Tomás Mojarro
“¡Yo soy Oaxaca!, en la presencia de sus siete regiones; en sus trajes de vértigos en colorido que roban al paisaje los tonos de su luz; en el perfil moreno de sus mujeres disímiles de carácter, a veces místicas, humildes, sonadoras y también alegres y agresivas en la belleza; fieles hasta la obsesión y sacrificadas hasta el coraje…!
En el recuerdo mantengo las imágenes de Oaxaca, mis valedores. Cierro los ojos, me miro de piel adentro y me veo mano con mano de una mujer, sota moza que es flor y espejo de Ciudad Ixtepec. Nallieli su nombre, que en zapoteca significa: “yo te amo”. Con mi única planeaba viajar hasta Oaxaca, la capital, y asistir al espectáculo, magia y esplendor, de La Guelaguetza, soberbia expresión de cultura, folklore, raíz, tradición y seña de identidad de ese pueblo que es abanico y mosaico de tantos pueblos. La Guelaguetza, sobrevivencia de un mundo mágico. Mis valedores…
¿Alguno de ustedes habrá asistido a los Lunes del Cerro en el Cerro del Fortín, oeste de la ciudad? ¿Alguno ha admirado esa que es, a ojos, oídos y espíritu, maravilla de color y fulgores, y encantamiento de sones, tonadas, clamor y recitaciones de música y flor, olanes y plumas, y brillos y cintas y enrevesados juegos coreográficos que saben a raíz de un pueblo que es multitud de pueblos, y esencia e idiosincrasia, e identidad. Era el 2006. Mi única y su servidor (de ella) planeábamos asistir a los Lunes del Cerro…
¡Yo soy Oaxaca! Y hablo con la voz de mi fértil suelo, de mis agrestes montañas, de mis fecundos bosques y de mi tierra erosionada; con los cafetos y la copra señoreando el cielo con la brisa de un mar intensamente azul, que retrata entre sus aguas las alturas; también, y con el agrio dulzón de mis pinas derramando sus mieles en las bocas que rezan un rito de emoción. Así, con esos labios, voy a dialogar hacia mí misma…”
Cálida prosa con la que Dn. Francisco Hernández Domínguez trova a su tierra, prosa a la que me permito agregar: La Guelaguetza: cerrados los ojos contemplo la parvada de danzantes llegados de las siete regiones, cuajaron de penachos y máscaras, danzas y ofrendas, que al vivo rayo del sol ejecutan un mágico ceremonial acompasado a tonadas que a toda garganta y a pecho abierto se claman en tono mayor, o se salmodian a lo hondo, a lo memorioso, a lo melancólico, en un acompasado tono menor. La Guelaguetza…
Porque yo, mi mano en la de mi istmeña de Ciudad Ixtepec, año con año desde hace algunos, presenciaba esa ceremonia que es síntesis y amalgama de lo indígena tradicional y español y mestizo, donde se queman el copal y el incienso a Centéotl, diosa del maíz tierno, y a la Virgen que vino de España y convive en santa paz con la Princesa Donají, con el rey Cosijoeza y el arrogante Zahuindanda, el Flechador del Sol…
Fue en esta semana, pero del 2006. A la fiesta del espíritu y los sentidos pensábamos asistir mi Nallieli y su servidor (de ella). Contando las horas se nos iban los días, pero a mí y a tantos nos dejaran vestidos, alborotados y alborozados, yo, reluciente mi chaleco de pelos y mi única con los collares de monedas de oro, su atuendo de tehuana con el “resplandor” con que habría de enmarcar el resplandor de su rostro. Vestidos y alborotados quedamos mi Nallieli, su amador y los oficiantes de La Guelaguetza, representantes altivos de la “raza de bailadores de jarabe”, que dijo López Velarde. Lástima.
Lástima grande, porque a la fiesta de los Lunes del Cerro del 2006 se le atravesó la insurrección de la APPO y maestros de la Sección 22 (causas justísimas) contra el gobernador de Oaxaca Ulises Ruiz, que iba a degenerar en decenas de heridos, fuego y destrucción de automóviles y locales comerciales, la prisión de varios maestros y militantes de la APPO y la muerte de un periodista extranjero. ¿Ulises Ruiz, del que exigían su destitución, para que el gobierno terminara sustituyéndolo por otro del mismo Sistema? Ese, en la fiesta de La Guelaguetza de este 2009, presidiéndolo todo en primera fila del graderío. Mis valedores:
¿Alguna vez lograrán los maestros pensar, hacer un ejercicio de autocrítica y crear las tácticas apropiadas para la defensa de sus objetivos de lucha? ¿O pura mega-marchita y plantón? “¡E-xi-gi-mos!” Dios…
Este año tampoco podré asistir a los Lunes del Cerro, ni siquiera porque La Guelaguetza se celebra por partida doble: la oficial y la de los maestros y la APPO. No habré de asistir. Es que mi Nallieli de alguna forma ya no es de este mundo. Tampoco yo. (Y duele.)
“¡Yo soy Oaxaca!, en la presencia de sus siete regiones; en sus trajes de vértigos en colorido que roban al paisaje los tonos de su luz; en el perfil moreno de sus mujeres disímiles de carácter, a veces místicas, humildes, sonadoras y también alegres y agresivas en la belleza; fieles hasta la obsesión y sacrificadas hasta el coraje…!
En el recuerdo mantengo las imágenes de Oaxaca, mis valedores. Cierro los ojos, me miro de piel adentro y me veo mano con mano de una mujer, sota moza que es flor y espejo de Ciudad Ixtepec. Nallieli su nombre, que en zapoteca significa: “yo te amo”. Con mi única planeaba viajar hasta Oaxaca, la capital, y asistir al espectáculo, magia y esplendor, de La Guelaguetza, soberbia expresión de cultura, folklore, raíz, tradición y seña de identidad de ese pueblo que es abanico y mosaico de tantos pueblos. La Guelaguetza, sobrevivencia de un mundo mágico. Mis valedores…
¿Alguno de ustedes habrá asistido a los Lunes del Cerro en el Cerro del Fortín, oeste de la ciudad? ¿Alguno ha admirado esa que es, a ojos, oídos y espíritu, maravilla de color y fulgores, y encantamiento de sones, tonadas, clamor y recitaciones de música y flor, olanes y plumas, y brillos y cintas y enrevesados juegos coreográficos que saben a raíz de un pueblo que es multitud de pueblos, y esencia e idiosincrasia, e identidad. Era el 2006. Mi única y su servidor (de ella) planeábamos asistir a los Lunes del Cerro…
¡Yo soy Oaxaca! Y hablo con la voz de mi fértil suelo, de mis agrestes montañas, de mis fecundos bosques y de mi tierra erosionada; con los cafetos y la copra señoreando el cielo con la brisa de un mar intensamente azul, que retrata entre sus aguas las alturas; también, y con el agrio dulzón de mis pinas derramando sus mieles en las bocas que rezan un rito de emoción. Así, con esos labios, voy a dialogar hacia mí misma…”
Cálida prosa con la que Dn. Francisco Hernández Domínguez trova a su tierra, prosa a la que me permito agregar: La Guelaguetza: cerrados los ojos contemplo la parvada de danzantes llegados de las siete regiones, cuajaron de penachos y máscaras, danzas y ofrendas, que al vivo rayo del sol ejecutan un mágico ceremonial acompasado a tonadas que a toda garganta y a pecho abierto se claman en tono mayor, o se salmodian a lo hondo, a lo memorioso, a lo melancólico, en un acompasado tono menor. La Guelaguetza…
Porque yo, mi mano en la de mi istmeña de Ciudad Ixtepec, año con año desde hace algunos, presenciaba esa ceremonia que es síntesis y amalgama de lo indígena tradicional y español y mestizo, donde se queman el copal y el incienso a Centéotl, diosa del maíz tierno, y a la Virgen que vino de España y convive en santa paz con la Princesa Donají, con el rey Cosijoeza y el arrogante Zahuindanda, el Flechador del Sol…
Fue en esta semana, pero del 2006. A la fiesta del espíritu y los sentidos pensábamos asistir mi Nallieli y su servidor (de ella). Contando las horas se nos iban los días, pero a mí y a tantos nos dejaran vestidos, alborotados y alborozados, yo, reluciente mi chaleco de pelos y mi única con los collares de monedas de oro, su atuendo de tehuana con el “resplandor” con que habría de enmarcar el resplandor de su rostro. Vestidos y alborotados quedamos mi Nallieli, su amador y los oficiantes de La Guelaguetza, representantes altivos de la “raza de bailadores de jarabe”, que dijo López Velarde. Lástima.
Lástima grande, porque a la fiesta de los Lunes del Cerro del 2006 se le atravesó la insurrección de la APPO y maestros de la Sección 22 (causas justísimas) contra el gobernador de Oaxaca Ulises Ruiz, que iba a degenerar en decenas de heridos, fuego y destrucción de automóviles y locales comerciales, la prisión de varios maestros y militantes de la APPO y la muerte de un periodista extranjero. ¿Ulises Ruiz, del que exigían su destitución, para que el gobierno terminara sustituyéndolo por otro del mismo Sistema? Ese, en la fiesta de La Guelaguetza de este 2009, presidiéndolo todo en primera fila del graderío. Mis valedores:
¿Alguna vez lograrán los maestros pensar, hacer un ejercicio de autocrítica y crear las tácticas apropiadas para la defensa de sus objetivos de lucha? ¿O pura mega-marchita y plantón? “¡E-xi-gi-mos!” Dios…
Este año tampoco podré asistir a los Lunes del Cerro, ni siquiera porque La Guelaguetza se celebra por partida doble: la oficial y la de los maestros y la APPO. No habré de asistir. Es que mi Nallieli de alguna forma ya no es de este mundo. Tampoco yo. (Y duele.)
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