domingo, septiembre 13, 2009

Cambio por liebre...

René Delgado

Después del mensaje presidencial del 2 de septiembre, los anuncios hechos por el mandatario están más relacionados con viejas tradiciones que con novedosos cambios.

Las acciones y los movimientos emprendidos no son sino la repetición de viejas costumbres y de perniciosas ortodoxias.

Los relevos en el gabinete fueron acciones tardías. El ajuste en el aparato de la administración fue un ardid: ahorrar centavos para pedir pesos. Y el paquete económico adquirió el tono de la vieja letanía dictada por el dogma, desvinculada por completo de la imaginación y la osadía.

Si así entra en vigor el nuevo decálogo presidencial, puede decirse que la administración calderonista ofrece cambio por liebre.

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El relevo en la Procuraduría General de la República no supuso novedad ni cambio. Miguel Ángel Granados Chapa refirió esta semana cómo, desde el pasado 22 de enero, apuntó la salida de Eduardo Medina Mora, precisando que en su lugar se quería colocar a Arturo Chávez Chávez. ¡Desde entonces se sabía de la intención que siete meses y medio después adquirió nivel no de decisión sino de tentativa! No hay pues novedad, como tampoco cambio porque de nuevo, como antes, como siempre, el perfil de quien, en principio, ocupará ese despacho no habla del afán de fortalecer la independencia y la autonomía del procurador, sino de asegurar su dependencia y obediencia del Ejecutivo. Y, por si eso no bastara, los antecedentes del abogado propuesto para el cargo muy lejos están de replantear el respeto a los derechos humanos como atributo y no como carencia de la administración.

El relevo en la dirección de Petróleos Mexicanos tampoco entraña ni lo uno, ni lo otro. A nadie escapa que la falta de liderazgo, iniciativa y dirección para conducir la reforma petrolera del año pasado encontró en Jesús Reyes Heroles la parte delgada del hilo que, valga la redundancia, se adelgazó todavía más con el mecanismo a través del cual se rifó la sede de la nueva refinería, una planta cuya realización todavía está por verse. Por decir lo menos, desde marzo de este año se sabía de la salida del hoy ex director. Ahora está por verse, si el sucesor tiene el perfil que la dirección de Pemex exige en el momento. ¡Vaya cambio!

El relevo en la Secretaría de Agricultura se sabía, más o menos, desde que empezó el sexenio. Lo increíble es que al lugar de Alberto Cárdenas llegue Francisco Javier Mayorga, que no supone un cambio, sino la repetición de un funcionario que no destacó cuando ocupó por primera vez esa posición.

Lo más curioso de esos cambios es el estilo personal del presidente de la República para despedir a sus colaboradores. Cortesías aparte, tanto colma de virtudes y cualidades a quienes echa que, de pronto, parece que por buenos no pueden permanecer más en el gobierno. Ni por asomo se apuntan los errores o las diferencias que obligan a su remoción y, entonces, las razones del "cambio" resultan absolutamente contradictorias.

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El cambio o ajuste en el aparato del gobierno no quedó inscrito en el rediseño prometido de la administración, sino en el propósito de adoptar una medida espectacular pero insustancial.

Pretender que el supuesto ahorro de 6 mil 500 millones de pesos, a través de la absorción de las funciones de las secretarías de Turismo y de Reforma Agraria en la de Economía y las de Desarrollo Social y de Agricultura así como la disminución de la Secretaría de la Función Pública en una controlaría dependiente de la Presidencia de la República, es el analgésico para que a los contribuyentes no les duela poner sólo 175 mil 700 millones al presupuesto no parece un cambio. Parece una vacilada.

Una vacilada no sólo por el ahorro que con esa acción se pretende sino, sobre todo, porque la decisión no responde a un plan para cambiar y racionalizar la estructura de la administración. Un par de incongruencias como ejemplos: ¿qué dependencia es la responsable del combate al narcotráfico? ¿Seguridad Pública? ¿Gobernación? ¿Defensa? ¿Marina? Acaso no hubiera sido conveniente -si de mejorar se trata- devolver Seguridad Pública a Gobernación para poner la inteligencia del Estado (el Cisen) y la fuerza policial (Policía Federal) bajo un solo responsable. Ese cambio hubiera dado por resultado el fortalecimiento de la Secretaría de Gobernación que, en los términos en que hoy opera, no pasa de ser una Gran Oficialía de Partes. El otro ejemplo: quizá, la ocasión favorecía la posibilidad de plantearse una Secretaría de las Fuerzas Armadas que agrupara a la marina, la fuerza aérea y el ejército en una sola dependencia bajo el mando de un civil.

Lejos de emprender un cambio de fondo de un lado a otro, se optó por trasladar funciones de un lado y, en el caso de la Secretaría de la Función Pública, se decidió cometer manifiestamente un error. Ahora, el presidente de la República será a la vez el jefe y el auditor de sus colaboradores y, eso, además de convertirlo en juez y parte al mandatario, lo colocará en una situación peligrosa: sin ningún amortiguador de por medio, el jefe del Ejecutivo será directamente responsable de las acciones u omisiones frente al mal manejo de los recursos públicos.

Esos ajustes son una vacilada porque en los relevos propuestos y los ajustes hechos se reconcentra de nuevo el Poder en el Ejecutivo, siendo que el presidencialismo tradicional carece ya de las palancas y las herramientas que tenía.

¿Ése es el cambio?

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Del paquete económico no tiene mayor sentido abundar. El coro de insatisfacción frente a su ortodoxia y dogmatismo, su falta de imaginación es bastante grande y, entonces, no hay mucho que decir sobre él. Más impuestos, más deuda, más echar mano de ingresos no recurrentes y, lo peor, disfraces para imponer gravámenes al consumo que probablemente en lugar de atemperar podrían provocar la profundización de la pobreza y llevar al país a una recesión sin agua y con gripe.

En ese paquete, la tradición borra cualquier pretensión del cambio. Vamos, ni siquiera con el moñito de la simplificación lo adornaron y, al menos, hubiera sido un buen detalle.

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En el nombre del novedoso cambio se confirman muy viejas tradiciones. Así las cosas, no estará de más que en El Grito del martes nomás se mencione a Hidalgo, pidiéndole disculpas a Morelos, Josefa, Aldama, Allende y Matamoros pero, ni modo, hasta la nómina de héroes hay que recortar. Ya veremos si alcanzan mención en el tricentenario.

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