miércoles, diciembre 10, 2008

El rostro femenino de la migración

Onésimo Herrera-Flores


Muchas de las mujeres que intentan cruzar la frontera terminan muertas en el desierto, violadas y abandonadas; semi-asfixiadas en los transportes. En muchos casos, tras ser vejadas y humilladas, si finalmente logran colocarse, lo hacen en trabajos que otras se niegan a realizar, bajo presiones inhumanas y situaciones denigrantes.

Desempleo, pobreza, idioma, soledad, violencia o transporte, son algunas de las barreras que cotidianamente deben sobrepasar millones de mujeres inmigrantes en Estados Unidos. Muchas de ellas lo hacen sin ninguna compañía o como jefas de familia.

Tal es el caso de María López, madre de dos niñas y quien hace un año llegó desde Guanajuato, México, con sus dos hijas. “Vine, como todos los mexicanos, por necesidad y por querer encontrarme con el padre de mis hijas. Desgraciadamente las cosas no funcionaron”, dijo María, quien casi a diario recuerda a su madre en México. Al entrar a su cuarto alquilado y apenas amueblado, llaman la atención carteles colgados en las paredes, enviados por familiares desde su país de origen, y un cartel del equipo de fútbol de las Chivas de Guadalajara.

Más mujeres vienen

Un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) indica que 180 millones de inmigrantes en el mundo son mujeres, y agrega que “cada vez hay un mayor número de mujeres que no viajan en calidad de acompañantes de sus parejas, sino por su propia cuenta”. Igualmente, señala a Estados Unidos como el destino número uno de la migración femenina en el mundo.

Para Emilio Parrado, profesor de sociología de la Universidad de Duke en Carolina del Norte, y experto en temas migratorios, la migración femenina no es un fenómeno tan contemporáneo como se cree. “Las mujeres siempre han sido parte de la migración interna de zonas rurales a ciudades; en el caso de la migración a Estados Unidos el movimiento sigue siendo más masculino que femenino”, dijo Parrado.

Tal y como sucede con los hombres, las dificultades económicas que se viven en los países latinos son el principal motor de la migración. Rosalía López se vio obligada a abandonar sus estudios de medicina en México por la necesidad de conseguir empleo. “A mi papá le operaron y no podía trabajar. Tuve que venir para ayudar a mi familia, pues no podíamos con los gastos. Todo fue muy rápido. Para mí fue muy difícil dejar mis estudios y a mi familia”, dijo López, quien hoy trabaja en un restaurante en Central Avenue.

“La primera vez que vine nos agarró inmigración, esa misma noche lo intentamos de nuevo”, recordó.

Más trabajo para los hombres

Para muchas mujeres las opciones de empleo en Estados Unidos, con crisis o sin ella, están más limitadas que para los hombres. Una importante porción de los latinos trabaja en labores como construcción, un sector dominado por trabajadores masculinos.

“Muchos trabajos disponibles para inmigrantes son físicamente complicados para una mujer, por lo cual se ven discriminadas”, dijo Judy Aulette, socióloga y especialista en el tema de género, de la Universidad de Carolina del Norte en Charlotte. Para muchas, cumplir el sueño americano ha sido muy complicado. Es el caso de Nancy Contreras.

“Para los hombres es mucho más fácil conseguir trabajo”, dice Contreras, quien se ha dedicado la mayor parte del tiempo a cuidar niños. Recuerda la imagen que tenía de Estados Unidos durante sus días en México. “Como muchos, creía que aquí se barren los dólares”. Eso antes de la crisis de hoy en día, la que los inmigrantes libran cambiándose a estados, ciudades o pueblos donde hay trabajo.

Transporte: un reto

Como todo inmigrante, las mujeres tienen gran cantidad de dificultades para sobrevivir en una sociedad diferente, y enfrentar la vida en un país con un idioma distinto. En una ciudad como Charlotte, en la que tener un auto resulta prácticamente indispensable, se le agrega el problema para conseguir transporte. “Muchas mujeres que vienen solas no saben manejar y dependen de otras personas para ir a sus trabajos, eso crea dependencia”, dijo Parrado.

“Ha sido duro para mí, pues no manejo”, confiesa Contreras, “he tenido que aprender por mí misma el sistema de autobuses, al principio no sabía ni cómo echar las monedas, ni le entendía al chofer cuando me hablaba”.

Enfrentando la soledad

Otro de los desafíos de las mujeres inmigrantes es encarar solas o como jefas de familia las dificultades de la vida diaria. “Deben enfrentar el hecho de ser mujeres e inmigrantes, muchas veces son madres solteras que deben tomar una decisión para sacar a su familia adelante, eso es algo que requiere de mucha valentía”, explica Aulette.

Ser jefas de familia o enfrentar los retos de vivir en un país extranjero es una carga difícil. “Al estar sola extrañé todo. Tener mi familia al alcance fue un apoyo de largos años”, dijo Verónica Delgadillo, quien emigró a Estados Unidos con su familia, pero que vive sola en Carolina del Norte. “Aquí probé lo que es ser independiente”, agregó.

En cambio, para Contreras la lejanía de la familia ha sido difícil de soportar, pese a que tiene a sus hijos con ella. “Casi siempre pienso en regresar, pero no como fracasada, sino con algo de efectivo”.

Una de las situaciones más tristes que han tenido que vivir muchas mujeres inmigrantes ha sido tener que separarse de sus hijos para poder darles “una vida mejor”. Martha Pedrosa llegó a Charlotte hace dos años. Dos de sus hijas viven aún en México, una de ellas ya está casada, y la otra, de 13 años, vive con ella en su país.

Pedrosa recuerda como si fuera ayer el día que le dijo a su hija que se venía a trabajar a Estados Unidos. “Le dije, 'sabes que, mi hijita, me voy para el otro lado'”, recuerda con los ojos llenos de lágrimas. Pese al dolor que le causa la separación, dice que prefiere estar lejos de su hija menor antes que exponerla a cruzar la frontera.

“Sufrí mucho cruzando el desierto, con poca agua y sin comida por cinco días”, dijo Pedrosa, pero su mayor temor son los llamados “polleros”. “Vi cómo se aprovecharon de una niña de 13 años”. Durante los dos años que tiene de estar en suelo estadounidense no ha dudado ni un momento de su decisión.

“Yo le digo a mi hija que me la voy a traer y que vaya estudiando inglés, así la vengo calmando”; sin embargo, Martha descarta toda posibilidad de traer a su hija a este país. “Ella está mejor allá”, dice. Pese a su temor, reconoce que le ha sido muy difícil separarse de sus hijas, aunque sabe que a la menor es a quien le ha sido más duro vivir sin su madre.

“Hablo a menudo con mi hija por teléfono, ella me dice, 'no me mandes dinero, no me mandes nada, sólo quiero que estés aquí conmigo'”.

No obstante, el dolor que causa la separación, Martha reconoce que necesita estar aquí al menos seis años más para ahorrar lo suficiente para regresar a su país. “Allá no es como aquí, que hasta los viejitos pueden encontrar trabajo”. Cuando se le pregunta cómo se imagina el reencuentro con su hija en seis años, suspira. “Cada noche duermo con ese pensamiento, pero me la imagino de la misma edad, mientras yo envejezco el doble de lo que avanzaría en edad si me hubiera quedado en México”.

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