domingo, octubre 11, 2009

“Si no me tienen miedo, ya córtenla”

Carlos Monsiváis

Ante la composición y las acciones del Poder Legislativo, el Judicial y el gabinete (nótese el respeto a la investidura), descarto la admiración y doy sitio a las preguntas: ¿qué saben hacer y dónde lo aprendieron? ¿Qué saben deshacer y por qué eso les funciona tan bien? Son, sin duda, ocupantes de puestos magníficamente bien remunerados, tramitadores de aumento salarial de esos puestos, propietarios de un idioma que desafía el entendimiento y por el que cobran tiempo extra, paracaidistas del ascenso, profesionales del nomadismo ideológico, corredores especializados en entregarse la estafeta a sí mismos, magistrados que leen las leyes al revés como entrenamiento para cuando tienen que explicar una decisión. O, también, y esto es muy frecuente, son creyentes devotos en que la creencia exhibida contra las leyes del Estado laico es la única universidad que cuenta: “Si rezo al que se debe, cobro aparte”. Son los miembros de la clase subalterna en el poder. Algún lejano día, quizá, serán los mandamases. Enumero algunas de sus características:

—Disponibilidad para aceptar cualquier puesto, cerca o lejos de su profesión certificada. Así, para mencionar ejemplos inconcebibles, un abogado puede pertenecer sin rubor alguno al Tribunal Electoral federal, o un economista (pero) de la Secretaría de Hacienda puede aconsejar a los pobres que si van a jugar en la Bolsa inviertan bien sus recursos, o un egresado de la Universidad de la Ilusión puede desafiar al mundo, y a un secre del Trabajo los juicios políticos le pelan los dientes.

—Eliminación de las distancias entre discurso y comportamiento. Se confía el discurso a un lenguaje que acude de tarde en tarde a palabras extraídas del español. Blindarse con la tortura judicial de la sintaxis, enviar el verbo a prisión y al sujeto a reclamar su identidad no es mala táctica. Se admite lo inexorable: es hora de hablar con la verdad, pero con señas. La verdad comprensible se presentará luego, cuando ya no estemos en este valle de lágrimas.

—Eliminación de la capacidad profesional, la que se tenga, tarea que en casi todos los casos se consigue con rapidez. Un funcionario no es ni debe ser un profesionista, por así decirlo, profesional. Eso es del tiempo antiguo; ahora le toca ser nada más un funcionario, ajeno a las destrezas requeridas, para eso tiene a los subalternos inmediatos, y éstos a los asesores, y los asesores manejan un equipo de mercadólogos, y los mercadólogos encabezan ejércitos de grupos focales, y la burocracia continúa hasta que ya nadie cabe en la oficina. Un funcionario no dispone jamás de tiempo para ejercer su oficio inicial; de hecho, no conoce tales cosas como el empleo riguroso de tiempo. Su oficio no es el adivinado en esa Universidad, ni el atisbado en el posgrado en Estados Unidos; su formación genuina ocurre en las tomas de posesión de la cadena de empleos o puestos, y su especialidad consiste en firmar papeles, contestar telefonemas al día (todos de anuncios de Telmex), dictar cartas o e-mails disculpándose por no saber redactar, llevar a juntas y ceremonias con rostro enérgico, inaugurar todo lo inaugurable, develar placas, negarse a los peticionarios y comer con sus iguales, que algunos habrá.

He citado algunas de las especialidades del político, y dejé para lo último la habilidad principal: nunca abandonar la sensación de superioridad. En esto la tradición les heredó “el rostro de presídium”, mirada fija en el cielo o, en su reemplazo, el techo. Ahora, lo más común es la prisa del funcionario que quiere irse para no oír las críticas. Antes, el priísta oía sin inmutarse y decía: “Oye l’agua”. Ahora los panistas llaman a Seguridad Pública. Y que se quejen los agraviados a ver qué oídos quedan disponibles.

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Durante siete décadas, los políticos de tiempo completo cumplieron profusamente con su magno deber: dejarse ver en relación a su ejercicio presupuestal. Tanto gastas, tanto te encumbras. No se discute: su proceso formativo profundo no depende de lecturas politológicas ni del conocimiento minucioso de teoría del Estado, de la historia o de la economía, sino de la confusión entre lo circunstancial y lo esencial (lo esencial es lo que no tiene para pagar un lobby). A los políticos a la antigua los sustituyen las energías al garete, fanfarrias grabadas que se implantan con un chip, publicidad televisiva que reemplaza al desvencijado juicio de la historia.

En tiempo del presidencialismo había una norma: si el presidente es el primero de los mexicanos, cada uno de los demás es el último. Eso ya se acabó en casi todas partes, menos en los anuncios.

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¿A quién le importa la pérdida de credibilidad? La clase en las afueras del poder verdadero no se inmuta ante la idea. ¿Qué es la credibilidad? Según ellos, es lo que los demás piensan de uno cuando no tienen algo más que pensar. Ya no hay credibilidad, sólo anuncios subliminales o cínicos en tiempo triple A.

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Al ocurrir la derrota del 2000, los priístas desplazados se lanzan a un mercado de empleo ya de por sí golpeado por esas megacrisis sucesivas que son los gobiernos. Y se ocuparon de oficios como: expertos en relaciones públicas, asesores económicos de primer nivel, expertos en relaciones públicas, abogados penalistas, expertos en relaciones públicas, abogados fiscales avezados en el trato a oscuritas, expertos en relaciones públicas, abogados de la rama laboral, expertos en relaciones... Pero los panistas eran muy incompetentes y su ineptitud encumbraba la ineptitud de los priístas, maniobrera y caciquil.

Y los panistas, en su letargo, también se volvieron publirrelacionistas, los que le vendían el hechizo de la política a las masas y se hacían pasar por embajadores de los contribuyentes ante los contribuyentes mismos. Eligieron las cifras oscuras y las amenazas y dijeron que si lo que ellos ofrecían no se aceptaba, el país languidecería en una tumba sin extremaunción. Se desistió de sacarle provecho al bien común y se pretendió vender acciones de la empresa quebrada que es el gobierno. ¿Para qué insistir en la República cuando es más sencillo y veraz referirse al mercado? Y los priístas se fueron quedando con las elecciones y los panistas con las agencias de relaciones públicas; el paraíso fraccionable en la hora en que la mercadotecnia es el único lenguaje que aún hablan los funcionarios. “Otros 2 mil millones de pesos en frases significativas: la crisis ya se fue, quedaron sus consecuencias y nunca segundas partes fueron buenas”.

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