Plutarco Elías Calles, el jefe máximo de la Revolución, logró imponer a cuatro de sus sucesores en la silla presidencial; también impuso a diputados, senadores, presidentes municipales y una cantidad enorme de funcionarios. A quien no pudo imponer en el gobierno de Nuevo León fue a su hijo Plutarco Elías Calles, ingeniero de profesión que, según la opinión de la época y la lógica histórica, perdió en las elecciones de 1935 frente a Fortunato Zuazua, el candidato de la oposición.
En la derrota del candidato oficial se podía leer la voluntad de los industriales de la región, que en ése y otros episodios futuros se manifestaron en contra de la decisión del poder central. No era, en este caso, el del presidente de la República, sino el que pretendía seguir ejerciendo el jefe máximo. Estaba próxima la ruptura con Lázaro Cárdenas. Meses después el general presidente terminaría con el maximato de Calles por la vía del exilio forzado.
Precisamente en Nuevo León, donde los empresarios se opusieron tradicionalmente al centralismo y la antidemocracia del PRI, ahora aparece, vengativa, la sombra del jefe máximo (el caudillo que había prometido, con la fundación del Partido Nacional Revolucionario, acabar con el caudillismo a favor de las instituciones). Y por partida doble.
Hace seis años, con la movilización de la militancia y mediante la participación abierta a la ciudadanía (Con la fuerza ciudadana fue el lema de campaña), José Natividad González Parás ganó la candidatura del PRI y las elecciones. Sin mayor tropiezo, ahora se volvió al viejo esquema del dedazo: la consabida candidatura de unidad. A la aclamación de Rodrigo Medina, el ungido, se convida a los cada vez más fantasmales sectores partidarios.
El candidato priísta fue secretario general de Gobierno, pero antes de su postulación era sólo un poco conocido discípulo de González Parás. El director de la revista electrónica Los Tubos (lostubos.com) lo ha llamado joven senil por su ortodoxia dentro de los cánones de la burocracia priísta.
En sus orígenes, Acción Nacional se construyó en una lucha basada en identidades locales articuladas a grupos de notables, como lo ve Soledad Loaeza (El Partido Acción Nacional: la larga marcha, 1939-1944. Oposición leal y partido de protesta), y vinculado, en su ascenso al poder (las dos últimas décadas del siglo XX), a movimientos de defensa territorial desde el norte en contra del centro; esto es, contra el gobierno federal y el centralismo político y económico
. Este tipo de movimientos se inició en Nuevo León desde fines de los años 60. La lucha por la autonomía universitaria y el papel que juega en este proceso Eduardo A. Elizondo, gobernador priísta que prefiere renunciar a declinar su proyecto –contrario al que sostenían los universitarios organizados con un perfil de izquierda– y a acatar la línea del presidente Luis Echeverría, es el principio de un deslinde entre los empresarios de Monterrey, que vieron en esa renuncia un gesto de dignidad, y el poder presidencial.
La candidatura de Fernando Elizondo Barragán, hijo de aquel gobernador ya fallecido y él mismo gobernador interino (2001-2003), fue decidida desde la presidencia de la República por Felipe Calderón a través del CEN del PAN. Esta decisión dio lugar a una fractura en el panismo local. Mauricio Fernández Garza, candidato de Acción Nacional al gobierno del estado en 2003, renunció a su puesto de consejero nacional; Fernando Canales Clariond, anterior gobernador del estado (1997-2001), interpuso una denuncia por considerar que tal decisión violaba los estatutos del PAN y sus derechos de militante; Fernando Margáin y Fernando Larrazábal, también aspirantes a la candidatura que hoy ostenta su tocayo Fernando Elizondo, criticaron el procedimiento. Lo mismo hizo Adalberto Madero, el precandidato a la gubernatura con un índice mayor de preferencias de intención de voto al de cualquier otro panista. El golpe recibido por las organizaciones empresariales, que publicaron un desplegado de dimensiones nacionales tachando a Madero de corrupto por haber elevado la cuota de corrupción en las autorizaciones para construir y otros giros, lo sacó del juego. Su conversación con el PT en torno a una posible candidatura, que le produciría mengua al PAN, se mantiene, pero nada se ha concretado.
La resistencia dentro del PRI al procedimiento sucesorio, después de los acomodos necesarios entre los otros aspirantes, se diluyó en la disciplina tradicional de ese partido. Pero el PAN no le fue a la zaga. Las inconformidades fueron palideciendo y tal parece que la venganza de Calles se consuma. Sobre todo si, como parece, el PRD decide acogerse al mismo esquema vertical y centralista del PRI y el PAN.
Las contradicciones del proceso electoral pueden dar lugar en Nuevo León a un desenlace poco o nada promisorio para la democracia y el desarrollo de la población. Además de las apuntadas hay otras razones para pensar así: a) Tanto Rodrigo Medina como Fernando Elizondo tornaron inútil el trabajo –más de mercadeo político que de rigor técnico– de los encuestólogos: ninguno de los dos contaba con el mayor rango en las preferencias del electorado frente a otros oponentes de su mismo partido. b) La manera en que fueron postulados significa un retroceso en la representación, cuya primera instancia son los partidos políticos, y por tanto en la transición de suyo lerda hacia la democracia. c) El bipartidismo no ha dado mejores resultados que el unipartidismo, y en Nuevo León no hay aún una tercera vía. d) Los candidatos no han establecido compromisos claros ni motivadores para incluir a la sociedad en la superación de los males presentes –sobre todo el desempleo y la inseguridad–, acentuados por la crisis, y actúan como si fueran producto de una abultada legitimidad.
Calles está de regreso y no hay a la vista un horizonte de reformas que permitiera vislumbrar un futuro esperanzador, como ocurrió en lo político durante la segunda mitad de los años 30 ni, en lo económico, al iniciarse la década siguiente del siglo pasado.
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