Javier Flores
Todo lo que somos y lo que nos rodea está formado por átomos. Transformar deliberadamente la estructura de la materia a nivel microscópico significa crear cosas desconocidas que nos permiten entender mejor la naturaleza y de las cuales podemos beneficiarnos. Éste es el campo de estudio de las nanociencias y las nanotecnologías. El nombre proviene de la escala en la que se realizan las investigaciones, algo realmente muy pequeño (un nanómetro es la millonésima parte de un metro). Se trata de un territorio novedoso, con implicaciones importantes en las áreas de la salud, la energía y los nuevos materiales, entre otras.
San Luis Potosí se convirtió repentinamente en tierra promisoria para los estudios en este campo. Cuando surgió el Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica (IPICT) fueron atraídos dos jóvenes investigadores formados en el extranjero con las más altas calificaciones académicas: Humberto y Mauricio Terrones. De inmediato se pusieron a trabajar, logrando en poco tiempo colocar al país en los niveles más destacados en el concierto internacional. Crearon el primer posgrado en México en estas áreas, y sus investigaciones son reconocidas en el mundo.
Pero el ambiente en el que se desarrollan las tareas en el IPICT dista mucho de ser el más propicio para la creación científica. En diciembre de 2009, los hermanos Terrones fueron despedidos, con lo que quedaron truncados diversos proyectos de investigación y se generó gran incertidumbre sobre la suerte de los estudiantes y colaboradores de los dos expertos cesados.
La historia se remonta a varios años atrás, cuando el primer director de ese instituto, José Luis Morán López, fue sustituido y luego inhabilitado por la Secretaría de la Función Pública acusado de nepotismo. En su lugar fue nombrado el doctor David Ríos Jara. Varios investigadores, entre ellos Humberto y Mauricio Terrones, habían denunciado diversas irregularidades. A partir de ese momento el ambiente en el IPICT se tornó irrespirable; los dos especialistas fueron separados primero de los cargos académicos que ocupaban y se convirtieron luego en blanco de acoso laboral –según lo denunciaron– por la nueva administración.
En junio de 2008 un grupo integrado por 60 científicos de diferentes partes del mundo, encabezados por el premio Nobel de Química Harold Kroto, dirigieron una carta al licenciado Felipe Calderón y a Juan Carlos Romero Hicks, director del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). En la misiva expresa su temor de que los ataques a los hermanos Terrones pudieran destruir uno de los centros más promisorios en América Latina en el campo de las ciencias físicas. El tema fue recogido en julio de 2008 por la prestigiada revista Nature, con lo que el conflicto tomó proporciones mundiales. Me detengo en este capítulo del conflicto por la sorpresa que causó en ese entonces la intervención del director del IPICT, David Ríos, quien, lejos de buscar una solución y sanar el ambiente en la institución de la que es responsable, se dedicó a polemizar con la carta de Kroto y declaró a Nature que los Terrones eran muy ambiciosos y que no les gustaba la autoridad. Esta actitud no prometía nada bueno.
A pesar de lo anterior, en dos reuniones realizadas en febrero y marzo del año pasado se llegó por fin a un acuerdo: se crearía una unidad externa para las nanociencias y las nanotecnologías fuera de las instalaciones del IPICT. El director Ríos Jara informó que para ello se contaba con el respaldo del Conacyt. Parecía que todo llegaba a un final, si no feliz, al menos útil para continuar con las tareas científicas. Pero no fue así. Los investigadores fueron despedidos en diciembre y el pasado 6 de enero se impidió la entrada al doctor Mauricio Terrones al instituto. La vigilancia policiaca fue reforzada, sus cubículos fueron sellados y los nombres de los investigadores fueron retirados de sus laboratorios.
El conflicto llegó nuevamente a la revista Nature, la cual le dedicó un editorial el pasado jueves 11 de marzo. Harold Kroto y otros prestigiados científicos publicaron en ese mismo número una nueva carta en la que llaman a la comunidad científica a unir fuerzas para revertir esta situación. Señalan, con razón, que es un ejemplo vergonzoso para la ciencia de las naciones en desarrollo.
En México no podemos darnos el lujo de desperdiciar talento en ningún campo científico y mucho menos en un área de la ciencia de vanguardia. En mi opinión este caso muestra la pequeñez de algunos funcionarios, especialmente en el Conacyt, que dañan el desarrollo de un área del conocimiento, desprestigian a nuestro país y exhiben ante el mundo su incapacidad para resolver racionalmente un conflicto.
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