiera en la que está sumergido el mundo, y muchas cosas más pueden cambiar si no se encuentra pronto una solución satisfactoria. Algunas de esas cosas afectan de lleno a las elecciones presidenciales en Estados Unidos y al futuro que se perfila si, tal como anticipan las encuestas, se produce la victoria de Barack Obama.
Obama fue protagonista en el debate del martes de otro momento muy significativo sobre estas transformaciones que se detectan en el subsuelo de esta campaña. El moderador preguntó a ambos candidatos si el seguro médico debía ser un privilegio, un derecho o una responsabilidad. McCain, que se veía ahí atrapado por la filosofía ultra liberal que domina aún el movimiento conservador norteamericano, balbuceó una respuesta vaga e incoherente. Obama contestó: “Creo que el seguro médico es un derecho de todos los norteamericanos”.
Hasta hace poco tiempo, Obama no se hubiera atrevido a responder tan categóricamente sin correr el riesgo de ser acusado de socializar la medicina. Pero hoy ese riesgo es menor, incluso en un país como éste, que lleva el odio al Estado escrito en su ADN. Hoy este país parece recibir con naturalidad la noticia de que el Tesoro puede comprar participaciones en los grandes bancos y tomar el control de Wall Street. Siempre hay radicales que creen ver el comunismo a la vuelta de la esquina. Pero los más parecen aceptar de buen grado la actuación del gobierno cuando ven el cheque de sus pensiones privadas reducirse drásticamente.
Es posible que se trate de un movimiento de fondo. Obama no estaría, probablemente, encabezando las encuestas con tanta amplitud si el país no estuviera saliendo de la era de la liquidación del Estado para entrar en la era del Estado compasivo. Los conservadores nunca han tenido objeción en que el gobierno interviniese de lleno en los asuntos de la moral personal. Tampoco pusieron gran resistencia después del 11-S a la intromisión en la libertad individual en nombre de la seguridad nacional. Pero constituye todavía un anatema para el sector ideológico que ha dominado la vida política en los últimos 40 años la participación del Estado en la dirección de la economía. Esa ideología y ese conservadurismo pueden estar en retirada. Precisamente después de la Gran Depresión de 1929, Estados Unidos asistió a un giro de varias décadas de republicanismo hacia un predominio demócrata que, con puntuales excepciones, se extendió hasta finales de los años sesenta. Vietnam y el clima de desorden provocado por la lucha por los derechos civiles y los movimientos contraculturales de la época devolvieron el predominio a un conservadurismo que fue creciendo y haciendo más radical con cada nueva victoria presidencial (seis de las últimas nueve). Quizá esta es la hora de una nueva época. Quizá el eslogan del cambio, tan hueco habitualmente, signifique algo esta vez.
Por Antonio Caño
La única sorpresa del reciente debate electoral en Nashville fue la propuesta de John McCain de crear un plan especial de rescate de las hipotecas basura. Y la sorpresa fue mayor por tratarse de un proyecto en el que se utiliza el dinero del contribuyente para acudir en auxilio de aquellos que asumieron el riesgo –pura ley del mercado– de adquirir una propiedad aprovechando una ventajosa oferta de dinero. ¡Qué gran paradoja que el candidato republicano, que en ese mismo debate reconoció a Ronald Reagan como su héroe, ofrezca ahora el colchón del Estado para ganar votos! ¿Dónde queda la cultura de la responsabilidad individual? ¿Cómo se compagina una propuesta así con el principio reaganista de que el Estado no es la solución sino el problema?
Muchas cosas están cambiando en ese sentido como consecuencia de la crisis financiera en la que está sumergido el mundo, y muchas cosas más pueden cambiar si no se encuentra pronto una solución satisfactoria. Algunas de esas cosas afectan de lleno a las elecciones presidenciales en Estados Unidos y al futuro que se perfila si, tal como anticipan las encuestas, se produce la victoria de Barack Obama.
Obama fue protagonista en el debate del martes de otro momento muy significativo sobre estas transformaciones que se detectan en el subsuelo de esta campaña. El moderador preguntó a ambos candidatos si el seguro médico debía ser un privilegio, un derecho o una responsabilidad. McCain, que se veía ahí atrapado por la filosofía ultra liberal que domina aún el movimiento conservador norteamericano, balbuceó una respuesta vaga e incoherente. Obama contestó: “Creo que el seguro médico es un derecho de todos los norteamericanos”.
Hasta hace poco tiempo, Obama no se hubiera atrevido a responder tan categóricamente sin correr el riesgo de ser acusado de socializar la medicina. Pero hoy ese riesgo es menor, incluso en un país como éste, que lleva el odio al Estado escrito en su ADN. Hoy este país parece recibir con naturalidad la noticia de que el Tesoro puede comprar participaciones en los grandes bancos y tomar el control de Wall Street. Siempre hay radicales que creen ver el comunismo a la vuelta de la esquina. Pero los más parecen aceptar de buen grado la actuación del gobierno cuando ven el cheque de sus pensiones privadas reducirse drásticamente.
Es posible que se trate de un movimiento de fondo. Obama no estaría, probablemente, encabezando las encuestas con tanta amplitud si el país no estuviera saliendo de la era de la liquidación del Estado para entrar en la era del Estado compasivo. Los conservadores nunca han tenido objeción en que el gobierno interviniese de lleno en los asuntos de la moral personal. Tampoco pusieron gran resistencia después del 11-S a la intromisión en la libertad individual en nombre de la seguridad nacional. Pero constituye todavía un anatema para el sector ideológico que ha dominado la vida política en los últimos 40 años la participación del Estado en la dirección de la economía. Esa ideología y ese conservadurismo pueden estar en retirada. Precisamente después de la Gran Depresión de 1929, Estados Unidos asistió a un giro de varias décadas de republicanismo hacia un predominio demócrata que, con puntuales excepciones, se extendió hasta finales de los años sesenta. Vietnam y el clima de desorden provocado por la lucha por los derechos civiles y los movimientos contraculturales de la época devolvieron el predominio a un conservadurismo que fue creciendo y haciendo más radical con cada nueva victoria presidencial (seis de las últimas nueve). Quizá esta es la hora de una nueva época. Quizá el eslogan del cambio, tan hueco habitualmente, signifique algo esta vez.
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