domingo, mayo 10, 2009

Todo... ¿para nada?

René Delgado

Supuestamente superada la contingencia sanitaria, la autoridad pide regresar a "la normalidad". Lavándose las manos, desde luego. ¿Pero es eso lo correcto? ¿Qué no estamos allá y, en buena medida, por eso enfermamos? A esa "normalidad" se quiere volver, cuando mejor sería acabar con ella.

¿El esfuerzo realizado pero, sobre todo, el impulso social generado se van a desperdiciar, argumentando que el peligro ya pasó y, por lo mismo, no queda más que seguir siendo como "normalmente" somos?

La crisis evidenció limitaciones y carencias inadmisibles en los sistemas de salud, higiene, educación, protección civil y social frente a las cuales la autoridad no puede ponerse el cubrebocas como antifaz. El no haber tenido un laboratorio -sí, un laboratorio- para conocer el virus que acongojó, enfermó y cobró vidas debería mover conciencias... en particular, reorientar el gasto reconociendo prioridades. Ya, ahora.

Es hora de ver dónde se despilfarra, dónde se evaden impuestos para recuperar recursos y aplicarlos, cuanto antes, ahí donde la inversión genera salud y bienestar. No puede ser que todo lo hecho... quede en nada.


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Se le llena la boca a la autoridad al decir que el pueblo se ha forjado en la adversidad y que, por ello, como tantas otras veces, va a salir de ésta. ¡Qué bueno! ¡Echemos porras con cubrebocas y hagamos la ola con guantes! La cosa está en que siempre se remonta la misma adversidad y siempre se regresa a "la normalidad" que, cíclicamente, depara otro desastre.

No hay la garra, el coraje ni la decisión en la clase política para, con base en la sociedad, superar la adversidad y construir otro destino. No, pasado el desastre en turno, se regresa a esa "normalidad" marcada por la desmemoria, el cinismo y el olvido.

Año con año se repiten el deslave en la carretera mal trazada y construida; la "crecida" del río que derriba las casas de nuevo construidas en la ribera; los ciclones y los incendios que arrasan tierras y litorales... año con año la autoridad muestra cuán acongojada está con lo ocurrido, descargando despensas, entregando cobijas o cogiendo la pala para presentarse, sin querer, como uno más, uno de tantos, pero no como el líder que, supuestamente, representa.

Ya basta. No se puede regresar a "la normalidad" pretendiendo usar el cubrebocas como tapabocas.


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La diferencia de esta emergencia con las otras es clara.

Sí, un virus desconocido se cebó sobre los mexicanos, pero el programa que fue diseñado para afrontar esas emergencias se abandonó porque la ideología de la administración panista choca con la ciencia. Sí, hubo un virus desconocido pero para ningún mexicano es desconocido el sistema hospitalario público y privado del país, donde hay que hacer filas interminables sin, por ello, asegurar el servicio o, bien, someterse voluntariamente a un asalto, previo depósito de entrada.

Sí, hubo una variable incontrolable, pero otras, controlables, no se supieron gobernar. Hoy mismo no está claro si las restricciones fueron excesivas y se impusieron por miedo, y si esas mismas restricciones se retiraron por lo mismo. También quedó expuesta la talla de un gabinete incapaz de constituir un gobierno.


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Ante todo eso no queda más que reorientar el gasto público, detectando dónde se desperdicia.

Voluntaria, temerosa u obligada, la sociedad puso de su parte e hizo sacrificios. Igual ocurrió con algunos comerciantes y empresarios, pero no se vio ni se ve eso por parte de los partidos ni de los Poderes de la Unión. De ahí la urgencia de reducir el gasto donde no constituye una inversión.

Si se quiere ir a una normalidad sin comillas es menester reconocer que la democracia mexicana no vale lo que cuesta. Que los 12 mil millones de pesos que gastan el Instituto Federal Electoral y los partidos son un agravio cuando el dinero no alcanza para el tamiflu.

En vez de enseñar cómo estornudar, el presidente de la República debería convocar a los partidos políticos a reducir en 25 por ciento sus prerrogativas.


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A su vez, el Poder Legislativo debería convocar ya a un periodo extraordinario para cumplir la promesa -una y otra vez postergada- de reducir el Congreso de la Unión. Si ese recorte no se opera ahora, ese acto de racionalidad se irá, si llega, hasta el 2015.

Un Congreso con 500 diputados y 128 senadores es un exceso. Sobre todo cuando la política parlamentaria y legislativa la deciden no más de 120 diputados y no más de 40 senadores. Es un despilfarro que se multiplica por el séquito que cada legislador, cuente o no cuente, aunque levante la mano, integra.

El Legislativo gastará este año 8 mil millones de pesos. ¿Eso cuesta, lo vale?


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Otro ámbito donde hay que controlar la epidemia de elefantes blancos lo constituyen institutos, consejos y comisiones que se integran con un número excesivo de consejeros, comisionados, visitadores y vocales que a su vez, igual que los legisladores, se rodean de pesados equipos sólo para burocratizar su función.

Tal es la desconfianza en y entre la élite política que a cada nuevo órgano se le monta un colegio de especialistas que, al final, sólo encarecen cuando no tuercen los supuestos derechos a garantizar. La vigilancia de los derechos humanos y electorales, los relacionados con las telecomunicaciones, las garantías bancarias es elevadísima y, lo peor, a veces se ponen del lado no del elector, del consumidor o del usuario, sino de la entidad, la empresa o banco que deberían vigilar. Otra normalidad y otra racionalidad debería prevalecer ahí.


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Contrastar y racionalizar el gasto de partidos, poderes e instituciones permitiría incrementar la inversión social para evitar algunos desastres.

Permitiría eso y, a la vez, reconstituir la legalidad y la legitimidad de la autoridad para, entonces, meter en cintura a grandes concesionarios y empresarios que, por fuerza y poder, las capturan, doblegan o corrompen y ésta, en vez de hacerse valer, termina por agradecerles cuanto hacen y dejan de hacer.


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No se puede hablar del catarrito que se convirtió en neumonía atípica, agravada por un virus desconocido, para luego regresar a "la normalidad" de siempre. Ahí no hay que regresar.

Sobreaviso elaborado con el apoyo de Karina Fuentes.

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