Esta violencia de Estado en procesos electorales se ha expresado en una amplia gama que ha variado desde el fraude electoral y la desaparición selectiva de candidatos o de opositores electorales hasta la represión y la masacre. En los inicios del siglo XXI se amplió este espectro hacia un nuevo extremo: la manipulación de medios electrónicos.
En efecto, en menor o mayor medida los fraudes electorales se han extendido desde la represión a maderistas en la última relección de Porfirio Díaz hasta el accidentado proceso federal electoral del año 2006, cuando la violencia de medios fue notorios, concertada e incontrolable. En medio de esos extremos, la violencia de Estado desplegó diferentes recursos con el golpe militar a Madero y su fusilamiento, con el enfrentamiento del gobierno de la Convención y el de Venustiano Carranza, luego con el levantamiento delahuertista y su brutal aplastamiento (en esa represión fueron asesinados Felipe Carrillo Puerto, en Yucatán, y Francisco Villa en Chihuahua), la matanza de los seguidores del general Francisco Serrano (que Martín Luis Guzmán narró en La sombra del caudillo), la represión a los vasconcelistas, a seguidores del general Juan Andrew Almazán, a la coalición de partidos que apoyaron la candidatura presidencial del general Manuel Henríquez Guzmán, el fraude de las elecciones federales de 1988, el asesinato gradual y selectivo de varios centenares de militantes del Partido de la Revolución Democrática (PRD) durante el periodo presidencial de 1988 a 1994. Estos procesos marcaron en México las rutas difíciles y divergentes del poder, la democracia electoral y los partidos políticos. José Vasconcelos llegó a afirmar que si la democracia lograba abrirse paso alguna vez en México, tendría que avanzar a partir del punto en que la dejó Francisco I. Madero.
Cuando no ha habido masacres, represión abierta o asesinatos inexplicables, como el del candidato priísta Luis Donaldo Colosio en 1994, la violencia de Estado, ejercida como fraude en los procesos electorales de las entidades federativas a lo largo del siglo XX, fue persistente, por no decir tenaz y definitoria del sistema político mexicano. Después de la última relección de Porfirio Díaz, en 1910, casi un siglo le ha tomado al país acercarse a procesos electorales (no en todo el país, por cierto, ni en el reciente proceso federal de 2006) que se asemejen a los de una sociedad democrática civilizada. En la primera década del siglo XXI se manifiesta aún la resistencia del Estado y de los poderes fácticos a cancelar la violencia del fraude o de la manipulación de medios en los procesos electorales.
Un ejemplo paradigmático de esta violencia de Estado, por la concurrencia de múltiples fuerzas políticas, fue la represión a los partidarios del general Manuel Henríquez Guzmán en el año 1952, con ocasión de las selecciones que debían renovar la administración presidencial del periodo 1952-1958.
En la próxima entrega me referiré a esa represión que sufrieron los henriquistas. La información acerca de la masacre provino de conversaciones que grabé en 1997 y 1998 con la señora Alicia Pérez Salazar, viuda del político y escritor José Muñoz Cota, secretario particular durante muchos años del general Lázaro Cárdenas y secretario del general Henríquez Guzmán precisamente durante el proceso electoral de 1952. He descrito con amplitud este proceso en mi novela Los informes secretos.
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