viernes, septiembre 25, 2009

Recado Ineludible al Hombre y la Mujer que Vendrán

Por Nazario Soto


“Mírame, que en el pozo de la angustia,

aún respiro.

Inútil el dolor y la amargura.

Quiero lavar mis llagas, en el bálsamo

del manantial primero.

¡Quiero vivir, y he de gritar tan alto,

que veré derrumbarse los muros del silencio

ante el asombro estéril del olvido!”

[Margarita Paz Paredes]


Soy pobre. Provengo de una larga tradición de familia pobre: campesinos, obreros, marchantes, empleados, mineros. Durante generaciones enteras hemos luchado a brazo partido contra la tremenda adversidad. Los lujos me dan asco, son incomprensibles, tal ves solo una absurda manera de sentirse "más que los demás", una torpe forma de subsanar arraigados complejos de inferioridad. Nunca he tenido automóvil. Ni siquiera se manejar, mis horas han transcurrido entre camiones, trolebuses y el metro, donde la vida real termina por sorprenderte tarde o temprano, por más que te resistas.

Nunca he usado ropa de marca, creo que la mejor moda es lucir limpio y seguro de uno mismo. Mis pasiones han sido los libros y la música, el arte pues, a base de muchos sacrificios y esfuerzo constante, todo es más difícil cuando se carece de recursos económicos.

He conocido gente adinerada, en general, siempre me sorprendió su pobreza espiritual, su falta de imaginación, su esclavitud monetaria, su inmensa banalidad, su ceguera por la cosas valiosas de la vida, su desconfianza y soledad irremediables. No idealizo la pobreza, también he sido traicionado por miembros de mi propia clase debido al sucio dinero, y he sido testigo de humillaciones y crímenes sin fin contra los débiles.

La impotencia me ha trastornado el rostro con su rabia. He vivido hasta sentir asco por ser hombre. Le he reclamado al propio Dios por su cobarde silencio. El odio ennegreció mi pensamiento. Odio contra la máquina tritura-hombres. Odio contra la institución caníbal y sus leyes degradantes. Odio y desprecio contra las fuerzas represivas, el ejercito y la policía. Puro rencor social que casi me llevó a destruirme. La desesperación biológica del habitante de las ciudades, producto de la injusticia y la opresión que intenta borrar la identidad propia para convertirnos en simples tornillos, en remaches funcionales y desechables, casi me asfixió con su silenciosa tonelada.

No soportaba observar a aquellos tipejos regodeándose en su opulencia-y a sus estúpidas monigotes de adorno-mientras nosotros malcomíamos y maldormíamos, a pesar de tanto trabajar diariamente: Esta no es una ley del universo, todo lo contrario, ya que la tierra otorga sus frutos para todos. Así que desee la extinción de cada cosa viviente sobre la faz del planeta. Tal fue mi furor. Sin embargo, es bien sabido que para renacer hay que atravesar el fuego, y que hay que perderse para recobrarse.

Solo el amor pudo detener mi audaz caída. Me di cuenta de que si continuaba escarbando por esa senda, solo me quedarían tres vías infames: el suicidio, la cárcel, o el sanatorio mental. Así que volví a mis raíces más profundas. Hacia mi historia, hacia la historia de mi pueblo. Observé que llevábamos décadas, siglos en pie de guerra por nuestra liberación. Miré alrededor y vi que existían millones de personas exactamente igual que yo. Que solos, éramos como insectos pataleando boca arriba abandonados a la intemperie, pero unidos, organizados, éramos legión, una fuerza imparable, precisamente la que hace girar la pesada rueda de la historia en cualquier época.

Observé que la transformación era posible, inminente, realizable; que la palabra "utopía" solo era una invención de los poderosos para desanimar la lucha y burlarse de nosotros; que los ideales de una sociedad verdaderamente humana donde la propiedad privada, la usura, la explotación y la división en clases sociales fueran lacras desterradas a un lejano pasado, eran una realidad actual y palpable. Solo hacía falta organización, consciencia y trabajo, amoroso trabajo, para echar a andar la maquinaria de la revolución.

Por eso hoy te escribo a ti, al hombre, a la mujer que vendrá. A ti que respiras hondamente en libertad, sin temores, sin prisas, ni angustias, sin violencia; seguro, rodeado de justos compañeros que te aman como miembro de su misma especie. A ti, hijo, nieto, hermano, padre del próximo futuro, a ti te escribo mis tercas palabras de esperanza. A ti te cuento todo esto, para que sepas cuanto hemos tenido que sufrir, y cuanto hemos sangrado para terminar con esta vergonzosa época oscurantista.

A ti te exijo ahora que nunca permitas que un sistema depredador como el capitalismo vuelva a erigirse jamás en el futuro de la humanidad. Tú eres el heredero de millones de rebeldes que nunca nos conformamos. Debes honrar nuestra memoria con todo tu respeto. Tu eres el ser que mantiene el frágil balance en el cosmos. Tu eres el fuego azul que late en la poesía. Tú eres el Hombre Nuevo.

(México, a casi diez años de comenzado el nuevo milenio.)

www.machetearte.com

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