Chivo-comentario: Esta si es la verdad sobre Pinochet.
Tim Weiner
El periodista de The New York Times Tim Weiner investiga, documenta y escribe una de las historias más completas de la temible y mítica agencia de inteligencia de Estados Unidos: la CIA. Las revelaciones que contiene el libro Legado de cenizas. La historia de la CIA, que editorial Debate puso en circulación la semana pasada, arrancan desde el mandato de Truman y abarcan los períodos de Eisenhower, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo. Weiner demuestra la intervención del gobierno estadunidense en la vida interna de los países en los que veía una amenaza, como es el caso de Chile y el ascenso de Salvador Allende al poder. Con autorización de la editorial, reproducimos las partes esenciales del capítulo "El gobierno estadunidense quiere una solución militar".
En 1970, la influencia de la CIA se dejaba sentir en todos los países del hemisferio occidental, desde la frontera de Texas hasta la Tierra del Fuego. En México, el presidente trataba exclusivamente con el jefe de base de la agencia, no con el embajador, y el día de Año Nuevo recibía un resumen personal en su casa enviado por el director de la central de inteligencia. En Honduras, dos jefes de base sucesivos habían prometido en privado el apoyo de Estados Unidos a la junta militar, desafiando así a los propios embajadores a los que servían.
Pocos países latinoamericanos defendían más que de boquilla los ideales de la democracia y el estado de derecho. Uno de ellos era Chile, donde la CIA veía una creciente amenaza.
El izquierdista Salvador Allende iba en cabeza en la campaña para las elecciones presidenciales, previstas para septiembre de 1970. El moderado Radomiro Tomic, respaldado por los democratacristianos, los tradicionales favoritos de la CIA, parecía estar a bastante distancia por detrás de él. Por su parte, el derechista Jorge Alessandri tenía un marcado historial pronorteamericano, pero era un corrupto; el embajador estadunidense, Edward Korry, lo encontraba insoportable. No había más alternativas.
La CIA ya había derrotado antes a Allende en una ocasión. El presidente Kennedy fue el primero en aprobar un programa de guerra política n su contra más de dos años antes de las elecciones chilenas de septiembre de 1964. La agencia montó sus cañerías e inyectó alrededor de 3 millones de dólares en el aparato político de Chile. Aquello representó casi un dólar por voto para el candidato democratacristiano y pronorteamericano Eduardo Frei. Lyndon Johnson, que aprobó que se mantuviera a operación, se gastó mucho menos dinero por votante cuando ganó las elecciones a la presidencia estadunidense en 1964. La campaña de Frei se benefició de asesores políticos y de maletines llenos de dinero. La CIA financió así mismo acciones encubiertas anti-Allende por parte de la Iglesia católica y los sindicatos, al tiempo que alentaba la resistencia contra Allende entre los mandos militares chilenos y la policía nacional. El secretario de Estado Rusk le dijo al presidente Johnson que la victoria de Frei era "un triunfo de la democracia", logrado "en parte como resultado del buen trabajo de la CIA".
El presidente Frei ejerció el cargo durante seis años, dado que la Constitución del país le limitaba a un solo mandato. Y ahora la cuestión volvía a ser cómo detener a Allende. Durante meses, Helms había estado advirtiendo a la Casa Blanca de que si quería mantener a Chile bajo control, había que aprobar de inmediato una nueva acción encubierta. Ganar unas elecciones extranjeras requería tanto tiempo como dinero. La agencia tenía a uno de sus hombres más duraderos y responsables en el puesto de jefe de base en Santiago; se trataba de Henry Hecksher, que había espiado a los soviéticos desde Berlín, había ayudado a derrocar al gobierno de Guatemala y había metido a Laos en el bando estadunidense. Ahora aconsejaba firmemente a la Casa Blanca que apoyara a Alessandri, el derechista.
(...) En la primavera y el verano de 1970, la CIA se puso manos a la obra. Tanto en el territorio estadunidense como en el extranjero suministró propaganda a destacados reporteros que actuaban como verdaderos taquígrafos de la agencia. "Especialmente notable en esta conexión fue una noticia de portada de Time que se debía sobremanera a los materiales escritos y resúmenes proporcionados por la CIA", señalaba un informe interno de la agencia. En Europa, altos representantes del Vaticano y diversos líderes democratacristianos de Alemania Occidental y de Italia trabajaban a instancias de la CIA para detener a Allende. Paralelamente, en Chile "se imprimieron carteles, se filtraron falsas noticias, se alentaron comentarios editoriales, se hicieron correr rumores, se arrojaron octavillas, se distribuyeron panfletos", según relataría Helms. El objetivo era aterrorizar al electorado; "mostrar que una victoria de Allende corría el riesgo de destruir la democracia chilena -en palabras de Helms. Fue un esfuerzo agotador, pero el efecto discernible parecía ser mínimo".
(...) El 4 de septiembre de 1970, Allende ganó a los otros dos candidatos en las elecciones por un margen de 1.5% y con menos de 37% de los votos. Según la ley chilena, el Congreso había de ratificar los resultados y confirmar la mayoría relativa de Allende 50 días después de las elecciones. Pero se trataba de una mera formalidad legal.
"Usted ya tiene su Vietnam"
La CIA tenía un montón de experiencia a la hora de amañar elecciones antes de la votación. Pero jamás lo había hecho después de ésta. Disponía de siete semanas para invertir los resultados.
Kissinger dio instrucciones a Helms de que calculara las probabilidades de un golpe de Estado. Eran más bien escasas; Chile era una democracia desde 1932, y desde entonces el ejército no había aspirado al poder político. Helms le envió al jefe de base Henry Hecksher un cable ordenándole que estableciera contactos directos con oficiales del ejército chileno que pudieran encargarse de Allende. Hecksher carecía de tales contactos. Pero sí conocía a Agustín Edwards, uno de los hombres más poderosos de Chile. Edwards poseía la mayoría de las minas de cobre del país; su periódico más importante, El Mercurio, y su planta embotelladora de Pepsi-Cola. Una semana después de las elecciones, Edwards viajó al norte para ver a su buen amigo Donald Kendall, director general de Pepsi y uno de los apoyos financieros más valiosos de Nixon.
El 14 de septiembre, Edwards y Kendall tomaron café con Kissinger. Luego "Kendall fue a ver a Nixon y le pidió ayuda para echar a Allende", según recordaría Helms (posteriormente Kendall negaría haber hecho tal cosa, y Helms se mofaría de su desmentido). A mediodía, Helms se reunió con Edwards en el Hilton de Washington y estuvieron hablando sobre el mejor momento para dar un golpe militar contra Allende. Aquella tarde, Kissinger aprobó 250 mil dólares más para la guerra política en Chile. En total, la CIA entregó 1.95 millones de dólares directamente a Edwards, El Mercurio y su campaña contra Allende.
Aquella misma mañana, Helms le había dicho a Tom Polgar, que ahora era el jefe de la base de Buenos Aires, que cogiera el primer avión hacia Washington y que se llevara consigo al jefe de la junta militar argentina, general Alejandro Lanusse (...)
Helms tenía 48 horas para presentar un plan de ataque a Kissinger y 49 días para detener a Allende.
Tom Polgar conocía a Richard Helms desde hacía 25 años. Habían empezado juntos en la base de Berlín en 1945. Cuando entró, Polgar miró a los ojos a su viejo amigo y percibió un atisbo de desesperación. Helms se dirigió al general Lanusse y le preguntó qué querría su junta por ayudar a derrocar a Allende. El general argentino miró fijamente al jefe de la inteligencia estadunidense.
-Señor Helms -le dijo-, usted ya tiene su Vietnam; no me haga a mí tener el mío.
"Lo que necesitamos es un general con cojones"
El 16 de septiembre, Helms convocó una reunión a primera hora de la mañana con su jefe de acción encubierta, Tom Karamessines, y otros siete altos cargos de la CIA. "El presidente ha pedido a la agencia que impida que Allende llegue al poder o que lo derribe", anunció. Karamessines tenía el mando global, además del ingrato trabajo de mantener informado a Kissinger.
La CIA dividió la operación Allende en dos partes, que denominó Vía Uno y Vía Dos. La Vía Uno era la guerra política, la presión económica, la propaganda y el juego diplomático. Aspiraba a comprar el número suficiente de votos en el Senado chileno para bloquear la confirmación de Allende. Si eso fallaba, el embajador Korry planeaba persuadir al presidente Frei de que diera un golpe constitucional. Como último recurso, Estados Unidos "condenaría a Chile y los chilenos a una privación y pobreza absolutas -según le dijo Korry a Kissinger-, obligando a Allende a adoptar los rasgos más duros de un estado policial" y provocando, de ese modo, una revuelta popular.
La Vía Dos era directamente un golpe militar. Korry no sabía nada de ello, pero Helms desafió la orden del presidente de excluir a Henry Hecksher y le pidió a Tom Polgar que regresara a Argentina para apoyarle. Hecksher y Polgar -ambos de la base de Berlín y grandes amigos desde la Segunda Guerra Mundial- se contaban entre los mejores agentes de los que disponía la CIA. Ambos pensaban que la Vía Dos era una idea descabellada.
Para la Vía Uno, Phillips tenía en nómina a 23 periodistas extranjeros encargados de agitar la opinión internacional. Él y sus colegas habían dictado la feroz noticia anti-Allende publicada en la portada de Time. Para la Vía Dos, contaba con un equipo de hombres encubiertos de la CIA dotados de pasaportes falsos y adscritos a una falsa bandera. Uno de ellos se hacía pasar por un hombre de negocios colombiano; otro, por un contrabandista argentino; un tercero, por un oficial de inteligencia militar boliviano.
El 27 de septiembre, los miembros de dicho equipo le pidieron al agregado militar de la embajada estadunidense, coronel Paul Wimert, un viejo amigo de la CIA, que les ayudara a encontrar a oficiales chilenos que estuvieran dispuestos a derrocar a Allende. Uno de los poquísimos generales que habían tratado de dar un golpe de Estado en el pasado reciente, Roberto Viaux, era ahora candidato al gobierno. Pero muchos de sus compañeros de armas creían que Viaux era un necio peligroso; algunos incluso le consideraban un demente.
El 6 de octubre, uno de los hombres encubiertos de la agencia mantuvo una larga conversación con Viaux. Al cabo de unas horas, el embajador Korry se enteró de que la CIA estaba planeando un golpe a sus espaldas, y a continuación tuvo un acalorado enfrentamiento con Henry Hecksher: "Tiene 24 horas para entender que aquí mando yo o para abandonar el país", le dijo el embajador.
"Estoy horrorizado -le cablegrafió Korry a Kissinger. Cualquier intento por nuestra parte de alentar activamente un golpe podría llevarnos a un fracaso como el de la bahía de Cochinos."
Kissinger, furioso, ordenó al embajador que dejara de entrometerse. Luego convocó a Helms una vez más a la Casa Blanca. El resultado fue un cable a la base de la CIA en Santiago: "Contacten con los militares y háganles saber que el USG (el gobierno estadunidense) quiere una solución militar, y que les respaldaremos ahora y después... Creen al menos alguna clase de clima de golpe... Patrocinen un movimiento militar".
El 7 de octubre, horas después de que la orden saliera del cuartel general de la CIA, Helms salió en un viaje de inspección de dos semanas con destino a las bases de Saigón, Bangkok, Vientián y Tokio (...)
Pero en el cuartel general vacilaban.
El 13 de octubre, Hecksher cablegrafió para dar la noticia de que Viaux estaba pensando en secuestrar al comandante en jefe del ejército chileno, el general Schneider, leal a la Constitución. Kissinger convocó a Karamessines a la Casa Blanca. La mañana del 16 de octubre, éste cablegrafió sus órdenes a Hecksher:
"Es (nuestra) política firme y constante que Allende sea derrocado mediante un golpe... Se ha determinado que un intento de golpe de Viaux llevado a cabo por él solo con las fuerzas de las que ahora dispone fracasaría... Ínstenle a unir fuerzas con otros golpistas... (tenemos un) grande y constante interés en las actividades de... Valenzuela y otros, y les deseamos la mejor de las suertes."
(...) El 19 de octubre, con sólo cinco días por delante, Hecksher señalaba que la Vía Uno había sido "tan poco profesional y poco segura que, en el escenario chileno, podía tener alguna posibilidad de éxito". En otras palabras, ahora había tantos oficiales del ejército chileno que sabían que la CIA quería detener a Allende, que las probabilidades de un golpe iban en aumento. "Todas las partes militares interesadas conocen nuestra postura", reza un memorando de la CIA fechado el 20 de octubre. Al día siguiente, Richard Helms volvió a Estados Unidos después de su recorrido de dos semanas por las bases asiáticas.
El 22 de octubre, 50 horas antes de que el Congreso chileno se reuniera para confirmar los resultados de las elecciones, un grupo de hombres armados tendió una emboscada al general Schneider cuando iba de camino al trabajo. Sufrió varios disparos y murió en el quirófano poco después de que Salvador Allende fuera confirmado por el Congreso como presidente constitucionalmente electo de Chile con 153 votos a favor y 35 en contra (...)
"La CIA no vale un carajo"
En la Casa Blanca estaban furiosos por el fracaso de la agencia a la hora de detener a Allende. El presidente y sus hombres creían que dentro de la CIA existía un contubernio progresista que había saboteado la acción encubierta en Chile. Alexander Haig, ahora general e indispensable mano derecha de Kissinger, dijo que la operación había fracasado debido a que los agentes de la CIA habían dejado que sus sentimientos políticos "impregnaran sus evaluaciones definitivas y sus propuestas de acción correctiva en el ámbito encubierto". Era hora ya -le dijo Haig a su jefe- de purgar "los huecos clave bajo el mandato de Helms dominados por izquierdistas", e insistió así mismo en la necesidad de "una importante reestructuración de los medios, la actitud y la base conceptual sobre los que deben realizarse los programas encubiertos de la CIA".
(...) A la Casa Blanca de Nixon le fue fácil arremeter contra la CIA, pero le resultó mucho más difícil salvarla. Aquel mes, y a instancias del presidente, Kissinger y Shultz encargaron a un ambicioso maestro del hacha de la oficina presupuestaria, llamado James R. Schlesinger, que supervisara durante tres meses el papel y las responsabilidades de Richard Helms.
Haig, que era quien había puesto en marcha la idea, escribió un memorando que se convertiría en "el más polémico" del que se tenga memoria en el gobierno estadunidense. El problema era que el Congreso había creado la CIA y, por tanto, también tendría que jugar un papel en su renacimiento, cosa que Nixon no podía soportar. Tendría que hacerse, pues, en secreto. De modo que ordenó a Kissinger que pasara un mes entero sin hacer otra cosa que asegurarse de que aquello sucediera. Pero Kissinger no tenía estómago. "Prefiero quedarme sentado -garabateó en el memorando de Haig. No tengo la intención de dejarme la piel en esto."
(...) Casi tres años después de que Allende ganara las elecciones, un joven agente de la CIA en Santiago, que respondía al nombre de Jack Devine y que muchos años después se convertiría en el jefe en funciones del servicio clandestino, envió un comunicado que fue directo a Kissinger, a quien Richard Nixon acababa de nombrar secretario de Estado. El cable decía que, en el plazo de unos minutos o de unas horas, Estados Unidos recibiría una petición de ayuda de "un oficial clave del grupo militar chileno que planeaba derrocar al presidente Allende".
El golpe se produjo el 11 de septiembre de 1973. Fue rápido y terrible. Ante la perspectiva de ser capturado en el palacio presidencial, Allende se suicidó con un fusil automático, un regalo de Fidel Castro...
Tim Weiner
El periodista de The New York Times Tim Weiner investiga, documenta y escribe una de las historias más completas de la temible y mítica agencia de inteligencia de Estados Unidos: la CIA. Las revelaciones que contiene el libro Legado de cenizas. La historia de la CIA, que editorial Debate puso en circulación la semana pasada, arrancan desde el mandato de Truman y abarcan los períodos de Eisenhower, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo. Weiner demuestra la intervención del gobierno estadunidense en la vida interna de los países en los que veía una amenaza, como es el caso de Chile y el ascenso de Salvador Allende al poder. Con autorización de la editorial, reproducimos las partes esenciales del capítulo "El gobierno estadunidense quiere una solución militar".
En 1970, la influencia de la CIA se dejaba sentir en todos los países del hemisferio occidental, desde la frontera de Texas hasta la Tierra del Fuego. En México, el presidente trataba exclusivamente con el jefe de base de la agencia, no con el embajador, y el día de Año Nuevo recibía un resumen personal en su casa enviado por el director de la central de inteligencia. En Honduras, dos jefes de base sucesivos habían prometido en privado el apoyo de Estados Unidos a la junta militar, desafiando así a los propios embajadores a los que servían.
Pocos países latinoamericanos defendían más que de boquilla los ideales de la democracia y el estado de derecho. Uno de ellos era Chile, donde la CIA veía una creciente amenaza.
El izquierdista Salvador Allende iba en cabeza en la campaña para las elecciones presidenciales, previstas para septiembre de 1970. El moderado Radomiro Tomic, respaldado por los democratacristianos, los tradicionales favoritos de la CIA, parecía estar a bastante distancia por detrás de él. Por su parte, el derechista Jorge Alessandri tenía un marcado historial pronorteamericano, pero era un corrupto; el embajador estadunidense, Edward Korry, lo encontraba insoportable. No había más alternativas.
La CIA ya había derrotado antes a Allende en una ocasión. El presidente Kennedy fue el primero en aprobar un programa de guerra política n su contra más de dos años antes de las elecciones chilenas de septiembre de 1964. La agencia montó sus cañerías e inyectó alrededor de 3 millones de dólares en el aparato político de Chile. Aquello representó casi un dólar por voto para el candidato democratacristiano y pronorteamericano Eduardo Frei. Lyndon Johnson, que aprobó que se mantuviera a operación, se gastó mucho menos dinero por votante cuando ganó las elecciones a la presidencia estadunidense en 1964. La campaña de Frei se benefició de asesores políticos y de maletines llenos de dinero. La CIA financió así mismo acciones encubiertas anti-Allende por parte de la Iglesia católica y los sindicatos, al tiempo que alentaba la resistencia contra Allende entre los mandos militares chilenos y la policía nacional. El secretario de Estado Rusk le dijo al presidente Johnson que la victoria de Frei era "un triunfo de la democracia", logrado "en parte como resultado del buen trabajo de la CIA".
El presidente Frei ejerció el cargo durante seis años, dado que la Constitución del país le limitaba a un solo mandato. Y ahora la cuestión volvía a ser cómo detener a Allende. Durante meses, Helms había estado advirtiendo a la Casa Blanca de que si quería mantener a Chile bajo control, había que aprobar de inmediato una nueva acción encubierta. Ganar unas elecciones extranjeras requería tanto tiempo como dinero. La agencia tenía a uno de sus hombres más duraderos y responsables en el puesto de jefe de base en Santiago; se trataba de Henry Hecksher, que había espiado a los soviéticos desde Berlín, había ayudado a derrocar al gobierno de Guatemala y había metido a Laos en el bando estadunidense. Ahora aconsejaba firmemente a la Casa Blanca que apoyara a Alessandri, el derechista.
(...) En la primavera y el verano de 1970, la CIA se puso manos a la obra. Tanto en el territorio estadunidense como en el extranjero suministró propaganda a destacados reporteros que actuaban como verdaderos taquígrafos de la agencia. "Especialmente notable en esta conexión fue una noticia de portada de Time que se debía sobremanera a los materiales escritos y resúmenes proporcionados por la CIA", señalaba un informe interno de la agencia. En Europa, altos representantes del Vaticano y diversos líderes democratacristianos de Alemania Occidental y de Italia trabajaban a instancias de la CIA para detener a Allende. Paralelamente, en Chile "se imprimieron carteles, se filtraron falsas noticias, se alentaron comentarios editoriales, se hicieron correr rumores, se arrojaron octavillas, se distribuyeron panfletos", según relataría Helms. El objetivo era aterrorizar al electorado; "mostrar que una victoria de Allende corría el riesgo de destruir la democracia chilena -en palabras de Helms. Fue un esfuerzo agotador, pero el efecto discernible parecía ser mínimo".
(...) El 4 de septiembre de 1970, Allende ganó a los otros dos candidatos en las elecciones por un margen de 1.5% y con menos de 37% de los votos. Según la ley chilena, el Congreso había de ratificar los resultados y confirmar la mayoría relativa de Allende 50 días después de las elecciones. Pero se trataba de una mera formalidad legal.
"Usted ya tiene su Vietnam"
La CIA tenía un montón de experiencia a la hora de amañar elecciones antes de la votación. Pero jamás lo había hecho después de ésta. Disponía de siete semanas para invertir los resultados.
Kissinger dio instrucciones a Helms de que calculara las probabilidades de un golpe de Estado. Eran más bien escasas; Chile era una democracia desde 1932, y desde entonces el ejército no había aspirado al poder político. Helms le envió al jefe de base Henry Hecksher un cable ordenándole que estableciera contactos directos con oficiales del ejército chileno que pudieran encargarse de Allende. Hecksher carecía de tales contactos. Pero sí conocía a Agustín Edwards, uno de los hombres más poderosos de Chile. Edwards poseía la mayoría de las minas de cobre del país; su periódico más importante, El Mercurio, y su planta embotelladora de Pepsi-Cola. Una semana después de las elecciones, Edwards viajó al norte para ver a su buen amigo Donald Kendall, director general de Pepsi y uno de los apoyos financieros más valiosos de Nixon.
El 14 de septiembre, Edwards y Kendall tomaron café con Kissinger. Luego "Kendall fue a ver a Nixon y le pidió ayuda para echar a Allende", según recordaría Helms (posteriormente Kendall negaría haber hecho tal cosa, y Helms se mofaría de su desmentido). A mediodía, Helms se reunió con Edwards en el Hilton de Washington y estuvieron hablando sobre el mejor momento para dar un golpe militar contra Allende. Aquella tarde, Kissinger aprobó 250 mil dólares más para la guerra política en Chile. En total, la CIA entregó 1.95 millones de dólares directamente a Edwards, El Mercurio y su campaña contra Allende.
Aquella misma mañana, Helms le había dicho a Tom Polgar, que ahora era el jefe de la base de Buenos Aires, que cogiera el primer avión hacia Washington y que se llevara consigo al jefe de la junta militar argentina, general Alejandro Lanusse (...)
Helms tenía 48 horas para presentar un plan de ataque a Kissinger y 49 días para detener a Allende.
Tom Polgar conocía a Richard Helms desde hacía 25 años. Habían empezado juntos en la base de Berlín en 1945. Cuando entró, Polgar miró a los ojos a su viejo amigo y percibió un atisbo de desesperación. Helms se dirigió al general Lanusse y le preguntó qué querría su junta por ayudar a derrocar a Allende. El general argentino miró fijamente al jefe de la inteligencia estadunidense.
-Señor Helms -le dijo-, usted ya tiene su Vietnam; no me haga a mí tener el mío.
"Lo que necesitamos es un general con cojones"
El 16 de septiembre, Helms convocó una reunión a primera hora de la mañana con su jefe de acción encubierta, Tom Karamessines, y otros siete altos cargos de la CIA. "El presidente ha pedido a la agencia que impida que Allende llegue al poder o que lo derribe", anunció. Karamessines tenía el mando global, además del ingrato trabajo de mantener informado a Kissinger.
La CIA dividió la operación Allende en dos partes, que denominó Vía Uno y Vía Dos. La Vía Uno era la guerra política, la presión económica, la propaganda y el juego diplomático. Aspiraba a comprar el número suficiente de votos en el Senado chileno para bloquear la confirmación de Allende. Si eso fallaba, el embajador Korry planeaba persuadir al presidente Frei de que diera un golpe constitucional. Como último recurso, Estados Unidos "condenaría a Chile y los chilenos a una privación y pobreza absolutas -según le dijo Korry a Kissinger-, obligando a Allende a adoptar los rasgos más duros de un estado policial" y provocando, de ese modo, una revuelta popular.
La Vía Dos era directamente un golpe militar. Korry no sabía nada de ello, pero Helms desafió la orden del presidente de excluir a Henry Hecksher y le pidió a Tom Polgar que regresara a Argentina para apoyarle. Hecksher y Polgar -ambos de la base de Berlín y grandes amigos desde la Segunda Guerra Mundial- se contaban entre los mejores agentes de los que disponía la CIA. Ambos pensaban que la Vía Dos era una idea descabellada.
Para la Vía Uno, Phillips tenía en nómina a 23 periodistas extranjeros encargados de agitar la opinión internacional. Él y sus colegas habían dictado la feroz noticia anti-Allende publicada en la portada de Time. Para la Vía Dos, contaba con un equipo de hombres encubiertos de la CIA dotados de pasaportes falsos y adscritos a una falsa bandera. Uno de ellos se hacía pasar por un hombre de negocios colombiano; otro, por un contrabandista argentino; un tercero, por un oficial de inteligencia militar boliviano.
El 27 de septiembre, los miembros de dicho equipo le pidieron al agregado militar de la embajada estadunidense, coronel Paul Wimert, un viejo amigo de la CIA, que les ayudara a encontrar a oficiales chilenos que estuvieran dispuestos a derrocar a Allende. Uno de los poquísimos generales que habían tratado de dar un golpe de Estado en el pasado reciente, Roberto Viaux, era ahora candidato al gobierno. Pero muchos de sus compañeros de armas creían que Viaux era un necio peligroso; algunos incluso le consideraban un demente.
El 6 de octubre, uno de los hombres encubiertos de la agencia mantuvo una larga conversación con Viaux. Al cabo de unas horas, el embajador Korry se enteró de que la CIA estaba planeando un golpe a sus espaldas, y a continuación tuvo un acalorado enfrentamiento con Henry Hecksher: "Tiene 24 horas para entender que aquí mando yo o para abandonar el país", le dijo el embajador.
"Estoy horrorizado -le cablegrafió Korry a Kissinger. Cualquier intento por nuestra parte de alentar activamente un golpe podría llevarnos a un fracaso como el de la bahía de Cochinos."
Kissinger, furioso, ordenó al embajador que dejara de entrometerse. Luego convocó a Helms una vez más a la Casa Blanca. El resultado fue un cable a la base de la CIA en Santiago: "Contacten con los militares y háganles saber que el USG (el gobierno estadunidense) quiere una solución militar, y que les respaldaremos ahora y después... Creen al menos alguna clase de clima de golpe... Patrocinen un movimiento militar".
El 7 de octubre, horas después de que la orden saliera del cuartel general de la CIA, Helms salió en un viaje de inspección de dos semanas con destino a las bases de Saigón, Bangkok, Vientián y Tokio (...)
Pero en el cuartel general vacilaban.
El 13 de octubre, Hecksher cablegrafió para dar la noticia de que Viaux estaba pensando en secuestrar al comandante en jefe del ejército chileno, el general Schneider, leal a la Constitución. Kissinger convocó a Karamessines a la Casa Blanca. La mañana del 16 de octubre, éste cablegrafió sus órdenes a Hecksher:
"Es (nuestra) política firme y constante que Allende sea derrocado mediante un golpe... Se ha determinado que un intento de golpe de Viaux llevado a cabo por él solo con las fuerzas de las que ahora dispone fracasaría... Ínstenle a unir fuerzas con otros golpistas... (tenemos un) grande y constante interés en las actividades de... Valenzuela y otros, y les deseamos la mejor de las suertes."
(...) El 19 de octubre, con sólo cinco días por delante, Hecksher señalaba que la Vía Uno había sido "tan poco profesional y poco segura que, en el escenario chileno, podía tener alguna posibilidad de éxito". En otras palabras, ahora había tantos oficiales del ejército chileno que sabían que la CIA quería detener a Allende, que las probabilidades de un golpe iban en aumento. "Todas las partes militares interesadas conocen nuestra postura", reza un memorando de la CIA fechado el 20 de octubre. Al día siguiente, Richard Helms volvió a Estados Unidos después de su recorrido de dos semanas por las bases asiáticas.
El 22 de octubre, 50 horas antes de que el Congreso chileno se reuniera para confirmar los resultados de las elecciones, un grupo de hombres armados tendió una emboscada al general Schneider cuando iba de camino al trabajo. Sufrió varios disparos y murió en el quirófano poco después de que Salvador Allende fuera confirmado por el Congreso como presidente constitucionalmente electo de Chile con 153 votos a favor y 35 en contra (...)
"La CIA no vale un carajo"
En la Casa Blanca estaban furiosos por el fracaso de la agencia a la hora de detener a Allende. El presidente y sus hombres creían que dentro de la CIA existía un contubernio progresista que había saboteado la acción encubierta en Chile. Alexander Haig, ahora general e indispensable mano derecha de Kissinger, dijo que la operación había fracasado debido a que los agentes de la CIA habían dejado que sus sentimientos políticos "impregnaran sus evaluaciones definitivas y sus propuestas de acción correctiva en el ámbito encubierto". Era hora ya -le dijo Haig a su jefe- de purgar "los huecos clave bajo el mandato de Helms dominados por izquierdistas", e insistió así mismo en la necesidad de "una importante reestructuración de los medios, la actitud y la base conceptual sobre los que deben realizarse los programas encubiertos de la CIA".
(...) A la Casa Blanca de Nixon le fue fácil arremeter contra la CIA, pero le resultó mucho más difícil salvarla. Aquel mes, y a instancias del presidente, Kissinger y Shultz encargaron a un ambicioso maestro del hacha de la oficina presupuestaria, llamado James R. Schlesinger, que supervisara durante tres meses el papel y las responsabilidades de Richard Helms.
Haig, que era quien había puesto en marcha la idea, escribió un memorando que se convertiría en "el más polémico" del que se tenga memoria en el gobierno estadunidense. El problema era que el Congreso había creado la CIA y, por tanto, también tendría que jugar un papel en su renacimiento, cosa que Nixon no podía soportar. Tendría que hacerse, pues, en secreto. De modo que ordenó a Kissinger que pasara un mes entero sin hacer otra cosa que asegurarse de que aquello sucediera. Pero Kissinger no tenía estómago. "Prefiero quedarme sentado -garabateó en el memorando de Haig. No tengo la intención de dejarme la piel en esto."
(...) Casi tres años después de que Allende ganara las elecciones, un joven agente de la CIA en Santiago, que respondía al nombre de Jack Devine y que muchos años después se convertiría en el jefe en funciones del servicio clandestino, envió un comunicado que fue directo a Kissinger, a quien Richard Nixon acababa de nombrar secretario de Estado. El cable decía que, en el plazo de unos minutos o de unas horas, Estados Unidos recibiría una petición de ayuda de "un oficial clave del grupo militar chileno que planeaba derrocar al presidente Allende".
El golpe se produjo el 11 de septiembre de 1973. Fue rápido y terrible. Ante la perspectiva de ser capturado en el palacio presidencial, Allende se suicidó con un fusil automático, un regalo de Fidel Castro...
1 comentario:
Donde he escuchado eso??? Peligro para la democracia, peligro para el pais???
Publicar un comentario