domingo, febrero 01, 2009

Ladrillos

Rafael Pérez Gay

Hace algunos días conté en esta página que, ante la escasez del agua, las autoridades han sugerido el ahorro decidido del vital líquido (así se dice). A estas horas alguien se arranca los pelos ante una montaña de trastes sucios en el fregadero. Decía entonces que un anuncio aconsejaba meter un ladrillo al depósito del wc. Con este método no del todo ortodoxo se ahorran muchísimos litros. Una noche le pregunté a mi mujer si no tendría un ladrillo entre sus efectos personales. No me contestó.

No me hace falta su respuesta. Ahora tengo cuatro ladrillos. Me refiero a los trozos horneados y rojizos en los cuales los ladrones dejaron apenas sostenido el automóvil de mi hija.

Podemos ahorrar agua, pero no mover el coche rojo. Se trata de un automóvil compacto cuyo único lujo eran las cuatro llantas con rines de aluminio. Sin sus ruedas, el auto se ve como una carreta desvencijada, un trebejo abandonado. Hubo un toque de maestría en el robo. Los birlos, de cuatro en cuatro, fueron ordenados debajo de los ejes que antes terminaban en una rueda de caucho y aluminio. Caminé alrededor del coche y realicé las primeras deducciones: fueron cuatro bandidos, con dos llaves de cruz y dos cómplices apostados en las esquinas para advertir cualquier amenaza. Me llevé la mano a la barbilla e inferí: el robo ocurrió entre las tres y las seis de la mañana. Esto lo supe porque a las 2:30 se fueron los últimos invitados de la casa. Iban borrachos y para mí que entre ellos hay al menos un sospechoso radical que defendió las expropiaciones como método para obtener la igualdad en las sociedades modernas.

Le di tres vueltas al cascarón rojo. Me detuve y pronuncié ante mis huestes una frase histórica: hay que comprar rines y llantas.

Sufrí un desvanecimiento cuando supe el costo de lo que nos robaron en la penumbra de la noche: cuatro rines de aluminio, 17 mil pesos; cuatro llantas Pirelli, 6 mil. Aquel sábado, amanecer nos costó 23 mil pesos. Despertar es una difícil emergencia, escribió Juarroz, el gran poeta argentino. Santos, el portero del edificio de enfrente, no es poeta, pero nos orientó en la oscuridad y la desesperación: para qué los compra originales si se los van a volver a robar. Vaya a la Buenos Aires. Juarroz, Argentina, la Buenos Aires: todo coincidía en la bóveda celeste de nuestra vida. Se refería a esa zona de la ciudad en donde casi todo lo que se compra es robado y vendido por bandas criminales. ¿Te has vuelto loco? Ahí hay que jugarse la vida. Santos insistió: en la calle de Vértiz todo es legal, no es necesario meterse en la cueva de los amigos de lo ajeno. Corrijo: Santos sí es poeta.

Nos vamos a Vértiz. Di la orden como si fuéramos a luchar en el Armagedón. Mi hija quiso negarse al viaje, pero un padre es un padre. Vimos rostros siniestros en las esquinas invitándonos a sus tiendas, o cómo llamar a estos cubiles en los cuales se puede comprar cada una de las partes de un coche que alguna vez, como el nuestro, fue un todo.

La variedad mercantil de ese gran centro comercial es extraordinaria: si usted quiere comprar autopartes, droga o una vaquilla, no tendrá ningún problema siempre y cuando lleve dinero suficiente. Un hombre cuyo rostro habría asombrado a Lévi-Strauss nos vendió unos rines deportivos y unas llantas de marca desconocida. Una compra legítima, transparente. Desembolsamos 6 mil por el servicio completo, que incluía poner las llantas en su lugar. Un día intenté cambiar una llanta y casi pierdo tres dedos. En el colmo de la ignominia, al final de la jornada me sentí satisfecho.

Al cabo de los años me he persuadido de que la ilegalidad en México es indestructible. Tengo cuatro ladrillos. ¿Alguien quiere uno para meterlo en el depósito del wc y así ahorrar muchísima agua? Son gratis, véalos, sin compromiso.

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