jueves, enero 08, 2009

La vida narca

Alejandro Gertz Manero

La corrupción de muchas autoridades en el combate al narcotráfico o a cualquier organización criminal, grande o pequeña, es una historia tan vieja como el país, sobre todo durante el siglo XX; y a quienes tenemos la edad para hacer comparaciones entre el presente y el pasado no nos sorprende la colusión de policías o funcionarios con los delincuentes, ya que ello ha sido una realidad permanente que el país ha sobrellevado, adaptándose, consintiéndola o encubriéndola, porque no había otra opción, ya que el sistema político mexicano siempre ha tenido como uno de sus componentes esenciales la corrupción, que vive esperando a que llegue el ansiado botín para que “la Revolución le haga justicia”.

La única diferencia entre lo ocurrido y lo que acontece se halla en razón del volumen inmenso de dinero que ahora fluye, al multiplicarse exponencialmente el número de adictos en todo el país, sobre todo los jóvenes que demandan a diario drogas, naturales o sintéticas, y cuando cada calle, cada escuela, cada centro de reunión o unidad habitacional son territorios de disputa que generan riquezas enormes, disparando la corrupción y la violencia a niveles nunca vistos, mientras los pocos proyectos que se han intentado y los esfuerzos esporádicos que alcanzaron algunos logros invariablemente fueron rechazados y desestimados por el sistema, para que el botín pudiera seguir fluyendo.

Esta corrupción galopante ha provocado una catástrofe social que ahora nadie puede ni quiere combatir a fondo, ya que su precio es el de la muerte, porque los barones del delito y sus socios gubernamentales están incrustados en todos lados, convirtiendo al país en una gran colusión delincuencial, en la que la sociedad civil no tiene más remedio que pagar el precio brutal del delito y del chantaje generalizado de ese inmenso y omnipresente poder criminal.

En tal ámbito, nuestras nuevas generaciones van cayendo en la fantasía de la “la vida narca”, con sus reinas de belleza, sus excesos y locuras de exhibicionismo y derroche, en la que las Hummer, las trocas lujosas y los desenfrenos seducen a una juventud que ve en ese mundo los paradigmas del poder y del placer, que se expresan en el “destrampe” sin límites, los narcocorridos, “la santa muerte” y los cánones siniestros de su locura autodestructiva.

Esa es la vorágine que tendremos que enfrentar en 2009, porque el doble lenguaje, la farsa mediática y el escándalo cotidiano no van a poder encubrir este hundimiento.

editorial2003@terra.com.mx

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