Tomás Mojarro
El día según esto del amor y la amistad, mis valedores. Mañana es la fecha que a la advocación de tan nobles sentimientos ha impuesto el comercio para forzar el bolsillo de sus dóciles marchantes a la compraventa y el toma-y-daca del consumismo. No merece tal fecha los fulgores de amor que aquí les ofrezco cada año, que para las masas decir amor y amistad es declararlo con el regalo en la diestra. Tal vez aquellos de ustedes que habitan en ese estado de gracia que es el amor resulten mejor gratificados si a la chuchería añaden el lirismo de estos poemas en prosa, espejo y flor de la literatura oriental, que fue capaz de trovar las ternezas, la pasión y el ardoroso erotismo de El Cantar de los Cantares, con un amador que así exalta la belleza de la amantísima
“Iréme al monte de la mirra, y al collado del incienso (…) Nardo y azafrán, caña aromática y canela, mirra y áloes, fuente de huertos, pozo de aguas vivas”. Sublime. Mis valedores…
Aquí entrego a ustedes estos a modo de fulgorcillos de aurora boreal, y ello con ánimo de que a su hora los digan a la única; quedo, de boca a oído, de boca a boca, a sangre, a entraña, a espíritu. Aquí los “siempre, siempre” y los “nunca, nunca”, del amor que se enciende, fulgura y, si no se le aviva cada día, termina por erosionarnos el corazón con su llovizna de cenizas. Ah, si a la que aman la conmoviesen como la caja envuelta para regalo y el sello transnacional. En fin, aquí, de la abundancia del corazón, habla el poema:
“Maldije la lluvia que crepitaba sobre mi techo, impidiéndome dormir. Maldije el viento que sacudía mi jardín. Pero llegaste tú, y entonces di gracias a la lluvia, porque has tenido que quitarte tus ropas mojadas, y di gracias al viento, que apagó mi lámpara…”
“Habíamos agotado las palabras de amor. Callamos entonces, y al igual del silencio que se establece entre dos ejércitos que han de librar batalla, hubo un silencio profundo entre nosotros. Y libré la batalla de amor. El ruido de los sables estaba en nuestros besos. Los suspiros de los heridos en nuestros estertores. La algarabía de los carros de guerra estaba en las arterias…
Y te conservé, contra mí, como un estandarte destrozado…”
“Recuerdo esa mañana de Damasco y el silencio del jardín donde tú te adormías. La sombra de tu cuello era azul. Tus senos subían y bajaban con ritmo de fuente. Tus brazos, en abandono, eran dos arroyos de plata en la hierba; las mariposas se posaban sobre tus uñas, tomando las por rosas. ¿Contemplaría mi padre, en ese instante, vírgenes más bellas en los jardines del Paraíso? Me extendí a tu lado, como un mendigo a la vera de una mezquita…”
“Aquella noche nevaba sobre el jardín. Yo tenía frío y tú no lo advertiste. Contemplabas los grandes árboles bajo los que antaño te esperé tantas veces. Toda aquella nieve caía sobre nuestro pasado…”
“¿Aquella promesa que me hiciste, ayer tarde, bajo la acacia en flor? ¿Dónde está el rocío que empapaba las flores de la acacia?”
“Dejaste caer en el polvo el tulipán rojo que yo te había dado. Lo recogí. Era blanco ya. En aquel breve instante había nevado sobre nuestro amor…”
‘Yo había suspendido en su puerta una guirnalda de flores de manzano, haciendo exhalar a mi laúd un canto de amor. Al otro día la encontré. Unos claveles rojos que crecen en el jardín de mi vecino adornaban su traje. Me encerré en mi morada rompí mi laúd. Lloré…”
“Sus manos. La mañana de nuestro primer encuentro fue la mano derecha de mi bienamada la que me envió en gracioso saludo su corazón y sus labios. La tarde de nuestro primer encuentro fue la mano izquierda de la bienamada la que abrió su túnica para que mis besos se posaran sobre sus senos. Así, y por todo lo que les debo todavía, cantaré a las manos de mi bienamada… ¡Dolor, oh dolor! ¿Por qué despiertas? Mi bienamada partió, y cómo recordar algo más que sus dos manos sobre sus ojos en lágrimas…”
“Cuando el navio en que yo partía se alejaba de la ribera oí una canción de una dulzura desgarradora. El mar tenía ya mil pies de profundidad, pero los sentimientos amistosos que te impulsaron a cantar para mí, oh amigo, ¡eran aún más profundos..!”
“Una canción a lo lejos… Es un mendigo. Puesto que este viejo, que nunca ha poseído nada, canta, ¿por qué lloras tú, que posees tan hermosos recuerdos?”
De ti, amadísima ausente. Y uno aquí, aniquilándose (Amor.)
El día según esto del amor y la amistad, mis valedores. Mañana es la fecha que a la advocación de tan nobles sentimientos ha impuesto el comercio para forzar el bolsillo de sus dóciles marchantes a la compraventa y el toma-y-daca del consumismo. No merece tal fecha los fulgores de amor que aquí les ofrezco cada año, que para las masas decir amor y amistad es declararlo con el regalo en la diestra. Tal vez aquellos de ustedes que habitan en ese estado de gracia que es el amor resulten mejor gratificados si a la chuchería añaden el lirismo de estos poemas en prosa, espejo y flor de la literatura oriental, que fue capaz de trovar las ternezas, la pasión y el ardoroso erotismo de El Cantar de los Cantares, con un amador que así exalta la belleza de la amantísima
“Iréme al monte de la mirra, y al collado del incienso (…) Nardo y azafrán, caña aromática y canela, mirra y áloes, fuente de huertos, pozo de aguas vivas”. Sublime. Mis valedores…
Aquí entrego a ustedes estos a modo de fulgorcillos de aurora boreal, y ello con ánimo de que a su hora los digan a la única; quedo, de boca a oído, de boca a boca, a sangre, a entraña, a espíritu. Aquí los “siempre, siempre” y los “nunca, nunca”, del amor que se enciende, fulgura y, si no se le aviva cada día, termina por erosionarnos el corazón con su llovizna de cenizas. Ah, si a la que aman la conmoviesen como la caja envuelta para regalo y el sello transnacional. En fin, aquí, de la abundancia del corazón, habla el poema:
“Maldije la lluvia que crepitaba sobre mi techo, impidiéndome dormir. Maldije el viento que sacudía mi jardín. Pero llegaste tú, y entonces di gracias a la lluvia, porque has tenido que quitarte tus ropas mojadas, y di gracias al viento, que apagó mi lámpara…”
“Habíamos agotado las palabras de amor. Callamos entonces, y al igual del silencio que se establece entre dos ejércitos que han de librar batalla, hubo un silencio profundo entre nosotros. Y libré la batalla de amor. El ruido de los sables estaba en nuestros besos. Los suspiros de los heridos en nuestros estertores. La algarabía de los carros de guerra estaba en las arterias…
Y te conservé, contra mí, como un estandarte destrozado…”
“Recuerdo esa mañana de Damasco y el silencio del jardín donde tú te adormías. La sombra de tu cuello era azul. Tus senos subían y bajaban con ritmo de fuente. Tus brazos, en abandono, eran dos arroyos de plata en la hierba; las mariposas se posaban sobre tus uñas, tomando las por rosas. ¿Contemplaría mi padre, en ese instante, vírgenes más bellas en los jardines del Paraíso? Me extendí a tu lado, como un mendigo a la vera de una mezquita…”
“Aquella noche nevaba sobre el jardín. Yo tenía frío y tú no lo advertiste. Contemplabas los grandes árboles bajo los que antaño te esperé tantas veces. Toda aquella nieve caía sobre nuestro pasado…”
“¿Aquella promesa que me hiciste, ayer tarde, bajo la acacia en flor? ¿Dónde está el rocío que empapaba las flores de la acacia?”
“Dejaste caer en el polvo el tulipán rojo que yo te había dado. Lo recogí. Era blanco ya. En aquel breve instante había nevado sobre nuestro amor…”
‘Yo había suspendido en su puerta una guirnalda de flores de manzano, haciendo exhalar a mi laúd un canto de amor. Al otro día la encontré. Unos claveles rojos que crecen en el jardín de mi vecino adornaban su traje. Me encerré en mi morada rompí mi laúd. Lloré…”
“Sus manos. La mañana de nuestro primer encuentro fue la mano derecha de mi bienamada la que me envió en gracioso saludo su corazón y sus labios. La tarde de nuestro primer encuentro fue la mano izquierda de la bienamada la que abrió su túnica para que mis besos se posaran sobre sus senos. Así, y por todo lo que les debo todavía, cantaré a las manos de mi bienamada… ¡Dolor, oh dolor! ¿Por qué despiertas? Mi bienamada partió, y cómo recordar algo más que sus dos manos sobre sus ojos en lágrimas…”
“Cuando el navio en que yo partía se alejaba de la ribera oí una canción de una dulzura desgarradora. El mar tenía ya mil pies de profundidad, pero los sentimientos amistosos que te impulsaron a cantar para mí, oh amigo, ¡eran aún más profundos..!”
“Una canción a lo lejos… Es un mendigo. Puesto que este viejo, que nunca ha poseído nada, canta, ¿por qué lloras tú, que posees tan hermosos recuerdos?”
De ti, amadísima ausente. Y uno aquí, aniquilándose (Amor.)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario