Luis Linares Zapata
El modelo de gobierno ensayado por el priísmo durante su mejor época, la del nacionalismo revolucionario, operó con estrategias que resultaron positivas para el de-sarrollo de México. Las básicas provenían del mismo movimiento armado y sus derivaciones durante el cardenismo. La reforma agraria, el empuje al sindicalismo, los dictados para trabajar dentro de una economía mixta, el intenso proceso educativo, el pivote petrolero y otros de gran impacto y efectos cristalizaron en la movilidad social y en el crecimiento acelerado. Otros programas, que ya circulaban por varios lugares del planeta, fueron asimilados de manera orgánica por sucesivos gobiernos y dieron los resultados buscados. Se piensa de inmediato en la sustitución de importaciones, la creación de instituciones vitales, (Banco de México y otros de inversión pública), las redes protectoras tanto para la salud y la seguridad social como para la agricultura y la alimentación que, aunque no fueron innovaciones propias, se adaptaron con rapidez y funcionaron en provecho de un mercado interno que llegó a consolidarse de manera aceptable.
El país gozó, durante décadas, de un buen caudal de inversiones; se tenía buen crédito, legitimidad política, prestigio externo y un aceptable grado de independencia que permitía tomar decisiones soberanas.
Poco a poco se fueron cerrando las válvulas de tal modelo hasta que llegaron las malhadadas épocas de crisis recurrentes, generalmente con sus traumáticas devaluaciones, fruto de una estructura productiva y política que ya no respondía a las necesidades de la época. La inflación se introdujo en un sistema financiero rudimentario que no pudo lidiar con ella de manera expedita. La reconversión industrial fue sólo una tentativa y la fábrica nacional se atrasó lo suficiente como para perder valioso tiempo, oportunidades y enormes recursos. La economía, ya sin inversiones, se apoyó en una escalada de deuda externa que llegó a niveles inmanejables y el sector público aumentó desmesurada, torpemente, su injerencia en la vida de los negocios. El entramado político, ya muy esclerotizado, se quiso prolongar aun a costa de sucesivos conflictos y subversión. El arraigado autoritarismo con su partido único, el extendido corporativismo y la debilidad opositora fungieron a manera de obstáculos insalvables que nulificaron la formación de una ciudadanía activa.
Pero lo peor siguió con posterioridad al naufragio de los años 70 y 80 del siglo pasado. Ante los evidentes de-sajustes, incapacidades y retrasos que el nacionalismo revolucionario mostraba, se optó por importar un modelo de gobierno al que se apuntaló por todos lados. Las elites públicas internas se plegaron a cabalidad con las instrucciones y salvedades impuestas desde los centros de poder mundial. La misma especie se esparció por toda Latinoamérica, como calcas imposibles de diferenciar.
Los resultados, después de décadas de aplicación, son notables por dañinos y retardatarios. Poca fortaleza en el mercado interno, entreguismo compulsivo, exportaciones masivas de materias primas, precarización de la fuerza laboral, destrucción de redes protectoras (sociales y productivas), concentración excesiva de la riqueza y la onerosa exclusión de millones con su cauda de miseria, extendida pobreza y marginación de las oportunidades para las mayorías. Las piezas complementarias de tal modelo, en especial las de naturaleza política, se han ensamblado a cuentagotas. Las aspiraciones democráticas, atadas al progreso, aun al neoliberal, han recorrido un penoso camino que, en muchos de sus mecanismos, prácticas y horizontes, se han hecho nugatorias.
Treinta años de empujar el modelo en boga no han pasado sin generar un entorno de poder usufructuario que se ha acuartelado con ardor. La elite directiva se ha fortalecido con toda suerte de mecanismos de apoyo, instituciones, reglamentos, leyes ad hoc, instrumentos represivos y medios de difusión a su servicio. Estos últimos, los medios de comunicación masiva, le sirven no sólo para desmovilizar a la sociedad, adormecer conciencias inquietas y justificar cualquier desviación, error o rampante atropello a los derechos individuales o colectivos, sino para dar cauce a la que presentan como única salida: la suya, la de la continuidad del modelo y los privilegios al grupúsculo gobernante. Pero las grietas, abismos conceptuales de legitimidad y eficacia operativa, se abren sin respetar la versión oficial.
Mientras la elite, transmutada en enclave derechista a ultranza, aspira a su reproducción al infinito, desde la base de la pirámide social toma forma y se expande una alternativa de salida para este atribulado país de los mexicanos. El basamento para tal aventura se encuentra en las costumbres solidarias y justicieras de los movimientos que han destilado el perfil de esta nación a través de siglos. No es sólo una aspiración nebulosa de adelantados o plagada de fantasías inmovilizadoras, sino una toma de conciencia aguda, informada, honesta, de lo que acontece en todo el país y que impele a la acción organizada. Las concreciones programáticas, las rutas de actuación y las estrategias que harán de esta rebelión una alternativa viable están a la vista. Se han empezado a discutir aun contra las descalificaciones enervadas de amplios segmentos de las clases más beneficiadas por el actual modelo. Los difusores de la derecha, por su interesado afán, han iniciado la acometida ideológica apoyados por múltiples resortes de propaganda a su alcance.
El mañana atisba una confrontación de ideas, de propuestas, de conductas, de principios entre estas dos formaciones. Una la que ya abanderan, con arrebatos místicos, los dos grandes partidos de la derecha, y la otra, la que se gestiona por todos los rumbos abandonados de México y que se allega fuerzas de las enormes flaquezas que atormentan a los abigarrados segmentos poblacionales del país. En el próximo futuro se irá descorriendo el telón que todavía hoy mantiene en la penumbra esta dura contienda en ciernes.
El modelo de gobierno ensayado por el priísmo durante su mejor época, la del nacionalismo revolucionario, operó con estrategias que resultaron positivas para el de-sarrollo de México. Las básicas provenían del mismo movimiento armado y sus derivaciones durante el cardenismo. La reforma agraria, el empuje al sindicalismo, los dictados para trabajar dentro de una economía mixta, el intenso proceso educativo, el pivote petrolero y otros de gran impacto y efectos cristalizaron en la movilidad social y en el crecimiento acelerado. Otros programas, que ya circulaban por varios lugares del planeta, fueron asimilados de manera orgánica por sucesivos gobiernos y dieron los resultados buscados. Se piensa de inmediato en la sustitución de importaciones, la creación de instituciones vitales, (Banco de México y otros de inversión pública), las redes protectoras tanto para la salud y la seguridad social como para la agricultura y la alimentación que, aunque no fueron innovaciones propias, se adaptaron con rapidez y funcionaron en provecho de un mercado interno que llegó a consolidarse de manera aceptable.
El país gozó, durante décadas, de un buen caudal de inversiones; se tenía buen crédito, legitimidad política, prestigio externo y un aceptable grado de independencia que permitía tomar decisiones soberanas.
Poco a poco se fueron cerrando las válvulas de tal modelo hasta que llegaron las malhadadas épocas de crisis recurrentes, generalmente con sus traumáticas devaluaciones, fruto de una estructura productiva y política que ya no respondía a las necesidades de la época. La inflación se introdujo en un sistema financiero rudimentario que no pudo lidiar con ella de manera expedita. La reconversión industrial fue sólo una tentativa y la fábrica nacional se atrasó lo suficiente como para perder valioso tiempo, oportunidades y enormes recursos. La economía, ya sin inversiones, se apoyó en una escalada de deuda externa que llegó a niveles inmanejables y el sector público aumentó desmesurada, torpemente, su injerencia en la vida de los negocios. El entramado político, ya muy esclerotizado, se quiso prolongar aun a costa de sucesivos conflictos y subversión. El arraigado autoritarismo con su partido único, el extendido corporativismo y la debilidad opositora fungieron a manera de obstáculos insalvables que nulificaron la formación de una ciudadanía activa.
Pero lo peor siguió con posterioridad al naufragio de los años 70 y 80 del siglo pasado. Ante los evidentes de-sajustes, incapacidades y retrasos que el nacionalismo revolucionario mostraba, se optó por importar un modelo de gobierno al que se apuntaló por todos lados. Las elites públicas internas se plegaron a cabalidad con las instrucciones y salvedades impuestas desde los centros de poder mundial. La misma especie se esparció por toda Latinoamérica, como calcas imposibles de diferenciar.
Los resultados, después de décadas de aplicación, son notables por dañinos y retardatarios. Poca fortaleza en el mercado interno, entreguismo compulsivo, exportaciones masivas de materias primas, precarización de la fuerza laboral, destrucción de redes protectoras (sociales y productivas), concentración excesiva de la riqueza y la onerosa exclusión de millones con su cauda de miseria, extendida pobreza y marginación de las oportunidades para las mayorías. Las piezas complementarias de tal modelo, en especial las de naturaleza política, se han ensamblado a cuentagotas. Las aspiraciones democráticas, atadas al progreso, aun al neoliberal, han recorrido un penoso camino que, en muchos de sus mecanismos, prácticas y horizontes, se han hecho nugatorias.
Treinta años de empujar el modelo en boga no han pasado sin generar un entorno de poder usufructuario que se ha acuartelado con ardor. La elite directiva se ha fortalecido con toda suerte de mecanismos de apoyo, instituciones, reglamentos, leyes ad hoc, instrumentos represivos y medios de difusión a su servicio. Estos últimos, los medios de comunicación masiva, le sirven no sólo para desmovilizar a la sociedad, adormecer conciencias inquietas y justificar cualquier desviación, error o rampante atropello a los derechos individuales o colectivos, sino para dar cauce a la que presentan como única salida: la suya, la de la continuidad del modelo y los privilegios al grupúsculo gobernante. Pero las grietas, abismos conceptuales de legitimidad y eficacia operativa, se abren sin respetar la versión oficial.
Mientras la elite, transmutada en enclave derechista a ultranza, aspira a su reproducción al infinito, desde la base de la pirámide social toma forma y se expande una alternativa de salida para este atribulado país de los mexicanos. El basamento para tal aventura se encuentra en las costumbres solidarias y justicieras de los movimientos que han destilado el perfil de esta nación a través de siglos. No es sólo una aspiración nebulosa de adelantados o plagada de fantasías inmovilizadoras, sino una toma de conciencia aguda, informada, honesta, de lo que acontece en todo el país y que impele a la acción organizada. Las concreciones programáticas, las rutas de actuación y las estrategias que harán de esta rebelión una alternativa viable están a la vista. Se han empezado a discutir aun contra las descalificaciones enervadas de amplios segmentos de las clases más beneficiadas por el actual modelo. Los difusores de la derecha, por su interesado afán, han iniciado la acometida ideológica apoyados por múltiples resortes de propaganda a su alcance.
El mañana atisba una confrontación de ideas, de propuestas, de conductas, de principios entre estas dos formaciones. Una la que ya abanderan, con arrebatos místicos, los dos grandes partidos de la derecha, y la otra, la que se gestiona por todos los rumbos abandonados de México y que se allega fuerzas de las enormes flaquezas que atormentan a los abigarrados segmentos poblacionales del país. En el próximo futuro se irá descorriendo el telón que todavía hoy mantiene en la penumbra esta dura contienda en ciernes.
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