martes, octubre 20, 2009

Resistencia o alternativa


Es un hecho que ya ni el PRI defiende el país que él construyó, tarea que ha dejado como programa a la izquierda siniestra, que se dice única.

Los mecanismos del viejo sistema corporativo se aplican lo mismo en empresas públicas que en sindicatos como formas de control, más que como patrimonio nacional e instrumento de defensa de los trabajadores. La vieja oligarquía sobreviviente se sigue refugiando en la exigencia de privilegios, en el proteccionismo, en la exención de impuestos, en la corrupción e incompetencia. Como antes, se permitió que todo lo público y social se desprestigiara para privatizar lo que les convenía y dejar al garete lo que podrían usufructuar en tarifas y servicios. Fue el caso del ejido, al que primero deterioraron para abrir el camino de la venta de tierras y, como no lo hicieron productivo con la privatización, ahora es otra fuente de pobreza.

Si el carácter monopólico de las empresas públicas las hizo ineficientes, tal como reza el discurso privatizador, más ineficientes y caros han sido las que quedaron como monopolios privados protegidos: concesiones de radio y televisión, procesamiento de maíz, telecomunicaciones, cemento, sistema financiero. En todas estas industrias los jubilados crecieron en porcentaje sin que creciera la economía. Los que sobrevivieron fueron despojados de sus fondos de retiro, mientras los nuevos son enfermados dado el enorme deterioro que han sufrido las condiciones de vida y de trabajo, y sin un sistema de salud pública eficiente.

Los sindicatos, que aquí y en el mundo son por naturaleza los organismos de protección de los derechos de los trabajadores frente a las condiciones de trabajo, han sido corrompidos por la oligarquía, que ha invertido mucho para romper su democracia interna, así como para desprestigiarlos y presentarlos como defensores de privilegios. Logrado su objetivo, son exhibidos como prueba ideológica contra el valor del trabajo, pues la debilidad sindical es base de un nuevo control social, donde la voz de las empresas (principalmente las grandes y protegidas) es la única que aporta valores morales en la sociedad.

En México hubo, a partir de 1982, un proceso de privatización, pero no de apertura ni competencia. No hubo desarrollo capitalista, como dictaba la doctrina neoliberal, sino transferencia de monopolios públicos a privados y un mayor proteccionismo a la nueva oligarquía surgida de ese proceso nuevo y particular. Desde entonces el país sobrevive ante una falsa disyuntiva: globalización o monopolios privados protegidos. Ese esquema, en vez de construir una economía sustentable, ha arrojado un sistema anárquico de tarifas caras, discrecional en lo fiscal, incompetente, de mala calidad, de desperdicio, de rapacidad de los recursos naturales, capaz de precipitar la quiebra de la pequeña y mediana industria, de masificar el contrabando y, en general, de descomposición social, narcotráfico, enfermedades y mucha corrupción a todos los niveles.

Los viejos sindicatos de la industria privada y pública no han sido capaces de presentar un propuesta de reforma laboral contra la legislación que protegía la estructura charra. Recordemos las luchas del sindicalismo democrático de hace 20 o 30 años contra la toma de nota o la cláusula de exclusión que protegía a las direcciones sempiternas del charrismo, base fundamental del priísmo.

Hoy el PRI no tiene que meter las manos en su defensa, porque tiene una izquierda siniestra que le defiende la vieja estructura. Los gastados instrumentos de protección corporativa hoy se usan sin que se les vea la mano, gracias al cretinismo conservador panista que lo hace por ellos, pavimentando el camino a los priístas.

Todo estaba dado para el golpe al SME: condiciones internas y externas de la empresa y el sindicato, pero fueron desoídas, tanto así que ni ellos mismos creyeron las advertencias. Por jugar a Pedro y el lobo... Y el resultado es que no hubo resistencia en ningún centro de trabajo, no quedó una sola camioneta en manos de los trabajadores, como si la liquidación de Luz y Fuerza hubiese sido pactada.

La siniestra mexicana defiende hoy lo indefendible o los escombros que dejó el PRI. La base del discurso de que ellos son más corruptos va contra los principios democráticos por los que luchó la izquierda mexicana durante décadas. Lo que debía ser defensa del valor del trabajo, democracia gremial, promoción de la integración industrial, eficiencia para los consumidores y derechos laborales, terminó sin proyecto propio, ocultando la descomposición del viejo régimen. La resistencia no fue sino la defensa del pasado ominoso y retardatario, falsa disyuntiva entre valores y estructuras de la oligarquía y el charrismo que dicen que sus intereses son el interés nacional.

La defensa de la empresa pública y un orden económico-social alternativo requiere un diagnóstico correcto. Salir de la siniestra y recomponer a la izquierda mediante principios y visión propia es una tarea a cumplimentar desde muchos frentes, sin disputarse los despojos del viejo régimen.

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