domingo, marzo 15, 2009

Memoria extraña

Rafael Pérez Gay

Marcel Proust le llamó a los recuerdos que van de los sentidos a la mente, como un chispazo, memoria involuntaria. De eso trata la famosa escena en la que Swann, el personaje de En busca del tiempo perdido, remoja una magdalena en el té y de inmediato se despeñan en su cabeza recuerdos imposibles de borrar. Cuando Google compró YouTube en mil 650 millones de dólares adquirió una memoria colectiva sin límites. Pongo un ejemplo: busqué en YouTube una época de la vida cotidiana de México. Encontré cosas extraordinarias y descubrí de paso mi escaldada memoria involuntaria.

En la escena de un comercial de la televisión perdido en la bruma del tiempo, el actor Julio Alemán —bueno, es un decir—, todavía sin el castigo del bisoñé sobre su cabeza, vende cocinas integrales acompañado de otra actriz —otro decir—, quizá María Sorté. Alemán elogia los materiales de fabricación de la cocina y dice: la cubierta es sólida como la roca y soporta altas temperatura pues está hecha de melamina de ponderosa. Me fui de espaladas.

La combinación de esas palabras puso frente a mí un mundo que emergió del pasado cuando el locutor añadió: usted puede llevarse este equipo a su casa por el ridículo precio de 450 mil pesos. Así vendemos en K2. Sabremos para siempre cosas que no sabíamos que estaban enquistadas en nuestra memoria. Me disculpo desde ahora: si el lector tiene menos de 40 y tantos, no tiene caso que siga leyendo. Prometo que en mi próxima entrega haré una mención de los Power Rangers.

Ese mundo se caía a pedazos. Empezaban los años 80 y en México las cosas iban de mal en peor. El gobierno lopezportillista había entregado unos jirones de país al de Miguel de la Madrid y éste decretaba una especie de quiebra financiera e iniciaba unas reformas, desde entonces se llamaban estructurales, que al pasar de los años sigo sin entender. El nuevo presidente impulsó el lema de su campaña y su gobierno: renovación moral. No renovó nada y tuvo que dedicarse a administrar el desastre.

Entonces yo no sabía lo que ahora sé: que para los mexicanos de mi edad los periodos de crisis son largos, constantes, y los de estabilidad cortos, muchas veces improbables. Los que habíamos nacido en la segunda mitad de los años 50 no cumplíamos todavía los 25 años y éramos invulnerables.

Me gustaría saber de memoria pasajes de las novelas de Balzac, diálogos completos de Flaubert, pero el recuerdo hace con nosotros lo que le da la gana.

Se abrió en la pantalla una puerta y me senté en una butaca a ver y oír este espectáculo: Yo no uso Selsum Shampoo, porque no tengo caspa… ni pelo (aquí una bailarina le quita la peluca al actor que canta, porque se trata de una canción). Pero tú que cuidas tu cabello: úsalo siempre, Selsum Azul, Selsum Shampoo. Desde luego canté completo este jingle. Así entré en la casa en ruinas de los recuerdos. Lo repetí varias veces y, lo que es peor, lo canté como si entonara la gran creación de un letrista inmejorable.

En otro anuncio, un joven Andrés García con su habitual fluidez verbal se despide de su mujer, se dirige con gran aplomo a la puerta, lleva con seguridad de ejecutivo un maletín. De pronto, el galán regresa sobre sus pasos y le dice a su pareja: qué te hiciste que estás tan suavecita. Creo se trata de un anuncio de cremas humectantes. Podría seguirme de largo y contar que en mi viaje vi a Mar Castro, La Chichitibum, a los pingüinos y al gansito Marinela, a la selección de futbol de los 80, a Lucía Méndez en un comercial de camisas Manchester, descendiente de aquél en el que Mauricio Garcés decía: hasta que usé una Manchester, me sentí a gusto.

Siempre que navego en la red, me pierdo y me encuentro en el lado contrario del tema por el que activé el explorador; soy un pésimo buscador de mis intereses, cualquier cosa me distrae. Me pregunto si algún recuerdo se ha evadido de los dominios de Google o Yahoo. Estoy tentado de buscar “mi cumpleaños del año 1965”. Hay una probabilidad alta de que el niño que fui aparezca en la pantalla comiendo gansitos. Tengo miedo.

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