jueves, junio 04, 2009

Memoria de una África vital

Leonardo Bastida Aguilar y Fernando Mino
Traducción Carla Tirado Mortiz

La escritura es un arma contra el olvido. En este caso no utilizado para saciar la fanfarronería de la posteridad, sino para darle salida a un genuino instinto vital, ánimo de dejar un recuerdo cuando se sabe que los días están contados. Millones de personas en África ven cercado su porvenir a causa del VIH, una infección más económica que viral, y la memoria es a lo único que pueden aspirar. Por eso hay personas que escriben unos libritos donde dejan a sus hijos —siempre pequeños, huérfanos casi antes de nacer— sus testimonios, sus huellas de vida.

El dramaturgo y escritor Henning Mankell se topó, en una visita a Uganda, con una niña que abrazaba uno de estos libros; acababa de perder a su madre y ese era su único legado: las páginas dibujadas con mariposas azules y otros signos ininteligibles para la niña analfabeta. Esa historia le dio impulso para escribir sobre la tragedia del sida en África. Su ensayo Moriré, pero mi memoria sobrevivirá (publicado en español por Tusquets en 2008), un lúcido recorrido por la vitalidad africana que se levanta por encima de la muerte, es motivo para esta charla.

En diferentes ocasiones usted ha mencionado que Europa ve a África como un lugar fatal. ¿Cómo es la África en la que vive Henning Mankell?

Veo pobreza, injusticia y enfermedades día con día que afectan todo y a todos. Pero también veo felicidad, risa y creatividad. La pobreza no es sólo mala, también hace que uses tu imaginación, pero es frustrante ver esta injusticia no sólo comparada con Suecia. En Maputo, la capital de Mozambique, uno de los países más pobres del mundo, hay una gran cantidad de coches lujosos en las calles. En todo el mundo, aun cuando la pobreza se encuentra tan sólo a la vuelta de la esquina, los ricos pueden ser ricos solo porque los pobres son pobres.

¿Cuáles son las diferencias entre África y Europa en cuanto a maneras de ver la vida y el mundo?

La primera vez que me bajé del avión en África tenía una extraña sensación de haber llegado a casa. No sé por qué, quizá porque había leído y fantaseado mucho sobre África de niño. Se me hacía el lugar más exótico que podía concebir, y escribía historias sobre mis viajes imaginarios a ese lugar.

El hecho de alternar entre Suecia y África me ha concedido distancia y perspectiva. Es como tener dos torres de vigilancia y creo que puedo ver más desde dos torres que si viviera únicamente en un lugar. Eso me encanta y creo que me ha hecho un mejor escritor, al menos eso es lo que deseo.

Pero no es sólo el hecho de tener dos torres de vigilancia, también influye la manera en la que las personas, independientemente del tiempo y el espacio, están siempre marcadas por su ambiente. Mi trabajo con el Teatro Avenida ha sido uno de los retos más importantes en mi vida, y trabajar con personas de culturas diferentes me ha permitido entender que hay más cosas que nos unen que las que nos separan. Y aquí la gente tiende a reír más. Veo mucha más felicidad y escucho más risas espontáneas en las calles de Maputo que en las de Estocolmo. La risa es algo que tenemos y no cuesta nada. Un medio de sobrevivencia al que cualquiera tiene acceso. Me pregunto si acaso teníamos esa risa antes de que la riqueza y los créditos nos cubrieran como una sombría capa inerte.

Fuera de África vemos la situación del VIH como una emergencia preocupante, pero aún lejana. ¿Cómo se aprende a vivir tan cerca del VIH?

No se aprende a vivir cerca del VIH y jamás logras acostumbrarte. Es una catástrofe. La única manera es ayudando de cualquier manera en la que se pueda.

¿Existe un choque entre la idea occidental y la idea africana del VIH? ¿Cómo reducir la brecha entre una y otra sin incurrir en la imposición colonialista?

Yo tengo una posición bastante crítica hacia la apatía de Occidente en cuanto a resolver el asunto del VIH/sida. Un europeo con VIH tiene la posibilidad de llevar una vida relativamente normal y larga. En África la gente simplemente se muere. No puedo concebir una imagen más cínica de la injusticia. África me ha enseñado que la peor cosa en el mundo es el hecho de que existe mucho sufrimiento que es completamente innecesario. Podríamos detenerlo el día de mañana.

Enseñar a cada niño a leer y a escribir nos costaría la misma cantidad de dinero que la que gastamos en alimento para mascotas en Occidente. No digo que deberíamos dejar de alimentar a nuestras mascotas, simplemente utilizo esto como parábola para evidenciar qué tan pequeña es la cantidad de dinero que se requiere realmente. Eso no es el problema. El problema es que la voluntad de resolver esto es, desafortunadamente, demasiado débil.

El analfabetismo se relaciona directamente con la pobreza. Si se reflexiona en el hecho de que muchos de los jóvenes sin la posibilidad de leer tendrán dificultad para absorber información, podemos imaginar lo que esto significa para el tema del VIH. No es cuestión de sacrificio, sino de solidaridad y equidad. Para mí es un privilegio poder ayudar.

Su trabajo en el Teatro Nacional Avenida de Maputo le permite acercarse a la gente. ¿Cómo se ha recibido este proyecto?

Es difícil dirigir un teatro en uno de los países más pobres del mundo, sin embargo el grupo Mutumbela Gogo es reconocido. Han estado de gira alrededor del mundo y ahora la gente viene desde Sudáfrica para verlos. Es importante enfocarse, al igual que demostrarle al mundo, que también existe una África viviente y no sólo una que está muriendo.

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