Tom Engelhardt Aquí está, es la mejor manera en que puedo expresarlo: en el curso de cualquier año debe de haber muy pocos países en este planeta dónde los soldados de EE. UU. no planten el pie, ya sea empuñando sus armas, con ayuda humanitaria en mano o simplemente realizando una visita de cortesía. En un sorprendente número de países, nuestros soldados no sólo se presentan, sino que su estancia se hace interminable, si no directamente indefinida. A veces, viven en bases militares construidas con miles de millones de dólares y que no difieren mucho de las ciudades estadounidenses típicas (con todas sus comodidades), otras veces viven en bases medio desmanteladas que ni siquiera tienen duchas. Cuando las tropas no se quedan, a menudo se queda el equipamiento, cuidadosamente guardado, para un uso futuro, en pequeños "complejos de emplazamientos seguros", informalmente conocidos como "hojas de nenúfar" (desde donde las tropas estadounidenses, supuestamente como las ranas, puedan brincar rápidamente a una región en crisis). En el mejor momento del Imperio Romano, se estima que los romanos tenían unas 37 bases militares importantes dispersas por todos sus dominios. En pleno apogeo del Imperio Británico, los británicos tenían 36 bases por todo el planeta. Dependiendo de a quién escuches y como hagas las cuentas, nosotros tenemos cientos de bases. Según consta en el Pentágono, existen 761 bases militares activas en el extranjero. El hecho es el siguiente: estamos instalando bases militares de Norte a Sur, de Este a Oeste e incluso en los Siete Mares, gracias a nuestras diferentes flotas y nuestros portaviones gigantescos que, con 5000-6000 tripulantes -igual que una pequeña ciudad estadounidense- son bases operativas flotantes. Y ésta es la otra mitad de esa pura verdad: no queremos saber nada de ello. Nosotros, los estadounidenses, incitados y alentados por nuestros políticos, el Pentágono y los medios de comunicación, ignoramos los hechos completamente. Y este es el meollo de la cuestión. Si, como les ocurre a la mayoría de los estadounidenses, esto es más de lo que nos interesa saber, entonces habrá que dejar de leer. Donde nunca se pone el sol Admitámoslo, estamos en plena juerga imperial y está siendo una noche muy, muy larga. Pero incluso ahora, a altas horas de la madrugada, el Pentágono continúa su enorme expansión de los últimos años: gastamos en materia militar como si no hubiese un mañana; todavía estamos construyendo bases como si el mundo fuese nuestra ostra y seguimos resistiéndonos a reconocerlo. Alguien debería llamar al equivalente imperial de Alcohólicos Anónimos. Pero comencemos por el principio, cuando el sol todavía brillaba, hace menos de dos décadas, cuando parecía que iba a haber muchos mañanas, todos pintados de rojo, blanco y azul. ¿Recuerdas los 90, cuando los EE. UU. eran aclamados -o mejor dicho, Washington se aclamaba a sí mismo-, no sólo como el "único superpoder" del planeta o incluso el único "hiperpoder", sino como su "policía global", el único poli del barrio? Y pasa lo que pasa, nuestros líderes se lo tomaron muy en serio y nuestra comisaría general de policía, ese famoso edificio pentagonal en Washington D. C., comenzó, de inmediato, a dejar caer estaciones de policía -también conocidas como bases militares- en o cerca de los centros petrolíferos del planeta (Kosovo, Arabia Saudita, Qatar, Kuwait) después de librar guerras triunfantes en la antigua Yugoslavia y el Golfo Pérsico. Mientras aquellas bases se multiplicaban, parecía que estábamos emprendiendo una versión nueva, postsoviética de "contención". Una vez desaparecida la Unión Soviética, lo que estábamos tratando de contener comenzó a ser bastante más vago y, antes del 11-S, nadie lo nombraba. Sin embargo, eran, básicamente, musulmanes que resultaba que vivían en los puntos estratégicos del planeta, donde se encuentra el petróleo. Sí, durante un tiempo también mantuvimos intactas las antiguas bases militares de nuestra superguerra victoriosa contra Japón y Alemania y de la "acción policial" estancada en Corea del Sur (1950-1953); todas ellas enormes estructuras que conforman algo parecido a la versión militar americana del antiguo Imperio Británico en la India. Según el Pentágono, todavía tenemos un total de 124 bases en Japón, unas 38 en la pequeña isla de Okinawa y 87 en Corea del Sur. (Por supuesto, ha habido reveses. Las grandes bases que construimos en el sur de Vietnam se perdieron en 1975 y en 1992, nos forzaron a salir pacíficamente de nuestras bases principales en las Filipinas). Pero imagina la arrogancia que implica la idea de ser "el policía global" o "el sheriff" y entrar como se entra en una ciudad salvaje del Oeste, que no sería sino el propio planeta Tierra. Naturalmente, con la gran cantidad de tipos malos que hay por ahí, como una "ciénaga" mundial que tuviera que "drenarse", como les gustaba expresarlo a los funcionarios clave del gobierno de Bush después del 11-S: nos armamos para matar, no para causar aturdimiento. Y las estaciones de policía. Bueno, eso era algo que había que mantener y que todavía están ahí. Comencemos por lo más básico. Casi 70 años después de la Segunda Guerra Mundial, el sol todavía no se pone en el "imperio de las bases militares" estadounidense -una frase de Chalmers Johnson-; un imperio que en estos momentos se extiende desde Australia hasta Italia, de Japón a Qatar, de Irak a Colombia, de Islandia a las islas de Diego García en el Océano Indico, de Rumanía a Okinawa. Y se siguen construyendo todos los días bases nuevas de distintas clases (siempre con rumores de que habrá más). Por ejemplo, se ha programado la instalación de un sistema antimisiles en Polonia y de un sistema de radar en Israel. Eso significa que habrá estadounidenses estacionados en ambos países y, sin duda, bases modestas de una u otra clase. (La israelí -"la primera base estadounidense en territorio israelí"- informa Aluf Benn de Haaretz, estará en el desierto del Negev.) Hay, aproximadamente, unos 194 países en el mundo y, oficialmente, 39 de ellos cuentan con "instalaciones" estadounidenses, grandes o pequeñas. Pero ésas son solamente las bases de las que el Pentágono reconoce oficialmente su existencia. Hay otras que, sencillamente, no están contabilizadas ya sea porque, como es el caso de Jordania, un país encuentra políticamente preferible no reconocer su existencia; o porque, como Pakistán, el ejército estadounidense comparte bases que son oficialmente paquistaníes; o porque las bases en zonas de guerra, no importa lo sofisticadas que sean, de alguna manera no cuentan. En otras palabras, entre esos 39 países ni siquiera se incluyen Irak o Afganistán. Según el Washington Post, ya en 2005 había, en Irak, 106 bases estadounidenses, desde pequeños puestos avanzados hasta mega bases como la Base Aérea de Balad y el mal llamado Campo de la Victoria, que alberga a cientos de miles de soldados, contratistas privados, funcionarios civiles del Departamento de Defensa, con líneas de autobuses, semáforos, economatos militares, restaurantes de las grandes cadenas de comida rápida, etc. Algunas de estas bases son, de hecho, "ciudades estadounidenses" en suelo extranjero. En Afganistán, la base aérea de Bagram, anteriormente utilizada por los soviéticos durante su ocupación del país, es la más grande y la mejor conocida. Hay, sin embargo, muchas más, grandes y pequeñas, como la base aérea de Kandahar, ubicada en lo que fue la capital no oficial de los talibanes, y que tiene hasta una pista para jugar al hockey sobre hielo (evidentemente, para el contingente de tropas canadienses) Se puede pensar que todo esto son noticias de verdad, que la instalación de nuevas bases genera noticias importantes, que se escriben montones de libros sobre la versión estadounidense de control imperial. Pero he aquí lo sorprendente: estamos llenando de bases militares el planeta de una manera sin precedentes y, sin embargo, si vives en EE. UU., ni te enteras o, lo que es peor, no tienes porque enterarte. En Washington, el establecimiento de nuevas bases por todo el mundo se da por hecho, por lo que nadie parece extrañarse cuando miles de millones de dólares se destinan a una nueva base en algún lugar exótico, asediado o devastado por la guerra. No se discute ni se debate en absoluto. Las noticias sobre las bases en el extranjero y sobre las estrategias del Pentágono para la instalación de la mismas, es, como mucho, un asunto para los superentendidos en esas políticas y los reporteros intrépidos. Puede que no haya un tema que se dé más por descontado en Washington, que se tome menos en serio y que más cobertura informativa merezca. Las bases perdidas Por supuesto, los estadounidenses siempre se han sentido orgullosos de ellos mismos por el hecho de haber exportado la "democracia", no el imperio. Hablar de imperios, por tanto, no ha sido una actividad esencialmente estadounidense y quizás por esa misma razón, la existencia de todas esas bases resulta ser un tema muy delicado para traerlo a colación o para prestarle mucha atención. Cuando se habla de imperio en general, hubo un breve periodo después del 11-S cuando los neoconservadores, con gritos exultantes, comenzaron a compararnos con Roma y Gran Bretaña en el cenit de su poderío imperial (aunque se nos consideraba incomparablemente más poderosos). Fue, para utilizar la misma frase de moda entonces, un "momento unipolar". Incluso los liberales voceros de guerra, comenzaron a hablar y a aceptar "la carga" del imperio o, en palabras de Michael Ignatieff, actualmente un político canadiense pero en ese periodo todavía en Harvard y considerado un intelectual estadounidense significativo: "empire lite." Sin embargo, por lo general, aquellos en Washington y los medios no han considerado pertinente recordarnos a los estadounidenses exactamente cómo hemos intentado "ser los policías" del mundo estos últimos años. Yo mismo he protagonizado dos modestos intentos de no querer reconocer la existencia de esas bases: En primavera de 2004, un estudiante de periodismo con el que estaba trabajando me envió un correo electrónico con un recorte adjunto de una prestigiosa revista de ingeniería, fechado el 20 de octubre 2003 -menos de siete meses después de que las tropas estadounidenses entraran en Bagdad-. Citaba a Lt. Col. David Holt, un ingeniero del ejército "encargado de la construcción de instalaciones" en Irak, hablando con orgullo de los varios miles de millones de dólares ("los números son asombrosos") que ya se habían gastado en la construcción de bases en el país. Pues bueno, yo me quedé asombrado. Mientras que los periodistas estadounidenses apenas se enteraron, aunque se hablara de sumas muy significativas que ya se estaban gastando en la construcción de una serie de mega bases que, claramente, se iban a convertir en elementos permanentes del paisaje iraquí. (El gobierno de Bush evitó cuidadosamente utilizar la palabra "permanente" en este contexto y se pasó a denominar a estas bases "campamentos indefinidos.") A los dos años, según el Washington Post (un artículo que, como siempre, apareció en la página 27 del periódico), EE. UU. tenía esas 106 bases en Irak a un coste que, aunque desconocido, debe de haber sido realmente asombroso. Considérese por un momento ese número: 106. Es un número casi increíble pero parece que no lo es tanto para los periódicos estadounidenses o para el periodismo televisivo. Desde entonces, Tomdispatch.com ha estando informando regularmente sobre el tema, en parte porque estos "hechos sobre el terreno", estos Ziggurats modernos, eran una prueba muy clara de que el gobierno de Bush tenía planes y objetivos a largo plazo en ese país. Como era de prever, este año, los negociadores estadounidenses finalmente han ofrecido al gobierno iraquí del Primer Ministro Nouri al-Maliki, sus términos para el llamado acuerdo del estado de las fuerzas, demandando, evidentemente, el derecho a ocupar casi indefinidamente las 58 bases que EE. UU. ha construido. Siempre me ha parecido obvio (a mí, al menos), que cualquier discusión sobre la política estadounidense en Irak, los plazos u "horizontes en el tiempo," las reducciones o retiradas, tenían muy poco sentido si estos enormes hechos consumados no se tenían en cuenta. Y, sin embargo, hace falta buscar con esmero en la prensa estadounidense para lograr encontrar cualquier reportaje sobre el tema; tampoco es que las bases hayan jugado ningún papel en los debates sobre las políticas en Irak que han tenido lugar en Washington o en el país. Puedo añadir algo más: puedo pensar en dos intrépidos periodistas estadounidenses, Thomas Ricks del Washington Post y Guy Raz de NPR, quienes sí visitaron una mega base estadounidense, Balad Air Base, que supuestamente tiene un nivel de tráfico aéreo similar al aeropuerto internacional O´Hare en Chicago o al de Heathrow en Londres, y que ofrecieron sustanciosos informes sobre ella. Pero, que yo sepa, ellos han sido los únicos. Dudo que en los últimos cinco años los estadounidenses, que han seguido las noticias por la televisión, hayan visto alguna vez un reportaje sobre Irak que contara cómo son esas bases o cuánto han costado. Aunque los periodistas las visiten a menudo y, por ejemplo, nos han ofrecido con frecuencia informes sobre la situación en el resto del país desde Camp Victory en Bagdad, las cámaras nunca dejan de enfocar a los reporteros para mostrarnos lo enorme que es la base. Más de cinco años después de que se colocara la primera piedra de la primera gran base estadounidense en Irak, esta situación de desinformación, en mi opinión, bate un nuevo record de negación de lo evidente por parte de los medios. Las bases estadounidenses en Afganistán han corrido una suerte similar. Mi segundo encuentro con la falta de reconocimiento de la existencia de las bases sucedió en mi otra ocupación. Cuando no estoy dirigiendo TomDispatch.com, soy editor de libros, para ser más precisos, soy el editor de Chalmers Johnson. Trabajé en el profético Blowback: The Costs and Consequences of American Empire, que se publicó en 2000 con muy poco éxito hasta los ataques del 11-S, por supuesto, después de los cuales se convirtió en un bestseller, añadiendo al léxico estadounidense la palabra "blowback" y la expresión "unintended consequences" En 2004, para cuando salió al mercado The Sorrows of Empire: Militarism, Secrecy, and the End of the Republic, el segundo volumen de la trilogía Blowback, los críticos y los comentaristas ya prestaron atención. El tema del libro se centraba en cómo los EE. UU. estaban sembrando el planeta de bases, mostraba las políticas de bases militares del Pentágono y examinaba en detalle algunas bases específicas. Se trataba de una investigación seria y de un trabajo sin precedentes, y el libro recibió mucha atención, incluyendo críticas positivas. Sorprendentemente, ni un sola crítica en los grandes medios, da igual que fuesen positivas, que no prestaron atención alguna, o siquiera mencionaron ninguno de los capítulos sobre las bases militares, o se molestaron en hablar de EE. UU. como de un estado militar global. Sólo tres años más tarde un crítico importante prestó atención a este tema. Cuando Jonathan Freedland hizo una reseña sobre Nemesis, el último libro de la trilogía, en el New York Review of Books, se dio cuenta de lo obvio y, hablando de la política de bases de EE. UU., escribió, por ejemplo: "Johnson habla muy seriamente cuando establece un paralelo con Roma. Deja de lado la objeción convencional de que, a diferencia de los romanos o los británicos, los estadounidenses nunca han construido colonias en el extranjero. Oh, pero lo han hecho, dice, es solo que los estadounidenses lo ignoran. Estados Unidos es un "imperio de bases" escribe, con una red de enormes y duros campamentos militares por todo el planeta, todos ellos comparables con cualquier puesto romano o cualquier Raj." Por supuesto, Freedland no es un periodista estadounidense, sino un británico que trabaja para el Guardian. Las bases militares estadounidenses solamente importan y solamente salen en las portadas cuando el Pentágono intenta cerrar algunas de las numerosas bases que están dispersas por todo el país. Entonces, el miedo a la pérdida de trabajos e ingresos de las comunidades locales crea titulares y barullo. Por supuesto, millones de estadounidenses conocen de la existencia de estas bases en el extranjero de primera mano. En este sentido, pueden ser, por lo menos, uno de los secretos peor guardados del planeta. Tropas estadounidenses, contratistas privados, empleados civiles del Departamento de Defensa, todos ellos, han pasado extensos periodos de tiempo, al menos, en una de las bases que EE. UU. tiene en el extranjero. Y, sin embargo, nadie parece darse cuenta de la falta de noticias acerca de nuestras bases o considerarlo, por lo menos, un poco extraño. El Siglo Americano truncado En resumen, ocupar el planeta, base a base, no es noticia. Los estadounidenses puede que no presten atención, pero pagar, pagan. Resulta que es un proceso extremadamente caro para los contribuyentes. Mike Mechanic, de la revista Mother Jones, escribiendo sobre una importante revisión de las bases que hay repartidas por el mundo, realizada por el Pentágono (con el objetivo principal de reubicar la mayoría de ellas, para acercarlas a lo principales puntos de extracción petrolera del planeta) apuntó lo siguiente: "Un panel de expertos convocados por el Congreso para analizar la reubicación de las bases en el extranjero estimó el coste de la operación en 20 mil millones de dólares, en el que se incluían costes indirectos no tenidos en cuenta por el Pentágono, que inicialmente había preparado un presupuesto por una cantidad cinco veces menor." Y esa es, solamente, una de las formas más obvias que tienen los estadounidenses de pagar por todo esto. Es difícil para nosotros comenzar incluso a entender la imagen tan militarizada (y punitiva) con la que EE. UU. se ha presentado al mundo, especialmente durante los dos últimos mandatos de George W. Bush. (Cada vez más, esta misma imagen se presenta también a los propios estadounidenses. Por ejemplo, como Paul Krugman indicaba recientemente, se da la circunstancia de que la Agencia Civil Federal para la Gestión de Emergencias [FEMA] se ha visto desmantelada hasta tal extremo durante los últimos años, que la responsabilidad de los preparativos más importantes para hacer frente al huracán Gustav recayeron sobre el comando militar U.S. Northern Command, creado por Bush). Sin embargo, desde un punto de vista práctico, los estadounidenses no vamos a ser capaces de hacer frente eternamente al plan masivo y global que el Pentágono y gobiernos sucesivos tienen preparado para nosotros. Tarde o temprano, habrá que hacer recortes y el sol comenzara lentamente a ponerse en nuestro mundo de bases militares en el extranjero. Durante la era de la Guerra Fría, hubo, por supuesto, dos "superpoderes", el menor de los cuales desapareció en 1991 después de una existencia de 74 años. Mirando a lo que parecía ser un vacío de poder a lo ancho del Estrecho de Bering, los líderes del otro poder (EE. UU.) declararon victoria, demasiado pronto, en lo que había sido una lucha épica por la hegemonía mundial. Ahora parece que, en lugar de una victoria, el segundo superpoder también se estaba dirigiendo a la salida, sólo que más despacio. Por lo que parece, "el Siglo Americano", bautizado así por el editor de Time/Life, Henry Luce en 1941, ha durado 67 años. En la actualidad, uno tiene que estar en un estado de ceguera total para no saber que el siglo XXI, ya sea el Siglo de China, el Siglo de la Energía o el Siglo del Caos, seguro que no será el Siglo Americano. El momento unipolar ha pasado y más tarde o más temprano, esas mega bases y las "hojas de nenúfar" desaparecerán en las lagunas de la historia, y serán prueba de una extraordinaria fantasía de una Pax Americana mundial. No es que vayamos a oír hablar de esto durante la campaña electoral, antes de las elecciones del 4 de noviembre. Aquí, la fantasía reina en ambos partidos desde donde se nos ofrece una visión optimista de nuestro futuro como potencia dominante mundial, y así seguirá siendo independientemente de quien ocupe la Casa Blanca en enero de 2009. Después de todo, quién va a presentarse a presidente sin la idea de que "es, otra vez, un día por la mañana en América" y con el conocimiento de que ya es de madrugada, que la juerga termina y que la resaca. Bueno, la resaca va a ser monumental. Lo mejor será tomar vitamina B y echarse a dormir un rato. El mundo no va a tener muy buena cara durante las primeras horas del alba. [Nota sobre las fuentes: Es bastante raro que las bases militares del imperio estadounidense reciban la atención que merecen, así que, cuando lo hacen es un deber elogiar ese hito. Mother Jones online acaba de lanzar un importante proyecto para localizar en el mapa y analizar todas las bases estadounidenses en el mundo. Incluye un genial artículo de Chalmers Johnson, "America's Unwelcome Advances" y un gran número de brillantes artículos, entre otros uno sobre "How to Stay in Iraq for 1,000 years" (Cómo permanecer en Irak durante 1000 años) de la colaboradora de TomDispatch, Frida Berrigan, (la segunda parte de su serie sobre la expansión del Pentágono se publicará en esta página pronto). También se puede echar un vistazo a los escritos en Mother Jones pinchando aquí. Quizá lo más significativo sea que la revista ha producido un impresionante mapa online interactivo sobre las bases estadounidenses en el mundo. Se puede ver pinchando aquí. Para hacer un zoom en un país en particular, hay que tener en cuenta que los primeros datos que se ven son del Pentágono y posiblemente no estén completos. Hay que leer los textos de MJ debajo de cada mapa para obtener una información más completa. Como resultará obvio, al pinchar en los enlaces de este escrito, se puede ver que he utilizado mucho material de MJ, por lo que le doy las gracias. Tom Engelhardt, cofundador de the American Empire Project, dirige The Nation Institute's TomDispatch.com. Es autor de The End of Victory Culture, una historia de la Era de la Negación Americana. The World According to TomDispatch: America in the New Age of Empire (Verso 2008); acaba de ser publicada una colección de algunos de los mejores escritos de su página. Se centra en lo que los grandes medios no cubren, es una historia alternativa de los años desquiciados con Bush. Traducido por Eva Calleja y revisado por Maite Padilla |
“México es paradisíaco e indudablemente infernal”, le escribe Malcolm Lowry a Jonathan Cape. A un amigo le confiesa: “México es el sitio más apartado de Dios en el que uno pueda encontrarse si se padece alguna forma de congoja; es una especie de Moloch que se alimenta de almas sufrientes”. JV.
viernes, febrero 27, 2009
Una Juerga Imperial
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario