La Jornada
En la segunda vuelta de los comicios regionales que se realizó ayer en Francia, la alianza de centro izquierda conformada por el Partido Socialista Europa Ecología y el Frente de Izquierda, obtuvo un abrumador 54 por ciento de los sufragios y dejó muy atrás a la Unión por un Movimiento Popular (UMP, derecha) del presidente Nicolas Sarkozy. La derrota del actual ocupante del Eliseo se veía venir, ciertamente, desde hace una semana, cuando todos los componentes de la alianza de centro izquierda avanzaron, en tanto la UMP caía hasta el 27 por ciento de la votación.
El primer ministro, François Fillon, atribuyó la derrota del actual equipo de gobierno a la crisis económica en curso, a la impopularidad de las reformas neoliberales en las que ha porfiado el presidente –particularmente, la propuesta de modificar el sistema de pensiones y dejar en la desprotección a los jubilados–, y a la alta tasa de abstención (poco menos de 50 por ciento), y no le falta razón. Pero hay otros factores que explican la debacle electoral de la derecha, como la insensibilidad política presidencial ante la necesidad de un cambio de rumbo y de una recomposición del gabinete, así como la frivolidad de Sarkozy, quien desde el inicio de su mandato gustó de mostrarse no sólo como un político, sino también como una figura de la farándula y de las revistas del corazón.
Lo sorprendente, en todo caso, no es la derrota electoral de la derecha francesa, sino que su principal dirigente se haya empecinado en mantener un rumbo invariable, tanto en lo político como en lo económico, a pesar de los inequívocos augurios de que tales actitudes lo conducirían a un descalabro electoral mayúsculo.
Aunque los resultados de los comicios franceses de ayer no alteran los equilibrios en el Legislativo ni constituyen, por ende, una amenaza directa a los planes gubernamentales, dejan en manos de la oposición prácticamente todo el control de las autoridades regionales, salvo las de Alsacia.
Un dato preocupante es que la defección de los sufragios de la UMP no sólo se ha orientado hacia las formaciones ecologistas y de izquierda, sino también al ultraderechista Frente Nacional (FN) de Jean-Marie Le Pen, el cual ha logrado una resurrección electoral con cerca de 10 por ciento de los votos.
De cualquier forma, el mandato de las urnas ha sido claro. Como expresó ayer mismo la principal dirigente del PS, Martine Aubry, los franceses rechazaron la política injusta que hace regalos fiscales a los que más tienen, que protege a los bancos y a los banqueros y que pone en peligro la salud y la educación públicas.
Está por verse si en los comicios presidenciales programados para dentro de dos años el electorado galo mantiene lo que Aubry llamó la elección de la protección social, la solidaridad, la protección del empleo y pone fin a uno de los mandatos más desastrosos en materia social. Por lo pronto, la señal es contundente y Sarkozy enfrenta la disyuntiva de operar un cambio de rumbo o arriesgarse a que los ciudadanos opten por cambiar de gobierno.
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